Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

26.12.15

El Nacimiento de Dios en Nosotros


Quisiera reflexionar brevemente sobre las palabras del místico alemán, Ángelus Silesius (1624-1677): Aunque Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no ha nacido en tu corazón, habrá nacido en vano.
Cristo vivió, murió, resucitó y se sentó a la derecha de Dios. Pero nos dijo que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos. Es una presencia muy real, no sólo en la eucaristía. Ésta es el sacramento que apunta a esta realidad. Cristo se identifica con nosotros. No habla sólo de los de su grupo o de unos amigos. ¡No! Se trata de Él mismo! Frente a Pablo, cerca de Damasco, se identifica con los cristianos perseguidos (Hechos 9,3-6). En el último juicio se identifica con los necesitados (Mateo 25,31-46). Es Él quien quiere ser reconocido en nosotros y actuar a través de nosotros.
Thomas Keating dice: La bondad básica que distingue al ser humano... es un elemento esencial de la fe cristiana. Esta esencia de bondad puede crecer y desarrollarse de manera ilimitada, y llegar a convertirse en imagen de Cristo y divinizarse. Esta última palabra puede darnos miedo porque suena a Nueva Era. Pero llama la atención que Cristo, en los dos ejemplos que mencioné anteriormente, se identifica con los "perdedores", los perseguidos y necesitados. Pablo nos dice más claro todavía cómo llegar a divinizarse: Estoy crucificado con Cristo; ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gálatas 2,20). No es por nuestro propio esfuerzo que llegamos a ser dios. La única vía es la de consentir a SU acción en nosotros. Y para eso hay que dejarlo actuar, especialmente en la debilidad, hasta en la muerte.
Este proceso de divinización lo confirma, desde otro ángulo, el evangelio de Marcos cuando Jesús dice: ¿Quién es mi madre y hermanos? Y mirando a los que estaban sentados en círculo alrededor de él, dijo: Miren, éstos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Marcos 3,31-35). Cuando cumplimos la voluntad del Padre, cuando dejamos que Él actúe en nosotros, seremos madres de Dios. Dios podrá nacer, manifestarse en nosotros.
El mundo está hambriento de Dios. Se le ofrece a la gente una gran variedad de alimentos que no sirven, porque dan indigestión o son veneno. Es la responsabilidad de cada uno de nosotros permitirle a Dios que se haga visible a la gente que lo busca. Todos estamos llamados a ser presencia de Cristo en nuestro medio. Cuando lleguemos a cumplir con este proceso se hará de verdad la Navidad que el mundo espera. Juan Bautista nos lo dice claramente: yo tengo que menguar; Él tiene que crecer. Al dejar atrás nuestro ego con sus intereses, Cristo puede crecer en nosotros y hacerse visible a los demás. Que la gente, más allá de nuestras debilidades, pueda ver en nosotros la presencia de Dios.

28.11.15

VENGA A NOSOTROS TU REINO



 


















Lo siguiente es la Conferencia en el Encuentro Navideño de Extensión Contemplativa Venezuela, Valencia, 28 de Noviembre de 2015:

