Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

24.12.13

Adviento, Mañana Estaré



En estos días pasados hemos meditado brevemente sobre los títulos que dan la Escritura y la liturgia al Mesías esperado. A primera vista, estos títulos de Cristo parecen haber sido escogidos al azar. Y así lo creen algunos autores. Sin embargo, las primeras letras de cada título forman un acróstico que completa el mensaje de estos días. En este acróstico, el principio, la letra “S” (Sapientia - Sabiduría) del día 17, se lee como la última letra. Y viceversa: la letra del último día, la “E” (Emanuel) del día 23, se lee como la primera. De esta manera forman las palabras - en latín - "ERO CRAS": "Estaré mañana". Cristo es Principio y Fin, Alfa y Omega (Apocalipsis 2,8) y, como decimos en la vigilia pascual, al bendecir el cirio: suyo es el tiempo y la eternidad. Este mensaje coincide con la antífona del Magníficat de las primeras vísperas de Navidad: "Cuando salga el sol, verán al Rey de reyes, que viene del Padre, como el esposo sale de su cámara nupcial".
Pero, ¿qué "Rey de reyes" veremos? Es verdad, el Ángel anuncia a los pastores, miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor. Eso suena muy grande y bello. Pero, ¿cómo lo reconocerán? Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lucas 2,10-12).
¡Quién buscaría al Mesías en un Pesebre! Sólo Dios, el Ángel del Señor, puede darnos esta información. Jesús no era el tipo de mesías como lo esperaba Israel, y como todos nosotros esperamos a alguien que nos resuelva definitivamente nuestros problemas. El Mesías nació en unas circunstancias extremadamente precarias. Todos conocemos los riesgos de un embarazo, del parto, de la total dependencia de una madre durante los primeros años de vida. Precisamente por eso es el Dios-con-nosotros. Comparte con nosotros no sólo la vida, sino la precariedad de esta vida, con todos sus riesgos. El Mesías ha asumido nuestra naturaleza en absolutamente todo, menos en el pecado - como dice San Pablo.
Estas dudas quedaban cuando Jesús ya había comenzado su ministerio. El mismo Juan, su precursor que lo había bautizado, manda gente para preguntar, ¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro? (Mateo 11,3). Jesús sólo contesta con hechos, profetizados desde hace siglos, que lo identifican como Mesías. Y termina diciendo, Feliz el que no se escandaliza por mí (Mateo 11,6).
Este “Mañana” resulta ser un tiempo muy largo ya. La culpa no es de Dios. Somos nosotros que necesitamos tanto tiempo para entender y aceptar sus pensamientos y planes. Seguimos empeñados en buscar un mesías a nuestro gusto. Por eso no nos damos cuenta de que ya está. La segunda carta de San Pedro reflexiona sobre esto: Ante todo deben saber que al final de los tiempos vendrán hombres cínicos y burlones, entregados a sus apetitos, que dirán: ¿Qué ha sido de su venida prometida? Desde que murieron nuestros padres, todo sigue igual que desde el principio del mundo. Al afirmar esto, ellos no tienen en cuenta que desde antiguo existía un cielo y una tierra emergiendo del agua y consistente en medio del agua por la palabra de Dios. Y así el mundo de entonces pereció a causa del diluvio. El cielo y la tierra actuales por la misma palabra están conservados para el fuego, reservados para el día del juicio y condena de los hombres perversos. Que esto, queridos hermanos no les quede oculto: que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con estruendo, los elementos serán destruidos en llamas, la tierra con sus obras quedará consumida. Y si todo se ha de destruir de ese modo, ¡con cuánta santidad y devoción deben vivir ustedes!, esperando y apresurando la venida del día de Dios, cuando el cielo se consumirá en el fuego y los elementos se derretirán abrasados. De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperan estas cosas hagan todo lo posible para que Dios los encuentre en paz, sin mancha ni culpa (2Pedro 3,3-14).

 
Con esta reflexión termino la serie de las Grandes Antífonas. Les deseo a todos un corazón muy abierto para que puedan ver la presencia del Dios amoroso que actúa en sus vidas desde el principio, desde antes de su concepción.

