Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

24.12.17

La Palabra se hizo Carne


A veces la gente dice que en Navidad celebramos el cumple-años del Niño Jesús. Lo harán con buenas intencio-nes, pero esta expresión falsifica peligrosamente el sentido de esta fiesta. Porque si celebramos solamente el cumpleaños de Jesús, nos fijamos en un asunto del pasado que no nos afecta mucho, porque solamente nos causa una alegría momentánea.
Lo que celebramos realmente en Navidad es algo mucho más profundo e importante: celebramos litúrgicamente un hecho que afecta toda nuestra vida personal, nuestra existencia.
Navidad es algo que ocurre hoy, en mí.
Ya lo dijo el místico Angelus Silesius (1624 - 1677) en una ocasión, aunque Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, habrá nacido en vano.
Y, unos siglos antes, san Bernardo de Claraval (1090 - 1153) escribe en un sermón en el Adviento del Señor, que sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia... Aquéllas son visibles, pero ésta no... La intermedia... es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan...
Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama -nos dice- guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. Más claro todavía expresa esto mismo el libro del apocalipsis: Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Apocalipsis 3,20). En ambos textos se habla de intimidad con Dios, de la inhabitación de Él en nosotros.
¿De qué sirve entonces hacer pesebres, si no dejamos entrar a Jesús en nuestro corazón?
Fijémonos en este aspecto: ¿Cómo podemos dejarlo entrar en nuestro corazón? Vamos por partes: Muchas veces creemos saber cómo es Dios. Pero San Juan es tajante: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros... Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, él nos lo dio a conocer (Juan 1,14.18). Tenemos que deshacernos de nuestros conceptos filosóficos de Dios. La única manera de hablar de Él es dando testimonio de nuestra experiencia. Sólo si miramos a este hombre, Jesús, podemos ver quién es Dios y cómo actúa. Él es reflejo de su gloria, la imagen misma de lo que Dios es (Hebreos 1,3).
El evangelio nos cuenta muchos detalles sobre la vida y actividad de Jesús: sus palabras, sus portentos y sanaciones; incluso resucitó muertos. En medio de esta multitud de información nos olvidamos a veces de lo esencial, de lo que le movió a hablar y actuar como lo hacía. Pero el nuevo testamento nos da pistas para encontrar este punto. En la anunciación a José en el evangelio de Mateo, el ángel le dice: María dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1,21). También en el evangelio de Juan, el Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1,29). Éste es el centro de todo el evangelio: volver a relacionar al hombre con Dios, dejándole toda la libertad para aceptar esta invitación o no. Si miramos alrededor, y quizá dentro de nosotros mismos, constatamos que podemos resolver muchos problemas. Pero no podemos con el pecado; no sabemos a dónde ir. También los sicólogos se dan cuenta de eso. Lo que necesita la gente muchas veces va más allá de consultas sicológicas: es el perdón que los acepte como son, con todo su pasado, que los reintegre de lleno con Dios, consigo mismos, y con los demás. Porque el pecado es una separación de nuestra esencia, algo que nos lleva a escondernos porque no aguantamos la soledad absoluta. Y nos lleva también a lavarnos las manos echando la culpa a los demás. De esto nos vino a salvar Jesús. Así como los hijos de una familia tienen una misma carne y sangre, también Jesús participó de esa condición, para anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir, al diablo, y para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasan la vida como esclavos (Hebreos 2,14-15). Y yo creo que no habla sólo de la muerte física, sino de la MUERTE, la aniquilación, del sentirse una nada, del sentirse inaceptable.
Por eso el perdón es parte del amor de Dios. No se trata de una fría declaración judicial absolutoria, sino de saberse amado, aceptado, reintegrado - como lo vemos en la parábola del hijo pródigo. Para eso, Jesús se hizo uno de nosotros, nos quitó el miedo, rebajándose al nivel más bajo, para inspirarnos desde allí confianza y, de esta manera, manifestarnos el amor y el perdón de Dios.
Éste fue el testimonio de los primeros cristianos: ¡Miren cómo se aman! decía la gente de ellos. Somos templo del Espíritu Santo, lugar de la presencia de Dios, y de su acción, que es su amor y su perdón.
La práctica fiel de la oración centrante es una práctica de dejarse transformar progresivamente en la presencia de Dios. Esto no tiene nada que ver con la Nueva Era que nos dice que, con suficiente esfuerzo, llegaremos a ser Dios. Al contrario, es precisamente vaciándonos, que nos preparamos para que Dios nos llene con su presencia y sus dones.