Al final del año litúrgico, y al comienzo del nuevo, la iglesia dirige nuestra mirada no tanto hacia el fin del mundo, sino hacia la venida de Cristo. Ésta es un proceso largo. Al final de los tiempos será gloriosa. Para unos, será un tiempo de susto, para otros de liberación, como nos dice el evangelio de Lucas: Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán los pueblos, desconcertados por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres desfallecerán de miedo, aguardando lo que le va a suceder al mundo; porque hasta las fuerzas del universo se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria. Cuando comience a suceder todo eso, enderécense y levanten la cabeza, porque ha llegado el día de su liberación... (Lucas 21,25-28).
Jesús había hablado de guerras, revoluciones, epidemias, hambrunas y persecuciones. Al final, habrá un caos completo; no habrá por dónde agarrarse. No hay que hablar mucho de esto: vemos que los comienzos de esto ocurren en nuestro propio país, y sufrimos por la situación. Y, peor que la debacle económica, es la descomposición moral.
Si miramos lo que pasa a nivel mundial, especialmente en el Oriente Medio, la cosa es peor todavía. Uno se pregunta cómo es posible que seres humanos pueden hacer todo esto, y cómo otros seres humanos pueden sufrir tanto.
Aunque estas noticias se precipitan y nos inquietan, si miramos dentro de nosotros mismos, la cosa no está mejor. También nosotros, a veces al menos, estamos interiormente en guerra. El ego quiere desviarnos por todos los medios a su alcance de nuestra relación con Dios. - No es necesario enumerar los males que estamos sufriendo. Están a la vista de todos. Para nosotros es más conveniente no quedarnos en la superficie, sino tratar de ahondar en las posibles causas, para poder hacer algo al respecto. San Pablo nos lo indica: No estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las autoridades, contra las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal (Efesios 6,12).
En medio de esta situación desesperada, Jesús nos dice que nada de esto es para deprimirse. Al contrario, cuando ocurran estas cosas, que nos pongamos de pie y que levantemos la cabeza - como gente confiada - porque es precisamente ahora cuando se acerca nuestra liberación. Como dice San Pablo: Entonces se revelará el Impío, al que destruirá el Señor Jesús con el aliento de su boca y anulará con la manifestación de su venida (2 Tesalonicenses 2,8). Antes de seguir hablando de la venida de Cristo, remontémonos un poco a nuestra condición humana, y cómo Dios comenzó a manifestarse para salvarnos.
El pecado de Adán y Eva describe el proceso de nuestro alejamiento de Dios: Dios vio que todo era bueno, pero ellos creían saberlo mejor. Eva comió del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y le dio también a Adán. Como que a uno no le gusta estar solo con su pecado, le tienta al otro, para arrastrarlo también al pecado. Y vieron que estaban desnudos, sin protección. El pecado no crea comunidad, sino desconfianza; uno quiere esconderse. Incluso los que, hoy en día "salen del escaparate", lo hacen para esconderse en una multitud.
Después se culpa de todo a otros: Adán culpa a Eva e, indirectamente, a Dios a quien se le había ocurrido darle esta mujer, y Eva culpa a la serpiente. Pero Dios condena a los tres, recordándoles de esta manera que cada uno tiene su responsabilidad. La consecuencia de esta falta de asumir su responsabilidad es la pérdida del paraíso, de la felicidad. Es ésta una descripción muy acertada de lo que pasa cuando pecamos.
En los capítulos 4 al 11 del libro del Génesis leemos sobre los intentos vanos de recuperar la felicidad:
  • Caín asesina a su hermano Abel: la relación enferma hasta la muerte entre los hermanos. Se elimina al que no conviene a mis intereses. Hoy en día: asesinatos, genocidio, abortos, "muerte asistida" para ancianos.
  • Después leemos de Lamec (4,24) que establece la ley de la venganza ilimitada (70 veces 7). Para eso, basta ver lo que pasa entre Israel y los Palestinos. Cristo, en cambio, propone en Mateo (18,22) el perdón ilimitado (70 veces 7).
  • En 6,1-4 se nos habla de la relación distorsionada entre hombre y mujer: Cuando los hombres se fueron multiplicando sobre la tierra y engendraron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas del hombre eran bellas, escogieron algunas como esposas y se las llevaron. Los poderosos se aprovechan de los débiles.
  • En Génesis 7-8 se nos habla de la despreocupación y falta de vigilancia: La llegada del Hijo del Hombre será como en tiempos de Noé: en días anteriores al diluvio la gente comía y bebía y se casaban, hasta que Noé se metió en el arca. Y ellos no se enteraron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será la llegada del Hijo del Hombre (Mateo 24,37-39). Noé quien había escuchado la voz de Dios y se había hecho un refugio se salvó. Los demás perecieron en el caos. Hoy en día tenemos toda una industria dedicada a mantenernos en una vida superficial.
  • En Génesis 9,18-27 leemos de la relación enferma de Cam (Canaán) con su padre Noé. El hijo falta el respeto a su padre.
  • Seguimos leyendo de la relación enferma entre naciones y la fundación de imperios: Nubia engendró a Nemrod, el primer soldado del mundo; fue, según el Señor, un intrépido cazador... Las capitales de su reino fueron Babel, etc. (Génesis 10,8-12).
  • Al fin, los hombres buscan la unión por sí mismos. En un proyecto megalómano intentan construir la torre de Babel (Génesis 11,1-9). Es quizá el primer intento de la globalización. Pero se dispersan irremediablemente. De nuevo, tenemos una competencia por construir las torres más altas. Ya está en construcción una que tendrá una altura de ¡un kilómetro!
En medio de esta nuestra condición humana, Dios toma la iniciativa y entra en la historia: Dios dijo a Abrahán: Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré... En tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo (Génesis 12,1.3). Éste fue el comienzo de la revelación de Dios, que llegaría a su plenitud en Jesús de Nazaret.
En tiempos de Jesús se esperaba un Mesías poderoso. Como hoy esperamos un cambio de gobierno. Creemos que los problemas se pueden resolver desde el poder. Sin embargo, con tantos cambios de poder que conocemos, ya intuimos que la solución no va por ahí. Los "mesías" que quieren resolver los problemas desde el poder invocan para ello lo que llaman su dios. Y, como ese dios es una creación de ellos mismos, se ven obligados a defenderlo. El fundamentalismo religioso termina en violencia, y toda guerra es, en el fondo, una guerra religiosa. Eso lleva a la espiral de violencia; es la autodestrucción, simbolizada quizá en su expresión extrema en los comandos suicidas. Estos son también víctimas de los que les lavan el cerebro y los utilizan para imponer sus intereses personales o de grupo.
En medio de esta situación desesperada y sin salida aparece Jesús, el ¡Dios hecho hombre! Eso trastorna todas nuestras ideas sobre Dios. Juan lo deja claro: Nadie ha visto jamás a Dios (es como si dijera: así que ¡déjense de inventar cosas!); el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre: Él nos lo dio a conocer (Juan 1,18).
Jesús es, como dice San Pablo, la imagen de Dios Padre (eicon en griego; de allí nuestra palabra ícono): Él es imagen del Dios invisible... En él decidió Dios que residiera la plenitud; por medio de él quiso reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz por la sangre de la cruz tanto entre las criaturas de la tierra como en las del cielo. (Colosenses 1,15.19-20). En computación usamos los íconos. ¿Para qué son los íconos? Pues, en el computador tengo un programa o una página web. Pero no la veo; no tengo acceso a esta información. Sin embargo, un ícono me guía. Cuando lo toco, se me abre todo un mundo de información. Sin el ícono no tengo información; sólo puedo imaginarme cosas que, por supuesto, no son. De manera semejante - y hago énfasis en lo de semejante, porque no es igual - cuando entro en relación con Jesús, tengo acceso al Padre, a toda la riqueza de su amor y gracia. Para ver a Dios en Jesús necesitamos ojos abiertos, contemplativos, y humildad. Debemos dejar atrás nuestras ideas sobre Dios, para poder ver el alcance de lo que significa que Dios se hizo hombre, igual a nosotros, menos en el pecado.
Lo primero es la extrema precariedad de la vida de Jesús. De la concepción hasta la muerte. ¡Cuántas mujeres tienen una pérdida involuntaria del embarazo! Dios se expuso a esto. ¡Cuántos problemas puede haber en un parto, con el cordón umbilical estrangulando al bebé para dejarlo minusválido! Dios se expuso a este riesgo. ¡A cuántos bebés se les muere la madre en el parto o a temprana edad, con las consecuencias de traumas sicológicos! Dios arriesgó esto. No encontraron dónde dar a luz, sino en un establo. Ya de chiquito fue perseguido y tuvo que huir al extranjero. Después: tantos peligros que se presentan a lo largo de la vida de una persona. Hasta tenemos el dicho: "para morir, lo que hace falta es estar vivo". Durante su ministerio es rechazado, calumniado, descalificado, perseguido y, al final, ajusticiado de la manera más humillante. Como dice el P. Thomas Keating en una ocasión: Dios como que se bota a sí mismo. ¿Éste es nuestro Dios? Sí, éste, y ningún otro, es nuestro Dios!
Esta precariedad y debilidad hacen posibles la misericordia y el amor hasta el extremo. En Dios no hay ninguna amenaza. No sólo tiene amor; ¡ÉL ES AMOR! Por Jesús, el ícono del Padre, tenemos acceso al trono de misericordia. Por él somos libres de temor. Esto no significa que no tengamos temor, sino que éste ya no nos domina. Esta libertad nos permite servirle a Dios en santidad y justicia (Cántico del Benedictus). Ya nadie podrá manipularnos en nuestros tres centros de energía, de nuestro deseo de seguridad, de afecto y de control. Así estaremos arrancados de la mano de nuestros enemigos. No podrán dominarnos más. Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?
Dice también el evangelio: Presten atención, no se dejen aturdir con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que aquel día no los sorprenda de repente, porque caerá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén despiertos y oren incesantemente, pidiendo poder escapar de cuanto va a suceder, así podrán presentarse seguros ante el Hijo del Hombre (Lucas 21,34-36). Al antiguo enemigo no le gusta nuestra salvación. Como ya está hecha, intenta por todos los medios desviar nuestra atención de Jesús. Y lo hace con el método que él domina, la confusión: Dios se ha regalado a nosotros; por lo tanto: ¡hay que regalar! Así, la navidad se ha convertido en una temporada de estar, como Marta de Betania, con muchos afanes, olvidándonos de lo único necesario, estar, como María, con Jesús y escucharlo.
Aparte de una digna celebración de la navidad, tenemos también una tarea: permitirle a Dios que siga haciéndose presente en este mundo. Porque Jesús dijo que estará con nosotros hasta el fin del mundo. El místico alemán Angelus Silesius (1624-1677) nos exhorta diciendo en una ocasión: aunque Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, habrá nacido en vano. Y San Beda el Venerable (672-735), en su homilía sobre la Anunciación, nos indica el camino: sugiere al monje que sea un siervo del Señor, como María es “esclava del Señor”, o sea, que busque hacer siempre la voluntad del Señor. Esto no se refiere sólo al monje, sino a todo cristiano; no sólo a las mujeres, sino también a los hombres. Lo estamos conociendo por la práctica de la oración centrante: cuanto más dejo atrás mi propia voluntad, tanto más Dios se puede manifestar en mí, y a través de mí a los demás.
Todo esto es un proceso largo, de siglos. Estamos tentados de preguntar: "¿Hasta cuándo, Señor?" - la misma pregunta que oímos en el Apocalipsis. Y la respuesta es clara: Cuando abrió el quinto sello, vi con vida debajo del altar a los que habían sido asesinados por la Palabra de Dios y por el testimonio que habían dado. Gritaban con voz potente: Señor santo y verdadero, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra sangre? Entonces les dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron que esperaran todavía un poco, hasta que se completase el número de sus hermanos que, en el servicio de Cristo, iban a ser asesinados como ellos (Apocalipsis 6,9-11). Necesitamos paciencia, y renunciar al deseo de ver los frutos de nuestros esfuerzos. El Reino es de Dios, no de nosotros.
Quisiera recordar una cosa: no somos masa, sino fermento. Es decir, nunca seremos muchos, ni mucho menos mayoría, sino siempre unos pocos. Como tales nos tildarán de "políticamente incorrectos". Cada uno tiene su responsabilidad. No se esperan de nosotros grandes obras y proyectos, sino la fidelidad en el momento y lugar en que vivimos. En este contexto, nuestra oración puede ser: "Señor, renueva nuestro país y nuestra iglesia; ¡y comienza conmigo!"
Termino con las palabras de San Pablo: Reconozcan el momento en que viven, que ya es hora de despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz (Romanos 13,11-12). Si seguimos fieles a nuestra práctica, la venida gloriosa del Señor será un tiempo de liberación y de júbilo para nosotros. Porque veremos cara a cara al que siempre veíamos en la fe.

