Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

29.12.10

Astrología y Fe (I)

Cristo, Rey del Universo
Cuando hablo aquí de astrología, no hablo de los horóscopos de periódicos y revistas. Estos no son nada serios. Tampoco hablo de programas de computación que se alimentan con los datos de una persona, y después se imprimen unas decenas de páginas que quieren decir  "Ud. es así". Hablo de una astrología donde se domina el arte de saber leer e interpretar símbolos. Además, no hablo a gente que, de antemano, descarta la astrología como superstición y "cosa rara". Hablo a gente que se maravilla de lo acertado que puede ser la información de una carta natal, pero que no sabe cómo combinar esta información con su fe en Dios.
Antiguamente, y hasta el siglo XVI aproximadamente, la astronomía y la astrología andaban de la mano. Los datos astronómicos tenían su interpretación, un arte que tiene que ver mucho con la sicología. Desde hace unos cuatro siglos no sólo se las distinguió sino que se las separó, tildando la astrología de oscurantismo. Por este sobre-énfasis de lo intelectual, también la mística y la contemplación cristianas, así como la sicología, fueron marginadas de nuestra consciencia. Esta marginación llevó a la astrología a unos abusos y aberraciones que ahora, desde nuestra soberbia intelectual, volvemos a tildar de superstición y "cosas raras".
No vamos a caer en este error de decir que "las estrellas rigen nuestro destino"; ¡de ninguna manera! Pero se puede observar una coincidencia de las constelaciones y los movimientos astronómicos con la historia y con nuestra vida personal, que nos causa maravilla. Dios es un arquitecto que no ha creado el universo como un caos incoherente, sino como un conjunto bien ordenado donde las diferentes partes, aspectos y niveles se reflejan el uno en el otro y se relacionan entre sí. Los astrólogos serios dicen "como arriba, así abajo", y dejan bien claro que los astros no influyen, ni mucho menos causan, sino que reflejan en su nivel cósmico lo que pasa en nuestro nivel personal. Las estrellas "inclinan, pero no obligan". Esto nos permite conocimientos muy precisos acerca de predisposiciones y tendencias, positivas y negativas, limitaciones, salud y carácter de una persona o de un acontecimiento.
Los antiguos griegos, y también otras culturas, les dieron a los planetas nombres de dioses. De esta manera proyectaban hacia fuera unas fuerzas que todos experimentamos dentro de nosotros. Estas fuerzas no son Dios, pero, sí, son fuerzas sobrehumanas. Por eso, lo interesante es que precisamente aquella gente que más niega la astrología, y no sólo la astrología, sino toda el área del inconsciente, como intuiciones, sueños, sentimientos, etc., más vive de manera inconsciente los patrones de su carta natal. Lo que uno rechaza o reprime, eso lo domina. ¡Qué ironía! Y lo que es peor: uno que conoce algo del inconsciente de otra persona, la puede manipular a su antojo, sin que ella sepa qué le está pasando.
Ahora bien, aquí no se trata de defender la astrología. Lo que quiero es más bien mostrar por qué la astrología puede ser un peligro para nuestra fe. ¿Por qué la biblia, ya desde el Antiguo Testamento, y hoy en día la iglesia, se oponen tanto a la astrología? Veamos:
¿Por qué acude alguien al astrólogo? A veces es gente seria que quiere conocerse más; hay sicólogos que usan la astrología para ver más claro el cuadro de una persona. Hasta aquí, todo está bien. Pero el peligro está en que esta persona llegue a decir, "yo soy así", sin asumir la responsabilidad por su manera de ser y de actuar. De esta manera, uno se haría esclavo de sus tendencias inconscientes, reflejadas en los astros. Y eso, sí, es contra la práctica de nuestra fe que nos invita a asumir la responsabilidad por nuestra vida.
En esta línea habrá que ver también la sinastría (la comparación de dos cartas natales)  que buscan dos personas, para ver si son "compatibles", por ejemplo para el matrimonio. Si bien la sinastría puede indicar puntos de fricción o de mucha compatibilidad entre personas, estos son apenas tendencias; de ninguna manera nos absuelven de nuestra responsabilidad de cultivar una relación personal, como es el matrimonio. Si renunciáramos a esta responsabilidad, nos haríamos esclavos de nuestros instintos, y negaríamos la libertad que Dios nos ha dado. Además, un buen matrimonio no depende de las estrellas, sino de nuestra relación con Dios, desde la cual sabremos amarnos mutuamente.
El caso más frecuente será el de gente que quiere conocer su futuro. Pero, ¿qué áreas de nuestro futuro queremos conocer? Normalmente, se pregunta por finanzas, amor, buena suerte, y cosas semejantes. Intentamos controlar el futuro; o nos asustamos frente a lo que se nos pinta como inevitable. Y no nos deja actuar de manera positiva. En el fondo, es una falta de confianza en Dios, el Señor de la historia. Y esta confianza es precisamente la que Él nos pide constantemente. Además, en este contexto, prefiero ver una carta astral como un mapa: el mapa puede indicarte que, después de unos kilómetros, habrá una curva muy fuerte. Ahora, decir que en esta curva tendrás un accidente, es una locura. Lo que sí te dice el mapa es que debes tomar precauciones y andar con un cuidado especial. Así pasa también en nuestra carta natal: puede haber momentos en el futuro que indican dificultades o crisis. Pero eso no significa, como lo toman algunos, que entonces todo se acabará o, en el peor de los casos, que en ese día morirás. Solo quiere decir que estemos bien conscientes en los caminos de la vida.
He dicho que los antiguos llamaban a los planetas "dioses". Reflejan fuerzas sobrehumanas porque están arraigadas profundamente en nuestro inconsciente. PERO: por encima de los dioses está Dios, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Si nos abrimos a Dios en una relación con amor, Él nos manifestará quiénes somos de verdad. Nos permite descubrirlo en la otra persona que se nos vuelve una "caja de sorpresas" de los dones que Dios quiere darnos a través del prójimo. Y Dios es también el Señor de los astros y de nuestro destino, que siempre será un destino glorioso si ponemos nuestra confianza en Él.
¿Podríamos ver en este contexto el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, tal como nos lo cuenta el Evangelio de San Marcos? "Fue tentado,… y los ángeles le servían" (Marcos 1,12-13). Estos "dioses", representados por los astros, mientras no estamos en relación de confianza y amor con Dios Padre, pueden sernos piedra de tropiezo; pero, una vez que estamos en relación con Dios, estas fuerzas en lo profundo de nuestro corazón se convierten en "ángeles". En vez de manifestar lo peor de nosotros, sacan a relucir lo mejor.

25.12.10

El Príncipe de la Paz

"Cuando todo el orbe estaba en paz, nació Jesús, el Cristo". Así se nos anunció al comenzar la misa de medianoche de Navidad. Cristo vino a traernos la paz, como dijo: “Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo" (Juan 14,27). La paz que reinaba cuando nació Cristo, era la "Paz Romana", la paz impuesta con las armas por el imperio romano. Para hacernos una idea de los extremos a que recurrían los romanos para defender sus intereses y sus ciudadanos, leemos cómo salvaron de un plan de atentado a San Pablo que era ciudadano romano: "El comandante llamó a dos de sus capitanes, y les dio orden de preparar doscientos soldados de a pie, setenta de a caballo y doscientos con lanzas, para ir a Cesarea a las nueve de la noche. Además mandó preparar caballos para que Pablo montara, y dio orden de llevarlo sano y salvo al gobernador Félix." (Hechos 23,23- 24). O sea: 470 soldados, ¡para proteger a un solo ciudadano romano! Esa era aproximadamente la mitad de toda la tropa asignada a Jerusalén. Los romanos iban a lo suyo, ¡y en serio!
Pero, ¿qué trae semejante "paz"? Como es lógico, en los oprimidos causa rabia, se movilizan sus defensas, buscan conseguir lo suyo. Estos pueden ser procesos más o menos largos. Hubo regímenes represivos que duraron pocos años; otros, como el comunismo soviético, unas décadas; otros, como el imperio romano, unos siglos; incluso, como el Egipto de los faraones, que duró varios milenios. Pero, al final, siempre caen. El delirio del poder los lleva al relajo, los hace vulnerables y, tarde o temprano, sucumben a los que buscan sus propios intereses. Esta búsqueda es una mezcla del movimiento del Espíritu Santo, percibido sólo inconsciente y vagamente, y de los deseos y ansias egoístas de los mismos oprimidos. Por eso, un régimen que quiere reprimir estos movimientos es como un borracho que se pone frente a un camión en marcha para frenarlo; termina arrollado. Y lo mismo pasa a los regímenes sucesivos mientras imponen sus propios intereses por encima de las necesidades legítimas de otros.
Jesús vino a traernos otra paz, una paz duradera, que no necesita la defensa con las armas. Es la paz que proviene de la confianza en que somos hijos amados de Dios y que, más allá de sufrimiento y muerte, llegará el Reino de Dios. Ese no es un reino construido sobre el temor de los ciudadanos que sofoca cualquier movimiento sospechoso, sino un Reino que está cohesionado por el amor y la confianza. Es indestructible.
Por eso, Jesús puede "darse el lujo" de nacer en condiciones precarias, expuesto a peligros e incluso a la persecución y a un intento de asesinarlo. "No se aferró a su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo, haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera" (Filipenses 2,6-7). En otras palabras: vino sin segundas intenciones; solamente para manifestarnos el amor infinito que Dios nos tiene, muriendo por nosotros, y dándosenos en comida. Por eso podemos estar "callados y tranquilos, como un niño en brazos de su madre" (Salmo 130,2).
Cuando los regímenes de turno se den cuenta de que la represión no lleva a ninguna parte, y los creyentes tomemos en serio que la confianza en Nuestro Padre es la única salida: entonces el Reino de la Paz, el Reino de Dios está más cerca.