23.12.13

Adviento, Emanuel


El título que recibe el Esperado en la antífona de hoy, la última de la serie, nos dice con toda claridad que Dios está con nosotros (en hebreo: "Emmanú-Él"): Oh Emanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro.
Algo más de siete siglos antes de Cristo, unas naciones vecinas se acercan a Jerusalén para conquistarla. El rey Ajaz está desconcertado, tanto que ni se atreve a pedirle una señal a Dios, como le había sugerido el profeta Isaías. Entonces, éste le dice al rey: Escucha, heredero de David: ¿No les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará una señal: Miren: la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel. (Isaías 7,13-14). Poco después, la amenaza sigue; pero el profeta está seguro de quién va a ganar: Sean crueles, pueblos, que saldrán derrotados, escúchenlo, países lejanos: ármense, que saldrán derrotados, ármense, que saldrán derrotados; hagan planes, que fracasarán; pronuncien amenazas, que no se cumplirán, porque tenemos a Emanuel, Dios con nosotros (Isaías 8,8-10).
Cuando nos sentimos a la merced de los poderes de este mundo, se nos da la seguridad de que Dios está con nosotros. Esta promesa se cumplió de manera definitiva con la entrada de Jesús en este mundo: (José) pensó abandonarla (a María) en secreto. Ya lo tenía decidido, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está embarazada, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel, que significa: Dios con nosotros (Mateo 1,20-23).
Y cuando Jesús había cumplido su misión en este mundo y estaba a punto de subir donde su Padre, dijo a sus discípulos: Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo 28,20).
San Pablo reflexiona sobre este hecho de manera más explícita: Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? Como dice el texto: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas al matadero. En todas esas circunstancias salimos más que vencedores gracias al que nos amó. Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8,31-39).
¿Qué podemos decir después de de todo esto? Creo que todos nos sentimos en un momento de nuestra vida abandonados por Dios. Por las causas que sean; porque las cosas no nos salen como queremos; porque no salimos del pecado; porque nos sentimos rechazados; porque nunca nos han hablado de Dios o, lo que es peor, nos lo han presentado de una manera distorsionada y negativa. Por eso es tan importante el anuncio de la Buena Noticia de la presencia amorosa de Dios en nuestra vida - ¡en mi vida! A partir de esta experiencia podemos comenzar a crecer, a desarrollar confianza en la vida.
Quisiera terminar las reflexiones de estos días pasados con algo que me llama la atención: hoy en día hay una corriente del feminismo que dice que la iglesia nos presenta a un Dios masculino, patriarcal, para justificar la sumisión de las mujeres. ¡Nada más equivocado! En primer término, ya en el Antiguo Testamento se habla del Espíritu de Dios. Esta palabra, en nuestros idiomas es de género masculino; pero en hebreo, la palabra "ruaj" es femenina. Dios sopló su aliento, su Espíritu, en Adán. Por su presencia continua somos "seres vivos" (Génesis 2).
Además, como hemos visto en las antífonas de estos días, Dios es un Dios presente que nos acompaña todo el tiempo. Lo relaciono con el aspecto materno de Dios. La madre es la que, normalmente, está más presente al niño. Por esta presencia, no sólo física, sino también anímica, el niño puede desarrollar una relación de confianza, no sólo con ella, sino también con otras personas, y con la realidad en general. Ya el Antiguo Testamento nos presenta a Dios como creando y organizando el mundo; porque donde hay orden, uno se siente cómodo (Génesis 1). Crea al hombre, y lo pone en un jardín (Génesis 2). Así, se asemeja a una madre que va preparando la cuna, el cuartico y la ropita del niño que está en camino. Dice el salmista: Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre (Salmo 130,2).
Es esta presencia que imploramos hoy la que nos salva. Nos salva de nuestra soledad, desconfianza, impotencia, frustración, depresión, del sin-sentido de nuestra vida.
Los días de Navidad nos invitan a dar gracias a Dios por su presencia en, y en medio de nosotros. La presencia de Dios en nuestra vida es el regalo más grande que podemos recibir.