8.11.15

Dichosa Tú que has Creído


Una de las características que se relacionan con la iglesia católica es su gran devoción a María, la Madre de Dios. Esta devoción se manifiesta de muchas y muy variadas formas, sobrias unas, exageradas otras. Hay voces que nos acusan de que adoramos a la Virgen María. Estas voces no vienen sólo desde fuera sino también desde dentro de la iglesia católica. Y reaccionamos defendiéndonos como gato boca arriba para explicar que no la adoramos sino que sólo la honramos y veneramos.
Pero, de hecho, ¿qué estamos haciendo? La veneramos bajo muchísimas advocaciones. La representamos con estatuas e imágenes. Adornamos estas imágenes con materiales a veces muy costosos. Muchas veces la representamos sola, sin su Hijo, mientras que en la iglesia ortodoxa siempre está representada como la que es en primer término: la Madre de Dios, junto con su Hijo. Hacemos peregrinaciones a sitios dedicados especialmente a su veneración. Con las facilidades de viaje que tenemos hoy en día, estas peregrinaciones a veces se parecen más a una excursión que a una verdadera peregrinación donde se pasa dificultades para llegar a la meta, y donde se facilita un crecimiento espiritual. Las fiestas de la Virgen son muchas veces más folclóricas que religiosas. Para eso se organizan toda clase de atracciones; hasta hace no tantos años atrás, se hacían incluso corridas de toros "en honor a la Virgen". La misa es, entre muchos otros, sólo un punto más en el programa.
Todo eso me recuerda el librito un autor inglés, C. S. Lewis, Screwtape letters (Instrucciones para un diablo subalterno), que leí hace muchos años. Allí se describe con mucha perspicacia un proceso semejante: Desde el infierno, un diablo da instrucciones a otro diablo subalterno en la tierra que está asignado a un hombre para que lo tiente y lo lleve a la perdición. Cuando recibe la noticia de que este hombre comenzó a orar, le aconseja a su subalterno, en el capítulo 4, lo siguiente (estoy resumiendo):
  1. Inspírale un gran esfuerzo destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia.
  2. Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones... Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones... (Por ejemplo), cuando pretenden rezar para pedir perdón, déjales que traten de sentirse perdonados. Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado...
  3. Todavía contamos con un arma más sutil: Cualquiera que sea la naturaleza del objeto compuesto (imagen), debes hacer que el paciente siga dirigiendo a éste sus oraciones: a aquello que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él. Puedes animarle, incluso, a darle mucha importancia a la corrección y al perfeccionamiento de su objeto compuesto, y a tenerlo presente en la imaginación durante toda la oración..."
Hasta aquí, el diagnóstico de este autor. También el episodio de Marta y María en Betania nos pueden decir algo al respecto: Marta se ocupa de muchas cosas; no son malas, pero tampoco esenciales. María ha escogido la parte mejor: estar con el Señor y escucharlo.
¿Que ocurre, entonces, con nuestras devociones a la Virgen? A nivel inconsciente pasa una cosa muy sencilla: al enaltecer a María de esta manera, la ensalzamos y la alejamos mucho de nosotros. La endiosamos hasta sentir que su vida real, su relación con Dios, sea inalcanzable para nosotros. Esto garantiza que nos olvidemos de cómo llegó a donde está ahora: escuchando la palabra de Dios y cumpliéndola. El propio Jesús hace énfasis de esto cuando una mujer de entre la multitud ensalza a su madre (Lucas 11,27-28). La misma María, en su canto del Magníficat (Lucas 1,46-55), engrandece al Señor. El que es grande, y el que hace obras grandes, es el Señor. Ella reconoce su pequeñez: soy la esclava del Señor... porque se ha fijado en la humillación de su esclava; en adelante me felicitarán todas las generaciones.
Y ¿qué hacemos nosotros? Estamos asustados precisamente de esto: de hacernos pequeños, de entregarnos a Dios y de hacer su voluntad. No queremos soltar el control de nuestras vidas. Nos contentamos con pedirle a María que nos socorra en nuestras necesidades. Pero en el centro de atención sigue estando nuestro yo, nuestros deseos, nuestros intereses. Las formas superficiales de honrar a María garantizan que no haya crecimiento, que el Señor no pueda hacer obras grandes en nosotros.
En cambio, el Concilio Vaticano II nos ha marcado el camino: en vez de promulgar un documento aparte sobre María, decidió incluir el texto sobre María en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia. María, en el marco de la Iglesia, también es saludada como miembro sobre-eminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.
Repito las palabras: PROTOTIPO Y MODELO. Si queremos que algo cambie en nosotros y en nuestra iglesia, sigamos el ejemplo de María. Asumamos nuestra pequeñez e impotencia. Dejemos que sea el Señor quien haga las cosas. Lo demás caerá en su sitio. Si no seguimos el ejemplo de María, no podemos ser iglesia, no podemos dar fruto.
No es un camino fácil, pero es el único. Aunque siempre decimos en el Padre Nuestro hágase tu voluntad, lo queremos evitar, nos da miedo. Pero estamos en buena compañía: incluso a Cristo le costó; ¡sudó sangre! O, como dice la carta a los Hebreos: Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte (Hebreos 5,7). ¿Por qué, entonces, no podemos seguir el ejemplo de nuestro Señor y de su madre?
Quisiera terminar con una sugerencia para preparar las fiestas de la Virgen: una novena donde cada día se medita en la Biblia un texto relacionado con ella. Porque en todos estos textos vemos su relación con Dios. De esta manera, nosotros mismos nos vamos transformando, guiados por la palabra de Dios y el ejemplo de María. El que nos salva es Dios; María, con su ejemplo, nos enseña cómo hacer efectiva esta salvación en nuestra vida.

16.10.15

Creer ¿en qué? o ¿en quién?