22.12.10

Jesús, Hijo de David, Hijo de Abrahán

Hay por ahí unos intentos de descalificar a Jesús. Unos dicen que, cuando joven, se fue a la India para aprender toda esta sabiduría que manifestó más tarde. Considerando que los judíos eran muy celosos con sus tradiciones y no se mezclaban con los extranjeros, salvo en lo imprescindible, este supuesto viaje a la India me parece una opinión poco seria.
Otros dicen – y es un argumento más serio – que si Jesús hubiera nacido en un país de Asia, nuestra religión cristiana sería bastante diferente. Es verdad, Jesús se encarnó en un pueblo determinado, con su cultura y religión determinadas.
Pero, esta cultura y religión fueron las judías. Y eso no es casualidad. Jesús no vino como caído del cielo; Dios preparó su venida a lo largo de casi dos milenios. Resumamos brevemente la situación:
En los capítulos 1 y 2 del libro del Génesis se nos describe la creación del mundo y del hombre, según el plan de Dios. Este plan, como nos cuenta el capítulo 3, se ve frustrado por el pecado del hombre, que "quería ser como Dios". Desde el capítulo 4 hasta el 11 se nos cuenta cómo esta falta de relación con Dios afecta todos los ámbitos de la vida humana, en todas las culturas, hasta el día de hoy. La historia que se describe de manera resumida en estos capítulos es la historia del fracaso del hombre de redimirse a sí mismo, sin una relación personal con Dios.
Es en esta situación cuando Dios llama a Abrahán (Génesis 12), y comienza a manifestar su salvación. Lo único que le pide es la fe, poner toda su confianza en Él, consentir a su presencia y acción a lo largo de su vida. Toda la historia de Israel es este largo camino del Dios que llama al hombre, y del hombre que, con muchas recaídas, deja atrás su egoísmo para volver a Dios. El pueblo de Israel es un pueblo del área cultural del Medio Oriente; sin embargo, esta relación creciente con Dios va marcando diferencias importantes entre él y los demás pueblos. A lo largo de los siglos, esta relación entre Dios y el hombre se va profundizando, hasta que llega a su culminación en Jesús de Nazaret.
En el Evangelio de Mateo (1,1-17) vemos como un resumen de este largo caminar; una generación tras otra, nos acercamos al Mesías, hasta llegar a "José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo". De José no se menciona que haya engendrado. Cómo nació Jesús, se nos explica en los versos siguientes (Mateo 1,18-24). A través de estas largas generaciones, Jesús es plenamente un hijo de Israel, nacido en esta cultura y religión, con sus costumbres, creencias y expectativas. A la vez, al nacer de una virgen, está claro que Jesús no es el logro de ningún esfuerzo humano. Nadie puede gloriarse de Jesús. Decir que se fue a la India para aprender, sólo sería desplazar la pregunta, "¿de dónde saca toda esta sabiduría?", sin darle una respuesta. Hay una discontinuidad en todo eso; por una parte, Dios prepara, en el pueblo de Israel, la venida de su Hijo. Pero cuando llega el momento, deja bien claro que Éste es puro don, no merecido, ni mucho menos producido, por ningún hombre.
Jesús no pudo haber nacido en otra parte; y si lo hubiera hecho, Dios hubiera preparado su venida en otro pueblo, de otra cultura, de igual manera que lo hizo entre los judíos. Porque también la cultura y religión judías no son invento humano, sino una revelación continua que Dios hizo por sus profetas, y que encuentra su culminación en Jesús. Siempre se trata de entrar en una relación personal con Dios, de dejar atrás nuestro egoísmo, para entregarnos en las manos de Dios. Ésta es la base para nuestra salvación, y ninguna cultura puede prescindir de ella.

7.12.10

La Inmaculada

Celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Las imágenes que representan este misterio, muchas veces, nos dan la impresión de que la Virgen es una persona inalcanzable. “Ella es santa - ¿pero yo?”
Sin embargo, no se trata de recordar algún “estatus” inalcanzable para nosotros, sino al contrario: se trata de recordar y llevar a nuestra consciencia la vocación y el destino de todos nosotros; precisamente algo de lo que nos olvidamos normalmente.
¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? Si quieres, haz la prueba. Escribe en un papel, en sendas columnas, tus rasgos positivos y negativos. ¿Cuál de las columnas es más larga? Lo que queda bajo la raya, eso creemos que somos. Muchas veces es la de los rasgos negativos. Entonces tenemos una autoimagen negativa de nosotros. Quizá un complejo de inferioridad, o complejos de culpa.
Y no estamos ni pendientes de un hecho de suma importancia: ¡que Dios nos ha creado BUENOS! Ya lo dice el libro de Génesis, en el primer capítulo. Y sigue diciendo en el segundo capítulo que Dios nos ha puesto en un paraíso, en una felicidad permanente, y que mantiene con nosotros una familiaridad como la hay entre amigos. ¡ESTO somos nosotros EN PRINCIPIO! Ésta es nuestra esencia, la de TODOS NOSOTROS, sí, ¡también de aquel que tú quisieras ver en lo más profundo del infierno! Porque Dios nos ha creado a todos; por eso, todos somos buenos.
Suena a muy ilusorio. Pero lo ilusorio es más bien lo que nosotros hemos hecho con este don de Dios. El tentador, en forma de serpiente, nos ha llevado a no buscar y vivir nuestra esencia, sino a buscar lo inmediato, como un animal rastrero que no ve más allá de sus narices.
En este caso, lo que vivimos no es nuestra esencia, no una situación hecha por Dios, sino por nosotros mismos y, por lo tanto, no puede ser duradera. Cuando aprendí español, al comienzo me costó entender la diferencia entre “ser” y “estar”, porque en mi idioma materno, y en muchos otros, no hay tal diferencia. Por fin lo capté: “ser” se refiere a algo permanente, esencial, mientras que “estar” se refiere a algo pasajero, circunstancial. Pues bien, usando esta diferencia, yo diría que “estamos malos, pero somos buenos”. Por supuesto, según la gramática, eso está dicho mal; pero, la gramática sólo refleja nuestra mentalidad. Tomando en cuenta nuestra fe en Dios, lo dicho por mí es correcto. Podemos no hacer caso de nuestra esencia, y pecar, pero no podemos sacudírnosla. Seguimos siendo hijos de Dios. Y eso nos permite que en cualquier momento podemos volver al Padre, igual que el hijo pródigo; y Él se alegra de nuestra vuelta porque ésta nos da la felicidad que nos había destinado desde el principio.
Al celebrar entonces la Inmaculada Concepción, recordamos y celebramos nuestra propia dignidad de hijos de Dios, y nuestras oportunidades inagotables de regresar adonde Él cuando nos demos cuenta de que nos hemos alejado de Él.

