Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

12.6.11

El Misterio Pascual

Pentecostés, pintura de
Polycarp Ühlein OSB
Hoy, Domingo de Pentecostés, terminamos de celebrar la Pascua. Este misterio pascual es tan profundo que necesitamos mucho tiempo para asimilarlo.
Quisiera presentar una manera, quizá demasiado resumida, de ver este misterio:
Domingo de Resurrección: El Muerto VIVE
Ascensión: El que fue condenado es JUEZ
Pentecostés: El que está ausente, en realidad está íntimamente PRESENTE
Nunca terminaremos de comprender eso. Sólo podemos vivirlo. Que dejemos hablar el silencio.

3.6.11

La Soledad de María

Pintura de Rubens
“El ángel entró donde estaba ella”, y ella “se turbó y se preguntaba qué significaría aquel saludo” (Lucas 1,29). El mensaje que sigue rompe todos los esquemas del pensamiento humano. Debe haber sido una experiencia de soledad extrema. Para eso, tomemos en cuenta que María, al tiempo de la anunciación, era una joven, casi adolescente todavía, de un pueblo pequeño donde todos conocían a todos, y donde todo el mundo debía hacer lo que se esperaba de él. Lo vemos más tarde, cuando Jesús predica en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado; se preguntaron admirados: “¿Dónde aprendió este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María…? Y no tenían fe en él” (Marcos, 6,2-3). También Natanael pregunta a Felipe: “¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno?” (Juan 1,46). Nosotros, hoy en día, conocemos esto como “sobre-identificación con el grupo”.
María está sola con su decisión de aceptar el anuncio del Ángel. No puede esperar el apoyo de nadie, ni siquiera el de los más creyentes. Años más tarde vemos en Pedro este mismo deseo de estar acompañado. Cuando el Señor lo había invitado al seguimiento, él respondió: “Señor, y a éste, ¿qué le va a pasar? Jesús le contestó: ¿qué te importa a ti? Tú, sígueme” (Juan 21,21-22). Cuando le permitimos a Dios entrar en nuestras vidas, la soledad será nuestra parte; pero, como dicen los místicos, “una soledad acompañada”, porque muy dentro de nosotros sabemos que Dios está con nosotros. Ya no vale el “¿qué dirán?”. Él será nuestro único punto de referencia.
Me gustaría ilustrar este asunto desde otro ángulo: según Gen 3, el hombre no quiere estar solo con su pecado. Eva tomó del fruto prohibido, y le dio a Adán. Lo sabemos por observación – ¡o por experiencia! – que no nos gusta estar solos con nuestros vicios. Los alcohólicos toman juntos – y cuando lo hacen solos, se esconden, porque les da vergüenza que les vean. En Venezuela los llamamos “concañeros” (del aguardiente de caña); otros comparten cigarrillos, drogas, etc. A veces se ejerce presión para que el otro también participe en el vicio.
Uno no puede estar solo. O se identifica con su grupo, o se une a Dios. La soledad absoluta sería el infierno. Y, como la sobre-identificación con el grupo es por motivos egoístas, ésta se muere con nosotros, o con el grupo. A la larga, sólo nos salva la unión con Dios. Y ésta significa soledad. “El que no deja padre y madre…”
De esta manera, si vemos a María como imagen del creyente, uno de los criterios para ver qué tan fuerte es nuestra confianza en Dios, es nuestro amor a la soledad, y la libertad frente a las presiones de los diferentes grupos que son parte de nuestra vida: la familia, el pueblo, amistades, religión y cultura, y tantos más. Sólo si en medio de estos grupos nuestra primera lealtad es con Dios, podemos decir que somos verdaderamente libres.

2.6.11

¡No Temas, María!

La Anunciación, Ph. de Champaign
vuelto horizontal







“María se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquel” (Lucas 1,29). ¡No era para menos! Pongámonos en la situación de María: una joven adolescente oye que es “la llena de gracia”, y que “el Señor está con ella”. ¿Qué querrá decir todo eso? Además, no sabemos lo qué pasó literalmente, en el sentido de que hubiera sido posible grabarlo en un video. Pudo haber sido una aparición, o también una intuición de estas que se sabe que no son inventos de uno ni alucinaciones, sino que vienen del más allá. En todo caso, la Escritura lo llama “ángel”, es decir “mensajero” de Dios. Pero, ¿cómo sabe María que este mensajero viene de Dios, y no del maligno?
El ángel le da la respuesta: "¡No temas!" Al maligno no le interesa que estemos tranquilos y en paz. Le interesa nuestra confusión (de allí el nombre “diablo”, es decir “el que confunde”) y nuestra desorientación, para poder “pescar en río revuelto”, y “vendernos gato por liebre”. Así ya comenzó en el paraíso. Y siempre es el hombre quien pierde.
A Dios no le interesa nuestra confusión ni nuestro miedo. Él nos da tranquilidad; así nos inspira confianza. Una vez establecida esta relación de confianza con María, le dice lo que será su misión: algo inaudito que cuesta creerlo y, más todavía, aceptarlo. Pero, sabiéndose en la presencia y el amor de este Dios que le inspira confianza, es posible caminar con Él todo el trayecto, hasta el final.
Recordando que, también en este detalle, María es el arquetipo de nosotros los creyentes, nos da unas orientaciones importantes para nuestro discernimiento: Siempre cuando hay gente o situaciones que nos asustan, que nos confunden e inspiran miedo – y mantienen este miedo – no se trata de la presencia de Dios, ni de nadie que está interesado en nuestro bien. Eso pasa con frecuencia en la política donde, hoy en día, muchas veces no se nos presenta un candidato, sino que se nos “vende” la imagen de un candidato. Pasa en la vida económica donde, con mucha propaganda comercial, se desinforma de tal manera que se venden productos de por sí inútiles - y nosotros ¡los compramos!.
Por supuesto, también en la presencia de Dios y su obra podemos sentir temor. Sin embargo, Dios, a la vez nos calma y fortalece nuestra confianza en Él. Dios quiere que seamos “libres de temor” y, así, “arrancados de la mano de nuestros enemigos”, para poder “servirle en santidad y justicia” (Lucas 1,74-75).