Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

20.7.14

Maria Magdalena

Antes de hablar de esta mujer, debemos estar claros en un punto: aunque la tradición - por no hablar del arte - la identifica con la adúltera que estaba a punto de ser apedreada, o con la pecadora que lavó con sus lágrimas los pies de Jesús, y con la mujer que ungió a Jesús con aceite costoso, no son la misma persona. Del “pasado”  de Magdalena sabemos sólo que es la mujer de la que (Jesús) había expulsado  siete demonios (Marcos 16,9).
¿Qué quieren decir Marcos y los evangelios en general cuando hablan de demonios? “Daimon”, en el griego de la época, significa una deidad inferior que puede  ser buena o mala. Es más fuerte que el hombre, pero está sometida a los dioses  del Olimpo. Son fuerzas espirituales que el hombre no controla. A los demonios no se les puede expulsar con Belcebú, el jefe de los demonios (Lucas 11,15). Mientras un hombre fuerte y armado guarda su casa, todo lo que posee está seguro.  Pero si llega uno más fuerte y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte sus bienes (Lucas 11,21-22).
Mientras antes se confundía a los demonios con el mismo diablo o Satanás, hoy  es comúnmente aceptado que se trata más bien de fuerzas sicológicas y espirituales que están fuera de nuestro control. No se trata de caer en sicologismo, de reducir todo a un problema sicológico que, con ayuda profesional, se podría resolver. También los sicólogos saben que siempre queda un recinto donde ellos, como sicólogos, no pueden penetrar. En este recinto más íntimo de nosotros, el hombre  está solo frente a Dios, dándole la cara o la espalda. En este recinto, Jesús puede  penetrar para sanarnos.
Volviendo a Magdalena, podemos decir que esta mujer había vivido completamente (siete demonios) fuera de sí, víctima de sus complejos, heridas, compulsiones y todo lo que puede esclavizar a una persona y alienarla de sí misma. Jesús sanó a esta mujer, le devolvió su dignidad, su libertad, su dominio de sí y su mente sana.
No es de extrañar que después de haber recobrado su salud, fuera una fiel seguidora de Jesús, hasta la cruz y la sepultura. Quizá sus sufrimientos pasados la hicieron muy sensible y perceptiva y, en todo caso, muy agradecida. Esta sensibilidad, ahora sanada, este saber que ella no es nada sin Jesús, le permite ser la  primera que ve al Resucitado: El primer día de la semana por la mañana resucitó Jesús y se apareció a María Magdalena (Marcos 16,9); Jesús (frente a la tumba  vacía) le dice: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? (Juan 20,15). Cuando lo reconoce, la alegría es inmensa y Jesús le dice: ¡Suéltame! Magdalena ya no debe aferrarse a Él como hubiera querido, sino que recibe una misión. De esta manera, María Magdalena representa a los que hemos estado esclavizados y alienados de nuestro centro. La iglesia está conformada por hombres débiles. Es el Señor quien nos sana continuamente, y nos capacita para seguirle y ser testigos de las obras grandes que hizo en nosotros.  Nuestra relación con Dios da como fruto una experiencia que no podemos enseñar; sólo podemos ser, como la Magdalena, testigos de ella.

(Último capítulo, ligeramente editado, de mi libro "María, Modelo del Creyente", Academia Internacional de Hagiografía, serie escritorio, no. 6)