28.11.10

Adviento

Hoy hemos entrado en la temporada del Adviento, un tiempo que muchas veces se pierde de vista por los preparativos estresantes de la Navidad o, como dice hoy en día un paganismo moderno, “las fiestas decembrinas”, para bloquear de nuestra consciencia toda connotación cristiana.
Sin embargo, es precisamente el Adviento el que quiere dirigir nuestra mirada, y nuestro corazón, a la futura venida del Hijo del Hombre. Y las palabras que se repiten una y otra vez en las lecturas y en la liturgia son, “miren”, “estén alerta”, “despiértense”, y otras más. El evangelio de hoy (Mateo 24,37-44) nos habla de la vuelta del Hijo del Hombre, en el tiempo cuando menos se espera, como un ladrón en la noche. Y será percibido como una catástrofe, como cuando el diluvio. Nosotros sabemos lo que es un terremoto, un tsunami, un deslave en las zonas montañosas. Jesús no habla de castigo, simplemente de lo que será, pero que desmantela definitivamente nuestros apegos egoístas, para dejarnos con “lo único necesario”, Él mismo. Es un tiempo largo de espera.
Podemos compararlo con un embarazo. El “ya” y el “todavía no”; ya el niño vive porque ha sido concebido; pero todavía no se le ve. Sólo se siente que está en camino. La madre se prepara, cambia quizá su dieta, no toma más medicinas, para no hacer daño al niño. Se compra la ropita, la cuna, y muchas cosas más. Desde hace unos años para acá, en Venezuela se celebra un “baby shower” (¡qué palabra tan criolla!), para expresar la alegría por la venida del niño. Todo gira alrededor de su llegada. Ahora bien, algunos animales tienen un tiempo corto de preñez, unas semanas; en la especie humana, el embarazo es de nueve meses. Y ¿los elefantes? En África hay un dicho que reza que la elefanta está preñada 21 largos meses; pero, cuando pare, ¡es nada menos que un elefante! Cuanto más grande es lo que esperamos, tanto más larga la espera. El “embarazo” del Adviento ya dura dos mil años. ¡Qué maravilla nos estará esperando!
El que vendrá es el Hijo del Hombre, una imagen tomada de una visión del profeta Daniel (Daniel 7,13-14). Según el contexto, los monstruos que salen del abismo, reflejan nuestra naturaleza caída, el inconsciente regido por el pecado. El Hijo del Hombre viene entre las nubes del cielo, es un don de Dios, y tiene acceso de confianza a Dios.
En medio de nuestra vida llena de egoísmo se anuncia la llegada del que es plenamente humano del que tiene acceso a Dios. Por eso Jesús nos advierte que no nos dejemos llevar por nuestros instintos, que no vivamos al día, con la mente embotada, porque lo que viene es el Reinado de Dios: amor, perdón, paz, unión, sin exclusiones de nadie. El tiempo de Adviento nos invita a sintonizar con esta realidad, a comenzar a vivirla, es el tiempo de una alegre esperanza. Entonces, como dice Lucas en su Evangelio (Lucas 21,28): “cuando vean esto, levanten la cabeza porque se acerca su liberación”. Porque, ¡por fin!, seremos plenamente humanos.

14.11.10

No Quedará Piedra Sobre Piedra

“No quedará ni una piedra sobre otra. Todo será destruido” (Lc 21,6). Esta palabra de Jesús es parte del Evangelio del domingo de hoy. ¿Evangelio? ¿Eso es buena noticia? Vamos por partes.
Una construcción de piedras no es tan fácil para derrumbar. Es algo duradero. Pero también algo rígido que no cambia. Refleja nuestras ideas rígidas acerca de algo. Y cuando se trata de una religión, los templos y edificios sagrados reflejan lo que esta religión piensa de sí misma. La construcción de piedras es como la proyección hacia fuera de lo que se vive por dentro.
Al anunciar la destrucción del templo, Jesús anuncia la destrucción de lo que es rígido e intransigente en esta religión, no la de la religión misma. Esto se refiere a cualquier religión. Toda religión necesita purificación, a veces dolorosa, también las expresiones de nuestra religión cristiana.
¿Por qué tiene que ser así? Porque cuando una religión se fija demasiado en los signos y expresiones externas pierde su corazón, su razón de ser.
¿Cuál es la respuesta frente a esta necesidad de continua renovación? Hoy se nos presenta lo que el Papa llama la “dictadura del relativismo”. Nada es duradero, se puede cambiar todo. Pero, en tal caso, ¿qué se ofrece como remedio? En el fondo es el egoísmo, los caprichos momentáneos de los que son más poderosos, saben manipular más las masas inconscientes, son más brutales al imponer sus intereses. Y, como sabemos, estos se turnan con cierta frecuencia. La consecuencia es un desarraigo progresivo; la gente queda a la deriva.
¿Qué alternativa ofrece Jesús a la rigidez e intransigencia? No es el relativismo, sino la relación personal con Dios y con el prójimo. Ésta está por encima de todo, y frente a ella, todo lo demás, sí, es relativo. “El sábado es para el hombre, no el hombre para el sábado”. “’Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.’ Hablaba del templo de su cuerpo”.
Cuando Jesús nos anima en el mismo Evangelio a perseverar, no se refiere a unas ideas acerca de Dios, sino a nuestra relación amorosa con Él. Ésta es la que debe quedar cuando se pierde todo lo demás. Porque, al fin y al cabo, cuando todo el mundo y el universo se derrumba, sólo nos queda Dios. Y digo “Dios”; porque también nuestras ideas acerca de Dios tienen que derrumbarse. Así le pasó a Jesús en la cruz. Cuando estaba colgado en la cruz, Dios no apareció por ningún lado. Lo que le quedó a Jesús era su íntima relación con Dios; con toda confianza puso su espíritu en las manos de este Dios, aparentemente ausente, pero llamándolo Padre. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Y esta confianza le trajo la resurrección. Dios no actúa cuando queremos nosotros, sino cuando Él lo decida. Por eso cantamos en la Pascua “ÉSTE es el día en que actuó el Señor”.

24.10.10

Todos los Santos

Próximamente celebraremos la solemnidad de Todos los Santos. Para muchos, la veneración de los santos es problemática. Los no-católicos nos acusan de “adorar” a los santos, cuando la adoración puede dirigirse solamente a Dios. Y los católicos, a veces, exageramos en nuestro culto de ellos, perdiendo la perspectiva correcta.
Pero preguntémonos, ¿qué es un Santo? Es, en primer término, una persona como tú y yo, una persona que, en algún momento de su vida, sintió el llamado de seguir más radicalmente la voluntad del Señor. Para algunos fue un camino largo y espinoso; otros, después de una vida de vicios o fanatismo, experimentaron una conversión. Otros murieron santos, siendo aún muy jóvenes. Pero su característica más importante es que son un reflejo de la gloria y el poder de Dios. Como cantamos en el prefacio de los mártires, “pues en su martirio, Señor, has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio”. Es precisamente cuando el hombre asume su debilidad humana que Dios puede manifestarse poderosamente.
Sobre esta base hay, entonces, los demás rasgos que veneramos en los santos, como dice el prefacio de los Santos Pastores: “…fortaleciendo a tu iglesia con el ejemplo de su vida, instruyéndola con su palabra, y protegiéndola con su intercesión”. Los santos, no lo son solamente para admirarlos, como diciendo “bueno… ellos son Santos; pero yo, ¿qué puedo hacer?” Y con eso nos lavamos las manos, y seguimos en nuestra rutina, nuestra irresponsabilidad, nuestra flojera espiritual y nuestra inconsciencia. Por supuesto, no se trata de imitar a los santos al pie de la letra; la presencia de Dios se manifestó en ellos en un lugar y en unas circunstancias históricas muy precisas. Estas circunstancias pueden ser diferentes hoy en día, y necesitan otra forma de respuesta. En este sentido, los santos siempre son una palabra viviente de Dios a un ambiente y a una época determinada. Por eso, “nos estimulan con su ejemplo en el camino de la vida”, como cantamos en el prefacio de los santos. Nos invitan a seguir, como ellos, el llamado del Señor. Sólo así, la iglesia se manifiesta viva por el poder de Dios.
Cuando estemos dispuestos a seguir su ejemplo, entonces podemos recurrir a ellos también como intercesores. No vale pedirles a los santos muchos favores, mientras nosotros nos quedamos con los brazos cruzados, sin hacer nada. Recordemos qué hizo Jesús cuando los discípulos le pedían comprar pan: “denles Ustedes de comer”. Cuando comencemos a hacer lo imposible, experimentaremos el poder de Dios.
¿De dónde viene la veneración a los santos? Ya comienza en el Nuevo Testamento. Isabel dice a María: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Es la fe de María la que la hace digna de admiración. Y ella misma contesta con el cántico que Lucas pone en boca de ella: “…desde ahora me felicitarán todas las generaciones”, no porque ella fuera como una semi-diosa. ¡No! La felicitarán, “porque el Señor ha hecho obras grandes en mí”, su humilde esclava. Como dice el teólogo Franz Mussner, si estas palabras hubieran sido ofensivas o extrañas a los lectores de su evangelio, Lucas no las hubiera incluido. El hecho de que los incluyó es prueba de que, ya en aquella época temprana, se recordó con admiración a esta mujer que, por haberse entregado al Señor como su “esclava”, fue la persona en quien Dios manifestó su gloria, viniendo al mundo a través de ella.
En los siglos siguientes, se tuvo mucha veneración por los mártires. Se celebraba la eucaristía sobre su tumba, haciendo ver de esta manera, que la entrega de la vida en el martirio, está íntimamente ligada a la eucaristía donde Jesús se nos da a nosotros como alimento. Por eso también se han venerado siempre las reliquias de los mártires, y más tarde de los demás santos.
Hay muchos santos que “nos instruyen con su palabra”, como dice el prefacio. Algunos han dejado escritos muy profundos, otros, pocas palabras. Todos nos animan a seguir a Jesús, a permitir que Dios actúe en nosotros y, de esta manera, se siga manifestando en el mundo.

