Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

26.2.15

Iglesia de Paganos, II


Aprovecho para enviar de una vez la segunda parte de la conferencia del entonces joven teólogo Ratzinger:

Los Pocos y los Muchos

Intentaré responder a esta cuestión que hoy en día pesa fuertemente a los cristianos; lo haré indicando muy brevemente que hay un solo camino de salvación: el que pasa por Cristo. Desde el principio tiene un radio doble: se refiere a "el mundo", "los muchos" (es decir: todos); pero, a la vez, se dice que su lugar es la iglesia. Así, la esencia de este camino es una relación de "pocos" y "muchos"; el ser los unos por los otros es parte de la manera en que Dios salva - no significa el fracaso de la voluntad divina. Para comenzar, Dios escoge al pueblo de Israel de entre todos los pueblos como su pueblo elegido. ¿Acaso significa esto que sólo Israel es escogido, y los demás pueblos son desechados?
A primera vista da la impresión de que hay que entender esta yuxtaposición del pueblo elegido y los pueblos no-elegidos en un sentido estático: la yuxtaposición de dos grupos distintos. Pero pronto se manifiesta que eso no es así; porque en Cristo la yuxtaposición de Judíos y paganos adquiere una dinámica tal que también los paganos a través de su no-elección llegan a ser elegidos, sin que la elección de Israel se convierta en una ilusión, como muestra el capítulo 11 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos. Así vemos que Dios puede escoger a los hombres de dos maneras: la directa, o la otra, a través de su aparente rechazo. Para ser más claros: constatamos que Dios distingue en la humanidad a los "pocos" de los "muchos", una distinción que recurre a lo largo de la Escritura. Jesús da su vida en rescate por "los muchos" (Marcos 10,45); en los Judíos versus paganos, la iglesia versus no-iglesia, se repite esta división en los pocos y los muchos.
Pero Dios no divide a la humanidad en los pocos y los muchos para descartar a estos en el basurero y salvar a aquellos, tampoco para salvar a los muchos de manera fácil y a los pocos de manera complicada, sino que utiliza a los pocos como el punto de apoyo desde donde saca a los muchos de su fundamento, como la palanca con que los atrae hacia sí. Ambos tienen su lugar en el camino de salvación, que es distinto sin anular la unidad del camino. Sólo podemos comprender esta relación correctamente cuando vemos que su fundamento es la relación entre Cristo y la humanidad, el uno y los muchos. La salvación del hombre consiste en que es amado por Dios, en que su vida se encuentra, al final, en los brazos del amor infinito. Sin éste, todo lo demás le quedaría vacío. Una eternidad sin amor es el infierno, aunque no le pasara a uno nada más que eso. La salvación del hombre consiste en ser amado por Dios. Pero uno no puede reclamar un derecho a ser amado, ni siquiera por ventajas morales u otras. El amor es, en su esencia, un acto libre, o no es él mismo.
Queda, por lo tanto, esto: en la relación entre Cristo, el Uno, y nosotros, los muchos, nosotros no somos dignos de la salvación, tanto cristianos y no-cristianos, creyentes y no-creyentes, con o sin moral; realmente, nadie "merece" la salvación sino Cristo. Pero precisamente aquí ocurre el intercambio maravilloso: Los hombres, todos juntos, merecen la condena, Cristo merece la salvación - en el intercambio maravilloso ocurre lo contrario: Él solo asume toda la desgracia y, de esta manera, deja libre el lugar de la salvación para todos nosotros.