22.12.13

Adviento, Rey de las Naciones


La antífona de hoy es un texto muy denso que hace resonar de nuevo toda una serie de citas bíblicas: Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
Comencemos por el final: Somos hombres formados del barro de la tierra, débiles y a la merced de cualquier mano fuerte que quiera formarnos según sus intereses. Pero Dios sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Génesis 2,7). Es por el aliento de Dios que no tenemos por qué estar alienados; somos su imagen y semejanza. Ésta es nuestra esencia que nadie nos puede quitar, por más que intente violentarla.
Esto nos eleva sobre los intereses inmediatos que quieren regir nuestra vida, como lo ve el profeta Daniel en una visión: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin (Daniel 7,13-14).
En Jesús, esta visión se hace realidad plena. Él viene de parte de Dios (las nubes del cielo) y, por no dejarse llevar, como Adán, por nuestras tendencias de la fragilidad humana, tiene acceso a Dios, nos abre el camino hacia Él. Es el camino doloroso que pasa por la muerte en la cruz, por el rechazo total de parte de los que se creían con la autoridad de saber quién era Dios. Cuando los hombres habían dicho la última palabra sobre Jesús, Dios mismo puso las cosas en su sitio, diciendo por su parte su última palabra. Así, Pedro dice al Sanhedrín cuando es interpelado por una sanación: Él (Jesús) es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular. (Salmo 117,22). En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados (Hechos 4,11-12).
Este Jesús, al habernos restablecido el acceso a Dios, es el único que puede unirnos en una sola comunidad, sea a nivel de familia, de iglesia, de nación, o de comunidad de naciones - ¡todas las naciones! Mientras el hombre estaba unido a Dios, el varón y la mujer se complementaban (Génesis 2); ese es el plan de Dios. Pero al haberse separado de Dios (Génesis 3), surgió la pregunta de quién tenía el poder. Patriarcado y machismo por una parte, feminismo exagerado por otra: ya conocemos las consecuencias. Es una lucha de nunca terminar. Cristo vino a establecer el matrimonio como sacramento, es decir, como una relación donde varón y mujer viven el amor de Dios como entrega "hasta el extremo". Aún hoy en día son pocos los matrimonios que lo entienden así; pero ¡son felices!
San Pablo amplía esta visión, aplicandola a la humanidad entera: Gracias a Cristo Jesús los que un tiempo estaban lejos, ahora están cerca, por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz, el que de dos pueblos hizo uno solo, derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y cláusulas, reunió los dos pueblos en su persona, creando de los dos una nueva humanidad; restableciendo la paz. Y los reconcilió con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando muerte en su persona a la hostilidad. Vino y anunció la paz a ustedes, los que estaban lejos y la paz a aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. De modo que ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los consagrados y de la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo el edificio bien trabado crece hasta ser santuario consagrado al Señor, por él ustedes entran con los demás en la construcción para ser morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2,13-22). Con tanta división que hay dentro de una misma nación, y a nivel mundial entre las naciones: no hay hostigamiento ni presiones ni guerras que puedan unir a las naciones permanentemente, sin que quede la sed de venganza de los que se sienten sometidos. Sólo Cristo nos da una paz duradera.