22.10.10

María, la Esclava del Señor

Pintado detrás de vidrio
por: Ulrike Brunner
München, Alemania
Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38).
Escuchamos este texto con tanta frecuencia que muchas veces no nos damos cuenta del alcance de su significado. “Esclava” es una palabra muy fuerte; en la palabra griega (“dule”) del texto original se percibe que esta persona está “atada” a alguien. No es libre en sus movimientos ni en sus decisiones. En el mundo antiguo, los esclavos no tenían lo que hoy llamaríamos derechos humanos. En Israel fue la ley de Moisés que comenzó a aliviar algunas situaciones de ellos. Pero su situación seguía siendo muy precaria. Eran la propiedad de sus señores: “No ambiciones la casa de tu prójimo, ni su campo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca” (Deuteronomio 5,21). Se enumera al esclavo y a la esclava junto con las demás pertenencias del dueño, cosas y animales.
Ahora bien, si María se llama “esclava del Señor”, ¿dónde queda su libertad? ¿Acaso Dios quiere nuestra esclavitud? De hecho, no faltaban teólogos que interpretaban este texto como apoyo al poder patriarcal-machista sobre las mujeres sometidas.
Sin embargo, estas preguntas provienen de una lectura fuera de contexto, y de una imagen equivocada de Dios y de nosotros mismos.
Fuera de contexto, porque se nos olvida quién es este Dios que se dirige a María, y cómo la trata. Es el Dios de Israel que siempre se ha preocupado por el pobre, el Dios que hace “obras grandes” en nosotros, como diría María más tarde en el himno del Magníficat (Lucas 1,46-55).
Es el Dios que la llama “llena de gracia”, que no sólo está, sino que ES con ella; es la presencia de Dios en nosotros. Es un Dios que ama a su creatura infinitamente, la crea “a su imagen y semejanza”, y por eso quiere lo mejor para ella. Es un Dios que nos saca de la modorra de lo acostumbrado de nuestras propias creaciones limitadas, para que podamos dejarnos crear por Él.
En cuanto a la imagen equivocada de nosotros mismos, cabe preguntar en qué consiste la libertad. Creemos que somos libres, para hacer lo que se nos ocurra. Y nos olvidamos de que, la mayor parte de nuestra vida, vivimos “en piloto automático”. Respondemos a nuestras necesidades instintivas, como son el afán de seguridad, de “ser alguien”, de estar en control. Y, muchas veces sin darnos cuenta, estamos presos del miedo a perder algo que consideramos nuestro, del “¿qué dirán?”, de perder el control sobre los demás o de una situación, de quedarnos sin apoyo.
La pregunta, entonces, no es si somos esclavos o no; porque siempre servimos a alguien o algo. La pregunta correcta es, de quién somos esclavos. ¿De nuestros miedos o de Dios? En el himno del Benedictus (Lucas 1,74-75) se dice que “libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos (a Dios) en santidad y justicia”. Es cuando dejamos ir todas estas preocupaciones, cuando superamos el miedo, entonces es cuando podemos servir a Dios y al prójimo.
De esta manera, el hacerse esclavos del Señor, en realidad, es la superación de la esclavitud; porque nos arranca de las ataduras a intereses ajenos, y nos permite dejar que Dios actúe en nuestras vidas para hacer las maravillas que sólo Él sabe hacer, para que lleguemos a ser lo que Él quiere que seamos; sólo eso nos da felicidad.
Por eso, Isabel llama “dichosa” a María porque “ha creído”, ha dado crédito a la palabra de Dios. Y María, más tarde, puede decir que “todas las generaciones la felicitarán”; no porque ella sea famosa, rica o poderosa, sino “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”.
Si hoy en día estamos tan interesados en conquistar nuestra “libertad”, ¿nos damos cuenta de que, muchas veces, sólo nos hacemos más esclavos de los poderes que nos rodean y manipulan? Por supuesto, la libertad auténtica lleva consigo el sufrimiento, el asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Pero, ¿quién ha dicho que los esclavos no sufren? ¿Cuánta gente “libre” está deprimida y va al siquiatra – ¡que las llena de pastillas!? Pero el deseo de la auténtica libertad no se puede amordazar con drogas. La única respuesta a este deseo es la entrega en las manos del Señor. “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; tú, el Dios leal, me librarás” (Salmo 3,5).

5.10.10

El Origen del Rosario

Efrén el Sirio († 373), Padre de la Iglesia, es el primero quien, dentro de una oración más extensa, junta los dos textos de Lucas sobre la Virgen: “Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es contigo” (la anunciación del Ángel a María), y “bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (el saludo de Isabel).
Entre los monjes orientales de los siglos VI y VII, como entre los monjes occidentales de los siglos VI al XI era muy común la repetición meditativa de breves oraciones, tomadas muchas veces de versos bíblicos. También los comienzos del rosario se remontan a invocaciones de la Virgen durante la temprana edad media. Desde el principio se los combinaba con misterios de la fe y con textos bíblicos, por ejemplo en analogía a los 150 salmos. De allí el nombre alterno por “Rosario”: el “Salterio”. Por la repetición periódica del Padre Nuestro, este salterio recibió también el nombre de “Pater Noster” – Padre Nuestro.
En la abadía de Cluny, en el siglo XI, los monjes rezaban en ciertas circunstancias en vez de los salmos la misma cantidad de Padrenuestros. En el mismo siglo XI, en el testamento de una señora de la nobleza inglesa se menciona por primera vez en la iglesia occidental “una cuerda con piedras preciosas para contar exactamente sus oraciones”. En el siglo XII hubo la difusión de “oraciones supletorias”, normalmente cuentas de padrenuestros, para que también los hermanos legos que no sabían leer, tuvieran su oficio litúrgico.
En un manuscrito antiguo del siglo XIII, bien documentado, hay una colección de 25 leyendas marianas. En una de estas leyendas se cuenta que un devoto a la Virgen acostumbraba confeccionar una corona de rosas y adornar con ella una estatua de la Virgen. Un buen día, en una aparición se le enseña que hay otra “corona de rosas” que alegra más a la Virgen: la repetición de 50 Ave María. Estas oraciones, en la mano de la Madre de Dios, se convierten en rosas, con las cuales ella misma se hace su corona de rosas (=rosario) más bello.
En 1261, el Papa Urbano IV mandó añadir al Ave María, que hasta entonces sólo consistía en las dos citas bíblicas de Lucas, las palabras “Jesucristo. Amén”.
Las dos grandes órdenes de mendicantes, los dominicos y los franciscanos, rezaban desde sus inicios con frecuencia, el Ave María.
En Adviento de 1409 nació en una cartuja de Tréveris la forma del rosario como la conocemos hoy en día. Se debe al prior Adolf von Essen y su novicio. Éste “inventó” el rosario, añadiendo a cada Ave María, después del nombre de Jesús, una “cláusula” que dice lo que Cristo hizo o enseñó. De esta manera, propuso 50 cláusulas, todas tomadas del Evangelio. Así se rezaba el rosario en otras cartujas y monasterios benedictinos. Fue Adolf von Essen quien sistematizó el rosario, reduciéndolo a 15 misterios, y propagándolo en esta forma.
La petición final del Ave María se encuentra por primera vez en Bernardino de Siena (1380-1444), franciscano, y Antonio de Florencia (1389-1459), dominico. A partir de 1470, las muchas cofradías del Rosario contribuyeron a la difusión de esta forma del Ave María. El dominico bretón Alanus (1428-1475) difundió, además, otra forma del rosario, con 150 cláusulas. Propagó también la leyenda según la cual la Virgen entregó a Santo Domingo el rosario, una leyenda confirmada por el Papa León X en varias bulas. Por eso, se atribuye la difusión de la devoción del rosario a la orden dominica.
Jakob Sprenger (1435-1495), prior del monasterio dominico en Colonia, en 1475, fija el rosario en su forma más acostumbrada: al comienzo la cruz del credo, seguido por una cuenta de Padrenuestro y tres de Avemaría. Sigue la corona de cinco veces 10 Avemaría, con una cuenta de Padrenuestro por delante.
En 1568, el Papa Pío V incluye la salutación angélica, en su forma hoy conocida, en el breviario romano. El 17 de septiembre de 1569 fija en un documento el texto definitivo de esta oración. Con eso se convierte en la forma oficial del Ave María.
El 16 de octubre de 2002, el Papa Juan Pablo II introduce en el rosario los “misterios luminosos“.
Fuente (en alemán): http://www.helmut-zenz.de/rosenkranz.html

La Lectio Divina con un Corazón Abierto

Asimilamos cualquier información con los lentes de los esquemas mentales de nuestra cultura, nuestros intereses personales, prejuicios e ideas preconcebidas. Por eso, en la Palabra de Dios hay que distinguir el mensaje que Dios quiere transmitir, y lo que el hombre es capaz de entender. No es por nada que Dios comenzó a revelarse casi dos milenios antes de Cristo. Como dice San Pablo, “en tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo” (Heb 1,1-2). La humanidad no era capaz de entender la plena revelación de Dios de una sola vez. Y aún después de tanto tiempo, cuando Dios se reveló en Cristo, la mayoría no lo aceptó, y lo crucificó.
Todavía hoy tenemos esta tendencia de ver en la Escritura cosas que Dios no ha dicho. Leemos el mensaje fuera de su contexto, y se convierte para nosotros en pretexto. No se trata de leer la Palabra “desde el pobre” (con el bolsillo vacío – pero el corazón lleno de envidia, hasta tal punto que algunos quieren “descrucificar” al pobre), o “desde la mujer” (que, en vez de aceptar su dignidad que proviene de su condición de hija amada de Dios, trata de conquistar “los privilegios” del hombre desde su baja autoestima). ¡No! Se trata de acercarse a la Palabra de Dios desde un corazón humilde, vacío de sí mismo – como alguien dijo de la Virgen: “Vacía de sí misma, llena de Cristo”. Sólo así podemos entender y recibir la plenitud de la revelación de Dios en Cristo. Por algo dice San Pablo que la cruz “es un escándalo, y una locura” (1Cor 1,22-24). No cabe en nuestros esquemas mentales. La parábola del sembrador (Mc 4,1-20) es importante en este contexto.
Por eso, cuando en la lectio nos sentimos turbados, incómodos o cuestionados, es buena señal. El mensaje de Dios nunca puede ser un invento humano. “Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes” (Isaías 55,9). Pero tenemos también un consuelo: cuando el hombre se turba, se asusta, Dios le dice “no temas”. Nuestro Dios es un Dios que inspira confianza, que nos saca de nuestra rutina, y nos atrae siempre más hacia sí. La lectio divina es una práctica muy importante en este proceso de desmantelar nuestro egoísmo, y de permitirle a Dios que se manifieste en nosotros.

