Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

15.5.11

La Iniciativa es de Dios

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El texto que más nos habla de María es el de la Anunciación. Es importante recordar una cosa: Todo el Evangelio, también el de la Anunciación, nos habla en primer término de Jesús. Las demás personas se pueden ver solamente en relación con Él, cómo actúan, cómo las afecta Él, qué cambios provoca en ellas. En este sentido, la Anunciación es un texto muy rico porque nos habla de un encuentro íntimo de María con Dios, y de las consecuencias que tiene esto para María. Otro punto importante es que este relato es un esquema, concretamente una combinación del esquema de vocación con el de una misión. Pero, dejemos esto a los estudiosos. Para nosotros lo importante es que, detrás de este esquema está una experiencia humana, una experiencia de Dios, con todas las actitudes y respuestas humanas que esto implica.
Dice el texto que “el ángel entró donde estaba ella” (Lucas 1,28). Dios toma la iniciativa. Eso nos recuerda lo que diría San Juan más tarde: “Por eso existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque él nos amó a nosotros” (1Juan 4,10). Entra en nuestra vida, allí donde estamos.
El arte ha tratado de imaginarse qué estaba haciendo María en el momento en que el ángel llegó. La representa trabajando, por ejemplo, hilando, o también orando. La Escritura no nos dice nada de eso. Así tiene más énfasis el hecho de que Dios entra en nuestra vida, allí donde estamos nosotros.
Otros textos de la Biblia pueden darnos una idea del impacto que tiene esta entrada de Dios en nuestras vidas. Así tenemos a Moisés, para el momento el libertador fracasado de su pueblo. Había intentado liberar a su pueblo por su propia fuerza, según criterios humanos. Había tenido que huir del faraón, y había terminado como pastor de ovejas. Fue en la soledad del desierto y de este fracaso, cuando Dios se le apareció en la zarza ardiente, y lo envió a liberar a su pueblo (Éxodo 3,1-4,17).
Gedeón “estaba limpiando el trigo a escondidas, en el lugar donde se pisaba la uva para hacer vino, para que los madianitas no lo vieran”, cuando el ángel del Señor lo llamó a liberar a su pueblo (Jueces 6,11).
De igual manera, “cuando los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías”, Jesús resucitado entró en medio de ellos (Juan 20,19).
Y, como hemos meditado en otra entrada de este blog (25 de enero de 2011), Pablo estaba persiguiendo la Iglesia, cuando Cristo le salió al encuentro, y lo llamó a ser su apóstol (Hechos 9,1-18).
Para nosotros, esto es de suma importancia: para Dios no hay límites; Él escoge su gente, en el momento y en la situación cuando Él quiere, incluso en el pecado, como en el caso de Pablo. Entra en nuestra vida diaria, en nuestros escondites y por las puertas cerradas. Eso garantiza nuestra humildad, porque no podremos decir que haya habido méritos de nuestra parte.
Además, como la entrada de Dios en nuestra vida es toda una sorpresa, se excluye que todo sea imaginación nuestra. Dios rompe los esquemas de nuestros pensamientos: “Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes” (Isaías 55,8-9).
Volviendo a María, nuestro ejemplo de una relación con Dios, lo que necesitamos es cierta apertura del corazón, para poder percibir a Dios cuando llega a nosotros. No se trata de tener expectativas, ni de imaginarse nada. Dios siempre es y será diferente. Recordemos a Moisés y a Gedeón: estaban en una situación de impotencia frente a fuerzas mayores que ellos. Era entonces cuando Dios se manifestó. De manera que precisamente nuestros fracasos, nuestra impotencia, pueden ser este suelo fértil donde Dios quiere actuar.
Adelantándonos un poco, el Evangelio hace énfasis en que María era virgen, y que no conocía varón. ¡Una situación imposible para tener un hijo! Pero Dios es especialista en cosas imposibles. Basta con que aceptemos nuestra pobreza; Él hará el resto.