10.12.17

Venga a Nosotros tu Reino


Iglesia Abacial de Sta. Otilia
Corona de Adviento
En la liturgia celebramos todo un ciclo navideño que dura varias semanas. Desde hace unos años para acá, el ambiente que nos rodea se ha dado a hablar de "fiestas decembrinas", o "fiestas de fin de año". De esta manera se evita que se recuerde la razón de ser de estas fiestas: la navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, la manifestación de Dios hecho hombre en este mundo y en nuestras vidas. La temporada del adviento ya no tiene cabida en esta visión. Las semanas antes de navidad se convierten en un tiempo estresante para hacer las compras que se consideren necesarias.
Pero si hacemos las cosas como nos enseña nuestra fe, damos a cada aspecto su propia importancia. Comenzamos con el adviento, pasamos por el nacimiento y la manifestación del Señor, y terminamos con el bautismo de Jesús. En adviento celebramos nuestra esperanza de que Dios llegará a visitarnos. Esta llegada es muy diferente de lo que nos imaginamos: Dios no llegó con bombos y platillos, como rey o vengador, sino que se hizo hombre. Como rezamos en la plegaria eucarística 4, compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado.
San Bernardo de Claraval nos habla de las tres venidas de Jesús: la primera, en su nacimiento en Belén, la segunda, en nuestro corazón, y la tercera cuando vuelva con poder y gloria. Lamentablemente, en nuestra consciencia no se le ha dado mucha importancia a esta segunda venida, a este nacimiento de Dios en nuestro corazón. Sin embargo, éste es de suma importancia. Cuando rezamos cada día, incluso varias veces, que venga a nosotros tu Reino, no es para quedarnos sentados tranquilos y de brazos cruzados, esperando que Dios venga, que elimine a los malos, y a nosotros que nos creemos buenos, nos dé el premio en su Reino. Más bien se nos pide que le entreguemos a Dios el gobierno sobre nuestra vida, para que sea Él quien reine, para que se haga SU voluntad, no ya la nuestra. Porque, como dice el Señor, el reino está dentro de Uds. Y esto exige nuestra cooperación activa. De esta manera apresuramos la venida del día de Dios (2Pedro 3.12). También el evangelista Marcos nos pide, que preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos (Marcos 1,3). Se puede pensar que, cuantas más personas hacen este "cambio de gobierno" en su corazón, tanto más pronto se establece el Reino de Dios. Y la venida de Jesús en poder y gloria no tiene por qué inspirarnos miedo sino que, como dice el evangelio, nos invita a ser vigilantes y estar alerta.
La liturgia de estas semanas nos presenta dos figuras importantes que pueden guiarnos en esta esperanza activa del Señor. El primero es Juan el Bautista. Él dice de sí mismo, yo no soy el mesías (Juan 1,20). Juan era muy conocido y apreciado. Pero dejaba bien claro que no era él quien iba a salvar a Israel. Nosotros, muchas veces, esperamos que alguien nos arregle los problemas y nos saque de apuros. O, en el peor de los casos, nosotros mismos nos creemos el centro de atención y el encargado de salvar a todo el mundo. Juan apunta a otro, a Jesús. El adviento nos invita a ser humildes y a reconocer que la salvación no depende de nosotros, sino que ya estamos redimidos. Sólo estamos encargados de anunciarlo. En otra ocasión, Juan deja esto más claro todavía: Buscaron a Juan y le dijeron: Maestro, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, del que diste testimonio, está bautizando, y todo el mundo acude a él ("¡Se te va la clientela!"). Respondió Juan: No puede un hombre recibir nada si no se lo concede del cielo. Ustedes son testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto. Él debe crecer y yo disminuir (Juan 3,26-30). Cada uno de nosotros está llamado a facilitar el acceso a Dios a la gente que nos pide orientación. No es correcto crear apegos entre ellos y nosotros.
La otra persona que nos ayuda a celebrar bien el adviento es María, la madre de Jesús. Ella consintió a la acción de Dios en su vida. Se vació tanto de sí misma que Dios pudo llenarla, incluso físicamente, de la presencia de su Hijo. En el himno del Magníficat (Lucas 1,46-55), María reconoce que todos la felicitarán. Pero también, que es Dios quien ha hecho obras grandes en ella. Se mencionan expresamente nuestros tres centros de energía que, por la falta de confianza en Dios, se han convertido en nosotros en centros de necesidades exageradas: el centro de afecto y estima, el de poder y control, y el de seguridad y supervivencia. Despliega la fuerza de su brazo, dispersa a los soberbios en sus planes, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lucas 1,51-53). Al volver a aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida, encontramos nuestros recursos necesarios, nos sabemos amados infinitamente, y podemos confiar en que Dios está en control y que lleva todo a un final bueno.
En la oración centrante practicamos precisamente esto: consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros. Ella nos da el sosiego necesario para pasar este adviento en alegre esperanza.

12.11.17

¡Buen Camino!