30.9.10

Arquitectura y Espiritualidad

Hace 25 años comenzó la construcción de nuestra abadía. Yo había estado en la comisión de enlace entre la comunidad y el arquitecto. Recuerdo que la primera reunión versó sobre el tema de los diferentes locales que necesitaríamos: iglesia, habitaciones, cocina, sala de reuniones, etc., y sus respectivos tamaños. En la segunda reunión, la tarea fue la de organizar los espacios: qué debe ir junto, como la sacristía cerca de la iglesia, la dispensa cerca de la cocina, etc., y qué debe ir separado: como no poner la cocina al lado de la iglesia. Así el plan fue tomando la forma que tiene ahora.
Es sorprendente cómo esta forma refleja nuestra espiritualidad benedictina. Es la forma de un molinete o, si se quiere, una cruz. Tenemos en el norte la iglesia, el sitio donde nos congregamos varias veces al día para alabar a Dios. En el ala sur están los servicios, como garajes, lavandería, sastrería, un taller, etc. Este eje norte - sur apunta a nuestra vida que busca unir la oración y el trabajo, siendo la oración "el norte" de nuestra vida. Sin ella, el trabajo se convierte en rutina sin sentido que nos lleva al vacío.
El otro eje es el de este - oeste. En el lado este están nuestras habitaciones, llamadas también "celdas", una palabra que viene del uso de los monjes antiguos: "Kellion". En el lado oeste están las habitaciones de los huéspedes que vienen a nuestra abadía para buscar paz en medio de su vida muchas veces agitada. Y, en último término, buscan a Dios. Así se refleja nuestra tensión entre la vida a solas con Dios y nuestra misión de facilitarles a nuestros hermanos el encuentro con Dios.
Estos dos ejes están unidos por el claustro donde se encuentran las áreas comunitarias: comedor de la comunidad, comedor de huéspedes, salas de conferencias y de reuniones, el área de la portería.
Por supuesto, esta distribución arquitectónica no es la única posible para expresar la espiritualidad benedictina; hay muchas otras. Eso refleja también la gran variedad que hay entre los diferentes monasterios benedictinos. Como una construcción determinada expresa el espíritu de los constructores, así también el edificio construido ayuda a vivir esta espiritualidad.

28.9.10

María y la Lectio Divina

El Magníficat - un retrato del alma de María, por decirlo así - está completamente tejido por los hilos de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama.
Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas Est (Dios es Amor), no. 41

12.9.10

El Buen Pastor


Del Evangelio de hoy (Lucas 15,1-32) sólo me referiré a los primeros 7 versos que tratan del Buen Pastor. Es una parábola muy conocida, tan conocida que no nos damos cuenta de su alcance. Preguntémonos, ¿un pastor dejará 99 ovejas en el campo, a la intemperie y expuestos al peligro de animales rapaces y de ladrones? Económicamente, esto no es lo mejor que se puede hacer. Mejor perder una oveja, y estar seguro de tener las demás, que son la gran mayoría, sanas y salvas.
Y allí precisamente está el detalle. La parábola es sólo eso: una parábola. Pero Jesús está hablando de los publicanos y pecadores. Son seres humanos, hijos amados de Dios Padre. Aquí no valen criterios económicos. Los hombres tenemos un valor infinito. La parábola nos enseña hasta qué extremos Dios va para recordarnos este valor. Por más maldades que hayamos hecho, SOMOS buenos; ésta es nuestra esencia que no podemos borrar con ninguna cantidad de pecados. Y, aunque “nosotros seamos infieles, Él sigue siendo fiel” (2Timoteo 2,13).
Jesús vino a reunir lo que estaba disperso; “que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti” (Juan 17,21). Nos gusta no sólo distinguir, sino separar. Vemos a los demás como malos, indeseables. Cada sociedad, y cada individuo, tiene sus “malos” de quienes se deslinda. Nuestra tarea como seguidores de Cristo consiste en buscar la unión. Cuando nosotros mismos hayamos aceptado este amor incondicional de Dios, ya no veremos al otro como amenaza; le podremos salir al encuentro. Aunque él nos quiera mal, nosotros veremos más allá de esta superficie áspera, y podremos dirigirnos al Dios que quiere manifestarse también en él.

11.9.10

Nuestra Libertad

Hoy, día de la Virgen de Coromoto, quisiera retomar lo dicho en mi blog anterior: La seriedad del compromiso con nuestro bautismo. Una de las consecuencias de aceptar el amor incondicional de Dios es nuestra libertad. “Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?” – pregunta San Pablo (Romanos 8,31). En el cántico del “Benedictus” se nos dice: “libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos” (Lucas 1,74).
Nuestro Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, es un Dios que nos ama infinitamente, quiere nuestro bien. Él nos quita el miedo; siempre cuando se manifiesta al hombre, le dice – casi como un saludo – “¡No temas!” Es el temor, el miedo, que nos paraliza, no nos deja actuar, no nos deja hacer lo que quisiéramos o deberíamos hacer. Es el miedo de perder algo que consideramos valioso para nosotros, una seguridad, nuestra reputación, el control sobre una situación.
La confianza en Dios, en su amor, nos permite amarlo a Él y a nuestros semejantes, nos facilita “servirle con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días” (Lucas 1,75).
Cuando miramos nuestro país con los ojos de la fe, vemos que el problema no es ni político no económico, ni nada de eso. Es un problema espiritual. Sólo si cada uno asume su libertad, la convivencia humana pacífica y el bienestar serán posibles. Y, ¿si los demás no lo hacen? No mires a los demás; Dios te ama, y te llama a ti. Y en nuestra vida diaria hay muchísimas ocasiones para mejorar la calidad de vida en nuestro ambiente, que no dependen de ninguna autoridad, sino de la consciencia de cada uno. Estamos llamados a ser cristianos, no “como todo el mundo”, sino cristianos de verdad, seguidores de Jesús. No nos dejemos arrastrar por lo que una mayoría inconsciente quiera imponernos. Nuestro Dios no es una mayoría, sino el Padre que resucitó a su Hijo Jesús de entre los muertos.

6.9.10

Nuestra Señora de Coromoto



Pintora del ícono:
Titiana Popa
El 11 de septiembre celebramos en Venezuela nuestra Patrona, la Virgen de Coromoto.
A comienzos del año 1651, en plena época de la colonia, la Virgen se apareció en la región entre Guanare y El Tocuyo, en los llanos venezolanos, a una familia de indios. La “Bella Mujer” les dijo que “salieran a donde estaban los blancos, que les echasen agua sobre la cabeza para ir al cielo”. Los indios, aunque después de cierta resistencia, cumplieron con este deseo de la “Bella Mujer”. Se trata pues de la invitación a bautizarse. Este detalle es de suma importancia, no sólo para los indios de aquel tiempo, sino incluso para nosotros hoy en día. Porque en nuestro país, como en el resto del mundo, sigue habiendo un choque de culturas y pareceres que dificulta la convivencia pacífica de los hombres.
Ahora bien, cuando hablo del bautismo, no me refiero a hacerse “católico como todo el mundo”, sino que me refiero a la recepción del sacramento de la iniciación cristiana: cuando el hombre acepta la oferta de Dios de ser hijo amado de Él; cuando ya no recibe su identidad de una cultura o raza determinada, sino que acepta el hecho de que su identidad viene de su condición de ser humano, de hijo de Dios; y que la cultura, aunque es una expresión importante de su vida, es solamente eso: una expresión de algo más profundo.
Con la ocasión de esta fiesta, vale la pena hacer un examen de consciencia, repasando nuestras promesas bautismales. Las renovamos cada año en la vigilia pascual; pero, después del cansancio de toda una noche larga, con su liturgia de la luz, y  muchas lecturas, ¿estamos todavía conscientes de lo que respondemos? Hoy en día, en algunas parroquias la gente se prepara para la fiesta de la Coromoto con toda una novena. Bien pudiera ser un retiro de preparación para renovar las promesas bautismales. Reflexionemos brevemente sobre estas promesas:

