Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

5.1.18

Tú Eres Mi Hijo Amado

Con la fiesta del bautismo de Jesús terminamos litúrgicamente el ciclo navideño. Me parece que no le damos todo el valor que se merece esta fiesta porque ya hemos celebrado bastante, a veces con mucho ruido. Así que estamos contentos de poder volver por fin a la vida y rutina diaria. Pero el misterio del bautismo de Jesús es de suma importancia. Ustedes ya conocen lo sucedido por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba Juan (Hechos 10,37). Así dice Pedro en casa de Cornelio. El relato de la Buena Noticia comienza con el bautismo de Jesús. En aquel tiempo vino Jesús desde Nazaret de Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto (Marcos 1,9-11). Lo que le importa a Jesús ahora ya no es, en primer término, la ley sino su relación de amor con el Padre.
Este Jesús es el cumplimiento de la ley y los profetas. Dios lo confirma como tal delante de sus discípulos en la transfiguración: Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: Éste es mi Hijo amado. Escúchenlo (Marcos 9,7). Escuchar a este Jesús implica un cambio de nuestra manera de pensar, de nuestra mentalidad, una conversión. Lo que cuenta ahora ya no son estructuras, tradiciones y leyes, sino única y exclusivamente la relación personal de confianza inquebrantable en el Padre, fundada en el amor que Él nos tiene. Ahora ya no se utiliza ni instrumentaliza al hombre, sino que el sábado es para el hombre, no al revés. Este amor no excluye a nadie, hace posible la unidad, pasando las fronteras de las culturas; hace posible el perdón; hace posible una paz duradera.
Este Jesús no era "políticamente correcto", se le percibía como una amenaza contra lo acostumbrado que daba seguridad a la gente. Al final decidieron eliminarlo. El proceso contra él fue una farsa; a cómo dé lugar, se buscó un pretexto para condenarlo. En estos momentos decisivos vuelve a aparecer la cuestión de la identidad de Jesús. Pero esta vez no fue el Padre que lo amaba, sino el hombre que lo veía como un estorbo y lo quería quitar de en medio: De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús respondió: Yo soy. Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y llegando entre las nubes del cielo. El sumo sacerdote, rasgándose sus vestiduras, dijo: ¿Qué falta nos hacen los testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece? Todos sentenciaron que era reo de muerte (Marcos 14,61-64). ¿Alguien ha dudado alguna vez de la identidad de Uds., a pesar de tener todos los documentos que la prueban, en regla? Debe ser una sensación horrible. Y aquí se trata de la identidad más íntima de Jesús, de su esencia. Los que se creen poderosos no la aceptan porque no cabe en sus esquemas mentales y expectativas. Jesús es tratado como un nadie. Y a los nadie sólo les espera la cruz.
Pero, ¿si Jesús sólo se inventó lo del amor de Dios? ¿Si fue un impostor, un psicópata, un loco? El Sanedrín, al menos, no le dio crédito. La prueba de que Jesús dice la verdad es la manera cómo asumió su muerte. Porque uno que vive una mentira, cuando se ve en apuros, recurre a la violencia para defenderla. O se desmorona. En todo caso, no se percibe ninguna dignidad en su muerte. Pero Jesús, a pesar de la muerte tan terrible que le venía encima, en todo momento mantuvo la serenidad y su dignidad. Se negó a recurrir a la violencia. No quería huir para esconderse, sino que salió al encuentro de los que venían a detenerlo; sanó a uno de los soldados; se preocupó por las mujeres de Jerusalén; perdonó a los que acababan de crucificarlo, y al ladrón que moría con él. Un loco y un impostor no hacen esto. Pero Jesús seguía poniendo su confianza en el Padre que lo amaba, incluso más allá de la muerte.
¿De dónde sacó Jesús esta fuerza? Es que la voz que le había dicho tú eres mi hijo amado, mi predilecto, no fue solamente una noticia como otras tantas noticias, sino una experiencia profunda que marcó a Jesús por el resto de su vida. Se experimenta como el amado, el predilecto, o sea, amado tan intensamente como si fuera el único. Este amor y esta predilección indican una relación muy íntima, como entre padres e hijos. Es una relación de confianza absoluta. El punto de referencia ya no es una cultura, una sociedad, una ideología o una ley, ni siquiera unas formas de religión, sino una relación personal íntima que inspira confianza. El aceptar este amor tiene consecuencias transcendentales en su vida y en sus relaciones. Jesús vive esta confianza hasta las últimas consecuencias.
Estemos claros: nosotros recibimos el sustento y la protección de nuestras necesidades básicas a través de los que nos rodean, la familia, la sociedad, la cultura. Igualmente nos experimentamos aceptados por ellos. Y dentro de esta red social recibimos alguna cuota de poder. En cambio, si no cumplimos con las expectativas de nuestra cultura, sociedad o religión, sufrimos represalias más o menos severas. Nos quitan el sustento; nos aplican la ley del hielo (mobbing); nos dejan indefensos; nos llaman apátridas. Pero Jesús es libre de todas estas preocupaciones. No teman al que sólo puede matar el cuerpo (Mateo 10,28).
Es ésta la fuerza que mueve a Jesús, y que él nos transmite al bautizarnos con Espíritu Santo y fuego (Lucas 3,16).