Aprovecho para enviar de una vez la segunda parte de la conferencia del entonces joven teólogo Ratzinger:
Los Pocos y los Muchos
Intentaré responder a esta cuestión que hoy en día pesa
fuertemente a los cristianos; lo haré indicando muy brevemente que
hay un solo camino de salvación: el que pasa por Cristo. Desde el
principio tiene un radio doble: se refiere a "el mundo",
"los muchos" (es decir: todos); pero, a la vez, se dice que
su lugar es la iglesia. Así, la esencia de este camino es una
relación de "pocos" y "muchos"; el ser los unos
por los otros es parte de la manera en que Dios salva - no significa
el fracaso de la voluntad divina. Para comenzar, Dios escoge al
pueblo de Israel de entre todos los pueblos como su pueblo elegido.
¿Acaso significa esto que sólo Israel es escogido, y los demás
pueblos son desechados?
A primera vista da la impresión de que hay que entender esta
yuxtaposición del pueblo elegido y los pueblos no-elegidos en un
sentido estático: la yuxtaposición de dos grupos distintos. Pero
pronto se manifiesta que eso no es así; porque en Cristo la
yuxtaposición de Judíos y paganos adquiere una dinámica tal que
también los paganos a través de su no-elección llegan a ser
elegidos, sin que la elección de Israel se convierta en una ilusión,
como muestra el capítulo 11 de la carta del apóstol Pablo a los
Romanos. Así vemos que Dios puede escoger a los hombres de dos
maneras: la directa, o la otra, a través de su aparente rechazo.
Para ser más claros: constatamos que Dios distingue en la humanidad
a los "pocos" de los "muchos", una distinción
que recurre a lo largo de la Escritura. Jesús da su vida en rescate
por "los muchos" (Marcos 10,45); en los Judíos versus
paganos, la iglesia versus no-iglesia, se repite esta división en
los pocos y los muchos.
Pero Dios no divide a la humanidad en los pocos y los muchos para
descartar a estos en el basurero y salvar a aquellos, tampoco para
salvar a los muchos de manera fácil y a los pocos de manera
complicada, sino que utiliza a los pocos como el punto de apoyo desde
donde saca a los muchos de su fundamento, como la palanca con que los
atrae hacia sí. Ambos tienen su lugar en el camino de salvación,
que es distinto sin anular la unidad del camino. Sólo podemos
comprender esta relación correctamente cuando vemos que su
fundamento es la relación entre Cristo y la humanidad, el uno y los
muchos. La salvación del hombre consiste en que es amado por Dios,
en que su vida se encuentra, al final, en los brazos del amor
infinito. Sin éste, todo lo demás le quedaría vacío. Una
eternidad sin amor es el infierno, aunque no le pasara a uno nada más
que eso. La salvación del hombre consiste en ser amado por Dios.
Pero uno no puede reclamar un derecho a ser amado, ni siquiera por
ventajas morales u otras. El amor es, en su esencia, un acto libre, o
no es él mismo.
Queda, por lo tanto, esto: en la relación entre Cristo, el Uno, y
nosotros, los muchos, nosotros no somos dignos de la salvación,
tanto cristianos y no-cristianos, creyentes y no-creyentes, con o sin
moral; realmente, nadie "merece" la salvación sino Cristo.
Pero precisamente aquí ocurre el intercambio maravilloso: Los
hombres, todos juntos, merecen la condena, Cristo merece la salvación
- en el intercambio maravilloso ocurre lo contrario: Él solo asume
toda la desgracia y, de esta manera, deja libre el lugar de la
salvación para todos nosotros.
El Intercambio Maravilloso
Toda salvación que puede haber para el hombre, tiene su fundamento
en este primer intercambio entre Cristo, el uno, y nosotros, los
muchos, y reconocer esto es la humildad de la fe. Aquí podríamos
dar el asunto por terminado; pero hay algo más: nos sorprende que
además, según la voluntad de Dios, este gran misterio de tomar el
lugar de otro continúa de múltiples maneras a lo largo de la
historia, y encuentra su culminación y unificación en la relación
entre Iglesia y No-Iglesia, entre creyentes y "paganos". El
opuesto de Iglesia y No-Iglesia no significa que la una esté
yuxtapuesta al lado de la otra, tampoco la una contra la otra, sino
la una por la otra donde cada parte tiene su función. A los pocos,
que son la iglesia, se les encarga, por la continuación de la misión
de Cristo, tomar el lugar de los muchos; y la salvación de ambas se
obra solamente en la relación de la una con la otra, y la
subordinación de ambas bajo Cristo que tiene su lugar y abarca a
ambas. Ahora bien, si la humanidad se salva porque Cristo toma su
lugar y, a continuación, por la dialéctica de "pocos" y
"muchos", eso significa que cada hombre, y especialmente
los creyentes, tienen su función irrenunciable en el proceso total
de la salvación de la humanidad. Nadie tiene derecho a decir: mira,
otros se salvan sin las exigencias serias de la fe católica,
entonces ¿por qué no yo también? De dónde sabes que la plena fe
católica no es justamente tu misión muy necesaria que Dios te
encargó por razones que no puedes regatear porque es uno de esos
asuntos de los cuales dice Jesús: todavía no puedes entenderlo,
sólo más tarde (vea: Juan 13,36).