¿RENUNCIAN A SATANÁS? “Satanás”: su nombre, en hebreo “Satán”, significa “el adversario, el acusador” en un juicio. En la Vida de San Benito, escrita por el Papa San Gregorio Magno (540-604), hay una escena que nos puede ilustrar lo que significa esta renuncia: un día, el Maligno se le aparece al “varón de Dios”, como llama San Gregorio a San Benito. Y, haciendo juego de palabras con su nombre, Benito, que significa “bendito”, le dice repetidas veces, “no bendito; sino maldito”. A lo mejor, no se nos aparece Satanás personalmente; pero muchas veces no se trata de una persona concreta, sino de una fuerza maligna que nos rodea. ¡Cuántas veces nos habrán dicho algo negativo! ¡Cuántas veces nosotros mismos hablamos mal de los demás, y nos fijamos en lo negativo de nuestro ambiente! ¡Cuántas veces, nosotros mismos nos vemos como malos! Respecto a eso, el Evangelio nos habla muy claro: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado (Juan 3,17-18). Dios no nos condena; eso lo hacemos nosotros mismos, haciendo caso a la voz del adversario. - Pues bien, ¿qué hizo San Benito frente a estas palabras del maligno? Ni siquiera le dirigió la palabra. Alguien que cree en el amor de Dios, no se deja afectar por las descalificaciones. Siempre habrá gente que nos desprecia. Éste no es el problema. El asunto es, a quién le creo, a estas personas o a Dios. Por lo tanto, esta pregunta de si renunciamos a Satanás, es de vital importancia para nosotros. Porque nos lleva a la segunda pregunta:

¿RENUNCIAN A TODAS SUS OBRAS? Si le hacemos caso al que niega que Dios “ha creado todo bueno” (Génesis 1,31), nosotros intentaremos hacerlo “mejor”. Intentaremos buscar la seguridad, trataremos de dominar a los demás, de figurar y sobresalir. Pero lo haremos desde nuestro ego, entronizado como centro de atención. Y, como nuestro ego no es el único, las discordias y la desunión con los demás egos están programadas.

 ¿RENUNCIAN A SUS SEDUCCIONES? El adversario no quiere que veamos toda la verdad. Le gustan las medias verdades. Le conviene dirigir nuestra atención a la satisfacción de lo inmediato. Así ya lo hizo en el paraíso. Por algo será que el tentador vino en forma de serpiente, un animal rastrero que no ve mucho más allá de sus narices. Al renunciar a estas seducciones de lo inmediato, podemos abrirnos a toda la verdad que nos ofrece Dios en su Espíritu; este Espíritu que se representa con la imagen de una paloma, un pájaro que tiene la visión del panorama completo.

Hay dos detalles más en esta aparición: uno, que la Virgen apareció a toda una familia. En retrospectiva, esto es muy importante en nuestro ambiente. Dios quiere la familia, padre, madre e hijos. Una familia sana sigue siendo el fundamento de una sociedad sana. Cuando una sociedad comienza a “ponerse a inventar” otros tipos de relación entre varón y mujer, y padres e hijos, más temprano que tarde, ya lo sabemos por la historia, tal sociedad se derrumba.
El otro detalle: la imagen que dejó la Virgen en la mano del cacique, la representa sentada,  con el niño Jesús sobre las rodillas de ella. Esta representación recuerda la “Sede de la Sabiduría”. Nuestra sabiduría está “asentada” sobre las actitudes de la Virgen, su humildad, su apertura a Dios. Nuestra inteligencia, sin humildad, se vuelve astucia, que busca lo inmediato, pero no va más allá de eso. Cuando queremos entregarnos a Dios, no podemos hacerlo sin renunciar a nuestros intereses egoístas, a todo lo que nos parece “llenar”, para que Dios lo llene de su plenitud. Sólo así alcanzaremos la sabiduría, y la plena libertad.

Lo anterior es, quizá, una reflexión poco “mariana” en la fiesta de nuestra patrona. Sin embargo, tengamos en cuenta lo que dice un gran devoto de la Virgen, San Luis María Grignión de Montfort (1673 – 1716): No es verdadera devoción a la Santísima Virgen rezarle muchas oraciones, pero mal dichas, sin darnos cuenta de lo que decimos. Y en otra ocasión dice: Cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, se siente atraído irresistiblemente hacia ella y en ella hace su morada.

Para la renovación de nuestra fe, en el marco de la misión continental, vale la pena retomar la primera palabra que nos dijo la Virgen en los comienzos de nuestra historia. Son palabras que nos remiten a su hijo, Jesús, y que no son otras de las que dijo ya en las bodas de Caná “Hagan lo que Él les diga” (Juan 2,5). Si las cumplimos, Dios nos dará “el vino mejor”, es decir una sociedad con una paz y un bienestar que ninguna lucha de clases o guerra podría traernos.

31.8.10

Oración Centrante (I)

En mi blog anterior mencioné, como de paso, la “oración centrante”. Esta forma de orar es un método de oración que procede de la tradición cristiana, principalmente del libro La Nube del No Saber, de un autor anónimo del siglo XIV, y de San Juan de la Cruz, del siglo XVI. Aunque distan dos siglos en el tiempo, ambos autores se deben a una corriente de espiritualidad común en toda Europa. Así se desprende de los paralelos en sus escritos.
Esta oración nos lleva a la consciencia de la presencia de Dios y de su acción en nosotros, y así alienta las actitudes contemplativas de escucha y receptividad. No es contemplación en sentido estricto, vista en la tradición católica siempre como puro don del Espíritu, sino más bien una preparación para la contemplación por medio de la reducción de los obstáculos causados por la hiperactividad de nuestras mentes y nuestras vidas.
La oración se había vuelto rígidamente dicotomizada – meditación discursiva, oración afectiva, y la multiplicación de aspiraciones devotas. Y la palabra “contemplación” se había vuelto tan ambigua que la mentalidad popular la identificaba con un estilo de vida más que con una forma de oración.
En los años 70, había jóvenes discípulos de los gurús orientales, los roshis zen y los maestros de meditación trascendental, que hacían veinte o treinta minutos de meditación dos o tres veces al día, a pesar de encontrarse en la universidad o en la vida profesional, mientras que religiosos de vida activa, sacerdotes y monjes y monjas contemplativos parecían tener dificultades para hacer media hora de “oración mental” – como se llamaba - al día.
Miles de jóvenes iban a la India cada verano a encontrar alguna forma de espiritualidad. Nunca habían oído que existiera una espiritualidad cristiana, estando los monasterios de contemplativos, tanto de hombres como de mujeres, junto a ellos en su país. Por consiguiente, no se les ocurrió buscar una forma cristiana de oración contemplativa ni visitar monasterios católicos. Cuando se enteraron de que existían, se sorprendieron, les impresionó, y algunos sintieron curiosidad.
A mediados de la década de 1970, el P. Thomas Keating, en aquel entonces abad del monasterio trapense de Spencer, EEUU, planteó esta situación a su comunidad monástica. El P. William Meninger se sintió motivado a tomar este desafío en serio. Basándose en el clásico espiritual del siglo XIV, La nube del no saber, creó un método al que puso el nombre de “Oración de la Nube”, y comenzó a enseñarlo a los sacerdotes en la casa de retiro del monasterio. La respuesta fue muy positiva. Para muchas personas, sus casetes han sido un punto de partida para usar la forma simple de oración recomendada por el autor de La nube del no saber, en la que una sola palabra como, por ejemplo, “Dios” o “amor” expresa la “intención desnuda dirigida hacia Dios”.
En 1976 el P. Basil Pennington, otro monje de Spencer, comenzó a enseñar en la hospedería del monasterio esta oración en forma de cursillos introductorios, primero a sacerdotes y después a otras personas que querían asistir. Ya en cursos anteriores, superiores de congregaciones religiosas habían sugerido para esta práctica el nombre de “oración centrante”.
En los años 80, el P. Keating, ya retirado de su responsabilidad como Abad de Spencer, y viviendo ahora en el monasterio de Snowmass, Colorado, dio inicio a Contemplative Outreach (Extensión Contemplativa), una agrupación muy bien organizada y efectiva, para facilitar toda una espiritualidad basada en la oración centrante. Ha escrito muchos libros sobre este tema.
Aunque, a primera vista, en la oración centrante hacemos lo mismo que en otro tipo de meditación, la gran diferencia es que, en la oración centrante, tenemos la intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros.
En su libro “Mente Abierta, Corazón Abierto”, capítulo 9, el P. Keating dice lo siguiente: “El propósito de la oración centrante no es sentir paz, sino la evacuación de los obstáculos inconscientes a un estado permanente de unión con Dios. No es la oración contemplativa lo que se persigue en esta práctica, sino el estado contemplativo. Tampoco lo son las experiencias, por más exóticas o reafirmantes que sean, sino el estar conscientes permanentemente de Dios, que proviene de una misteriosa reestructuración de nuestra consciencia”.
¿Cómo puede ser eso? Veamos el ejemplo de Pablo y Silas en la prisión (Hechos 16,22-26): “Entonces la gente se levantó contra ellos, y los jueces ordenaron que les quitaran la ropa y los azotaran con varas. Después de haberlos azotado mucho, los metieron en la cárcel, y ordenaron al carcelero que los vigilara con el mayor cuidado. Al recibir esta orden, el carcelero los metió en el lugar más profundo de la cárcel y los dejó con los pies sujetos en el cepo…. (Dolor – sangre – malos olores – mosquitos – ratas – insomnio, etc. ¿Qué hubiéramos sentido y hecho nosotros en semejante situación? ¿Rabia? ¿Depresión? ¿Sed de venganza? ¿Gritar? ¿Insultar al carcelero? Veamos lo que hicieron Pablo y Silas:)…. Pero a eso de la medianoche, mientras Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los otros presos estaban escuchando, vino de repente un temblor tan fuerte que sacudió los cimientos de la cárcel. En el mismo momento se abrieron todas las puertas, y a todos los presos se les soltaron las cadenas.”
Este “orar y cantar himnos a Dios” es un ejemplo de estar permanentemente consciente de la presencia amorosa de Dios, incluso en las situaciones más desagradables y peligrosas. La oración centrante, con el tiempo, nos puede llevar a esta consciencia.
Para más información sobre la oración centrante, véase la página web: www.extensioncontemplativainternacional.org