21.12.13

Adviento, Sol Naciente

El tema de "tinieblas y sombra de muerte" es un tema central en estas antífonas. De nuevo, la de hoy nos habla de él: Oh Sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven a iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte.
La antífona alude a un texto de Isaías: Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la cárcel a los que habitan en tinieblas (Isaías 42,6-7).
En el Nuevo Testamento nos dice Lucas: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de paz (Lucas 1,78s).
Entre otros signos, Jesús devuelve la vista a los ciegos. No se trata solamente una curación física, sino que apunta a una realidad espiritual. En el Evangelio de Juan, Jesús dice: He venido a este mundo para un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos. Algunos fariseos que se encontraban con él preguntaron: Y nosotros, ¿estamos ciegos? Les respondió Jesús: Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero, como dicen que ven, su pecado permanece. (Juan 9,39-41).
El Papa Benedicto XVI nos dice: Para configurarnos con Cristo se requiere que nos distanciemos de lo que todos piensan y quieren, que abandonemos los criterios que intentan dominarnos. Así encontraremos la luz de la verdad de nuestro ser, y con Él llegaremos al camino recto. (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol. III, Los Evangelios de la Infancia). No podemos ver la realidad como es, mientras nos ponemos lentes del color de los criterios de nuestro ambiente. Sólo Cristo, que ha pasado a través de la muerte a la resurrección, conoce toda la realidad.
Por eso, su luz es también un juicio. Porque nos obliga a ver la realidad tal como es, sin maquillaje. El P. Thomas Keating compara esta luz con la iluminación en una habitación: con poca iluminación nos parece bastante limpia. Pero, a medida que aumenta la luminosidad, detallamos siempre más polvo, suciedad y hasta animalitos. Llama la atención que especialmente en el Evangelio de Juan se hace mucho énfasis en este aspecto. Mucha gente se encuentra con Jesús, con el resultado de que se ve obligada a tomar una decisión, o en contra o en favor de Él. Pero nadie puede quedarse "neutro". Lo vemos de manera muy densa al final de la catequesis en Cafarnaum: Muchos de los discípulos que lo oyeron comentaban:  "Este discurso es bien duro: ¿quién podrá escucharlo? "... Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él.  Así que Jesús dijo a los Doce:  "¿También ustedes quieren abandonarme?"  Simón Pedro le contestó:  "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y  reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios" (Juan 6,60.66-69).
Desde otro ángulo, la luz se relaciona también con una información completa. No se puede manipular a alguien que tiene toda la información, y que se conoce a sí mismo. Por eso, las dictaduras y los grupos de presión están interesados en mantenernos mal informados, o nos dan sólamente una información distorsionada. Así pueden dominar a la gente, o venderles los productos que nadie necesita, pero que enriquezen a los productores. Sabemos que, con una malinformación cuidadosamente planificada por los interesados, se han justificado guerras, o medidas económicas dañinas para una mayoría, y provechosas sólo para unos pocos. Por algo será que tratan de silenciar a la prensa, que matan a periodistas cuando descubren escándalos de gente poderosa. Por no hablar de la persecusión que se le monta a la iglesia, de manera abierta o solapada. A nivel mundial hay una tendencia y unos esfuerzos por silenciarla, o por desacreditarla, para desvirtuar su palabra. Porque para gente que huye de la luz para que sus obras no sean vistas, la luz de Cristo es un juicio.
Hoy le pedimos al Señor que venga a iluminarnos, a sacarnos de nuestras propias tinieblas, y a salvarnos del ambiente de mentiras que nos rodea. Esta súplica será sincera y será escuchada en la medida en que estemos dispuestos a ver nuestra realidad, aunque duela al comienzo. Necesitamos ser liberados de nuestra ceguera y miopía espiritual.

20.12.13

Adviento, Llave de David


La antífona de hoy reza: Oh llave de David y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte.
La antífona hace resonar un texto del profenta Isaías: Le pondré en el hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a su familia... Te he defendido y constituido alianza del pueblo para decir a los cautivos: Salgan; a los que están en tinieblas: Vengan a la luz (Isaías 22,22-23; 49,8-9). Pero también en el Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis, tenemos un texto que amplía al anterior: Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escríbele: Esto dice el Santo, el que dice la verdad, el que tiene la llave de David; el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir: Conozco tus obras. Mira, te he puesto delante una puerta abierta que nadie puede cerrar. Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has renegado de mí (Apocalipsis 3,7-8).
¡Cuantas veces nos encontramos con puertas cerradas en nuestra vida! Y eso no sólo en asuntos pasajeros, donde nos recuperamos pronto. Ocurre también en búsquedas de largos años que nunca damos en el blanco; no encontramos lo que buscamos; no tenemos éxito. Al contrario, sufrimos un fracaso tras otro. Somos como un insecto que busca salir de la habitación, pero se estrella una y otra vez contra el vidrio de la ventana. No se da cuenta de que la otra parte de la ventana está abierta. Así somos a veces nosotros: nos enfrascamos en buscar una salida, un nuevo horizonte, donde no lo hay.
Lo peor de todo: creemos que tenemos que solucionar todo por nuestras propias fuerzas, sin ayuda de nadie. Somos cautivos de nuestra ignorancia, pero también de nuestro orgullo que no busca otra luz que la suya propia - que es: ¡tinieblas! En situaciones extremas, esto puede llevar a la gente al suicidio, una verdadera sombra de muerte. Nos olvidamos que es Dios quien nos cierra las puertas que no nos llevan a ninguna parte, hasta que descubramos la puerta que Él nos mantiene abierta, y donde encontramos los dones que Él ha preparado para nosotros.
En esta antífona le suplicamos al Señor que nos libere de nuestra ignorancia, de nuestras frustraciones y depresiones, de la falta de sentido en nuestras vidas, y nos saque a la libertad que nos da la luz de su conocimiento. Le pedimos un corazón ensanchado que pueda vivir con alegría, para contagiar esta alegría a los demás.

