Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

27.4.11

No Está Aquí

Pintura en el Centro Siloé, Costa Rica
Detalle
Es un caso típico de que no se entiende la Palabra de Dios si la leemos fuera de contexto.
Decimos, correctamente, que Dios está en todas partes; por lo tanto: Cristo también. ¿Por qué, entonces, no está aquí, en este sitio, en esta tumba? El contexto nos da la respuesta; el mensaje completo es éste: “¿Por qué buscan entre los muertos al que VIVE? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24,5-6). Jesús no puede estar entre los muertos, ha superado la muerte, la ha vencido. Dios es un Dios de la VIDA.
Pero hay otro detalle más: Las mujeres van a la tumba para ver a Jesús. Si ya se lo han quitado, al menos se quedan con su cuerpo, y la tumba se convierte en monumento. Es nuestra tendencia de centrar nuestro amor en un lugar determinado, de fijarnos en algo externo, de quedarnos en el pasado – que está muerto. Jesús es VIDA, está EN nosotros, quiere llegar, a través de nosotros, a los demás. Por eso se les manda a las mujeres que den un mensaje a sus discípulos, que vayan a Galilea. Jesús está siempre presente, allí donde está la vida. Se deja ver, en el momento menos pensado, en las circunstancias más inverosímiles.
A partir de la resurrección, nuestra relación con Dios es radicalmente distinta, es viva, es a tiempo completo, en todas partes. Es servicio, el servicio del anuncio de su resurrección.

24.4.11

ÉSTE es el Día…

El Resucitado, pintado por
Matthias Grünewald (c.1470-1480)
Detalle
“Éste es el día en que actuó el Señor” (Salmo 117,24). En la liturgia de esta semana, este verso resuena varias veces al día, como para que no olvidemos dos hechos fundamentales en nuestra vida espiritual:
Es Dios quien actúa. Los hombres, quizá en nuestra civilización occidental más que en otras latitudes, estamos muy empeñados en hacer todo por nosotros mismos. Queremos controlar todo, buscamos éxito. No podemos vivir con el fracaso. Y nos olvidamos de que, en el fondo, es sólo Dios quien actúa, quien incluso escribe derecho en líneas torcidas.
Dios actúa, pero cuando Él quiere; cuando no queda duda de que es Él quien actúa; cuando ya no se puede decir que el hombre lo ha logrado por su propio esfuerzo. Por eso, el hombre tiene que morir, para recibir la vida definitiva de manos de Dios, sin poder pensar que esta vida es un logro suyo.
Antes de la muerte de Jesús, ¿cuándo hubiéramos esperado que Dios actuara? ¿Cuándo Judas se fue a entregar a Jesús? ¿Cuando Pedro quiso evitar que detuvieran a Jesús, y lo defendió con una espada? ¿Cuándo decían que bajara ahora de la cruz? ¿Cuándo querían ver si Elías venía para rescatarlo – a última hora? En todos estos instantes, Dios – aparentemente – no actuó. Jesús perdió la vida, su buena reputación, crucificado entre ladrones, y el control sobre su vida, clavado en una cruz.
Digo “aparentemente”; porque fue ya entonces cuando Dios actuó. Jesús no se dejó desviar de su propósito de amar. Incluso en la cruz, siguió amando, y perdonó a los que lo acababan de crucificar, y prometió el paraíso al ladrón arrepentido. Lo han podido matar, pero no han podido quebrarlo. Ahora, después de haber perdido todo, Dios se manifiesta poderosamente: actúa cuando todo parece perdido. El mismo Jesús lo explica cuando resucita a Lázaro: esta muerte es para que se manifieste la gloria de Dios. De ésta se trata. Y vale la pena pagar cualquier precio para que se manifieste.
Cuando en nuestra vida todo parece perdido, cuando ya no sabemos qué hacer, entonces, si seguimos confiando en Dios, Él actúa. Ya no para hacer lo que nosotros esperamos, sino para darnos algo infinitamente mejor: vida definitiva e indestructible, un amor que nos inunda hasta el fondo de nuestro corazón, y la experiencia de que Él tiene todo bajo control, para nuestro bien.
De nuevo: FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN

Luz de Cristo

Fuente: todanoticia.com
Hay mucha gente que critica a la Iglesia, busca ver siempre lo negativo. Lamentablemente son gente que no están muy comprometidos con su Iglesia; la ven como una institución, y esperan que ella satisfaga sus necesidades o deseos. Dicen con cierto orgullo que “no soy como los que siempre van a la Iglesia, se dan golpes de pecho, pero después dan mal ejemplo”.
Yo pregunto: ¿Quién es la Iglesia? En los comienzos de la era cristiana, los Hechos de los Apóstoles la llaman “el grupo de los creyentes”. Ahí vemos dos facetas muy importantes de lo que es la Iglesia:
En primer término, es un grupo. Esto significa, y exige, cohesión, identificación. Nadie tiene derecho a mirarla desde fuera, sólo para juzgarla, como uno que no está comprometido.
En segundo término, se habla de “creyentes”. Son gente que pone su fe en Dios, que sabe que son pecadores, pero amados por Dios. Saben que Dios quiere – y puede – hacer obras grandes y poderosas en medio de su debilidad.
En la Vigilia Pascual hay una ceremonia que nos puede ilustrar lo que es este camino: la liturgia de la luz. Todo está a oscuras. Se saca (si se hace correctamente) una chispa de una piedra. Es el símbolo de que Cristo, luz del mundo, resucitó de una tumba cavada en una piedra. Además, es el símbolo de que, no importa lo muerto y lo frío que parezca algo, guarda una chispa que puede convertirse en fuego, aunque necesite un golpe fuerte para soltar la chispa.
Con este fuego nuevo, se enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado. Él – Y SOLAMENTE ÉL – es nuestra luz. A medida que la procesión entra en la iglesia, todos encienden su vela con la luz que viene del cirio. No importa si viene directamente del cirio, o por medio de otra persona que está cerca. Lo importante es la luz, que siempre es la luz de Cristo.
Encender una sola vela en medio de la oscuridad no ayuda mucho. Es esta experiencia nuestra cuando nos preguntamos, “¿qué puedo hacer yo solo frente a tanta gente, frente a una situación estructural?” Es verdad, no se puede hacer gran cosa. Una velita es sólo una velita. Pero: ¡ES UNA VELITA! Creo que son los chinos que tienen un dicho que reza, “más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”. A medida que cada uno enciende su velita, se va iluminando el ambiente, nos vemos la cara, nos conocemos, y hay una sensación de calor y de acogida. A nadie se le pide grandes cosas, pero a cada uno se le pide que haga lo poco que puede.
No nos preocupemos por los que no encienden su vela, o la vuelven a apagar. Mantengamos nuestra luz encendida, para que Cristo brille en el mundo y nosotros seamos portadores de su luz.
De hecho, al ser alumbrados por la luz de Cristo, somos unos auténticos ILUMINADOS. Porque, al haber pasado con Él por la muerte y resurrección, sabemos cómo es realmente la vida en todas sus dimensiones, incluso después de la muerte. Eso da a nuestra vida un nuevo sentido, un nuevo sabor, una nueva fuerza.

FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN

23.4.11

El Gran Silencio del Sábado Santo

Michelangelo, Pietà
San Pedro, Vaticano
Hay situaciones en nuestras vidas que se pueden vivir sólo en silencio. Cada palabra sobra, las palabras diluyen lo que se siente. Lo hemos experimentado en momentos de una gran felicidad, o también en momentos de profundo dolor. Se muere un ser querido, uno pierde el trabajo, se enferma gravemente, y tantas otras cosas que nos pasan. No hay explicaciones, e incluso nos sentimos molestos con gente que cree que tiene que “consolarnos” con mucha palabrería. ¿Recuerdan los atentados del 11/9? Las cámaras de TV pasaron las imágenes una y otra vez; porque el hecho era de una magnitud inimaginable hasta entonces. Y los comentarios sonaban huecos. No se puede explicar lo inexplicable.
Ayer recordamos la muerte de Cristo. Hoy, la liturgia guarda silencio; no hay misa, ni celebraciones de otros sacramentos. Necesitamos silencio, para asimilar la magnitud de lo que ha pasado: el amor de Cristo “hasta el extremo”, pero también la monstruosidad del egoísmo humano “hasta el extremo”, y la cobardía humana, “hasta el extremo” de traicionar, negar y abandonar al Señor – cosas que conocemos por la historia, o también por experiencia propia.
¿Qué habrán sentido los discípulos aquel sábado? Era día de descanso obligatorio; estaban solos con sus pensamientos y sentimientos. Sentimientos de frustración, de vergüenza, de autorrecriminación, de culpa y - ¿quién sabe? – de recriminaciones mutuas. Uno de ellos no pudo con todo esto – y se ahorcó.
Y los demás, ¿pudieron? En medio de esta oscuridad, de esta nube espesa que no deja ver nada, que le deja a uno completamente desorientado, quedó un lazo débil, casi imperceptible, con Jesús. Una débil esperanza que el Reino de Dios se instauraría ahora. Pero, como dicen los discípulos en el camino a Emaús, “nada de eso ha pasado”.
Lo importante era que hayan perdido toda su seguridad en sí mismos, que hayan experimentado su impotencia. (Recordemos a Pedro: “Yo daré mi vida por ti” – “te juro que no conozco a éste”.) Esto los abrió a la acción de Dios.
¿Qué hacemos nosotros en situaciones extremas? Muchas veces tratamos de distraernos, sea con ruido, trabajo, placeres, alcohol o drogas. Pero intuimos que esto no resuelve nada. Lo que necesitamos es silencio – y soledad. Para poder asimilar lo que nos ha pasado, y para permitirle - ¡por fin! – a Dios que ÉL haga en nosotros su voluntad.