En septiembre tuve la ocasión de visitar unos pocos días a nuestra pequeña comunidad de San Salvador del Monte Irago, en Rabanal del Camino, España. Es uno de los tantos sitios donde los peregrinos pasan la noche. De allí faltan 230 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela, una distancia demasiado larga para mí. Pero, un día me puse a caminar un poco en esta dirección, en una carretera muy solitaria. Poco antes de devolverme, me pasó una peregrina en bicicleta. Le di los buenos días. Y ella, al pasarme, contestó diciendo "Buen Camino". No conocía este saludo; pero en seguida me di cuenta - y más tarde pude comprobarlo - que ésta era la manera en que se saludaban los peregrinos. ¡Un saludo muy bello!
Es verdad: siempre estamos en camino. Y si somos honestos, nuestro camino es solitario. Aunque estemos rodeados de gente que nos acompaña, no nos conviene ir con la manada. La meta, al final, es la misma, pero cada uno tiene su propio camino, con sus altibajos, sus obstáculos, sus "vientos en popa". Algunos caminamos juntos un trayecto largo, otras veces es apenas un encuentro fugaz. Pero siempre es suficiente para ver al otro como compañero de camino. Y lo mínimo que podemos hacer es: transmitirle nuestros buenos deseos. Y dejar entrever que en la meta nos volveremos a encontrar. Lo importante es que cada uno ande su propio camino. Así, y sólo así, crecemos y llegamos a la meta.
A propósito del camino quisiera compartir con Uds. una reflexión, que ya he publicado en instagram y facebook. Aquí la facilito ligeramente editada, pero con el mismo contenido. Sólo he cambiado un poco la secuencia de las líneas.


TODA NUESTRA VIDA ES UN CAMINO:
de la oscuridad hacia la luz,
de las preguntas hacia las respuestas,
de la duda hacia la seguridad,
de la ignorancia hacia el saber,
de la necedad hacia la sabiduría,
del egoísmo hacia el servicio,
de la soledad hacia la comunión,
de la indiferencia hacia el amor,
del pecado hacia el perdón,
del miedo hacia la confianza,
del sinsentido hacia la sentido,
de los placeres hacia la alegría,
de lo efímero hacia lo definitivo,
del vacío hacia la plenitud,
de la lucha hacia la paz,
de la muerte hacia la vida,
DE LO CREADO HACIA DIOS.


1.11.17

¿Ser Santo?


A veces encontramos gente que quiere ser santa. Pero la mayoría de nosotros se asusta más bien ante esta idea. Las causas pueden ser varias. En unos casos, muy pocos, el querer ser santo puede tener como causa la vanagloria, un poco como los discípulos Juan y Santiago que querían sentarse al lado de Jesús en su Reino. Nos imaginamos que un día seremos canonizados. La respuesta de Jesús debe haberles caído como un balde de agua fría. Después de haber afirmado que eran capaces de beber el cáliz, escucharon la promesa de Jesús: mi cáliz lo beberán. Pero los puestos a mi lado... de éstos se encarga mi Padre. Y cuando llegó el cáliz para Jesús, los dos - junto con los otros - se esfumaron. Fue el buen ladrón, crucificado con el Señor, quien alcanzó la gloria por este camino del cáliz.
La otra causa porque pensamos que la santidad no sea para nosotros es que creemos que los santos son una gente muy especial, muy perfectos. Pero nosotros, conscientes de nuestras debilidades e infidelidades, no nos vemos capaces de llegar a algo ni que lejanamente podría llamarse santidad. Ambas posturas son erróneas. Porque ambas pretenden que la santidad es el resultado de nuestros propios esfuerzos, unos por exceso de confianza en sí mismos, y los otros por falta de confianza.
Una respuesta nos da María, la Madre de Jesús, en el canto del Magníficat: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones". Ella reconoce su grandeza, pero la pone en perspectiva: "Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí". Y en lo sucesivo lo desarrolla en detalle. No es que nosotros seamos grandes y fuertes; es el Señor quien hace sus maravillas en nosotros. Y el requisito para esto es nuestra humildad, nuestra convicción de que no podemos lograr nada por nosotros mismos.
Con esta perspectiva - que no es únicamente mariana, sino cristiana - entendemos que TODOS estamos llamados a la santidad. Porque todos estamos llamados a ser una manifestación de Dios, de SU santidad, de SU fuerza, de SU amor. No se trata entonces de emprender grandes cosas, sino de hacer caso a la invitación de Jesús: "Conviértanse y crean en la Buena Noticia". "Conviértanse", literalmente "cambien su manera de pensar". No tenemos por qué pensar en grandes esfuerzos. Mejor tomemos en serio la Buena Noticia. ¿Cuál es? Es la gran noticia de que Dios nos ama, nos ama de manera ilimitada, permanente, sin retractarse, por encima de nuestras debilidades e infidelidades. "Si somos infieles, Él sigue siendo fiel" dice el apóstol. Cuando aceptamos que somos amados por Dios sin reservas, entonces sentiremos una fuerza interior que se traduce en una sana autoestima, en la fortaleza de resistir lo "políticamente correcto". Como dice San Pablo, "Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?" Dios nos ama; otro asunto es si nos dejamos amar, o si seguimos buscando un amor sustituto y pasajero en las cosas y personas creadas.
En la oración centrante practicamos precisamente esto: consentimos a la presencia de Dios en nosotros, de un Dios que nos ama y acepta tales como somos. La aceptación de este amor nos capacita para consentir también a la acción de Dios en nosotros. Y no se trata de cumplir mandamientos - eso sería legalista. Ahora tenemos los oídos de nuestro corazón afinados para escuchar la voluntad de Dios en la situación concreta y los detalles de nuestra vida. Por eso los Santos son también signos proféticos de Dios en su época respectiva. Dios nos habla y actúa a través de ellos.
Este camino está al alcance de todos nosotros.