Así que vale, en cuanto a los paganos modernos, que el cristiano
puede estar seguro que la salvación de ellos está resguardada en la
gracia de Dios de la cual depende también su propia salvación. Pero
vale también que, con miras a la posible salvación de ellos, él no
puede dispensarse de la seriedad de su propia existencia de creyente,
sino que, al contrario, justamente la falta de fe de ellos debe serle
estímulo a creer más plenamente, sabiendo que participa en la
función de Cristo que toma nuestro lugar, de lo cual depende la
salvación del mundo y no sólo la de los cristianos.
Sólo Dios justifica
Para terminar, quisiera precisar estos pensamientos poco más
mediante una breve exégesis de dos textos de la Escritura donde se
percibe una toma de posición frente a este problema.
Está, primero, este texto tan difícil donde se habla de manera
especialmente clara de la oposición entre los muchos y los pocos:
"Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mateo
22,14). ¿Qué dice este texto? No quiere decir que muchos serán
desechados, como se supone normalmente. Sólo quiere decir que hay
dos maneras diferentes de cómo Dios elige. Para ser más preciso:
dice claramente que hay dos actos divinos diferentes que ambos
apuntan a la elección sin que se nos diga de una vez si ambos
logran su fin. Pero al mirar el desarrollo de la historia de la
salvación, tal como lo explica el Nuevo Testamento, se nos ilustra
esta palabra del Señor: la yuxtaposición de pueblo elegido y los
pueblos no elegidos se convierte en Cristo en una relación dinámica,
de tal manera que los paganos, justamente a través de su no
elección, llegan a ser elegidos, y también los judíos, a través
de la elección de los paganos, vuelven a su elección. De tal
manera, esta palabra se convierte para nosotros en una enseñanza
importante.
Cuando se la plantea la pregunta por la salvación del hombre desde
abajo, siempre se la plantea de manera equivocada, preguntando cómo
los hombres pueden justificarse. La pregunta por la salvación de los
hombres no es una cuestión de auto justificación, sino de una
justificación por pura gracia de Dios. Se trata de ver las cosas
desde arriba. No hay dos maneras de cómo los hombres se justifican,
sino dos maneras de cómo Dios los escoge. Y estas dos maneras de
elección por Dios son el único camino de salvación en Cristo y su
iglesia que consiste en la relación entre los pocos y los muchos, en
el servicio de los pocos cuando continúan tomando, como Cristo, el
lugar de los muchos.
El otro texto es el del gran banquete (Lucas 14,16-24 y paralelos).
Este Evangelio es, en primer término, en un sentido muy radical:
Buena Noticia. Porque nos cuenta que, al final, el cielo será
llenado con todos los que se encuentran de alguna manera, con gente
totalmente indigna que, en relación al cielo, son ciegos, sordos,
cojos y mendigos. Por lo tanto, un acto radical de la gracia de Dios;
y ¿quién querrá decir que acaso nuestros modernos paganos europeos
no podrán entrar también de esta manera con los demás? Por este
texto, todos tenemos esperanza. Por otra parte: queda la seriedad.
Hay un grupo de aquellos que serán rechazados para siempre. ¿Quién
sabe si no hay entre estos fariseos rechazados más que uno que se
creía un buen católico, pero que, en realidad, era un fariseo? Por
otra parte, ¿quién sabe si entre aquellos que no aceptan la
invitación no están precisamente esos europeos a quienes se les
ofreció el cristianismo, pero que lo desecharon?
De esta manera, queda para todos a la vez la esperanza y la amenaza.
En este punto donde se tocan la esperanza y la amenaza que redundan
en la seriedad y la gran alegría de ser cristiano, el cristiano
tiene que mantenerse en medio de los nuevos paganos; porque ve que
están puestos, de otra manera, en la misma esperanza y amenaza,
porque también para ellos no hay otra salvación que la única en
que cree él: Jesucristo el Señor.