14.5.11

El Nombre de María

Fuente: www.google.co.ve
Antes de entrar en más detalles acerca de la Madre de Jesús, veamos primero si el nombre de ella nos da una idea que nos permita saber quién era ella, y qué pueda significar esto para nosotros. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos anuncios del nacimiento de un niño, junto con el significado de su nombre y la misión que tendrá. Por ejemplo, “le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1,21). “Jesús” significa “Dios salva”. En el caso de María, la madre de Jesús, no tenemos ninguna referencia o explicación de este tipo.
Sin embargo, como decían los antiguos romanos, “nomen est omen – el nombre es un presagio”, me gustaría indagar un poco en el significado de este nombre, para ver lo que ella pudo haber sido, y lo que Dios ha hecho en quien se llamaba así.
Nosotros la llamamos “María”; este es el nombre que tiene en el evangelio de Mateo. Lucas, en el original griego, la llama “Mariám”, que es la forma aramea de “Miriam”. ¿De dónde viene esta palabra? Miriam, la hermana mayor de Moisés, nos puede dar una pista. Su nombre tiene que ver con “rebelión” (Números 12,1-16). De hecho, la raíz de esta palabra (“mar” en hebreo) significa “rebelde, revoltoso, provocador, desobediente, contra, amargado, cambiado, provocación”. Como verbo, en su forma básica, “mará” significa “rebelarse, ser desobediente contra el padre o contra Dios”. En su forma causativa significa, mostrar todas estas actitudes. (Enhanced Strong’s Lexicon, [Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc.] 1995). Éstas no son precisamente características muy positivas.
Hoy en día ya no nos fijamos mucho en el significado del nombre. Sin embargo, mucha gente pone a sus hijos nombres de gente (a veces tristemente) famosa, o nombres compuestos de nombres de familiares cercanos; lo que hace pensar que el niño seguirá las huellas de sus antepasados. Otros sacan el horóscopo del momento del nacimiento, o practican cualquier otro método de adivinación, para saber el posible futuro de sus hijos, dando por sentado que ellos “van a ser así”. Con estas prácticas, por no tomar en cuenta a Dios, nos quedamos en el nivel inconsciente, por no decir de esclavitud, de nuestra vida.
Pero, volvamos a María, y saquemos nuestra información del Evangelio de Lucas. En este texto, el ángel llama a María la “llena de gracia; el Señor está – es – contigo” (El texto original admite ambos significados: “es” y “está”; Lucas 1,28). Por encima de lo que pueda significar su nombre, y del futuro que se le pueda vaticinar, ésta es su esencia: está llena de gracia, del favor y amor de Dios. Dios está con ella, no sólo al lado de ella, sino que “está de su parte”. Estas pocas palabras de Lucas nos permiten remontarnos al primer capítulo del libro Génesis, donde nuestros padres proclaman su fe: que TODO es bueno.
Por lo tanto, tendremos que leer todas las características de “Miriam” en clave positiva: me hace pensar en una joven que “no es del montón”, que es “fuera de serie”, que tiene personalidad propia, que no sigue la corriente de todo el mundo, que se atreve a cuestionar lo de siempre, que es libre; incluso su relación con Dios no es la de costumbre, como la de todo el mundo. En resumidas cuentas, es una mujer diferente que nos puede sorprender a todos. Por supuesto, ella no tenía necesidad de convertirse porque nunca se había alejado de Dios. Pero, eso sí, esta relación con Dios tuvo que madurar y profundizarse en el tiempo.
En este detalle está una primera buena noticia para nosotros: Dios nos deja saber que está con nosotros; que estamos llenos de su gracia, que nos ama. Y es más: ¡no hay gente mala! La Palabra de Dios nos recuerda que todos somos buenos (Gen 1).
Forzando un poco la gramática española, diría que “estamos malos” (algo circunstancial y pasajero), pero somos buenos (nuestra esencia). Nosotros estamos acostumbrados a vernos un poco malos y un poco buenos. Lo que queda “bajo la raya”, eso lo creemos que somos. Pero esto no es el Evangelio. Nuestra esencia es que somos buenos porque Dios nos ha creado. Y, como un árbol bueno no puede dar frutos malos, así nuestro Dios bueno no puede crear gente mala, o – como dicen algunos – Dios no crea basura. Si tenemos baja autoestima, si nos despreciamos, o si nos desprecian, es nuestra fe en la palabra de Dios que nos saca de este hoyo. Por supuesto, siempre habrá gente que nos menosprecia. Pero es nuestra decisión a quién le damos crédito: ¿a aquellos que nos rebajan, o a Dios que nos eleva a la dignidad de ser sus hijos?
Es lo que el P. Thomas Keating llama nuestra bondad básica. El aceptar esta bondad básica es un salto cualitativo en nuestro camino espiritual; en otras palabras: es entonces cuando realmente comenzamos a crecer. “Esta esencia de bondad puede crecer y desarrollarse de manera ilimitada, y llegar a convertirse en imagen de Cristo” (Mente Abierta, Corazón Abierto, capítulo 13, pg. 138).
Permítanme terminar con una pregunta indiscreta: ¿Estamos conscientes de todo esto cuando rezamos el “Ave María”?

13.5.11

María, Modelo del Creyente

La Mujer del Apocalipsis
Fuente: padreleandro.blogspot.com
El planteamiento
Hace poco me pidieron dar una conferencia sobre la Virgen y los valores contemplativos. Mi primera reacción fue la de dudar un poco. Porque en la letanía llamamos a María “Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, etc.…” Tomando en cuenta las exageraciones que había – y todavía hay – en las devociones a la Virgen, me pregunté si no era un poco forzado hablar de ella también en el contexto de la contemplación. ¿Será posible que ella, realmente, dé para todo?

María en el Nuevo Testamento
Pero, prescindamos de las exageraciones, y veamos la realidad, tal como nos la presenta la fuente más autorizada que es la Sagrada Escritura. Ya en tiempos del Nuevo Testamento se miraba a esta mujer no solamente como individuo, sino como una persona cargada de un alto significado simbólico. Franz Mussner, exegeta católico, muestra que la mujer del Apocalipsis (Apocalipsis 12) representa en un único símbolo al pueblo de Israel, a la persona de María de Nazaret, y a la Iglesia (Franz Mussner, Maria, die Mutter Jesu im Neuen Testament, [María, la Madre de Jesús en el Nuevo Testamento] EOS Verlag St. Ottilien, 1993). También el hecho de que Lucas pone el himno antiquísimo del “Magníficat” en boca de la joven María, da a entender que ya en aquellos tiempos apostólicos, se le tenía una veneración muy grande.