31.10.17

500 años de Reforma, una Visión Diferente


Estamos conmemorando los 500 años de la reforma de Martín Lutero. Algunos dicen que no quieren conmemorar nada porque esta reforma no trajo nada bueno, sólo división, y hasta guerras. Otros reconocen la importancia de este hombre, y el impacto que dejó en la cristiandad y en la vida cultural.
Mientras nos fijamos en lo que nos sigue separando, la influencia de Lutero seguirá siendo considerada negativa. Pero yo prefiero seguir las palabras del Santo Papa Juan XXIII: "Los que creemos en Cristo no podemos vivir divididos. Pensemos sólo en lo que nos une, y no en lo que nos separa". Esto mismo nos permitirá ver lo positivo que Dios nos ha dado a través de Lutero. Y es más de lo que pensamos. El Espíritu de Dios sopla donde quiere.
Por la manera en que se enseñaba la fe en la época de Lutero, la gente le tenía más miedo a Dios que amor y confianza. A causa de su propia experiencia personal, lo que buscaba Lutero era un Dios misericordioso. Adentrándose en la Palabra de Dios encontró la respuesta. A partir de ésta podía decir que no nos salvamos por las obras sino por la fe, la confianza en el Dios que nos ama.
Hoy en día es precisamente el Papa Francisco quien pone muchísimo énfasis en este aspecto, el Dios misericordioso. Y el Cardenal Walter Kasper escribió un libro - no sé si está traducido al castellano - con el título de "Misericordia. El Concepto Fundamental del Evangelio - la Clave de la Vida Cristiana". En el preámbulo dice que habrá que rediseñar toda la enseñanza de la teología desde este enfoque. Porque es verdad, nuestra teología ha sido muy cerebral; no se ha desarrollado desde una experiencia de Dios. Si bien es necesario tener claros los conceptos, si éstos son lo único que nos preocupa nos quedamos con las enseñanzas, y nos vemos obligados a "defender la fe" - o lo que llamamos fe -, como si fuera una ideología. La consecuencia es que nos fijamos en lo que nos separa. Pero si VIVIMOS la fe desde la confianza en un Dios misericordioso, nos podemos fijar en lo que nos une.
Veamos por lo tanto algunos frutos que nos trae esta unión "de facto" cuando vivimos nuestra fe, recordando que no puede haber fruto bueno de un árbol malo: el martirio. Durante el tiempo del régimen de Hitler, tanto pastores protestantes como sacerdotes católicos estaban en un mismo campo de concentración. Hubo en Alemania muchos mártires por la fe y los valores cristianos, también protestantes. Quizá el más conocido es Dietrich Bonhoeffer, ejecutado el 9 de abril de 1945; había sido pastor luterano. Se había opuesto al régimen nazi de la Alemania de los años 1930/40.
Aprovecho el tema del martirio, para ampliar nuestros horizontes a otras iglesias cristianas; también ellas tienen sus mártires. El 18 de octubre de 1964, el Beato Papa Pablo VI canonizó a los mártires de Uganda. Sin embargo, los canonizados fueron sólo los católicos romanos. Pero en el grupo de los mártires hubo también un buen número de jóvenes de la iglesia anglicana.
En febrero de 2015 fueron asesinados en Libia 21 mártires de la iglesia copta egipcia porque se habían negado a abandonar su fe para convertirse al Islam. El Papa Copto Tawadros los incluyó en el Synaxarium, lo que equivale a la canonización en la iglesia católica.
Y no podemos olvidar los miles de mártires de las diferentes iglesias cristianas del Medio Oriente, víctimas del fanatismo de ISIS. Son tantos que, al menos para nosotros, muchos quedan en el anonimato. Pero Dios conoce el nombre de cada uno de ellos.
Son los conceptos los que nos impiden todavía celebrar el sacramento de la eucaristía juntos. Pero nuestra confianza vivida en el mismo Dios nos permite estar unidos en la entrega de nuestra vida.
Otro punto que quisiera resaltar es que en aquella época el pueblo no tenía acceso a la Biblia. Ésta estaba escrita en latín, y, además, los códices eran muy caros. Fue Lutero quien se puso a la inmensa tarea de traducir toda la biblia desde los idiomas originales, hebreo y griego - ¡y eso sin computadora! La recién inventada imprenta le dio la posibilidad de una difusión masiva de la Palabra de Dios. De esta manera, el Pueblo de Dios volvió a tener acceso a la Palabra. La lectio divina se había perdido; y fue recién a finales del siglo pasado cuando se comenzó a recuperar este tesoro valioso.
Según Monseñor Nunzio Galantino, secretario general de la Conferencia Episcopal de Italia, el amor de Lutero por la Palabra anticipa la sacramentalidad de la Palabra afirmada por el Concilio Vaticano II. La «pasión de Lutero por Dios ha sido, como dijo el Papa Benedicto en Alemania en el 2011, una pasión profunda: el resorte de su vida y de su camino. No era, en efecto, una cuestión académica». En este contexto quisiera mencionar el comentario de Lutero al Magníficat. Es un comentario bellísimo y muy profundo que refleja, de paso sea dicho, su amor a la Virgen.
La traducción de la Biblia tuvo también otra consecuencia, más bien a nivel cultural: el idioma que usó Lutero para su traducción fue básicamente el dialecto de la región donde vivía, en Alemania central. Ésto se convirtió en la base para el idioma alemán estándar que usamos hoy en día.
Lutero también escribió el texto y la música de muchos cantos religiosos. Según la tradición son entre 35 y 42. Eso le permitió al pueblo no sólo participar activamente en las celebraciones, sino que fue también una gran ayuda para interiorizar la fe. En eso se refleja por una parte el hecho de la formación musical que Lutero había recibido en sus años jóvenes, pero también su pasado de monje agustino. Fue San Agustín quien dijo en una ocasión, "quien canta bien, ora el doble". Estos cantos fueron, junto con la lectura de la biblia, el medio más importante para formar a la gente en la fe. Y un buen número de estas canciones se cantan también en la iglesia católica - porque ¡son bíblicas! Más allá de la iglesia, estos cantos tuvieron también una gran influencia en la música, hasta el día de hoy. En la iglesia católica pasó más tiempo hasta que la gente comenzó a participar activamente en la liturgia. Todavía hoy hay gente que habla de "oír misa" - ¡qué palabra tan fea!
La iglesia católica tardó más tiempo - casi cinco siglos - para implementar cosas que hoy en día, para las generaciones jóvenes, ya son costumbre. Se necesitaron tres concilios, el de Trento, y los dos del Vaticano, especialmente el último. Y sólo Dios sabe hasta qué punto ha influido la oración y la vida de muchos santos, de hombres y mujeres que tomaron su relación con Dios en serio, en los cambios que hoy nos acercan más a Él.
Lutero no era ningún santo. Tenía sus sombras, algunas de ellas fuertes. Pero eso precisamente es la prueba de que Dios sabe escribir derecho en líneas torcidas. A pesar de su carácter fuerte - o quizá precisamente por eso - ha sido un hombre honesto que buscaba a Dios con sincero corazón. No podría haber escrito su comentario al Magníficat, donde resalta la humildad de María, si él mismo no hubiera entendido y vivido la humildad. Dice en una ocasión, "mientras yo dormía, Dios reformaba la Iglesia". Lutero no quería ninguna separación; él quería reformar la iglesia. Fue la intransigencia en ambos lados - porque todos somos inconscientemente hijos de nuestra época - que llevó a la separación.
No me parece conveniente ver a Lutero fuera de contexto. En la Europa de la época, algo estaba en el aire. Porque en los mismos años aquellos hubo también otras personas que intentaron reformar la iglesia: Calvino y Zwingli. Dentro de la iglesia hubo otro enfoque, el de comenzar por uno mismo. Me vienen a la memoria tres españoles: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Son los místicos que influyen en la vida de la Iglesia hasta hoy. El otro es San Ignacio de Loyola. Ha sido un hombre recio que, después de su conversión, diseñó los ejercicios espirituales, con el objetivo de acercar la gente más a Dios.
También hoy, el camino va por allí. Se trata de acercarnos a Dios en una relación personal y de confianza, dejando atrás nuestros proyectos y la identificación con nuestra cultura, para vivir nuestra fe. Este camino nos llevará hacia la unidad.