El Intercambio Maravilloso

Toda salvación que puede haber para el hombre, tiene su fundamento en este primer intercambio entre Cristo, el uno, y nosotros, los muchos, y reconocer esto es la humildad de la fe. Aquí podríamos dar el asunto por terminado; pero hay algo más: nos sorprende que además, según la voluntad de Dios, este gran misterio de tomar el lugar de otro continúa de múltiples maneras a lo largo de la historia, y encuentra su culminación y unificación en la relación entre Iglesia y No-Iglesia, entre creyentes y "paganos". El opuesto de Iglesia y No-Iglesia no significa que la una esté yuxtapuesta al lado de la otra, tampoco la una contra la otra, sino la una por la otra donde cada parte tiene su función. A los pocos, que son la iglesia, se les encarga, por la continuación de la misión de Cristo, tomar el lugar de los muchos; y la salvación de ambas se obra solamente en la relación de la una con la otra, y la subordinación de ambas bajo Cristo que tiene su lugar y abarca a ambas. Ahora bien, si la humanidad se salva porque Cristo toma su lugar y, a continuación, por la dialéctica de "pocos" y "muchos", eso significa que cada hombre, y especialmente los creyentes, tienen su función irrenunciable en el proceso total de la salvación de la humanidad. Nadie tiene derecho a decir: mira, otros se salvan sin las exigencias serias de la fe católica, entonces ¿por qué no yo también? De dónde sabes que la plena fe católica no es justamente tu misión muy necesaria que Dios te encargó por razones que no puedes regatear porque es uno de esos asuntos de los cuales dice Jesús: todavía no puedes entenderlo, sólo más tarde (vea: Juan 13,36).
Así que vale, en cuanto a los paganos modernos, que el cristiano puede estar seguro que la salvación de ellos está resguardada en la gracia de Dios de la cual depende también su propia salvación. Pero vale también que, con miras a la posible salvación de ellos, él no puede dispensarse de la seriedad de su propia existencia de creyente, sino que, al contrario, justamente la falta de fe de ellos debe serle estímulo a creer más plenamente, sabiendo que participa en la función de Cristo que toma nuestro lugar, de lo cual depende la salvación del mundo y no sólo la de los cristianos.

Sólo Dios justifica

Para terminar, quisiera precisar estos pensamientos poco más mediante una breve exégesis de dos textos de la Escritura donde se percibe una toma de posición frente a este problema.
Está, primero, este texto tan difícil donde se habla de manera especialmente clara de la oposición entre los muchos y los pocos: "Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mateo 22,14). ¿Qué dice este texto? No quiere decir que muchos serán desechados, como se supone normalmente. Sólo quiere decir que hay dos maneras diferentes de cómo Dios elige. Para ser más preciso: dice claramente que hay dos actos divinos diferentes que ambos apuntan a la elección sin que se nos diga de una vez si ambos logran su fin. Pero al mirar el desarrollo de la historia de la salvación, tal como lo explica el Nuevo Testamento, se nos ilustra esta palabra del Señor: la yuxtaposición de pueblo elegido y los pueblos no elegidos se convierte en Cristo en una relación dinámica, de tal manera que los paganos, justamente a través de su no elección, llegan a ser elegidos, y también los judíos, a través de la elección de los paganos, vuelven a su elección. De tal manera, esta palabra se convierte para nosotros en una enseñanza importante.
Cuando se la plantea la pregunta por la salvación del hombre desde abajo, siempre se la plantea de manera equivocada, preguntando cómo los hombres pueden justificarse. La pregunta por la salvación de los hombres no es una cuestión de auto justificación, sino de una justificación por pura gracia de Dios. Se trata de ver las cosas desde arriba. No hay dos maneras de cómo los hombres se justifican, sino dos maneras de cómo Dios los escoge. Y estas dos maneras de elección por Dios son el único camino de salvación en Cristo y su iglesia que consiste en la relación entre los pocos y los muchos, en el servicio de los pocos cuando continúan tomando, como Cristo, el lugar de los muchos.
El otro texto es el del gran banquete (Lucas 14,16-24 y paralelos). Este Evangelio es, en primer término, en un sentido muy radical: Buena Noticia. Porque nos cuenta que, al final, el cielo será llenado con todos los que se encuentran de alguna manera, con gente totalmente indigna que, en relación al cielo, son ciegos, sordos, cojos y mendigos. Por lo tanto, un acto radical de la gracia de Dios; y ¿quién querrá decir que acaso nuestros modernos paganos europeos no podrán entrar también de esta manera con los demás? Por este texto, todos tenemos esperanza. Por otra parte: queda la seriedad. Hay un grupo de aquellos que serán rechazados para siempre. ¿Quién sabe si no hay entre estos fariseos rechazados más que uno que se creía un buen católico, pero que, en realidad, era un fariseo? Por otra parte, ¿quién sabe si entre aquellos que no aceptan la invitación no están precisamente esos europeos a quienes se les ofreció el cristianismo, pero que lo desecharon?
De esta manera, queda para todos a la vez la esperanza y la amenaza. En este punto donde se tocan la esperanza y la amenaza que redundan en la seriedad y la gran alegría de ser cristiano, el cristiano tiene que mantenerse en medio de los nuevos paganos; porque ve que están puestos, de otra manera, en la misma esperanza y amenaza, porque también para ellos no hay otra salvación que la única en que cree él: Jesucristo el Señor.

