Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

29.1.12

El Silencio de María

Dibujo: Alejandrina
Uribe Betancourt
Con su “hágase en mí según tu palabra”, María consintió a la acción de Dios. Está embarazada. ¿Cómo puede hablar de este embarazo? ¿Quién se lo creería? Podría hablar de una aparición; pero, ¿de un embarazo como consecuencia de ésta? Para María comienza el camino de confianza en Dios. Él le ha confiado este niño, Él sabrá arreglar todo. Humanamente, aquí no se puede explicar nada. María guarda silencio. Es el silencio de la confianza en Dios, el silencio del pudor espiritual, el silencio de la humildad. Dios se encargó de explicarle a José lo que había pasado.
No tenemos por qué proclamar en seguida lo que Dios ha hecho en nosotros, antes de que se vea. En su tiempo, Dios manifestará los frutos de lo que ha sembrado. Y siempre es buena señal cuando son los demás los que se dan cuenta primero. En el caso de María, es su pariente Isabel quien se da cuenta, y la llama “dichosa”.
A veces he observado que algunas personas, inmediatamente después de su “conversión”, comenzaron a “dar testimonio” y a predicar. Pero se les notaba que la conversión todavía no había tomado posesión de todo su ser. Estaba en la cabeza; el resto – el “piloto automático” – seguía bajo el mando del ego. El silencio es este espacio donde lo nuevo puede desarrollarse, crecer, como una semilla que germina, invisible bajo la tierra, a veces después de mucho tiempo. Aquí no se trata solamente de nuevas funciones, sino de un nuevo ser. Dios nos transforma por completo. Por eso, mucha “verborrea” es señal de vacío interior.
En este contexto, también es interesante observar que María, después de la visita de los pastores al pesebre, no dice nada; al contrario, “María conservaba el todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2,19). Lo mismo, después de haberlo encontrado en el templo y habiendo bajado a Nazaret, Lucas dice: “María conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (Lucas 2,51).
Pero ya desde el comienzo, el silencio de María se manifiesta como lo que facilita la escucha. Si hubiera estado llena de ruidos interiores, ¿cómo habría podido percibir la voz de Dios en la anunciación? Así vemos que el silencio está en función de la palabra, de la escucha. Sólo si sabemos callarnos y prescindir de los ruidos exteriores e interiores que siempre están presentes, somos capaces de escuchar la voz del Señor, que nos habla en el silencio. Y sólo entonces sabremos decir la palabra adecuada.

24.1.12

La Fe que Busca Entender

Foto: internet
El Papa Benedicto XVI proclamó un “Año de la Fe” que comenzará el 11 de octubre del año en curso, y terminará con la fiesta de Cristo Rey del año 2013.
Cuando hablamos de la fe, nosotros, especialmente los mayores, pensamos en una serie de enseñanzas que hay que aceptar como verdaderas (aunque nos cueste). En teología se habla del “depósito” de la fe que hay que aceptar. Esta palabra transmite la impresión de algo estático, inconmovible, que da la sensación de “doctrinas enlatadas”. Tal concepción de la fe puede terminar en un tradicionalismo que no admite tendencias nuevas. Siempre hemos visto eso en la iglesia, especialmente después del Concilio Vaticano II, cuando se agudizó el enfrentamiento entre “tradicionalistas” y “progresistas”.
El Papa, aunque es un gran teólogo, y en el futuro será tenido quizá como “Doctor de la Iglesia”, no va por este camino. Él es, en primer término, un Hombre de Dios y, sólo como tal, es un gran teólogo. Nos habla de la fe que busca entender. Primero es la fe, después la comprensión de ella.
¿Dónde está la diferencia? Muchos hemos recibido “la fe” como doctrina. Ésta no siempre respondía a nuestras inquietudes y búsquedas más profundas. Con el resultado de que esta “fe” se ha vuelto una mentalidad, una expresión cultural, pero sin transformar nuestra vida.
En cambio, la verdadera fe es un estilo de vida, es un caminar con Dios, dejando la iniciativa a Él. Aprendemos a darle confianza a Él, a darle crédito a su palabra. De esta manera comenzamos a ver que Dios, sí, actúa en nuestra vida; vemos cosas que creíamos imposibles. Nos vemos impulsados a responder como María que “guardaba todo esto, meditándolo en su corazón”. Nos vemos quizá en la situación de San Pablo que, después de su encuentro con Cristo cerca de Damasco, estuvo tres días como ciego y sin comer. El impacto de esta experiencia “le quitó el apetito” por las cosas pasajeras, y como que lo obligó a “reorganizar” su universo, su vida.
Sólo cuando hayamos comenzado a relacionarnos con Dios como con una persona, podremos pensar en cómo hablar de esta experiencia.
Para hablar de lo que hemos vivido, siempre usamos conceptos y categorías que manejamos en la vida diaria. Usamos palabras conocidas para expresar lo desconocido. También eso es un aspecto de la Encarnación: Dios se hizo hombre, “igual a nosotros en todo, menos en el pecado”. En lo conocido se manifiesta algo desconocido.
Ya no se trata de formular doctrinas sino de conducir a otros a la misma experiencia que hemos tenido nosotros. No necesitamos tanto la transmisión de doctrinas, sino el testimonio de lo que Dios ha hecho en nosotros. Para que también otros puedan tener esta misma experiencia.
Por supuesto, en todas las experiencias se percibe una estructura determinada. Ésta se expresa en sentencias. Lo conocemos como nuestro Credo. Pero no se trata de recaer en tomarlo como una doctrina sin relación a la vida. En la antigüedad, el Credo se llamaba también “Símbolo”. No en el sentido de que es algo simbólico, sino de que es un resumen de nuestra experiencia de Dios.
Este cambio de visión de lo que es nuestra fe tiene consecuencias importantes: si tomo la fe como un depósito de doctrinas que se ha convertido en mi manera de pensar, o en mi expresión cultural, me veo obligado a defender esta fe, incluso con las armas. La historia está tristemente llena de ejemplos de este error. Pero si veo la fe, en primer término, como un camino con Dios, yo puedo estar seguro de que Él sabrá defenderse. No necesita mi “ayuda”. Lo que es necesario es mi testimonio, que, en último término, es el testimonio de que Dios es más fuerte que todos los poderes de los hombres. El mismo Jesús y, después de Él, los primeros cristianos en el imperio romano, han dado este testimonio. Porque daban crédito a la Palabra de que “las puertas del infierno no prevalecerán sobre la iglesia”. Por eso Tertuliano, un escritor antiguo, pudo decir que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

4.1.12

Enlaces Nuevos de Libros del Papa


Añadí a los enlaces del blog dos libros del Papa Benedicto XVI: Jesús de Nazaret, primer tomo, y Luz del Mundo. Si quieren, pueden descargarlos. Son libros de un Hombre de Dios que reflexiona sobre su fe desde su experiencia de Dios. No se trata de teorías, sino de testimonios; lo que todos necesitamos hoy en día. Que los disfruten.