Estoy percibiendo un desconcierto porque tantos programas y actividades pastorales parecen dar pocos frutos. Quisiera compartir algunas observaciones que, a mi manera de ver, pueden tener que ver con este asunto:
Me da la sensación de que la mayoría de los programas se dirige, no a la persona, sino al intelecto. Enseñamos “verdades” de la fe. Y nos olvidamos de que la fe, a lo largo de toda la Escritura, se nos presenta como un camino con Dios, con todos los altibajos de una relación. Estamos invitados a creer, en primer término, en Alguien. A poner nuestra confianza en Él. Sólo cuando nuestra relación con Él llega a este punto en que decimos “hágase TU voluntad”, comienza realmente nuestro crecimiento. Y comenzamos a ver – y experimentar – quién es Él realmente. Se trata de una relación personal. Ésta es la base para todo lo demás. Mientras no hayamos llegado a este punto, todo lo que podamos decir de Dios será teoría, fantasía, invento humano, un dios de filósofos y, en todo caso, contaminado por los deseos de nuestro ego. Y no nos da muchas ganas de dar testimonio. Porque uno no puede dar testimonio de teorías. Además, hay otras teorías sobre Dios que también son interesantes. Creo que allí está lo atractivo de la Nueva Era.
Nuestra cultura occidental está muy contaminada por esta tendencia racionalista, que se convierte fácilmente en utilitarista, invocando a Dios y pidiendo que resuelva nuestros problemas. Pero los actores principales seguimos siendo – inconscientemente – nosotros.
Y, quizá, arrastramos también desde la temprana Edad Media la imagen de la sociedad de entonces: los que hacen la guerra, que son también los gobernantes; los que oran, que son el clero y los monjes; y los trabajadores, que tienen que trabajar por su propio sustento y el de los otros grupos. Así se veía la sociedad desde la época carolingia en el siglo noveno. De allí la idea de que el clero y los monjes son para rezar porque los otros dos grupos no tienen tiempo para ello. Esto es, por supuesto, un poco simplificado. Pero todavía lo experimentamos: “Padre, Ud. que está tan cerca de Dios” - y tú ¿no lo tienes en tu corazón? “Rece por mi” - y tú, ¿no rezas? “Mandamos una misa” - pero no asistimos (con el “pago” es suficiente). “Oigo misa” - pero no participo. “Bendígame esta medalla para que me proteja” - ¡pero no se confiesa ni comulga!
Hay que superar este esquema mental. Estamos llamados a entrar en una relación personal con Dios. Y los sacerdotes y agentes pastorales estamos llamados a facilitarles el acceso a Dios a los que están a nuestro cargo. Eso exige nuestro ejemplo y testimonio. Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad, dice Jesús según Juan 17, 19.
Esto me lleva a una segunda observación: vivimos, de hecho, cierto “pelagianismo”. Si nuestra “fe” consiste solamente en una serie de verdades, la moral queda reducida al intento de alcanzar la perfección por nuestro esfuerzo propio. Y Dios es reducido a una instancia que debe darme fuerzas para cumplir cuando no puedo. Y – lo que es peor – Dios se convierte en nuestra mente en un vigilante que se dedica a atraparme y, al final, a castigarme. ¿Dónde está la misericordia de Jesús? ¿Dónde queda la Buena Noticia de que todos somos esencialmente buenos y que, por lo tanto, podemos volver una y otra vez a nuestro primer Amor que nos acoge con los brazos abiertos y nos perdona - como lo hizo el padre con su hijo pródigo?
Una auténtica renovación de la iglesia pasa por la profundización de nuestra relación con Dios en la persona de Jesucristo. Pasa por este momento cuando le decimos que se haga SU voluntad. Pasa por una muerte donde dejamos atrás los planes y las ideas de nuestro ego, para recibir de Dios “cien veces más”. Entonces nuestra moral será una respuesta al amor de Dios. Y nuestro testimonio dará frutos porque sabemos de qué estamos hablando. Ésta es la fuerza de la iglesia y de sus mártires.

1.10.15

Lectio Divina y Vocación


En la entrada de ayer mencioné a Sta. Teresa del Niño Jesús, cómo había encontrado respuestas a sus inquietudes en la Escritura. Es un ejemplo muy bello de cómo se puede hacer la lectio divina. Es un verdadero diálogo con Dios. Cito de su Historia de un Alma, Manuscrito B, Capítulo IX:
Jesús, si quisiera poner por escrito todos mis deseos, necesitaría que me prestaras tu libro de la vida, donde están consignadas las hazañas de todos los santos, y todas esas hazañas quisiera realizarlas yo por ti...
Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios...
Leí en el primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o doctores, etc...; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.
... La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz...
Al igual que Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía, acabó por encontrar lo que buscaba, así también yo, abajándome hasta las profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi intento...
Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: «Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino inigualable». Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el amor... Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con total seguridad. Podía, por fin, descansar... Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos...
La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre...Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...!
Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!
Resumamos: Teresa tiene un montón de ideas de lo que quiere hacer por Dios. Pero en esta confusión accede a su palabra para pedir claridad, y encuentra la respuesta. Dios se deja encontrar por el que lo busca con sincero corazón. Podemos llevar nuestras inquietudes ante Dios. Y Él, sí, nos responde. Pero no confundamos este camino de Teresa con la costumbre de buscar un texto al azar para conseguir una respuesta, como si la biblia fuera un libro de consultas, sin relación personal con Dios. Teresa busca la respuesta en DIOS, no con el libro.
Una última advertencia: Alguien podría decir que Teresa tuvo esta intimidad con Dios porque era una santa. PUES ¡NO! Es al revés: ella llegó a ser santa porque tenía esta intimidad con Dios.
¡Qué sería de nuestra iglesia si todos siguiéramos el ejemplo de Teresa!

30.9.15

Lectio Divina: ¡Es escuchar a DIOS!


Últimamente estoy observando algo en la práctica de lectio divina que me inquieta enormemente: hay sacerdotes y responsables de grupos de lectio que preparan el texto de una reunión determinada de tal manera que ya queda claro de antemano lo que Dios “nos” dice. Y la gente se lo traga. Recordemos un hecho de suma importancia:
DIOS NO TIENE NIETOS, ¡SÓLO HIJOS!
Somos hijos adultos, y ¿qué adulto ingiere una comida que ya fue masticada por otro? O ¿todavía nos cuesta creer que Dios realmente puede hablar a cada uno personalmente - a mí? Éste me parece ser el problema más profundo: que estamos tan acostumbrados a ver a Dios “allá fuera”, que no nos entra que pueda hablarnos directamente a nosotros. Estamos acostumbrados a escuchar a “la iglesia”, es decir, a otros, normalmente al clero y a los “que saben” - o ¡creen que saben! Pero Dios habla a cada uno de nosotros. La cuestión no es si lo hace o no. La cuestión es si nosotros realmente le abrimos nuestro corazón y lo dejamos entrar; si sabemos escuchar con un corazón abierto. Por eso, al disponernos a hacer la lectio nos dirigimos brevemente a Dios en la oración – como para ubicarnos. Todo esto tiene que ver con la “meditatio”, con este paso donde dejamos que Dios se dirija a nosotros y, a lo largo del tiempo, nos transforme en SU imagen y semejanza.
Por supuesto, si ponemos tanto énfasis en este aspecto de la lectio, surgen en seguida unas dudas, por no decir: miedos. ¿No será entonces que cada uno entienda lo que más le conviene? Yo diría: ¡ojalá que sí! Porque a nadie le conviene ser copia de nadie. Somos imagen de Dios, y estamos llamados a serla siempre más. Lo importante es que el lector no lea el texto según sus prejuicios conscientes o inconscientes, sino con un corazón abierto, y dispuesto a oír cosas diferentes de lo que espera.
Y, ¿si el lector tiene poca cultura? Respondo con otra pregunta: ¿Qué cultura tenía Santa Teresa del Niño Jesús? No es cuestión de cultura, sino de abertura a la palabra de Dios. Dios no engaña, ni defrauda. Él se deja encontrar por los que lo buscan con un sincero corazón.
Y, ¿eso no pone en peligro a la unidad de la iglesia? A la uniformidad, sí. Pero a la unidad, ¡no! Donde es el mismo Dios quien inspira a cada uno, no puede haber división, sólo unidad en la diversidad.
Los frutos de una lectio divina entendida de esta manera son múltiples: por la experiencia de la presencia y acción de Dios en uno crece una sana autoestima, en la cual no hay orgullo sino gratitud. Hay sanación y discernimiento, y uno descubre su misión en la vida. Se experimenta fortaleza interior que quita el miedo al “qué dirán”. Porque “si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Quizá, inconscientemente, tenemos en la iglesia dos problemas de fondo: por una parte, se quiere mantener el control; y el Espíritu Santo siempre echa a perder los intentos de control humano. Por otra parte, quizá nos queda todavía el susto de la reforma luterana hace unos 500 años. Pero la solución no es mantener todo bajo control, sino que debemos ayudar a la gente a abrirse a Dios. Por eso, al enseñar la lectio divina, no tiene tanta importancia dar unas clases bíblicas – que son importantes y útiles en otro momento – sino de enseñar el método de la lectio, y dejar que la gente lo practique.
Entonces tendremos una iglesia viva y fuerte, porque Dios está presente, vivo en y entre nosotros.

21.9.15

Libertad Interior


Un texto sumamente importante de una persona autorizada. Ojalá que todos en Venezuela tomáramos esto en cuenta. Lo encontré en Facebook, publicado por Daniel Hodara. Es un ensayo de Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra, sobreviviente del holocausto y el fundador de la disciplina, que conocemos hoy como Logoterapia.
No eres Tú, soy Yo...
¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...
Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida.
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros.
Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda. Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.
Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:
"Necesito que Enrique me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".
¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente ésa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?
No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.
Definitivamente nadie puede decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.
La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no es ella... ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.
"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas-la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino".