19.12.13

Adviento, Raíz de Jesé


Hoy, de nuevo, el tema de la liberación: Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.
Respecto a este retoño, o renuevo, nos dice el profeta Isaías: Retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago sobre el cual se posará el Espíritu del Señor... Aquel día la raíz de Jesé se levantará como una bandera para los pueblos: a ella acudirán las naciones y será gloriosa su morada (Isaías 11,1-2.10.12).
Según Benedicto XVI, la palabra “cepa, retoño o renuevo” (en hebreo “nézer”) recuerda la palabra “Nazoreo” que el NT aplica a Jesús (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol. III, los Evangelios de la Infancia). En todo caso, el mismo Jesús dice en la sinagoga de Nazaret que El "Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres"... Él empezó diciéndoles: "Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura" (Lucas 4,18-21).
Usando la imagen de la bandera, Jesús dice: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna (Juan 3,14-15). Y: Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo será expulsado. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Juan 12,31-32).
Parece una paradoja que el más despreciado, el crucificado, atrajera a todos hacia sí. Pero esas son las paradojas de Dios. Históricamente, podemos observar una cosa: después del colapso del imperio romano, y por la migración de pueblos enteros, Europa quedó sumida en un gran caos, con muchas guerras. En aquella época fue solamente la iglesia con el mensaje de Cristo, que era reconocida como una autoridad moral y un punto de referencia. Esto permitió que la iglesia, a través de los monjes, pudiera transmitir a las naciones nuevas que se estaban formando, el Evangelio, junto con lo mejor de la cultura greco-romana. Así se fundaron la cultura y la civilización europea. Incluso, todavía hace unos 500 años, la iglesia era reconocida como árbitro en discusiones internacionales. Así fue la precursora de lo que hoy conocemos como la Corte Internacional de La Haya.
Pero la autoridad de la iglesia no es en primer término política, sino espiritual. Porque, si lo espiritual no funciona, lo político tampoco lo puede. Sabemos que en el mundo de hoy hay una gran falta de espiritualidad. Algunos descubren esta circunstancia como una oportunidad, para hacer de la espiritualidad un mercado. Hay muchas ofertas en este campo, muchas de ellas engañosas y hasta criminales.
Tenemos que volver a nuestras raíces, a pesar de que la iglesia sigue siendo muchas veces una "que clama en el desierto". Los intereses de grupos e indiviuos no quieren permitir que se oiga su voz, o intentan distorsionarla. Con la consecuencia de que el mundo está cerca de una catástrofe que no podemos - ni queremos - imaginarnos.
Es en esta situación que suplicamos "¡ven Señor, y no tardes más!" De nuevo: Adviento es un tiempo de espera, de paciencia. Tenemos que estar conscientes de la magnitud y gravedad de la situación en que estamos, y de la absoluta imposibilidad de resolverla por nuestras propias fuerzas. Debemos reconocer nuestra impotencia, para que Dios manifieste su poder de liberarnos del desgobierno y del caos en que estamos sumidos.