28.8.10

La Experiencia Cristiana del Siglo XXI

Introducción
En esta conferencia quisiera enfocar la figura de María. Lo que digo no ha crecido enteramente en mi jardín. La base es una conferencia de la Hna. Teresa Forcades i Vila, monja benedictina catalana. Yo sólo simplifico su lenguaje altamente teológico, y hago mis propias reflexiones para nosotros los que practicamos la oración centrante. Los que tengan interés en los escritos de la Hna. Teresa, los pueden conseguir en la página web de su monasterio: http://www.benedictinescat.com/Montserrat/indexceramcast.html
La Hna. Teresa comienza haciendo referencia a las ya famosas palabras que dijo Karl Rahner S.J., en el siglo pasado, que “el cristiano del próximo siglo – el nuestro - será místico, o no será”. Después, ella menciona dichos de otras personas que dicen algo semejante. A partir de allí, ella propone su tesis:
“La experiencia cristiana del siglo XXI será mariana, o no será”
Pone énfasis en la palabra “experiencia”. Y desarrolla su tesis meditando sobre los cuatro dogmas de la iglesia que se refieren a María. A propósito, “dogmas”: No son simplemente unas “verdades” que hay que creer aunque nos cueste; ¡no! Son formulaciones que quieren evitar precisamente unas explicaciones facilonas, y nos invitan a ir, no contra la razón, sino más allá de ella; nos invitan a establecer una relación personal e íntima con Dios, en confianza y amor. Sólo entonces veremos que estos dogmas tienen sentido porque echan una luz sobre lo que puede ser también nuestra experiencia.
Veamos entonces los cuatro dogmas, y su relación posible con nuestra experiencia.

1. María Madre de Dios (“Theotokos”), Concilio de Éfeso, año 431
A lo largo de los primeros tres siglos, la iglesia había definido los dogmas sobre Dios como uno en tres personas (la Santísima Trinidad), y sobre Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre (dos naturalezas en una sola persona). La pregunta que se planteaba entonces era, si María era solamente la Madre de Jesús de Nazaret, de su naturaleza humana, como afirmaban unos, o si era Madre de Dios, como afirmaban otros. Después de muchos debates, finalmente prevaleció el criterio de que ella era Madre de Dios, porque una mujer no da a luz a una naturaleza, sino a una persona concreta, en este caso Jesús, que es Dios y hombre en una sola persona.
Nosotros, por conveniencia hablamos entonces de la “Madre” de Dios. Sin embargo, en la definición del dogma se habla de “Theotokos”, la “engendradora” de Dios. Creo que no me equivoco si traduzco esta palabra del griego antiguo correctamente al venezolano de hoy, si digo “la que trajo a Dios al mundo”. Por eso ella es imagen de la iglesia que sigue trayendo a Dios al mundo. Y con eso llegamos al tema que nos interesa: ¿Qué hacemos cada uno de nosotros que formamos la iglesia, para que Dios pueda seguir manifestándose en el mundo?
En primer término, hay que recordar que Dios no impuso a su Hijo a María, sino que respetó su libertad. Dios no nos trata como siervos sino como amigos, de tú a tú. Dios se hace dependiente de nuestra libertad, se muestra como el que recibe. El Hijo recibe todo del Padre y, como hombre, recibe su cuerpo de María; es receptividad pura. En la medida en que asumimos nuestra libertad podemos amar y ponernos al servicio de la manifestación de Dios en el mundo. El cántico de Zacarías (Lc 1,68-79) dice: “Libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y justicia todos nuestros días.”
Dice la Hna. Teresa: “El culmen de la creación está iniciado en María, pero no está todavía cumplido. Sólo lo estará cuando cada uno de nosotros haga como ella y exprese desde el núcleo más íntimo de la propia libertad el Fiat (es decir “hágase”, nuestro consentimiento) que engendra la Luz en el mundo.” Y, ya muchos siglos antes, el místico Angelus Silesius dice: “Si Cristo no nace en tu corazón, en vano habrá nacido en Belén.” Aplicando esto a nosotros podemos decir: en la oración, por ejemplo del Padre Nuestro, consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros (“hágase tu voluntad”). Esta presencia muchas veces está escondida bajo nuestra condición humana, nuestro ego; quiere salir a la luz, manifestarse. En la medida en que practicamos la oración, “damos a luz”, manifestamos a Dios en nosotros. Todo eso es obra del Espíritu Santo, la presencia de Dios en nosotros. Es necesario que le dejemos actuar a Él. Si no, lo que nacería no sería el fruto del Espíritu Santo sino una criatura de nosotros, un pobre fruto de nuestro ego, que muchas veces resulta un monstruo. Pero, con la práctica de la oración, poco a poco se manifestarán los frutos y dones del Espíritu. El P. Thomas Keating escribió todo un libro sobre este tema. Así, María puede cantar en el Magníficat (Lc 1,46-55) que el Señor ha hecho obras grandes por ella.
Recordemos también que en el último juicio se nos dirá, esto me lo han hecho a mí. Y San Pablo oye, cerca de Damasco, que Cristo le pregunta, ¿por qué me persigues? San Benito exhorta a sus monjes a que vean a Cristo en el abad, en el peregrino, el enfermo, el anciano, etc. Por lo tanto, si vamos a las relaciones personales hay que decir que, desde la presencia de Dios en nosotros, podemos ver la presencia de Dios en el prójimo y sacar a relucirla.
De esta manera participamos directamente en la renovación de la iglesia. En el futuro ya no habrá una iglesia de masas, sino una iglesia de testigos que tienen una relación personal e íntima con Dios. Estos podrán ser pocos en número, pero serán un fermento que se hará sentir en la sociedad, porque permitirán que la luz de Cristo ilumine las diferentes situaciones.
En resumen: la maternidad de María nos recuerda a cada uno que Dios se relaciona con nosotros como Hijo, como aquel que recibe. Espera nuestra cooperación para manifestarse en el mundo.