El Concilio Vaticano II
También el Concilio Vaticano II, después de discutir varias opciones, decidió incluir el texto sobre María en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia. María, en el marco de la Iglesia, “también es saludada como miembro sobre-eminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (Vat II, Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, no. 53).

Por su íntima unión con Dios, sólo podemos entender a María desde la contemplación.
Hay muchas maneras de leer la biblia; depende del punto de vista del lector. Así, tenemos últimamente escritos sobre María “desde los pobres”, porque ella fue pobre. También, en la teología feminista, hay intentos de verla desde el punto de vista de la mujer. Son intentos legítimos; aunque, debo reconocerlo, a veces me parecen deficientes. Algunas de estas teólogas feministas la ven sometida a José, e incluso a un Dios masculino, todo eso como fruto de un pensamiento patriarcal. Pero, como vemos en Gen 3, éstas son categorías de dominación que entran en el mundo como consecuencia del pecado. ¿Cuál es, a mi entender, el lugar desde donde debemos leer a María, para que nos revele toda su riqueza? Como ella ha estado relacionada con Dios tan íntimamente, como ningún otro ser humano, creo que no me equivoco si digo que la única manera de hacerle justicia a ella, es verla desde la contemplación, desde nuestra íntima unión con Dios.
Dice también Santa Teresa Benedicta de la Cruz (1891 – 1942), mejor conocida como Edith Stein: “En la Sagrada Escritura encontramos pocas palabras de la Virgen, pero son como granos de oro puro: si los fundimos con el fuego de una amorosa contemplación, serán suficientes para irradiar sobre toda nuestra vida el esplendor luminoso de las virtudes de María”.
Y San Luis María Grignon de Montfort (1673 - 1716) nos dice: “¡María no es el centro, pero está en el centro!”
En unas próximas entregas, pues, quiero aproximarme un poco a esta mujer que es como el símbolo de todos nosotros que estamos en relación con Dios. En ella veremos cómo puede ser nuestra relación con Dios. Y hay que recordar una cosa muy importante: aunque María es una mujer, lo que descubriremos en ella, no se refiere solamente a las mujeres, sino igualmente a los varones. Porque todos, mujeres y varones, estamos llamados a entrar en una íntima relación con Dios.

9.5.11

El Misterio Pascual y la Oración Centrante

Monograma del "Redentor de Job"
“Así pues, si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios” (Gálatas 3,1-3).
Así que “hemos muerto”, “hemos resucitado”. ¿Cómo es eso? ¡Si estamos vivos todavía! San Pablo nos da una pista en otra carta: “Fuimos (con Cristo) sepultados por el bautismo en la muerte a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos…, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,3-4). Habla del bautismo, no como un rito, sino como una decisión de vida, una decisión de dejar atrás el egoísmo, y vivir para servir y amar. Para eso seremos capaces si dejamos atrás nuestros intereses egoístas, no haciendo caso a nuestros miedos y preocupaciones.
¿Qué hacemos cuando practicamos la oración centrante? Consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros. En silencio. Entonces nos vienen a la mente toda clase de pensamientos, preocupaciones, deseos, emociones, diálogos interiores: todas estas cosas que provienen de nuestro ego. Al volver una y otra vez a nuestra intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros, volvemos una y otra vez a Él, nos levantamos una y otra vez, para volver, como el hijo pródigo (Lucas 15,11-32), a nuestro Padre.
Esta práctica ¿tiene sentido? Contesto con otra pregunta: ¿qué sentido tiene ir a un gimnasio, para levantar pesas, “remar” donde no hay ni lago, caminar o correr sobre una banda, sin que se llegue a ninguna parte? Es verdad, estas acciones parecen no tener sentido. Pero: a las pocas semanas, uno se da cuenta de que tiene más agilidad, más fuerza, más bienestar general. En el gimnasio no se buscan efectos inmediatos, sino frutos a largo plazo. Así también en la oración centrante: la vuelta constante a nuestro consentimiento nos acerca más y más a Dios, a la consciencia de que Él está en nosotros y actúa en y a través de nosotros. Todo lo que se nos pide es, que le dejemos actuar; que no antepongamos nuestros intereses a los suyos.
Así, después de un tiempo, nos daremos cuenta de que nuestra vida tiene otra calidad; hay una presencia. Aunque estemos solos, no nos sentiremos solos – como dice Jesús “Uds. me dejarán solo, aunque no estoy solo; el Padre siempre está conmigo” (Juan 16,32). Esto exige una práctica constante que, después de un tiempo, dará sus frutos, y nos permitirá vivir una vida nueva, una vida “resucitada” – como diría San Pablo.