19.9.15

¿Cuál Democracia?


Donde hay envidia y rivalidad, allí hay desorden y toda clase de maldad. (...) ¿De dónde nacen las peleas y las guerras, sino de los malos deseos que siempre están luchando en su interior? Ustedes quieren algo y si no lo obtienen asesinan; envidian, y si no lo consiguen, pelean y luchan. No tienen porque no piden. O, si piden, no lo obtienen porque piden mal, porque lo quieren para gastarlo en sus placeres.
Este texto, aunque parece ser un resumen de la historia reciente de Venezuela, es mucho más antiguo. Fue escrito hace unos 2000 años; es de la carta de Santiago (3,16-18; 4,1-3).
A raíz de este texto quisiera dar un alerta: de nuevo se avecinan unas elecciones; de nuevo se está creando la impresión de que, al ganar estas elecciones, todo en Venezuela - ¡por fin! -va a cambiar para mejor. Y con esto se está preparando una nueva frustración profunda. Porque este régimen no va a salir con unas elecciones. En tiempos del comunismo siempre había elecciones en los países sometidos a este régimen. Pero “El Muro” no cayó por unas elecciones libres sino – como decía un analista – porque “los de abajo ya no querían y los de arriba ya no podían”. El problema de Venezuela – y del mundo en general hoy en día - no es de democracia, sino de moral. Lo resume el texto de la misma carta de Santiago que es parte del anterior, y cuyo lugar ocupan los puntos sucesivos entre paréntesis: La sabiduría que procede del cielo es ante todo pura; además es pacífica, comprensiva, dócil, llena de piedad y buenos resultados, sin discriminación ni fingimiento. Los que trabajan por la paz, siembran la paz y cosechan la justicia.
La lucha no es política ni sociológica ni económica. Si bien estas áreas son importantes y necesitan atención, si no atendemos el fondo del problema, no llegamos a ninguna parte, y no resolvemos nada. ¡LA LUCHA VERDADERA ES ESPIRITUAL! Hay más de una voz del campo sociológico que escribe sobre esto. Basta con mencionar artículos de Rafael Luciani, Armando Rojas Guardia, Juan García Inza, o el tema de los rituales satánicos de Hugo Chávez. Pero el circo de los acontecimientos diarios nos mantiene suficientemente ocupados para no ver más allá de lo inmediato y superficial.
La democracia, en teoría al menos, parece ser la mejor forma de gobierno. Todos pueden participar de alguna manera. Así fue en la época griega. El “demos” era el pueblo, los habitantes de una comarca determinada. Como tales se identificaban con unos mismos valores, una ideología, una mentalidad, si se quiere. Toda democracia, si quiere funcionar, necesita unos fundamentos comunes. Los elegidos para gobernar son servidores de su pueblo, con el encargo de velar por su bienestar en el presente y también en el futuro. Como tales tienen que responder por las necesidades de cada uno – ¡pero no por sus deseos y caprichos! Eso es algo muy distinto y, lamentablemente, lo más común hoy en día. Se responde y se planifica para lo inmediato. Se ha perdido el espíritu de servicio, y se busca mantenerse en el poder. No sirven al pueblo, sino que se sirven del pueblo. Esto lleva necesariamente al populismo, un fenómeno que vemos hoy en día en casi todas las democracias del mundo. Muchas, de hecho, se han convertido en dictaduras donde ya no gobiernan los gobernantes, sino unos grupos de presión, unos “lobbies”, que buscan en todo su propia ventaja.
¿Cómo es posible que en Europa se molestan porque para atender la avalancha de los refugiados se necesitan 12,5 millardos de Euros anuales, mientras que al mismo tiempo las grandes empresas y los superricos evaden impuestos por 1 billón (¡1.000 millardos!) de Euros al año? ¿Donde está el pueblo que reclama esto? En Venezuela entró 15 veces más dinero de lo que fue necesario para reconstruir una Europa destruida por la segunda guerra mundial. Y eso que Venezuela no estaba destruida y, además, es mucho más pequeña que Europa. Y ¿dónde está el pueblo que reclama el destino de este dinero? De facto, no hay democracia. Hay una dictadura disfrazada de democracia. El problema, por lo tanto, no es político, sino espiritual. Sólo cuando asumimos nuestra libertad, una libertad que nos viene de Dios, y que nadie puede quitarnos, podemos asumir nuestra responsabilidad, la responsabilidad que tiene cada uno en el lugar donde esté.
Esto no significa que no participemos en elecciones, sino que no nos hagamos falsas ilusiones. Hay que hacer lo uno, sin dejar de hacer lo más importante: nuestra propia conversión – que, por cierto, va más allá de ser “un buen ciudadano”, como decía la propaganda.

13.9.15

¡Aléjate de mi vista, Satanás!

Ciertamente son palabras durísimas que usa Jesús para poner a Pedro en su sitio, y para poner las cosas claras también para nosotros. ¿Qué ha motivado esta respuesta tan tajante de Jesús?
Pedro acaba de reconocerlo como el Mesías. Pero todavía lleva en su mente las ideas equivocadas acerca de él: un hombre fuerte que iba a instaurar el Reino de Dios, la salvación, la independencia de los Romanos y otros enemigos. Entonces les ordenó que a nadie hablaran de esto (Marcos 8,30). Y comienza a identificarse con el Hijo de Hombre (Daniel 7,1-28) quien, a diferencia de las fieras que simbolizan la fuerza brutal del hombre que se impone a los demás, es presentado a Dios, y de Él recibe el Reino. Todo es obra de Dios; los planes y proyectos de los hombres fracasan, por más poderosos que parezcan, y por más miedo que infundan.
La verdadera liberación pasa por el sufrimiento, incluso por la muerte. Por eso empezó a explicarles que el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sufrir la muerte y después de tres días resucitar. Les hablaba con franqueza. Es en este momento cuando Pedro quiere enseñarle a Jesús cómo son las cosas: Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo. Mas él se volvió y, viendo a los discípulos, reprendió a Pedro: ¡Aléjate de mi vista, Satanás! Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios (Marcos 8,31-33).
Éste es el Evangelio de Jesús. No hay otra buena noticia, por más que la gente se ponga a inventar. Es la Buena Noticia que, hoy más que nunca, tenemos que proclamar ¡y vivir! También hoy en día hay sistemas que sacrifican a otros para mantenerse en el poder. La forma extrema son los comandos suicidas que matan y destruyen para que otros disfruten su poder.
Pero no hay que ir tan lejos: también en nuestra Venezuela se producen víctimas para garantizar que los poderosos continúen en el poder. Aparte de las preferencias políticas que uno pueda tener, desde nuestra fe cristiana un cosa está clara: la cruz de Cristo nos enseña que lo único que conduce a la paz, y que, por lo tanto, es profundamente cristiano, es aceptar ser la víctima, y que es anticristiano - de Satanás - hacer víctima a otro, sólo para mantener sus propios privilegios.

Es el  Niño, el Hijo de Dios, quien viene a darnos la paz que viene por el perdón de los pecados:
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque caminarás delante del Señor,
preparándole el camino;

anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará desde lo alto un amanecer
que ilumina a los que habitan en tinieblas
y en sombras de muerte,
que endereza nuestros pasos
por un camino de paz
(Lucas 1,76-79).
Dios quiere la unión que nos viene de la reconciliación e inclusión de todos. Sólo el anticristo divide y siembra odio.

5.7.15

La Verdadera Independencia

Todos queremos ser independientes, libres. Pero ¿libres de qué? El que pide la libertad se hace esclavo del que se la otorga. Nuestra libertad viene de Dios, es un don de Dios, es parte de nuestra esencia. Nadie nos la puede quitar; sólo podemos negarnos a asumirla. ¡SOMOS LIBRES!
La libertad no se pide; ¡SIMPLEMENTE SE EJERCE!
¿Por qué, en el fondo, no queremos ser libres? Porque tenemos miedo a asumir las consecuencias - que nunca haremos lo "políticamente correcto"; porque cuestionamos lo que "hace todo el mundo"; porque tocamos intereses creados. Sólo somos verdaderamente libres estando unidos a Dios.