25.2.15

Iglesia de Paganos, I

El joven sacerdote Joseph Ratzinger, más tarde Papa Benedicto XVI, recién habilitado como profesor ordinario de teología, publicó en octubre de 1958 en la revista Hochland un artículo sobre la situación y el futuro inmediato de la iglesia (http://kath.net/news/43699). Aunque trata de la situación en Europa, me parece que hay suficientes paralelos con la iglesia en nuestras latitudes que me motivaron a hacer una traducción al castellano (que, por cierto, no ha sido fácil porque el lenguaje de Ratzinger es muy pulido. Pido disculpas por si el castellano suena a extranjero). Sigue el texto:

Los Nuevos Paganos y la Iglesia
La des-identificación del mundo (en alemán: Entweltlichung) que le toca hacer a la iglesia en la vieja Europa plantea también la pregunta de ¿qué pasa con los nuevos paganos? Por Joseph Ratzinger

Según las estadísticas de afiliación religiosa, la vieja Europa todavía es un continente casi exclusivamente cristiano. Sin embargo, probablemente no habrá otro caso donde todo el mundo sabe que las estadísticas son engañosas. Esta Europa, por nombre cristiana, se convirtió desde hace unos cuatrocientos años en la cuna de un nuevo paganismo que crece inexorablemente en el corazón de la iglesia, y que amenaza con socavarla desde dentro. El fenómeno de la iglesia de los tiempos modernos es determinado esencialmente por el hecho de que, de una manera completamente nueva, llegó a ser una iglesia de paganos, un proceso que va aumentando siempre más: no como antes, una iglesia desde los paganos que se hicieron cristianos, sino una iglesia de paganos que todavía se llaman cristianos, pero que, en realidad, se hicieron paganos. Hoy en día, el paganismo está en la misma iglesia, y justamente esto es el distintivo tanto de la iglesia de nuestros días como también del paganismo nuevo: que se trata de un paganismo en la iglesia, y de una iglesia en cuyo corazón vive el paganismo. Por lo tanto, en el caso normal, el hombre de hoy puede suponer la falta de fe de su prójimo.
Cuando nació la iglesia, se fundamentaba en la decisión espiritual del individuo de aceptar la fe, en el acto de conversión. Aunque al comienzo se esperaba que ya aquí en la tierra se edificaría de estos convertidos una comunidad de santos, una "iglesia sin mancha ni falta", por muchas luchas tenían que llegar a reconocer que también el convertido, el cristiano, sigue siendo pecador, y que incluso las faltas más graves serían posibles en la comunidad cristiana. Aunque el cristiano no era moralmente perfecto y, en este sentido, la comunidad de los santos siempre seguía siendo inacabada, sin embargo había un fundamento en común. La iglesia era una comunidad de gente convencida, de hombres que habían asumido una determinada decisión espiritual, y que, por lo tanto, se distinguían de todos los demás que se habían negado a tomar esta decisión. Ya en la edad media cambió esto en el sentido de que la iglesia y el mundo se identificaron y que, por lo tanto, el ser cristiano ya no era una decisión personal, sino un presupuesto político-cultural.