23.8.17

GRACIAS


Por fin puedo escribir de nuevo, esta vez algo más personal. Quiero dar, por esta vía, unas sinceras gracias a todos mis amigos y amigas que me ayudaron tanto durante los últimos meses del año pasado y los primeros de éste. No había sido fácil conseguir las medicinas que necesitaba para que siguieran funcionando bien mis pulmones y mi corazón. Mientras tanto, el 4 de mayo me cambiaron la válvula mitral del corazón, y me estoy recuperando muy bien (la foto es del 9 de julio). Fue una operación bastante delicada; y me dicen que por eso la recuperación durará como un año. Y así lo siento: a pesar de sentirme muy bien, las fuerzas no me duran mucho tiempo. Necesito mucho descanso. Cuando haya acceso a medicinas, podré regresar, para vernos cara a cara, y para que les dé este abrazo que se merecen. Mientras tanto, aprovecho el tiempo para recuperarme bien, y para hacer algunos trabajos que no me exigen mucho esfuerzo. Por los momentos espero poder servirles con lo poco que puedo dar.
En mi última cita con el cirujano antes de la operación, él me dijo que percibía en mí una actitud muy positiva, y que ésta contribuiría mucho al éxito de la intervención. Eso no me sorprende, porque todo el tiempo he recibido de Uds. muchísimas muestras de solidaridad y de buenos deseos, asegurándome de sus oraciones. Además, me dieron casi como una "orden" que me recuperara porque, aparte de los encuentros personales, querían seguir leyendo mis escritos en el blog.
Pues bien, aunque del momento no puedo hacer mucho, no me siento inútil. Mi tarea es la de restablecerme, para poder seguir sirviendo a Uds. Mientras tanto, pondré por escrito mis reflexiones sobre esta experiencia y otros temas, porque no me falta tiempo para reflexionar.
En toda esta relación entre nosotros veo un poco lo que es la comunión de los santos. Dios se hace presente entre nosotros, en cada uno según sus dones. A veces parece poco lo que una sola persona puede aportar. Pero no se trata de eso. Se trata de permitirle a Dios que se manifieste, que se haga su voluntad y, de esta manera contribuimos a que Él sea glorificado en todo.