18.12.13

Adviento, Adonai


La antífona de hoy: Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo.
Dios se reveló a Moisés en el desierto como YHWH, un nombre que se puede traducir como “Soy el que está”. Pero, por respeto, no se debía pronunciar este nombre. En la lectura de un texto de la escritura, en vez de YHWH, se pronunciaba la palabra “Adonai” - mi Señor.
El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel... La queja de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora, anda, que te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas (Éxodo 3,7-10).
A lo largo de los siglos, los Israelitas aprendieron por experiencias sucesivas que su Dios no era una idea o una proyección de sus deseos y carencias, sino alguien que se interesaba por ellos y que había “bajado a vivir” con ellos. Que era alguien más poderoso que el Faraón de Egipto y todos los poderes habidos y por haber. Por lo tanto, su Dios era un Dios digno de confianza.
Moisés habló a todo el pueblo de Israel y le dijo: escucharás la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley; porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; el mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. ¡Cúmplelo! (Deuteronomio 30,10a.11.14).
Cuando comenzaron las traducciones griegas del Antiguo Testamento, la palabra “Adonai” se traducía al griego con la palabra “Kyrios” - Señor. Éste es también el título de Jesús en el Nuevo Testamento, consecuencia de la tradición judía, donde era un título divino. Pero, también el emperador romano llevaba el título “kyrios”. Los cristianos respetaban al emperador; pero su Kyrios, su único Señor, era Jesús. Eso llevaba a situaciones donde uno tenía que escoger entre uno y otro Señor (“No se puede servir a dos señores”). Fue una causa, quizá la principal, de las persecuciones de los cristianos.
Los poderes de este mundo van a lo suyo, luchan por sus intereses. Eso incluye siempre cierta falta de libertad, que resulta en opresión y esclavitud. No se trata necesariamente de la dictadura de un individuo; puede ser también la dictadura del ambiente que nos rodea, y donde unos grupos de presión, de manera muy solapada, quieren obligarnos a actuar contra nuestra consciencia. En este sentido, también la democracia puede apoyarse en la dictadura de una mayoría cuidadosamente manipulada por algunos grupos de intereses. En lo económico, millones de personas sufren las consecuencias, muchas veces mortales, de un capitalismo desenfrenado, que no es otra cosa que la ley del más fuerte.
Todo esto nos rodea hoy en día. Se nos plantea la pregunta, ¿a quién le sirvo realmente? A la hora de la verdad, ¿de dónde saco yo mis criterios? ¿A quién le debo lealtad? ¿Cuál es mi única lealtad a la que someto todas las demás lealtades?
El texto siguiente relaciona los mandatos del Señor con la sabiduría. Moisés dijo al pueblo: los mandatos y decretos del Señor serán su prudencia y sabiduría ante los demás pueblos, que al oír estos mandatos comentarán: ¡Qué pueblo tan sabio y prudente es esa gran nación! Porque, ¿qué nación grande tiene un dios tan cercano como nuestro Dios, que cuando lo invocamos siempre está cerca? (Deuteronomio 4,5-7). La pregunta, entonces, es si los mandatos, las leyes, sirven a unos intereses ajenos a mí, si incluso me causan daño, o si son – como en el caso de los mantamientos de Dios – para mi bien definitivo. En todo caso, el único que puede liberarnos es Dios. Él actuará cuando nosotros renunciamos a la violencia. - Pero: ¡actuará según SU cronograma!

17.12.13

Adviento, Sabiduría

El texto de la antífona del día 17 de diciembre reza: Oh Sabiduría (en latín: Sapientia), que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
A partir de la ocupación griega, un poco más de 300 años antes de Cristo, el pueblo de Israel tuvo que enfrentarse a una cultura y filosofía muy desarrolladas, pero ajenas a su fe. Desde su fe en el único Dios verdadero surgen a partir de aquella época los escritos sapienciales que recogen la sabiduría de las generaciones anteriores que se remonta hasta Salomón. Pero también aparecen textos nuevos donde la sabiduría se muestra incluso como un atributo personificado de Dios. El libro de la Sabiduría fue escrito pocos decenios antes o, quizá, al mismo tiempo de Jesús. Veamos un párrafo de este libro:
(La Sabiduría) es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la Sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones, comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la Sabiduría no la puede el mal. Se despliega con vigor de un extremo a otro y gobierna el universo con acierto (Sab 7,26-8,1). Ella dice de sí  misma en el libro de los Proverbios: Mi delicia es estar con los hijos de los hombres (Proverbios 8,31). No hace falta mucha fantasía para ver que se pueden aplicar estos atributos a Cristo, imagen perfecta de Dios, que rige el universo.
En el Nuevo Testamento San Pablo nos habla de la sabiduría de Jesús que se manifiesta en la cruz: Proponemos la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, la que Él preparó desde antiguo para nuestra gloria. Ningún príncipe de este mundo la conoció: porque de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria. Pero, como está escrito: Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman. A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu... El hombre puramente natural no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, porque le parece una locura; y tampoco puede entenderlo, porque para eso se necesita un criterio espiritual. En cambio el hombre espiritual puede juzgarlo todo y a él nadie lo puede juzgar. Porque, ¿quién conoce la mente del Señor para darle lecciones? Pero nosotros poseemos el pensamiento de Cristo. (1Corintios 2,7-10a.14-16).
La sabiduría es inteligencia. Pero ésta, si se usa solamente para fines egoistas, se manifiesta como astucia. Recordemos que la serpiente en el paraíso es descrita como el animal más astuto. Sin embargo, la astucia sólo es capaz de conseguir éxitos inmediatos. Aunque planifique muy bien – si no toma en cuenta a Dios, a la larga se llevará todas las de perder. Recordemos que la serpiente no ve mucho más allá de sus narices. Cuando la inteligencia toma en cuenta a Dios, cuando se usa para servirle a Él, para consentir y participar en SU acción, entonces se manifiesta como sabiduría. Abarca no sólo los aspectos inmediatos e intramundanos, sino que ve más allá de esta vida; se deja guiar por el Espíritu de Dios.
Esta sabiduría ordena todo con firmeza y suavidad. Firmeza porque Dios no cambia cada rato de parecer; de hecho, no cambia nunca, es fiel a sí mismo. La dictadura del relativismo se estrella contra esta firmeza de Dios. A la vez, la sabiduría ordena todo con suavidad. Porque Dios invita, pero no obliga a nadie. Tiene paciencia con nosotros. Es tan suave que parece ser el perdedor. Pero, precisamente en la  pérdida aparente sale ganando. La cruz y la resurrección son el ejemplo más claro de esta dinámica.
Tenemos un ejemplo de esta suavidad al final del sermón de la montaña: Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible. (Mateo 7,24-27). Jesús no habla de castigos, sino de las consecuencias de lo que hace el hombre. Las cosas simplemente ocurren; hay que ser precavido. Es el tema constante de la sabiduría: el hombre prudente y el hombre necio; las diez vírgenes, cinco de ellas prudentes, previsoras, y cinco necias.
Le pedimos a esta sabiduría que nos muestre el camino de la salvación. Un camino de firmeza, fidelidad en nuestra relación personal con Dios, para quedarnos con Él como el árbol plantado al lado de la acequia (Salmo 1). Y un camino de suavidad porque nos invita a la paciencia. Como Él tiene paciencia con nosotros, que la tengamos también con nosotros mismos, y con nuestros semejantes. El que actúa es Dios. Nosotros siempre estamos tentados a imponer nuestra solución por la vía rápida y con violencia – terminando en otro egoísmo más. 
Dichoso el hombre que alcanza sabiduría,
el hombre que adquiere inteligencia:
es mejor mercancía que la plata,
produce más rentas que el oro,
es más valiosa que los corales,
no se le compara joya alguna