16.5.15

Mi Audio-libro

Ya está a la venta en la Abadía de San José mi audio libro que lleva por título "María Modelo del Creyente". Es el texto del libro impreso que lleva el mismo título y que fue publicado el año pasado en Caracas por la Academia Internacional de Hagiografía.
Quiero agradecerles a todos los que han contribuido a esta publicación:
  • a Milagros Alfonzo, quien me dio la idea y me animó a esta nueva forma de apostolado.
  • a Isaura Herrera, y sus hijos Isaura, Ricardo y Leonardo, junto con la emisora Stereo 97.9 fm, que me permitieron la grabación en sus instalaciones.
  • a Luis Manuel Hernández quien hizo el trabajo técnico y de edición.
  • a Víctor Cadet, locutor, quien grabó la presentación e hizo la carátula del CD.
A todos ellos: que Dios los bendiga abundantemente.
Considero que algunas formas de venerar a María, la madre de Jesús, son distorsionadas y exageradas. En este libro presento la alternativa de una devoción profunda a la Virgen. El único que nos salva es Dios en su Hijo, Jesucristo. María nos enseña cómo aceptar esta salvación que Dios nos ofrece. No hay salvación en el culto a María, si no seguimos su ejemplo de humildad frente a Dios. Ella se vació a sí misma para poder ser llenada de Dios. A Él sea todo honor y toda gloria.
Escuchen este audio libro con una mente abierta y un corazón abierto. Y Dios los tocará y los atraerá a su corazón.

5.5.15

La Evangelización

Decía el profesor Joseph Raztinger en su artículo sobre una "Iglesia de paganos que todavía se creen cristianos": Cuanto más la iglesia pone en práctica este distanciamiento, la discreción de lo cristiano, posiblemente  en dirección al pequeño rebaño, de manera tanto más realista podrá y deberá reconocer su tarea en el  segundo nivel, el del anuncio de la fe. Si el sacramento es aquel punto donde la iglesia se cierra, y debe  cerrarse, contra la no-iglesia, entonces la palabra es la manera de extender el gesto abierto de invitación  al banquete divino (Joseph Ratzinger, 1958). Ya escribí, en una entrada anterior, sobre el primer nivel, donde la iglesia se cierra, y debe  cerrarse, contra la no-iglesia. Si no, engañamos a la gente al darles los sacramentos.
Veamos ahora el segundo nivel. Esto (la negación de los sacramentos a los que, de hecho, no creen) no debe llevar a un aislamiento como de una secta, sino que el cristiano pueda ser un hombre alegre entre hombres, simplemente otro hombre donde no puede ser otro cristiano. Se trata de anunciar el Evangelio, y eso, en primer término, por nuestro testimonio, por nuestra presencia.
Veo que, hoy en día, existe una confusión respecto a la evangelización. Como en los últimos años se ha puesto mucho énfasis en ella, se la menciona con más frecuencia. Pero muchas veces se refieren, de hecho, a la catequesis. Algunos no tienen clara la diferencia entre las dos. Mientras la evangelización es el anuncio básico de la buena noticia, la catequesis nos enseña cuales son, si la aceptamos, las consecuencias de esto para nuestra vida diaria. Un ejemplo: enseñamos en la catequesis los diez mandamientos. Pero, así, a secas, se quedan en el aire, y para muchos no tienen sentido. Porque se nos olvida de dar primero la buena noticia - que el antiguo testamento, sí, da - que Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la esclavitud de Egipto. Al escuchar esta buena noticia no percibimos los mandamientos como caprichos de Dios, sino como una orientación para vivir - y seguir viviendo - en libertad. ¡Ésta es una gran diferencia!
Jesús, en el nuevo testamento, lleva esta dinámica hasta sus últimas consecuencias. No sólo proclama la buena noticia, sino que la acompaña con hechos: sana a leprosos, devuelve la vista a los ciegos, la capacidad de oír a los sordos y el habla a los mudos. Expulsa demonios, perdona pecados y resucita muertos. Saca a la gente de su aislamiento y les devuelve su libertad de comunicarse, de vivir en su ambiente. Así facilita una experiencia y establece una relación de confianza. Eso va mucho más allá de servicios caritativos - que también son necesarios. Estas experiencias abarcan toda la persona, la re-estructuran y, de esta manera, la capacitan para responder a la voluntad de Dios. Porque su motivación ya no viene impuesta desde fuera, sino que es motivada desde dentro, desde lo íntimo de su ser.
¿Quiénes son los responsables de la evangelización? Como lo eran los apóstoles en la iglesia de los primeros tiempos, así hoy en día lo son sus sucesores, los obispos y sacerdotes. Pero, a diferencia de la iglesia antigua, hoy no se bautizan sólo adultos, sino en su gran mayoría ya los niños. El clero no puede encargarse de evangelizar a todos ellos; porque los niños viven los primeros años en el seno de su familia. Es allí donde hay que transmitirles esta misma experiencia que transmitía Jesús a la gente. La experiencia de ser aceptado y querido, de ser parte de una familia, de ser perdonado, de poder confiar, de ser tomado en serio, de recibir los estímulos necesarios para desarrollar su creatividad, de poder relacionarse con Dios.
Esta tarea tan noble parece casi imposible en nuestras familias, tan frecuentemente disfuncionales. Por eso, la pastoral familiar es un punto muy importante en la actividad de la iglesia. En Venezuela tenemos los Encuentros Familiares (efv.org.ve), una pastoral que atiende a toda la familia en sus diferentes edades y situaciones. Y, como decía el Papa Benedicto XVI, no se trata de hacer proselitismo, de ganar números, sino de atender a la gente que busca, y facilitarles el encuentro con Dios. Siempre es más cómodo quedarse en el rito, y dar los sacramentos a los que lo piden - ¡por costumbre! Pero eso, con el tiempo, aleja la gente.
Quisiera hablar de unas posibilidades de evangelización que tenemos, incluso en situaciones de la vida diaria: con frecuencia, la gente nos pide que bendigamos una medalla u otro objeto religioso. Lo más fácil es dar la bendición - y salimos de eso. Pero desde hace unos años, yo pregunto a la gente para qué quieren esta bendición. Normalmente me dicen algo como "para que Dios me proteja". Les pregunto si se confiesan y comulgan. A veces reconocen que no lo hacen. Entonces les explico que un objeto religioso no es ninguna protección si no buscan la presencia de Dios en el perdón y la comunión. Como dice un salmo: en el asilo de tu presencia los escondes. Así, al menos les dejo una inquietud. Y recuerdo casos cuando alguna gente allí mismo se confesó.
También los pido, antes de bendecir, que hagan en voz alta una oración espontánea sobre este objeto. Muchas veces ocurre que ésta es la primera vez que alguien habla personalmente con Dios, sin recurrir a fórmulas como un loro. Son ocasiones que no debemos desperdiciar. Para terminar, una anécdota: hace unos años me pidieron que bendijera una panadería. Les dije que tenía mis condiciones. "Si, Padre, ¿cuánto es?" No, nada de dinero. Pedí que en cada dependencia el encargado orara antes de la bendición. Y así pasamos por la panadería. Al llegar a un depósito, el joven encargado se negó rotundamente a orar. "¡No creo en eso!" Como yo no cedí, fue otro quien oró. Después de una semana me enteré que, la noche siguiente a la bendición, unos muchachos entraron y hurtaron mercancía - ¡justamente en el departamento del joven encargado que no quería orar! Los que nos enteramos de este incidente, no creemos en la pava, pero nos reímos del humor de Dios.