DE NUEVO:
MUCHAS GRACIAS,
QUE DIOS SE LO RECOMPENSE

17.4.17

La Serpiente de Bronce


El relato de la serpiente de bronce es bastante extraño, si se toma en cuenta que, en el antiguo testamento, estaba prohibido hacer imágenes. Los exegetas tienen dificultad para explicarlo. Seguro que es un relato antiquísimo, arcaico, que se remonta a la época de los acontecimientos.
No pretendo dar una explicación exegética de este texto, sino que intento verlo en su dimensión espiritual, como algo que puede ocurrir a todos nosotros en un momento dado. Veamos el texto:
El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos has sacado de Egipto, para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan insípido. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes. Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla. Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba sanado (Números 21,4-9).
El pueblo quiere volver a Egipto, a su comodidad, o a lo que ellos recuerdan como tal. Se quejan de la falta de agua, y de este pan insípido. No quieren asumir las dificultades del camino; pierden el interés en el futuro, en la tierra prometida; prefieren volver al pasado, a la esclavitud. Es una actitud negativa que cierra el camino hacia el futuro, hacia la vida, y paraliza, lleva a la muerte. Esta actitud negativa, mortífera, se simboliza en las serpientes. Somos muy hábiles para esconder nuestros deseos, para reprimirlos. Sólo nos quejamos. Y lo reprimido crece en el subconsciente y, a la larga, nos envenena y nos mata.
Dios mismo ofrece el remedio: mira, fíjate en lo que te lleva a la muerte. Lo que nos salva de la inanición espiritual es traer a la consciencia nuestras actitudes, nuestros deseos egoístas, que sólo se fijan en lo inmediato, del veneno interior que echa la culpa de todo a los demás, a las autoridades, a los que nos quieren bien, y al mismo Dios. Hay que asumir la propia responsabilidad, la escasez que nos deja sólo con lo más imprescindible, las dificultades, el todavía-no, el vacío. Sólo de esta manera sanamos y somos capaces de avanzar hacia un futuro mejor. Porque no se trata de liberarse sólo de una esclavitud exterior de alguien más fuerte, pero siguiendo como esclavos de nuestros deseos. Se trata de ser libres interiormente, libres para poder servir y atender las necesidades de los demás, y de servir a Dios.
Jesús lleva este proceso hasta las últimas consecuencias: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna (Juan 3,14-15). Tengamos cuidado con la palabra "creer": no se trata de aceptar el acontecimiento de Cristo sólo como un hecho histórico. Se trata de poner nuestra confianza en que este camino de Jesús es el único que nos salva, que nos saca de nuestra esclavitud, y nos da VIDA verdadera. Es una relación de confianza con Dios. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Juan 12,32). Si nos fijamos en Cristo tendremos la fuerza de sobrellevar las dificultades, de vivir una vida positiva, de servicio.
No nos olvidemos que en el evangelio de Juan muchas palabras tienen un sentido doble: "Levantar, elevar sobre la tierra" se refiere a la muerte en la cruz, pero también a la exaltación de Jesús que le dio el Padre por haber pasado por la muerte. Él es nuestro único camino.

2.4.17

Lázaro y Venezuela


Marta dijo a Jesús: Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto (Juan 11,21). Así leemos en el evangelio. Y ¿quién no quisiera decir hoy lo mismo cuando vemos lo que está pasando en Venezuela? ¿Por qué tanto sufrimiento y tantas muertes? ¿Por qué este país tan rico se desmorona y se hunde? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no actúa?
Pero, ¿qué es lo que busca la gente? ¿Seguir como antes? ¿Que todo regrese al estado de bonanza que conocíamos? Eso no es la idea. Dios nos tiene preparado algo mejor. Pero, para dárnoslo, nos invita a dejar atrás lo acostumbrado. La vida nos despoja de lo efímero, para darnos lo mejor que nos tiene preparado.
En cristiano: Le contesta Jesús: ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11,40). Tendremos acceso a la vida verdadera cuando aceptemos la muerte de lo anticuado, de lo que ya no sirve. No es fácil desprenderse de lo acostumbrado, de lo que nos parece dar seguridad. Tenemos que lanzarnos a lo desconocido, a las manos de Dios. Él es el Dios de las sorpresas, de lo inesperado, de lo maravilloso. Veremos su gloria. Pero antes, hay que morir, la podredumbre tiene que salir. Sólo entonces caerá lo que nos tiene amarrados y amordazados. Confiemos en Él.

