Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

28.3.15

Abadía de San José, Semana Santa 2015

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Misa y Bendición de Ramos 10:00a.m.
Jueves Santo
Misa Vespertina de la Cena del Señor 05:00p.m.
Viernes Santo
Celebración de la Pasión y Muerte del Señor 03:00p.m.
Sábado Santo
Solemne Vigilia Pascual 09:00p.m.

Domingo de Resurrección
Misa de Resurrección 10:00a.m.


3.3.15

Sacramentos ¿para engañar?

Imagen: Internet
Casi 60 años después, la visión del joven teólogo Ratzinger (Joseph Ratzinger, Iglesia de Paganos que todavía se creen Cristianos), presentada en las dos entradas anteriores, sigue siendo un desafío para nosotros. El tiempo es apremiante; dice Ratzinger: Por supuesto, el abandono de las posiciones externas traerá también la pérdida de unas ventajas valiosas que resultan sin duda de la combinación de la iglesia con la vida pública. Se trata de un proceso que se dará con o sin el consentimiento de la iglesia y con el que, por lo tanto, tiene que sintonizar.
Que este proceso se da incluso sin el consentimiento de la iglesia, se ha visto de la manera más clara en la antigua Alemania Oriental, dominada por un gobierno de ateísmo militante que hostigaba a los seguidores de las iglesias católica y luterana. Al caer el muro de Berlín en 1989, quedaban 4% de católicos; junto con otros cristianos sumaban 14%; y 4% de ateos. El resto, 82% de la población, simplemente no tenían ninguna religión. Ahora bien, en nuestro medio, no hay persecución abierta; se le permite a cada uno ser "católico como todo el mundo". Pero eso es una contradicción. Uno sólo puede ser creyente por una decisión personal, asumiendo todas las consecuencias. Se trata entonces de desmantelar estructuras inútiles, y de ir a la esencia de lo que es nuestra fe. Por eso, quisiera enfocar más en estos tres niveles de la des-identificación del mundo de la que habla Ratzinger. Si los distinguimos claramente, nos resulta más fácil ponerla en práctica.
En este proceso necesario de la iglesia de des-identificarse del mundo - sigue diciendo Ratzinger - hay que distinguir nítidamente tres niveles:
  • el nivel sacramental,
  • el de la proclamación de la fe, y
  • el de la relación personal humana entre creyentes y no creyentes.
El nivel sacramental - y de éste quiero escribir hoy - , antiguamente delimitado por la disciplina arcana, es la esencia interior propiamente dicha de la iglesia. Hay que volver a dejar claro que los sacramentos sin fe no tienen sentido, y la iglesia, con mucho tacto y delicadeza, tendrá que renunciar a un radio de acción que, en último caso, conlleva a un auto-engaño y un engaño a la gente.
Los sacramentos sin fe no tienen sentido: En el año de 1972 participé en un curso de liturgia. Un día, el profesor nos pidió que, antes de la clase siguiente, fuéramos a la calle para entrevistar a la gente, preguntando por qué bautizaban a sus hijos. Recuerdo que entrevisté a 58 personas. De estos, 56 dieron respuestas como "para sacarle el diablo de la cabeza", "para que no sea tremendo", "porque eso se hace, es una costumbre", y cosas por el estilo. A mi pregunta qué pasaría si no bautizaran a sus hijos, la mitad de ellos dijo que no pasaría nada; para el caso sería igual. Todos estos ¡eran católicos! Los otros dos entrevistados dieron respuestas buenas, y ¡eran evangélicos!
Un auto-engaño y un engaño a la gente: Así que, con esta práctica de bautizar sin muchos requisitos, sentamos las bases para las tragedias por venir, porque ¡engañamos a la gente! No sé si hoy, 43 años después, la situación ha cambiado sustancialmente. Pero sufrimos las consecuencias de estos bautizos sin sentido y de esta sacramentalización - porque esto no se puede llamar "administración de sacramentos": ¡Cuánta gente hay hoy en día que se pregunta por qué no pueden comulgar! Les decimos porque están divorciados, vueltos a casar. Ahora, sí, les cae todo el peso de la ley, mejor dicho: de la letra de la ley. Pero, ¿qué pasó realmente? Un ejemplo:
En una familia donde son "católicos como todo el mundo" pero donde, realmente, la religión no importa, nace un hijo, y se le bautiza porque "eso se hace". Después se lo lleva a la primera comunión "para salir de eso" (En nuestra zona son cada año unos mil niños que hacen la primera comunión. Después de veinte años tendría que haber al menos veinte mil personas que asisten a misa cada domingo; sin embargo, ¡no hay rastro de ellos!). Después se lo confirma "antes del bachillerato porque después se echan a perder de toda manera" (¡Así literalmente! Yo mismo escuché hace unos años a un obispo decir eso; espero que haya cambiado de criterios). Después se casan por la iglesia, para lucirse con unas bodas solemnes. ¿La preparación? Pues, si yo estoy enamorado de una joven y quiero casarme con ella, yo me trago los requisitos que me piden, asisto a las charlas porque eso es lo que tiene que decir el cura - pero: me reservo mis criterios. Si estamos separados por viaje o por enfermedad, me consuelo con otra; si no funciona, me divorcio. Y así ocurre. Se casa otra vez, y este segundo matrimonio funciona bien; son felices. En algún momento le llega a esta persona su inquietud por la vida espiritual, y comienza un camino serio en la vida de la iglesia. Pero ¡no puede comulgar! Ahora, el Sínodo de los Obispos, por la magnitud del problema, toma cartas en el asunto para resolver este dilema. Porque es esto: un dilema, por no decir una contradicción. Por una parte, esta gente no puede comulgar porque, según los documentos, están casados en primeras nupcias; por otra parte, es ahora, después de su conversión, cuando realmente tendrían el derecho de participar plenamente en la vida sacramental de la iglesia. Resulta que - en las palabras de Ratzinger - ¡los engañamos desde el principio! Les celebramos unos sacramentos que - a lo mejor - nunca se hicieron realidad. Pero constan en unos documentos.
El verdadero problema no está en la admisión de los divorciados vueltos a casar a la comunión. Está realmente en nuestra manera de administrar, muchas veces irresponsablemente, los sacramentos. Los damos sin exigir una verdadera identificación con la iglesia, no como sociedad, sino como "grupo de los creyentes". ¿Será que estas exigencias nos llevan a un elitismo arrogante? Esta pregunta sólo tendría validez si la iglesia fuera una sociedad identificada con el mundo. Pero, precisamente al des-identificarse, no hay lugar para el elitismo. Porque "estamos en el mundo, pero no somos del mundo". Los sacramentos de iniciación son etapas en nuestro camino de identificación con el Cristo crucificado. Eso no da para ser arrogante o sentirse mejor que otro. Ratzinger habla de nuestra responsabilidad hacia los demás. Desde nuestra vida con Cristo les anunciamos la Buena Noticia de la salvación y del perdón. Además, en toda nuestra vida con Cristo tomamos también el lugar de los demás, para llevarlos a Dios. De esto escribiré en otra ocasión.