2. María Virgen (Sínodo del Letrán, año 649)
Si entendemos la virginidad en primer término como un asunto de castidad, como ausencia de relaciones sexuales, el peligro es que, por falta de amor y por la incapacidad de relaciones humanas, podríamos convertirnos en gente que quizá es casta, pero estéril. No engendra nada, no trae la Luz al mundo.
La virginidad de María apunta a algo mucho más importante. Dice la Hna. Teresa: “Nuestra realización personal, nuestra cristificación, la plenitud de nuestro potencial humano no depende de si tenemos o no pareja, o de si tenemos o no relaciones sexuales; depende sólo de nuestra capacidad de amar a Dios, y esta capacidad de amar a Dios se reconoce en el amor a los demás, sobre todo a los que no cuentan.”
En nuestra sociedad parece ocurrir lo contrario: hay un énfasis exagerado en el sexo, casi como artículo de consumo de primera necesidad. Hasta tal punto que hoy en día hay gente que vive separada, pero sabe a quién llamar cuando quieren sexo; son como parejas separadas. O gente que se busca simplemente un “resuelve”, una relación para satisfacer los deseos sexuales, sin ir más allá hacia una relación personal. Los desórdenes de mucha gente de la farándula son sólo un reflejo de lo que pasa en la sociedad a todos los niveles. En este contexto habrá que ver también las arremetidas constantes contra el celibato de los sacerdotes; porque es una piedra en el zapato de los que buscan sólo el placer. Pero cuando uno ve un poco más el panorama completo, se da cuenta de que la gente que vive así está muy vacía interiormente; hay muchos y muchas que van al siquiatra. Éste, lo único que sabe hacer es, llenarlas de calmantes. Sin embargo, el problema verdadero no es de siquiatras ni psicólogos, sino un problema humano: la capacidad de donarse, de entrar en relación con otra persona.
La no-dependencia, la libertad radical, hace posible amar a Dios “de todo corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Para esto no es necesario tener pareja. Por eso, frente a Dios, todos necesitamos una buena dosis de virginidad, entendida como esta independencia y libertad, que no espera si los demás también van por el mismo camino. Me recuerda la conversación de Jesús y Pedro después de la resurrección, junto al lago de Tiberíades. Jesús invita a Pedro a seguirle. Pedro pregunta que va a pasar con Juan. Y Jesús le contesta “A ti, ¿qué? Tú, ¡sígueme!” En nuestra cooperación con Dios para que la Luz nazca en el mundo, experimentamos nuestra soledad, si bien una soledad habitada por la presencia del Espíritu.
Centrándonos en la oración dejamos de lado todo lo que nos atrae, sensaciones, pensamientos, emociones. Puede ser que en nuestro ambiente seamos la única persona que ora así. No hay que desanimarse. Nuestro punto de referencia no son los demás ni lo que pasa dentro de nosotros; es únicamente Dios.
En el ambiente “hipersexualizado” que nos rodea observamos mucha dependencia, chantaje, abuso y manipulación. La gente no asume, ni es educada a asumir, su dignidad de hombres y mujeres. Nosotros, como uno de los frutos de la oración, experimentamos también nuestra dignidad. Cuando somos fieles a la práctica, después de un tiempo nos vemos con una sana autoestima; nos vemos con más seguridad interior. Ya no nos pueden asustar o manipular.
De esta manera, la virginidad de María, entendida así, hace posible que sea madre de Dios. Le da esta seguridad interior por saberse amada por Dios, y esta libertad con que ella responde a este amor. Como dice la Hna. Teresa, a la maternidad de María le co-rresponde la noción de “co-creación”, y a la virginidad la noción de “libertad radical” que la hace posible.

3. María Inmaculada (Papa Pio IX, 8 diciembre 1854)
Este dogma nos recuerda un hecho importantísimo: nuestra bondad básica. Dios nos ha creado buenos; ésta es nuestra esencia. “El pecado no es parte de nuestra humanidad tal como ha sido creada por Dios”, dice la Hna. Teresa. Y sigue diciendo: “El pecado no es nunca fruto de la libertad, sino únicamente del miedo a la libertad, del miedo de amar como Dios ama.” Si amáramos así, no pecaríamos, pero como tenemos miedo, acumulamos un pecado tras otro.
Ahora bien, hay un punto muy importante: Estar sin pecado no significa que María no haya tenido tentaciones. Incluso Jesús fue tentado. La tentación no es pecado, ni dice que somos malos. La tentación es la ocasión de decidir en cada momento, en cada situación concreta, qué es amar. Es la oportunidad de superar nuestro miedo, de poner toda nuestra confianza en Dios y decirle que sí a lo que nos pide. María no está protegida de la duda, no lo entiende todo (“Hijo, ¿por qué nos has tratado así?”). Es importante comparar en este contexto a Zacarías con María. Ambos dudaron, no veían cómo podría darse lo que estaba diciendo el ángel. Pero, Zacarías absolutiza el propio horizonte de comprensión; lo que él no entiende, no puede ser. Implícitamente, María pasa más allá de su entendimiento, y da su consentimiento a que se cumpla en ella la palabra del Señor.
En la práctica sincera de la oración, tarde o temprano, llegaremos a este punto donde tenemos que decidir si realmente le permitimos a Dios que actúe en nosotros. Sabemos por experiencia que el obstáculo más grande es el miedo, el miedo de no entender, de perder el control. En la fe vamos más allá de este miedo, y ponemos toda nuestra confianza en Dios. Es entonces cuando Él podrá hacer “sus obras grandes” en cada uno de nosotros.
La Hna. Teresa termina diciendo que “el punto decisivo de la inmaculada concepción de María es que cualquier persona es totalmente redimible porque su pecado no pertenece a su esencia, y porque lo único que Dios le pide es un acto de confianza que está siempre a su alcance”. Y yo añadiría algo más: como el pecado no es parte de nuestra esencia, siempre es posible volver a Dios, a nuestra bondad básica que, sí, es nuestra esencia. La parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) lo explica muy bien.

4. María Asunta (Papa Pio XII, 1 noviembre 1950)
El último dogma que consideramos es el de la asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Yo era un adolecente cuando se proclamó este dogma. Recuerdo que lo acepté sin cuestionamientos, y me escandalicé de la gente que tenía sus dificultades con este dogma. En aquel entonces, esa era mi manera de obedecer a la iglesia. Hoy pienso distinto. Ya lo expliqué en la introducción. Este dogma nos remite a una apreciación correcta del cuerpo y de la materia en general.
La cosmovisión dualista es incompatible con nuestra visión cristiana del mundo aunque, hay que reconocerlo, a simple vista parece más lógica. Es una filosofía que viene de los antiguos persas y, pasando por Grecia, llegó hasta nuestro mundo occidental. A pesar de la presencia del Evangelio, ha seguido latente entre nosotros a lo largo de los siglos.
Una de las formas en que se manifiesta, es el dualismo entre cuerpo y espíritu. Especialmente en buena parte del siglo pasado había un materialismo que negaba toda dimensión espiritual. Como lo ponía un filósofo: “La paloma cree que sin aire volaría más rápido”. Y, para no ir tan lejos, también en nuestro ambiente observamos esta negación, ya no por razones ideológicas, sino por una práctica inconsciente. Pensemos sólo en las competencias deportivas, los gimnasios, los concursos de belleza, en el sinfín de cirugías estéticas, en el afán de mantenerse en forma. El cuerpo parece ser todo. Ya hemos visto más arriba cómo termina la gente que se deja esclavizar por este culto.
Pero igualmente había en nuestra cultura, y hay todavía, un sobreénfasis en lo espiritual. En la antigüedad, ya el filósofo Platón consideraba el cuerpo como la prisión del alma. Y en siglos más recientes había la corriente del Jansenismo, que veía todo lo físico mal, especialmente el cuerpo, y en éste especialmente el sexo. No recuerdo dónde lo leí que, según esta manera de ver, lo más virulento es el cuerpo de la mujer: puro peligro. Esto produjo hombres y mujeres acomplejados que no lograban aceptar su cuerpo, con infinitos problemas de pareja y, según el grado de rebelión, infidelidades con mujeres más complacientes. Relacionado con esto está el puritanismo que todavía hoy es una corriente fuerte en Estados Unidos (¡parece mentira!). Pero el cuerpo, y el sexo en especial, no se dejan reprimir. Por eso vemos cómo el péndulo ahora está en el otro extremo: pura permisividad.
En la práctica de la oración como relación personal con Dios aprendemos a no rechazar ni reprimir nada. Todo viene de Dios y, por lo tanto, es bueno.
Jesús vino a darle al cuerpo su justo valor. Él mismo tomó un cuerpo en María. Ella lo trajo al mundo, un proceso físico, que implica a todo el cuerpo, también los órganos reproductivos. También el sexo es parte integral del cuerpo. Y todo este cuerpo es templo del Espíritu Santo. El cuerpo no se opone al espíritu sino que es su manifestación. Lo que se le opone al espíritu es únicamente el miedo a la libertad. Hoy en día hablamos del lenguaje corporal; los gestos y movimientos del cuerpo nos indican lo que pasa en el alma. Es interesante ver en este contexto cómo Jesús se manifiesta en su cuerpo, con la mirada, oyendo, hablando, abrazando, tocando, etc. Su muerte en la cruz no fue solamente un asunto espiritual, sino también eminentemente físico. Así nos manifiesta “hasta el extremo” el amor de Dios.
San Pablo habla del “cuerpo terrenal” y del “cuerpo espiritual”. Proclamamos la “resurrección de la carne”. En la resurrección, Cristo asumió un cuerpo glorioso, pero un cuerpo que reflejaba su identidad. Los discípulos lo reconocían por sus llagas. Lo mismo creemos de la Virgen cuyo cuerpo estuvo enteramente al servicio del Espíritu. Y ésta es la promesa para nosotros, que estaremos en el cielo no sólo como espíritus, sino también en nuestro cuerpo que es la expresión de nuestra individualidad.

Conclusión
Si hablamos entonces de la experiencia cristiana de nuestro siglo que apenas comienza, es necesario tener presente a María, y su relación con Dios. Ella nos invita a asumir nuestra dignidad, no como una conquista, sino como un don de Dios que nos invita a dejarle hacer obras grandes en nosotros, nos brinda su confianza. Es esta relación con Dios que nos hace realmente humanos, no las relaciones de pareja o relaciones sexuales. Somos esencialmente buenos, el pecado no es parte de nuestra esencia. Por lo tanto, podemos aspirar a vivir alguna vez sin pecado: en el cielo no habrá pecado. En este cielo estaremos toda la persona, nuestra individualidad, en cuerpo y alma.