5.3.17

La Oración Centrante en Cuaresma

No recuerdo dónde en Roma hay en la entrada a una iglesia dos columnas con la inscripción de los dos misterios cristianos claves: Verbum Caro, la palabra se hizo carne, Dios se hizo hombre; y Surrexit Dominus, el Señor resucitó.
En los evangelios, especialmente los de Marco y Mateo, se puede ver estos dos acentos de la actividad de Jesús en el mundo claramente definidos. En Galilea, el énfasis está en la presencia de Dios en Jesús hecho hombre. Describe las consecuencias de esta presencia: la acogida de unos y el rechazo de otros; la reacción de los demonios; los cambios que trae esta presencia. En la liturgia celebramos esto principalmente durante el ciclo de navidad.
Los evangelios hablan también de la región del Jordán, que es el lugar más bajo del planeta; el Mar Muerto está a -417 metros bajo el nivel del mar. Allí, en este lugar más bajo, se bautizó Jesús, y le fue revelado su condición de Hijo de Dios y el amor incondicional de Dios como Padre. Una experiencia que le acompañó toda su vida, y que le dio la fuerza para su actividad y para asumir su muerte. Dios nos amó primero y habita en nosotros. Por eso, nuestra ascesis no puede provenir de una iniciativa nuestra, sino que, para ser sana y provechosa, debe ser una respuesta al amor de Dios. Con la fiesta del bautismo de Jesús se cierra el ciclo de navidad. Estamos destinados a ser presencia de Dios en el mundo.
Comenzamos la cuaresma con una escena en la misma región: las pruebas de Jesús en el desierto de Judá. No son "pruebas de calidad" para Dios, a ver si su criatura le salió bien. Es una prueba para nosotros, para que veamos cuanto podemos resistir cuando confiamos y nos apoyamos en nuestra esencia de ser buenos, de ser creación de Dios, de haber sido creados a su imagen y semejanza. Si nos apoyamos en este hecho, ninguna prueba supera nuestras fuerzas. En la región del Jordán se trata de renovar una y otra vez nuestra intención de volver a esta relación de amor.
El enfrentamiento de Jesús con sus enemigos, y su desenlace en el misterio pascual están ubicados en Jerusalén. El acento está más en la acción de Dios. La resurrección de Lázaro es un ejemplo de esto, y un adelanto de la resurrección del mismo Jesús. Más que hacer algo, se trata de un vaciarse del ego, para que Dios pueda actuar, aunque aparentemente no haga nada.
Lamentablemente, muchas veces se nos ha presentado el tiempo de cuaresma como un tiempo de hacer sacrificios, de hacer unos esfuerzos extra, como para ganarnos no sé qué favores de Dios. Eso con el peligro de sentirnos deprimidos cuando no cumplimos con nuestros propósitos, u orgullosos cuando hemos "logrado" algo. Y después volvemos al ritmo de nuestra rutina anterior.
La oración centrante nos puede enseñar cómo pasar y celebrar mejor precisamente la cuaresma: consentimos a la acción de Dios. Es un constante dejar ir nuestros proyectos, nuestras ideas y criterios, y vaciarnos para que Dios pueda hacer todo. Cuando soy débil, soy fuerte, dice San Pablo. Es al asumir nuestra debilidad, nuestra impotencia, donde Dios tiene una tierra bien abonada para actuar. Y, como sabemos, Él actúa cuando Él quiere y como Él quiere. Nos identificamos fácilmente con los reclamos de Marta, María y la gente: Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto... El que abrió los ojos al ciego, ¿no pudo impedir que éste muriera? (Juan 11,32.37). Pero Jesús no estuvo allí. Ni quiso ir; cuando le habían avisado de la enfermedad de su amigo, se quedó todavía dos días donde estaba. Porque Dios, sí, puede darnos lo que queremos. Pero, a veces decide negárnoslo porque quiere darnos algo mucho mejor. ¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios? (Juan 11,40).
Entre tantos sitios en esta ciudad escogeré sólo unos pocos:
  • La iglesia "Dominus flevit" - El Señor lloró. Cuánto le hubiera gustado a Jesús que Jerusalén se convirtiera para salvarse de la catástrofe que le venía encima. Pero no usó ni manipulaciones, ni mucho menos la violencia para encaminarla a su salvación. Lloró. Es la señal de impotencia cuando el otro no quiere. Y deja todo en las manos del Padre. Nuestras lágrimas son una oración muy poderosa, aunque no sepamos lo que Dios va a hacer. Lo dejamos todo en sus manos.
  • En el Monte de los Olivos Jesús renovó su intención de servir únicamente al Padre, aceptando su voluntad, aunque eso significaba - humanamente - un fracaso total. A Pedro que quería defenderlo le dice que no. La salvación que trae no se impone con violencia.
  • En el Calvario Jesús vive las últimas consecuencias de su intención de ser totalmente del Padre. Se vacía de sí mismo, hasta la muerte, una muerte en la cruz. No le quedó la vida, ni los seguidores, ni la garantía de que su obra siguiera, ni su reputación - ¡NADA!
  • Esto nos lleva al Santo Sepulcro, este sitio donde realmente todo se acabó. Bueno, se acabó lo humanamente posible. Es entonces, cuando ya no hay nada que hacer, que Dios actúa. Para que quede bien claro que la gloria es de Él, que no hubo otros dioses a su lado, que no se lograron las cosas por alguna influencia humana. Nuestro Dios sabe hacer no solamente obras grandes; Él es especialista en cosas imposibles. Jesús, el muerto, ¡RESUCITÓ! Desde entonces, el evangelio de la salvación que Jesús había limitado a Israel, ahora se proclama por todo el mundo.
En la oración centrante consentimos a esta acción de Dios, muchas veces misteriosa, que no entendemos. Nos lleva a pasar por la noche de los sentidos y del espíritu. Pero si nos mantenemos fieles y constantes veremos la gloria de Dios.
"Si el grano de trigo no muere queda solo; pero si cae en tierra y muere, da mucho fruto"