(Proverbios 3,13-14).

16.12.13

Adviento, Las Grandes Antífonas

En nuestro medio comienzan el día 16 de diciembre la misas de aguinaldo. Se celebran como una octava prenavideña que expresa la espera del nacimiento de Jesús. Sin embargo, desde tiempos antiquísimos, la iglesia expresa esta misma espera cada día mediante las antífonas del magníficat que se cantan hacia el final de las vísperas. Por su solemnidad e importancia (en algunas iglesias se tocan las campanas durante este canto) se llaman también las Grandes Antífonas, o “Antifonas O”, porque todas comienzan con esta exclamación y expresión de maravilla: ¡Oh!. En nuestro alfabeto la letra O refleja incluso una boca abierta como, cuando por la sorpresa, estamos respirando profundo. O cuando en un primer momento, no sabemos qué decir, y nos quedamos “boquiabiertos”. Es la sorpresa y maravilla ante la magnitud de lo que nos anuncian los profetas. En forma de la estructura clásica de una oración, las siete antífonas (que se cantan del día 17 al 23) nos presentan en la advocación un título que el Antiguo Testamento le da al Mesías esperado; sigue una breve ponderación de las implicaciones de este título; y termina con la súplica ¡Ven! para librarnos de un mal determinado. Así, las antífonas nos van acercando al misterio de la venida del Señor.
Según el párroco Ludger M. Reichert, estas antífonas son obras maestras del arte cristiano de la antigüedad tardía. Parece que se remontan al siglo 6; los primeros escritos datan del siglo 7.
Según D. Trautner y T. Schnitzler, también hay datos históricos interesantes que pudieron haber influído en su difusión: en 799 el Papa León III fue asaltado y golpeado, y tuvo que huir a Paderborn, Alemania, para ponerse bajo la protección del emperador Carlo Magno. En 846, los Saracenos ocuparon el suburbio de San Pedro en Roma, lo saquearon y lo destruyeron. Ya antes, en 732, los Árabes, musulmanes, habían estado cerca de Poitiers, no muy lejos de París. Por lo tanto, la iglesia siempre ha estado en una situación de expectativa de la ayuda de Dios, o incluso de su venida.
Sigue el texto de las siete antífonas (entre paréntesis, con el título en latín):
17:  Oh Sabiduría (Sapientia), que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
18:  Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo.
19:  Oh Renuevo del tronco de Jesé (Radix Jesse), que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más.
20:  Oh llave de David (Clavis David) y cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte.
21:  Oh Sol (Oriens) que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven a iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte.
22:  Oh Rey de las naciones (Rex Gentium) y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
23:  O Emanuel (Emmanuel), rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro.
Durante los días siguientes meditaremos sobre cada una en particular, para terminar el día 24 con unas consideraciones finales, para las cuales necesitamos los títulos en latín.

