Quisiera
reflexionar brevemente sobre las palabras del místico alemán,
Ángelus Silesius
(1624-1677):
Aunque
Cristo haya nacido mil veces en Belén, si no ha nacido en tu
corazón, habrá nacido en vano.
Cristo vivió,
murió, resucitó y se sentó a la derecha de Dios. Pero nos dijo que
estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos. Es una presencia
muy real, no sólo en la eucaristía. Ésta es el sacramento que
apunta a esta realidad. Cristo se identifica con nosotros. No habla
sólo de los de su grupo o de unos amigos. ¡No! Se trata de Él
mismo! Frente a Pablo, cerca de Damasco, se identifica con los
cristianos perseguidos (Hechos 9,3-6). En el último juicio se
identifica con los necesitados (Mateo 25,31-46). Es Él quien quiere
ser reconocido en nosotros y actuar a través de nosotros.
Thomas Keating dice:
La bondad básica que distingue al ser humano... es
un elemento esencial de la fe cristiana. Esta esencia de bondad puede
crecer y desarrollarse de manera ilimitada, y llegar a convertirse en
imagen de Cristo y divinizarse.
Esta última palabra puede
darnos miedo porque suena a Nueva Era. Pero llama
la atención que Cristo, en los dos ejemplos que mencioné
anteriormente, se identifica con los "perdedores", los
perseguidos y necesitados. Pablo
nos dice más claro todavía
cómo llegar a divinizarse:
Estoy crucificado con Cristo; ya no vivo yo,
sino que Cristo vive en mí (Gálatas
2,20).
No es por nuestro propio esfuerzo que llegamos a ser dios.
La única vía es la de
consentir a SU acción en nosotros. Y para eso hay que dejarlo
actuar, especialmente en la debilidad, hasta en la muerte.
Este
proceso de divinización lo
confirma, desde otro ángulo, el evangelio de Marcos cuando Jesús
dice: ¿Quién es mi madre y hermanos? Y mirando a los que
estaban sentados en círculo alrededor de él, dijo: Miren, éstos
son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es
mi hermano, mi hermana y mi madre
(Marcos 3,31-35). Cuando cumplimos la voluntad del Padre,
cuando dejamos que Él actúe
en nosotros, seremos madres de Dios. Dios podrá nacer, manifestarse
en nosotros.
El
mundo está hambriento de Dios. Se le ofrece a la gente
una gran variedad de
alimentos
que no sirven,
porque
dan
indigestión o son
veneno. Es la responsabilidad
de cada uno de nosotros permitirle a Dios que se haga visible a la
gente que lo busca. Todos estamos llamados a ser presencia de Cristo
en nuestro medio. Cuando lleguemos a cumplir con este proceso se hará
de verdad la Navidad que el mundo espera.
Juan Bautista nos
lo dice claramente: yo tengo que menguar; Él tiene que crecer. Al
dejar atrás nuestro ego con sus intereses, Cristo puede crecer en
nosotros y hacerse visible a los demás. Que la gente, más allá de
nuestras debilidades, pueda ver en nosotros la presencia de Dios.