28.3.15

Abadía de San José, Semana Santa 2015

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Misa y Bendición de Ramos 10:00a.m.
Jueves Santo
Misa Vespertina de la Cena del Señor 05:00p.m.
Viernes Santo
Celebración de la Pasión y Muerte del Señor 03:00p.m.
Sábado Santo
Solemne Vigilia Pascual 09:00p.m.

Domingo de Resurrección
Misa de Resurrección 10:00a.m.


3.3.15

Sacramentos ¿para engañar?

Imagen: Internet
Casi 60 años después, la visión del joven teólogo Ratzinger (Joseph Ratzinger, Iglesia de Paganos que todavía se creen Cristianos), presentada en las dos entradas anteriores, sigue siendo un desafío para nosotros. El tiempo es apremiante; dice Ratzinger: Por supuesto, el abandono de las posiciones externas traerá también la pérdida de unas ventajas valiosas que resultan sin duda de la combinación de la iglesia con la vida pública. Se trata de un proceso que se dará con o sin el consentimiento de la iglesia y con el que, por lo tanto, tiene que sintonizar.
Que este proceso se da incluso sin el consentimiento de la iglesia, se ha visto de la manera más clara en la antigua Alemania Oriental, dominada por un gobierno de ateísmo militante que hostigaba a los seguidores de las iglesias católica y luterana. Al caer el muro de Berlín en 1989, quedaban 4% de católicos; junto con otros cristianos sumaban 14%; y 4% de ateos. El resto, 82% de la población, simplemente no tenían ninguna religión. Ahora bien, en nuestro medio, no hay persecución abierta; se le permite a cada uno ser "católico como todo el mundo". Pero eso es una contradicción. Uno sólo puede ser creyente por una decisión personal, asumiendo todas las consecuencias. Se trata entonces de desmantelar estructuras inútiles, y de ir a la esencia de lo que es nuestra fe. Por eso, quisiera enfocar más en estos tres niveles de la des-identificación del mundo de la que habla Ratzinger. Si los distinguimos claramente, nos resulta más fácil ponerla en práctica.
En este proceso necesario de la iglesia de des-identificarse del mundo - sigue diciendo Ratzinger - hay que distinguir nítidamente tres niveles:
  • el nivel sacramental,
  • el de la proclamación de la fe, y
  • el de la relación personal humana entre creyentes y no creyentes.
El nivel sacramental - y de éste quiero escribir hoy - , antiguamente delimitado por la disciplina arcana, es la esencia interior propiamente dicha de la iglesia. Hay que volver a dejar claro que los sacramentos sin fe no tienen sentido, y la iglesia, con mucho tacto y delicadeza, tendrá que renunciar a un radio de acción que, en último caso, conlleva a un auto-engaño y un engaño a la gente.
Los sacramentos sin fe no tienen sentido: En el año de 1972 participé en un curso de liturgia. Un día, el profesor nos pidió que, antes de la clase siguiente, fuéramos a la calle para entrevistar a la gente, preguntando por qué bautizaban a sus hijos. Recuerdo que entrevisté a 58 personas. De estos, 56 dieron respuestas como "para sacarle el diablo de la cabeza", "para que no sea tremendo", "porque eso se hace, es una costumbre", y cosas por el estilo. A mi pregunta qué pasaría si no bautizaran a sus hijos, la mitad de ellos dijo que no pasaría nada; para el caso sería igual. Todos estos ¡eran católicos! Los otros dos entrevistados dieron respuestas buenas, y ¡eran evangélicos!
Un auto-engaño y un engaño a la gente: Así que, con esta práctica de bautizar sin muchos requisitos, sentamos las bases para las tragedias por venir, porque ¡engañamos a la gente! No sé si hoy, 43 años después, la situación ha cambiado sustancialmente. Pero sufrimos las consecuencias de estos bautizos sin sentido y de esta sacramentalización - porque esto no se puede llamar "administración de sacramentos": ¡Cuánta gente hay hoy en día que se pregunta por qué no pueden comulgar! Les decimos porque están divorciados, vueltos a casar. Ahora, sí, les cae todo el peso de la ley, mejor dicho: de la letra de la ley. Pero, ¿qué pasó realmente? Un ejemplo:
En una familia donde son "católicos como todo el mundo" pero donde, realmente, la religión no importa, nace un hijo, y se le bautiza porque "eso se hace". Después se lo lleva a la primera comunión "para salir de eso" (En nuestra zona son cada año unos mil niños que hacen la primera comunión. Después de veinte años tendría que haber al menos veinte mil personas que asisten a misa cada domingo; sin embargo, ¡no hay rastro de ellos!). Después se lo confirma "antes del bachillerato porque después se echan a perder de toda manera" (¡Así literalmente! Yo mismo escuché hace unos años a un obispo decir eso; espero que haya cambiado de criterios). Después se casan por la iglesia, para lucirse con unas bodas solemnes. ¿La preparación? Pues, si yo estoy enamorado de una joven y quiero casarme con ella, yo me trago los requisitos que me piden, asisto a las charlas porque eso es lo que tiene que decir el cura - pero: me reservo mis criterios. Si estamos separados por viaje o por enfermedad, me consuelo con otra; si no funciona, me divorcio. Y así ocurre. Se casa otra vez, y este segundo matrimonio funciona bien; son felices. En algún momento le llega a esta persona su inquietud por la vida espiritual, y comienza un camino serio en la vida de la iglesia. Pero ¡no puede comulgar! Ahora, el Sínodo de los Obispos, por la magnitud del problema, toma cartas en el asunto para resolver este dilema. Porque es esto: un dilema, por no decir una contradicción. Por una parte, esta gente no puede comulgar porque, según los documentos, están casados en primeras nupcias; por otra parte, es ahora, después de su conversión, cuando realmente tendrían el derecho de participar plenamente en la vida sacramental de la iglesia. Resulta que - en las palabras de Ratzinger - ¡los engañamos desde el principio! Les celebramos unos sacramentos que - a lo mejor - nunca se hicieron realidad. Pero constan en unos documentos.
El verdadero problema no está en la admisión de los divorciados vueltos a casar a la comunión. Está realmente en nuestra manera de administrar, muchas veces irresponsablemente, los sacramentos. Los damos sin exigir una verdadera identificación con la iglesia, no como sociedad, sino como "grupo de los creyentes". ¿Será que estas exigencias nos llevan a un elitismo arrogante? Esta pregunta sólo tendría validez si la iglesia fuera una sociedad identificada con el mundo. Pero, precisamente al des-identificarse, no hay lugar para el elitismo. Porque "estamos en el mundo, pero no somos del mundo". Los sacramentos de iniciación son etapas en nuestro camino de identificación con el Cristo crucificado. Eso no da para ser arrogante o sentirse mejor que otro. Ratzinger habla de nuestra responsabilidad hacia los demás. Desde nuestra vida con Cristo les anunciamos la Buena Noticia de la salvación y del perdón. Además, en toda nuestra vida con Cristo tomamos también el lugar de los demás, para llevarlos a Dios. De esto escribiré en otra ocasión.