13.12.13

Santa Odilia


Santa Odilia
En la Congregación Benedictina de Santa Otilia celebramos hoy la solemnidad de nuestra patrona. Por eso publico en este blog la segunda lectura del oficio de vigilias, que es una meditación sobre la Santa y sobre nuestra espiritualidad benedictino-misionera.
Cuando en el año 1887 la recién fundada asociación benedictino-misionera se estableció en Emming, la capilla de Sta. Otilia, que allí se levantaba, no sólo le prestó el nombre, sino que también le indicó el camino de su futura misión. El lema de la Congregación “LUMEN CAECIS” (luz para los ciegos), tomado prestado del himno mariano “Ave Maris Stella”, encuentra en la vida y en el ejemplo de esta santa su primera y clara confirmación.
Odilia (“la pequeña joya”) nació alrededor del año 660 y murió en el año 720. Los monasterios de Odilienberg y de Niedermünster en Alsacia le atribuyen su fundación. Su detallada biografía, que data del siglo X, contiene rasgos marcadamente legendarios.
Cuenta la leyenda que Odilia nació ciega y que por esta razón fue repudiada por su padre. Una criada, que se hizo cargo de la criatura, la llevó a un monasterio, considerando que éste era un escondite seguro para la pequeña. En dicho lugar, mientras era bautizada, Odilia recibió el don de la vista.
Si nos preguntamos ahora por el verdadero trasfondo de esta tradición, nos encontramos en primer lugar con la razón de ser de la ceguera, la cual no se refiere únicamente a la falta de visión corporal, sino también y de manera general a la condición misma del hombre, motivada por el mal, la enfermedad y el pecado. Ciego es todo aquel que manifiesta una relación perturbada con la verdad y la realidad de su vida, de su corazón y de las cosas creadas. La mirada del ciego sólo se fija en lo superficial, en lo aparencial. No es capaz de penetrar en la realidad de Dios, como centro de todo y de cada individuo en particular. En este sentido, es sobre todo la falta de fe o una fe debilitada lo que hace ciego al hombre. Significativos representantes de esta situación son todos aquellos ciegos a los que Jesús, según nos refieren los Evangelios, curó. En ellos se evidencia al mismo tiempo cómo el estado de necesidad causado por la ceguera los ha preparado para la recepción de la luz.
Con relación a la luz, nos encontramos con otro impulso importante que emana de la figura de Santa Odilia. La imagen de la luz hace referencia a uno de esos símbolos primordiales mediante los cuales el Señor mismo describe su misterio. Como “Luz del mundo”, Jesús es aquel que hace brillar la verdad de Dios, del amor y de la vida, aquel que trae el mensaje de la luz al mundo y obliga a este último a tomar una decisión. Quien se acerca a Él se acerca al fuego y recibe del Espíritu unos “ojos del corazón” iluminados. Con la luz, que es Jesucristo y de la cual Él mismo es el portador, se le concede al creyente una nueva visión, una nueva manera de ver, que le capacita para un conocimiento más profundo de la realidad. La fe otorga al hombre unos ojos nuevos, enseñándole a contemplar toda su existencia, así como a las personas y a las cosas, desde una luz distinta de la habitual. Esta cualidad la recibe el hombre de Dios mismo, el cual es Luz por esencia. Quien tiene que vérselas con Él es trasladado en cierto modo desde las tinieblas a la luz. Siempre que de esta manera los ojos llegan a abrirse y a ver, tiene lugar la Pascua, acontece la conversión y la resurrección. A los ojos que ven se les abren las puertas que conducen a la vida.
La leyenda de Santa Odilia relaciona este acontecimiento de la antigua tradición cristiana con el Bautismo como Iluminacion. Lo cual quiere decir que en el Bautismo se nos otorgan los ojos pascuales de la fe, mediante los cuales podemos contemplar a Dios en el hombre y al hombre en Dios.
Est energía pascual de unos ojos iluminados por la fe nos empuja a llevar el mensaje de la luz a todos aquellos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte.