Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

24.3.21

Concebido por el Espíritu Santo

 


Dios se hace hombre. Él toma la iniciativa. Entra, sin más, en la vida de una joven, y le dice simplemente lo que va a pasar. María no tiene ni la menor idea de cómo será esto. Pero deja entrever que está dispuesta a colaborar. Después de haber oído la aclaración, ella da su consentimiento. El resto será obra de Dios, por el Espíritu Santo.

El Cristo resucitado quiere seguir presente entre los hombres, quiere seguir actuando, no sólo en su iglesia en general, sino en cada uno de nosotros. ¿Cómo será esto? A veces pensamos que todo esto requiere un esfuerzo enorme; algunos dicen que tenemos que “construir el Reino de Dios”, pero nos sentimos impotentes. Y ¡lo somos!

Todo lo que se nos pide es, que consintamos a la acción de Dios en nuestras vidas. Eso no es irresponsabilidad o flojera de nuestra parte. Al contrario, vemos que María, como madre de un niño, tenía bastante que hacer. No es que no trabajemos, sino que pongamos nuestro trabajo al servicio de los designios de Dios.

Normalmente tenemos nuestros propios planes. Confundimos el trabajo con el control. Dios nos deja el trabajo, pero Él quiere el control. Esto requiere humildad y espíritu de servicio – virtudes que no están muy de moda. Pero, al consentir a la acción de Dios, nos damos cuenta de que las cosas ya no se hacen cuesta arriba sino que, a pesar de muchos problemas, todo comienza a fluir. Y lo que hacemos, quizá no es vistoso, pero es grande y duradero, porque es obra de Dios.

11.3.21

El camino hacia el amor III


Tenemos muchas formas que nos dificultan aceptar el amor de Dios. Una de ellas es el énfasis excesivo en los mandamientos, el legalismo. Al fin y al cabo, desde pequeños oímos hablar de los 10 mandamientos en el catecismo. Cuando crecemos y nos convertimos en adultos, nos preguntamos quién es el que quiere decirnos lo que tenemos que hacer. Creemos que nosotros mismos tenemos suficiente criterio para saber lo que está bien y lo que está mal. Desgraciadamente, los mandamientos se han utilizado a menudo para causarnos miedo, para hacernos sumisos. Hoy en día, esto se llama "abuso espiritual".

Pero lamentablemente, por la razón que sea, una frase importante ha sido silenciada en esta tradición. Porque antes de que Dios diera sus mandamientos por medio de Moisés, se presenta a sí mismo: Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la casa de la esclavitud (Deuteronomio 5,6). Dice primero quién es, y recuerda a su pueblo que lo había sacado de la esclavitud y lo había llevado a la libertad. Esto promueve la confianza y los motiva a obedecer los mandamientos. Sólo cuando se ha despertado esta confianza siguen los diez mandamientos (Deuteronomio 5:7-21).

Por eso, si queremos abrazar el amor de Dios, sería útil, por ejemplo, que en la oración al final del día, en lugar de limitarnos a hacer un examen de conciencia, repasáramos también el día, para ver dónde en el día de hoy ha hecho Dios algo bueno por nosotros a través de otros, dónde nos ha fortalecido en una dificultad, y que le diéramos las gracias por ello. Esta actitud positiva y de gratitud agudiza nuestra percepción del amor omnipresente de Dios en nuestra vida cotidiana.

8.3.21

El camino hacia el amor II (revisado y ampliado)

Otra cosa que nos impide una relación adecuada con Dios es que – como buenos hijos de nuestra cultura occidental – tratamos de entender quién es Dios; tratamos de definirlo. Esto es el error más grande. Ya Dios mismo dijo a Moisés que no nos hiciéramos ninguna imagen de Él. Entonces ¿qué hacemos?


A quí es donde realmente necesitamos un cambio de nuestra manera de pensar. Quiero intentarlo recurriendo a una experiencia que tuvimos todos: el Niño Jesús. Cuando éramos niños, todos nos alegrábamos por los regalos que nos traía el Niño Jesús. Nadie lo había visto jamás. ¡Pero allí estaban los regalos! Estos eran la señal de que alguien nos amaba, nos recordaba, y nos daba algo que nos alegraba, y muchas veces era también algo útil. Lo que contaba para nosotros era la expectativa
, la experiencia de ser amados y, después, la gratitud.

Más tarde, por supuesto, nos dimos cuenta de que “no existe el niño Jesús”. Eran nuestros papás y otra gente buena que ponían los regalos bajo el árbol de navidad. Pero, al pasar los años, nos dimos cuenta de que, sí, hay un Niño Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre por amor a nosotros los hombres. En Él podemos tocar, experimentar, el amor de Dios. Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos... Lo que vimos y oímos se lo anunciamos también a ustedes (1Juan 1,1-3). El amor de Dios es una experiencia; la hacemos con nuestros sentidos, con nuestro cuerpo. Lo experimentamos cuando somos amados por otros. Y, como siempre transmitimos inconscientemente lo que hemos experimentado cuando éramos niños, es de suma importancia que aceptemos el amor en nuestra vida, para poder transmitirlo a los demás. Porque si no, siempre transmitiremos nuestras carencias afectivas y nuestras heridas

¿No será ésta una mejor actitud de relacionarse con Dios? Esperemos confiados lo necesario de su mano. Y seamos agradecidos. Con aquel que no conocemos de vista pero, sí, por experiencia. Lo importante no es saber que, teóricamente, existe un dios. Lo que nos afecta positivamente, lo que nos salva, es que nos relacionemos con este Dios en confianza y gratitud. Entonces entraremos en una relación siempre más profunda con Él, y descubriremos siempre más quiénes somos, y cuál es nuestra misión en esta vida.