Tres niveles de des-identificación del mundo
Hoy en día queda sólo una identificación aparente de la iglesia y el mundo; sin embargo, se ha perdido la convicción de que en este hecho - en la pertenencia no intencionada a la iglesia - se esconde un favor especial divino, una salvación en el más allá. Casi nadie quiere creer que la salvación eterna depende de esta "iglesia" como un supuesto político cultural. De ahí se desprende que hoy en día se plantea muchas veces con insistencia la pregunta si no tendríamos que convertir de nuevo la iglesia en una comunidad de convencidos, para devolverle de esta manera su gran seriedad. Eso significaría una renuncia rigurosa a todas las posiciones mundanas que todavía quedan, para desmantelar una posesión aparente que resulta ser más y más peligrosa porque, en el fondo, es un obstáculo para la verdad.
A la larga, a la iglesia no le queda más remedio que tener que desmantelar poco a poco la apariencia de su identificación con el mundo, y volver a ser lo que es: una comunidad de creyentes. De hecho, estas pérdidas exteriores aumentarán su fuerza misionera: sólo cuando deja de ser un sencillo asunto sobreentendido, sólo cuando comienza a presentarse como la que es, su mensaje logrará alcanzar los oídos de los nuevos paganos que, hasta ahora, pueden complacerse en la ilusión de que no son tales.
Por supuesto, el abandono de las posiciones externas traerá también la pérdida de unas ventajas valiosas que resultan sin duda de la combinación de la iglesia con la vida pública. Se trata de un proceso que se dará con o sin el consentimiento de la iglesia y con el que, por lo tanto, tiene que sintonizar. Total, en este proceso necesario de la iglesia de des-identificarse del mundo hay que distinguir nítidamente tres niveles: el nivel sacramental, el de la proclamación de la fe, y el de la relación personal humana entre creyentes y no creyentes.
El nivel sacramental, antiguamente delimitado por la discipĺina arcana, es la esencia interior propiamente dicha de la iglesia. Hay que volver a dejar claro que los sacramentos sin fe no tienen sentido, y la iglesia, con mucho tacto y delicadeza, tendrá que renunciar a un radio de acción que, en último caso, conlleva a un auto-engaño y un engaño a la gente.
Cuanto más la iglesia pone en práctica este distanciamiento, la discreción de lo cristiano, posiblemente en dirección al pequeño rebaño, de manera tanto más realista podrá y deberá reconocer su tarea en el segundo nivel, el del anuncio de la fe. Si el sacramento es aquel punto donde la iglesia se cierra, y debe cerrarse, contra la no-iglesia, entonces la palabra es la manera de extender el gesto abierto de invitación al banquete divino.
En el nivel de las relaciones personales sería totalmente equivocado sacar de la auto-limitación que exige el nivel sacramental, la consecuencia de un aislamiento del cristiano creyente de los demás hombres que no son creyentes. Por supuesto, habrá que volver a construir entre los creyentes algo como una fraternidad de gente que se comunica que por la pertenencia común a la mesa eucarística se sientan unidos también en su vida privada y que en las necesidades puedan contar unos con otros, en fin, que sean una comunidad de familia. Pero esto no debe llevar a un aislamiento como de una secta, sino que el cristiano pueda ser un hombre alegre entre hombres, simplemente otro hombre donde no puede ser otro cristiano.
Resumiendo podemos anotar como resultado de este primer aspecto: primeramente, la iglesia sufrió un cambio estructural creciendo desde el pequeño rebaño a la iglesia mundial; en el viejo mundo se identifica desde la edad media con el mundo. Hoy en día, esta identificación sólo queda como apariencia que opaca la verdadera esencia de la iglesia y del mundo, y que, en parte, le impide a la iglesia su necesaria actividad misionera. Así que, después del cambio estructural interno, se consumará tarde o temprano un cambio externo para llegar a ser el rebaño pequeño; y eso pasará tanto si la Iglesia consiente como también si se niega a este cambio.

¿Otro camino de salvación?
Pero aparte del cambio estructural de la iglesia, descrito brevemente aquí, se percibe también un cambio de consciencia del creyente que es el resultado del hecho del paganismo dentro de la iglesia. El cristiano de hoy no puede imaginarse que el cristianismo o, más precisamente, la iglesia católica, sea la única vía de salvación. Con eso, desde dentro se hicieron cuestionables lo absoluto de la iglesia, junto con la grave seriedad de su deseo misionero y de todas sus exigencias. No podemos creer que el hombre de al lado, que es maravilloso, dado a ayudar y bondadoso, va al infierno por no ser católico practicante. Para el cristiano promedio, la idea de que todos los hombres buenos se salvarán, es tan aceptada como en tiempos anteriores lo contrario.
Un poco confundido, el creyente se pregunta: ¿por qué se les hace tan fácil a los de fuera, mientras que a nosotros se nos hace tan difícil? Llega a percibir la fe como una carga y no como una gracia. En todo caso le queda la impresión de que, en último termino, hay dos caminos de salvación: para los que se encuentran fuera de la iglesia, a través de una simple moral juzgada muy subjetiva, y el otro a través de la iglesia. No logra tener la impresión de que le haya tocado el camino más agradable; en todo caso, su fe sufre mucho por la existencia de otro camino de salvación paralelo al de la iglesia. Está claro que el impulso misionero de la iglesia sufre enormemente por esta inseguridad interior.

Hasta aquí la primera parte de la conferencia. Próximamente publicaré la segunda.

23.2.15

Empujado por el Espíritu

Inmediatamente el Espíritu lo llevó al desierto, donde pasó cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían (Marcos 1,12-13). Ésta es la manera escueta como Marcos nos relata las tentaciones de Jesús. Pero en este texto tan breve hay muchísimos detalles que vale la pena tomar en cuenta y examinar más de cerca.
Recordemos primero cuándo ocurrieron las tentaciones: En cuanto (Jesús) salió del agua, vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: —Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto (Marcos 1,10-11). Fue llevado al desierto después de haber tenido un encuentro con Dios y de su experiencia de ser el Hijo Amado. Muchas veces nos imaginamos que los problemas nos vienen antes de tomar una decisión. Pero los que hemos hecho votos en la vida religiosa, los que se han casado, los que, en un momento dado, se han convertido a una relación más profunda con Dios, todos sabemos que las pruebas vienen después. Eso, ¿por qué es así?
Una decisión, como un matrimonio, unos votos, son un acto de nuestra voluntad; la tomamos después de haberla pensado mucho. Pero un área muy grande de nuestro ser es el inconsciente. Nuestras acciones espontáneas no se ven necesariamente afectadas por una decisión consciente. Eso no es malo. En nuestra vida diaria muchas actividades son fáciles porque nos salen como de costumbre. Pero lo mismo pasa también con acciones que satisfacen sólo nuestro ego, nuestros propios intereses. Precisamente por ser inconscientes, el ego se mete fácilmente en todo lo que hacemos, y seguimos inconscientemente nuestras viejas costumbres.
En otras palabras: dejamos el mundo atrás - y descubrimos que lo llevamos dentro de nosotros. El texto de hoy se refiere a esta doble experiencia: dejamos atrás viejas costumbres y relaciones que ya no nos sirven en nuestro camino nuevo. Nos sentimos solos; estamos en el mundo, pero ya no somos del mundo. Somos literalmente expulsados - así dice el texto griego - de nuestro mundo acostumbrado, de nuestras relaciones y amistades; ya no nos sirven como ambiente en nuestro nuevo caminar. Entonces surgen desde dentro las tendencias viejas. "Satanás", en su sentido original, es el adversario, el acusador en un juicio, uno que sólo ve lo negativo, lo malo, uno que nos molesta tanto, nos pone a prueba, hasta "sacarnos de quicio", hasta que nos salga lo peor que llevamos dentro.
"Vivía entre las fieras": en el original griego, esta palabra se refiere a todo animal que nos amenaza o molesta. Puede ser un lobo que nos ataca de frente; puede ser una multitud de mosquitos que no nos deja dormir o quiere chuparnos la sangre; puede ser también un animal venenoso, como una serpiente o un escorpión. Todos ellos son símbolos de gente o situaciones que nos rodean en nuestro camino solitario de fidelidad con Dios. En este camino no nos faltan esta clase de enemigos que buscan desviarnos o hacernos desistir. Hay unos que nos amenazan de frente, que incluso pueden matarnos. Otros son aquellos que quieren mantenernos en un nivel superficial de vida. Y por fin, incluso dentro de la iglesia, aquellos que se llaman cristianos, supuestamente bien intencionados, pero que llevan dentro el veneno de su mala conducta, de sus criterios incompatibles con el camino de Cristo. Lo importante es estar conscientes de ellos, y no hacerles caso. Nuestra relación es con Dios, no con ellos.
En todo esto hay también una buena noticia: "los ángeles le servían". Ángeles son mensajeros de Dios que actúan y nos hablan de parte y en nombre de Dios. En este sentido, todo ser puede ser un ángel. Depende de nosotros si abrimos lo suficiente los ojos de nuestro corazón para verlos. Todo, también lo más difícil, les sale bien a los que aceptan su condición de hijos amados de Dios.
Aprovechemos esta cuaresma para estar conscientes de nuestra vulnerabilidad, y para fijar nuestra mirada en Cristo y en los "ángeles" que nos envía para estar a nuestro servicio. No nos olvidemos de que todos somos hijos amados de Dios, nuestro Padre. Él siempre velará por los suyos. Podemos estar solos; pero es una soledad acompañada; consintamos a su presencia en nosotros.

18.2.15

Conversión: Cambiar la manera de pensar

50 años después del Concilio Vaticano II, la Iglesia todavía está apenas al comienzo de su conversión. Y,  dada nuestra naturaleza inclinada al egoísmo, siempre seremos principiantes en este camino. El entonces joven teólogo, Joseph Ratzinger, más tarde Benedicto XVI, escribió en 1970, pocos años después del Concilio, lo siguiente:
"El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos."
Ésta sigue siendo la tarea hoy en día. Y le toca a cada uno asumir su responsabilidad. Que Dios nos transforme a cada uno en esta cuaresma.