10.2.17

Mujeres Presencia Amor


A lo largo del Evangelio de Marcos se percibe cómo Jesús es abandonado progresivamente por todos (Marcos 3,6: los fariseos y herodianos; 6,4-6: la sinagoga de Nazaret; 11,18 y 14,1-3: los sumos sacerdotes y letrados; 14,10-11: uno de los doce; 14,50-52: todos sus discípulos, incluso un joven que huye desnudo). Hasta que, al final, termina en las manos y a merced de sus enemigos. Ya no se puede hacer más nada por Él.
Sin embargo, dentro de esta situación tan triste hay un mensaje muy alentador e importante para todos nosotros. Lo explicaré un poco más detalladamente: la segunda parte del evangelio de Marcos es en grandes líneas un texto anterior que se escribió unos cuatro años después de la muerte y resurrección de Cristo, y que Marcos incorporó en su evangelio, ampliándolo ligeramente. Está escrito en trece trípticos. Las tres partes de cada tríptico están unidas por un tema o motivo común. El último tríptico nos habla del misterio pascual: la muerte, sepultura y resurrección del Señor. Cada una de estas tres partes tiene como eslabón la presencia de las mujeres. Es una presencia y actividad amorosa en medio de la impotencia frente a los hechos consumados de una situación tan dolorosa. Durante la muerte estaban allí mirando a distancia (Marcos 15,40); y en la sepultura observaban dónde lo habían puesto (Marcos 15,47). No pueden hacer nada, pero están presentes.
Finalmente, el primer día de la semana compraron perfumes para ir a ungirlo (Marcos 16,1). Fue el último gesto de amor que podían hacer con el difunto. Hicieron lo que podían. Pero estaban preocupadas por el obstáculo de la piedra enorme que les cerraba el paso al lugar donde iban a embalsamar el cuerpo de Jesús. Cuando llegaron, ¡la piedra estaba removida! ¡El cuerpo no estaba! En vez de poder hacer lo que se habían propuesto, el resucitado les salió al encuentro y les dio otra misión: ¡vayan y digan! (Marcos 16,7).
Eso fue un cambio muy radical; Dios no permitió que pudieran cumplir con su propósito, sino que les dio una tarea nueva, mucho más importante, la misión de ser testigos. Se puede decir que Dios no miró su idea equivocada, la de embalsamar un cadáver, sino que respondió a su motivación que era buena; lo hacían por amor.
Dios no se fija tanto en nuestros proyectos - estos pueden fracasar por ser equivocados. Él se fija en nuestro corazón, en lo que realmente queremos hacer, en nuestro grado de amor. Si éste es nuestra motivación, no importa lo equivocado que pueda ser lo que nos proponemos, Dios siempre lo cambiará y lo perfeccionará para incorporarlo a sus planes. Los obstáculos serán removidos y encontraremos una situación totalmente nueva donde nuestro amor podrá actuar.
Hace muchos años leí una frase muy bella: orar es hacerse presente a una Presencia. Podemos tener muchas inquietudes en nuestra oración, muchas intenciones y súplicas. Pero a medida que éstas no son egoístas, y nuestra oración viene del deseo de estar en presencia de Dios, Él nos tocará el corazón, nos sanará, y nos dará una misión que no había estado en nuestros planes. Pero descubriremos que, a lo largo de toda nuestra vida, Dios ya nos había preparado para ella.
Los que practicamos la oración centrante, tenemos una experiencia de esto. Simplemente nos hacemos presentes a la presencia de Dios, consentimos a su presencia en nosotros. Habría tanto que hacer en este mundo que nos rodea. Pero lo mejor no es siempre lo que queremos hacer nosotros. Los planes de Dios son más sabios. Al trabajar según nuestros planes podemos encontrar obstáculos insuperables. Pero si estamos motivados por un amor auténtico, Dios nos saldrá al encuentro, removerá los obstáculos, y nos dará la misión que nos tenía destinado desde toda una eternidad. Nuestra presencia silenciosa ante Dios no es una presencia inactiva. Como fruto de estos encuentros tendremos mucho que hacer. Pero será la obra de Dios, donde Él manifestará su fuerza en nuestra debilidad.
Todos necesitamos una buena dosis de la actitud de estas mujeres que seguían amando con su presencia silenciosa, impotente, aparentemente inactiva. Porque sólo cuando asumimos nuestro vacío, Dios nos llena con sus dones.