26.2.15

Iglesia de Paganos, II


Aprovecho para enviar de una vez la segunda parte de la conferencia del entonces joven teólogo Ratzinger:

Los Pocos y los Muchos

Intentaré responder a esta cuestión que hoy en día pesa fuertemente a los cristianos; lo haré indicando muy brevemente que hay un solo camino de salvación: el que pasa por Cristo. Desde el principio tiene un radio doble: se refiere a "el mundo", "los muchos" (es decir: todos); pero, a la vez, se dice que su lugar es la iglesia. Así, la esencia de este camino es una relación de "pocos" y "muchos"; el ser los unos por los otros es parte de la manera en que Dios salva - no significa el fracaso de la voluntad divina. Para comenzar, Dios escoge al pueblo de Israel de entre todos los pueblos como su pueblo elegido. ¿Acaso significa esto que sólo Israel es escogido, y los demás pueblos son desechados?
A primera vista da la impresión de que hay que entender esta yuxtaposición del pueblo elegido y los pueblos no-elegidos en un sentido estático: la yuxtaposición de dos grupos distintos. Pero pronto se manifiesta que eso no es así; porque en Cristo la yuxtaposición de Judíos y paganos adquiere una dinámica tal que también los paganos a través de su no-elección llegan a ser elegidos, sin que la elección de Israel se convierta en una ilusión, como muestra el capítulo 11 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Así vemos que Dios puede escoger a los hombres de dos maneras: la directa, o la otra, a través de su aparente rechazo. Para ser más claros: constatamos que Dios distingue en la humanidad a los "pocos" de los "muchos", una distinción que recurre a lo largo de la Escritura. Jesús da su vida en rescate por "los muchos" (Marcos 10,45); en los Judíos versus paganos, la iglesia versus no-iglesia, se repite esta división en los pocos y los muchos.
Pero Dios no divide a la humanidad en los pocos y los muchos para descartar a estos en el basurero y salvar a aquellos, tampoco para salvar a los muchos de manera fácil y a los pocos de manera complicada, sino que utiliza a los pocos como el punto de apoyo desde donde saca a los muchos de su fundamento, como la palanca con que los atrae hacia sí. Ambos tienen su lugar en el camino de salvación, que es distinto sin anular la unidad del camino. Sólo podemos comprender esta relación correctamente cuando vemos que su fundamento es la relación entre Cristo y la humanidad, el uno y los muchos. La salvación del hombre consiste en que es amado por Dios, en que su vida se encuentra, al final, en los brazos del amor infinito. Sin éste, todo lo demás le quedaría vacío. Una eternidad sin amor es el infierno, aunque no le pasara a uno nada más que eso. La salvación del hombre consiste en ser amado por Dios. Pero uno no puede reclamar un derecho a ser amado, ni siquiera por ventajas morales u otras. El amor es, en su esencia, un acto libre, o no es él mismo.
Queda, por lo tanto, esto: en la relación entre Cristo, el Uno, y nosotros, los muchos, nosotros no somos dignos de la salvación, tanto cristianos y no-cristianos, creyentes y no-creyentes, con o sin moral; realmente, nadie "merece" la salvación sino Cristo. Pero precisamente aquí ocurre el intercambio maravilloso: Los hombres, todos juntos, merecen la condena, Cristo merece la salvación - en el intercambio maravilloso ocurre lo contrario: Él solo asume toda la desgracia y, de esta manera, deja libre el lugar de la salvación para todos nosotros.

El Intercambio Maravilloso

Toda salvación que puede haber para el hombre, tiene su fundamento en este primer intercambio entre Cristo, el uno, y nosotros, los muchos, y reconocer esto es la humildad de la fe. Aquí podríamos dar el asunto por terminado; pero hay algo más: nos sorprende que además, según la voluntad de Dios, este gran misterio de tomar el lugar de otro continúa de múltiples maneras a lo largo de la historia, y encuentra su culminación y unificación en la relación entre Iglesia y No-Iglesia, entre creyentes y "paganos". El opuesto de Iglesia y No-Iglesia no significa que la una esté yuxtapuesta al lado de la otra, tampoco la una contra la otra, sino la una por la otra donde cada parte tiene su función. A los pocos, que son la iglesia, se les encarga, por la continuación de la misión de Cristo, tomar el lugar de los muchos; y la salvación de ambas se obra solamente en la relación de la una con la otra, y la subordinación de ambas bajo Cristo que tiene su lugar y abarca a ambas. Ahora bien, si la humanidad se salva porque Cristo toma su lugar y, a continuación, por la dialéctica de "pocos" y "muchos", eso significa que cada hombre, y especialmente los creyentes, tienen su función irrenunciable en el proceso total de la salvación de la humanidad. Nadie tiene derecho a decir: mira, otros se salvan sin las exigencias serias de la fe católica, entonces ¿por qué no yo también? De dónde sabes que la plena fe católica no es justamente tu misión muy necesaria que Dios te encargó por razones que no puedes regatear porque es uno de esos asuntos de los cuales dice Jesús: todavía no puedes entenderlo, sólo más tarde (vea: Juan 13,36).
Así que vale, en cuanto a los paganos modernos, que el cristiano puede estar seguro que la salvación de ellos está resguardada en la gracia de Dios de la cual depende también su propia salvación. Pero vale también que, con miras a la posible salvación de ellos, él no puede dispensarse de la seriedad de su propia existencia de creyente, sino que, al contrario, justamente la falta de fe de ellos debe serle estímulo a creer más plenamente, sabiendo que participa en la función de Cristo que toma nuestro lugar, de lo cual depende la salvación del mundo y no sólo la de los cristianos.

Sólo Dios justifica

Para terminar, quisiera precisar estos pensamientos poco más mediante una breve exégesis de dos textos de la Escritura donde se percibe una toma de posición frente a este problema.
Está, primero, este texto tan difícil donde se habla de manera especialmente clara de la oposición entre los muchos y los pocos: "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mateo 22,14). ¿Qué dice este texto? No quiere decir que muchos serán desechados, como se supone normalmente. Sólo quiere decir que hay dos maneras diferentes de cómo Dios elige. Para ser más preciso: dice claramente que hay dos actos divinos diferentes que ambos apuntan a la elección sin que se nos diga de una vez si ambos logran su fin. Pero al mirar el desarrollo de la historia de la salvación, tal como lo explica el Nuevo Testamento, se nos ilustra esta palabra del Señor: la yuxtaposición de pueblo elegido y los pueblos no elegidos se convierte en Cristo en una relación dinámica, de tal manera que los paganos, justamente a través de su no elección, llegan a ser elegidos, y también los judíos, a través de la elección de los paganos, vuelven a su elección. De tal manera, esta palabra se convierte para nosotros en una enseñanza importante.
Cuando se la plantea la pregunta por la salvación del hombre desde abajo, siempre se la plantea de manera equivocada, preguntando cómo los hombres pueden justificarse. La pregunta por la salvación de los hombres no es una cuestión de auto justificación, sino de una justificación por pura gracia de Dios. Se trata de ver las cosas desde arriba. No hay dos maneras de cómo los hombres se justifican, sino dos maneras de cómo Dios los escoge. Y estas dos maneras de elección por Dios son el único camino de salvación en Cristo y su iglesia que consiste en la relación entre los pocos y los muchos, en el servicio de los pocos cuando continúan tomando, como Cristo, el lugar de los muchos.
El otro texto es el del gran banquete (Lucas 14,16-24 y paralelos). Este Evangelio es, en primer término, en un sentido muy radical: Buena Noticia. Porque nos cuenta que, al final, el cielo será llenado con todos los que se encuentran de alguna manera, con gente totalmente indigna que, en relación al cielo, son ciegos, sordos, cojos y mendigos. Por lo tanto, un acto radical de la gracia de Dios; y ¿quién querrá decir que acaso nuestros modernos paganos europeos no podrán entrar también de esta manera con los demás? Por este texto, todos tenemos esperanza. Por otra parte: queda la seriedad. Hay un grupo de aquellos que serán rechazados para siempre. ¿Quién sabe si no hay entre estos fariseos rechazados más que uno que se creía un buen católico, pero que, en realidad, era un fariseo? Por otra parte, ¿quién sabe si entre aquellos que no aceptan la invitación no están precisamente esos europeos a quienes se les ofreció el cristianismo, pero que lo desecharon?
De esta manera, queda para todos a la vez la esperanza y la amenaza. En este punto donde se tocan la esperanza y la amenaza que redundan en la seriedad y la gran alegría de ser cristiano, el cristiano tiene que mantenerse en medio de los nuevos paganos; porque ve que están puestos, de otra manera, en la misma esperanza y amenaza, porque también para ellos no hay otra salvación que la única en que cree él: Jesucristo el Señor.