22.4.11

La Medalla-Cruz de San Benito

Cruz de San Benito

En nuestro monasterio, mucha gente compra la Medalla de San Benito, también llamada “Cruz de San Benito”. La usan para protección, para exorcismos, o simplemente como adorno o identificación con la espiritualidad benedictina. Hoy, Viernes Santo, quisiera indagar un poco en el significado de esta medalla. Para saber más sobre la historia de ella, pueden dirigirse a la página San Benito: La Medalla, entre los vínculos que aparecen al lado derecho de este blog.
La medalla parece un mandala. Llama la atención la cruz que la divide en cuatro sectores, y las letras en cada uno de éstos: CSPB, lo que dice en latín “Crux Sancti Patris Bendicti”, es decir: la Cruz del Santo Padre Benito. En la misma cruz hay unas letras que parecen algo misteriosas: en el tramo vertical: CSSML, y en el horizontal: NDSMD, en latín: Crux Sancta Sit Mihi Lux; Non Draco Sit Mihi Dux. Quiere decir: la santa cruz sea luz para mí; el dragón no sea mi guía. Es un acróstico. Incluso la disposición de las letras nos invita a hacer con la cabeza un movimiento de consentimiento cuando decimos que la cruz sea mi luz, y de negación cuando decimos que el dragón no nos guíe. Hasta aquí, todo está claro.
Pero, preguntémonos: ¿cómo es posible que la cruz sea mi luz? Un acontecimiento tan horrible ¿puede iluminar nuestra vida? Quizá nos ayuda ver todo esto a la luz de la segunda línea: “que el dragón no me guíe”. ¿Qué representa el “Dragón”? En la biblia, y también en la sicología, representa estas fuerzas inconscientes que se asoman en nosotros, fuerzas que parecen someternos porque las experimentamos como si nos dominaran. Vienen de lo más profundo de nuestro inconsciente; no respetan nada, se imponen. Es la visceralidad de nosotros. Es cuando hacemos una cosa y, después, nos preguntamos, cómo era posible que hiciéramos tal cosa. Es la autoafirmación por encima y a expensas de los demás, fuerza brutal. Es nuestra tendencia animal que viene de lo profundo del abismo que somos nosotros.
¿Qué pasó en la cruz? Jesús, al ser vencido por el “dragón”, ¡lo venció! Jesús renunció a esta auto-conservación a toda costa, no se aferró a su reputación, ni mucho menos a su poder. Se puso en las manos del Padre. Eso le costó la vida. Pero, precisamente por eso pudo recuperarla de las manos del Padre que es, en último término, quien da la vida.
Mientras nos dejamos guiar por nuestra naturaleza no redimida, egoísta, prevalecerá la ley del más fuerte. Y no nos cuesta nada observar a dónde nos lleva esto. La salida de este círculo vicioso es que nos dejemos alumbrar por la luz de la cruz, porque, para nosotros, la cruz no es el final; es este paso angosto, difícil, oscuro hacia lo que nos parece la destrucción, aniquilación, la nada, pero donde nos acoge la mano del Padre. El aparente fracaso vale la pena. Porque nuestra fuerza, nuestro nombre, nuestra vida vienen de Dios.
Desde que apareció en los cines la película “Parque Jurásico”, los dinosaurios, o “dinos”, se venden en variadísimas formas al público, como si fueran mascotas. Por supuesto, la película es americana, y por eso hay un final feliz. Pero en realidad, estos dinosaurios son lo que en mitología son los dragones. Y a éstos, el hombre no los puede dominar por su propia fuerza. Son el símbolo de lo que está dentro de nosotros y nos domina inconscientemente. ¿Serán los dinos de hoy una manera de calmarnos, de decirnos que su peligrosidad no es para tanto? ¡Pobres de nosotros! Si no tomamos en serio un peligro, tarde o temprano seremos víctimas de él.
No se trata de minimizar un peligro, sino de seguir la luz que realmente nos conduce fuera del peligro. Y esta luz es la dura realidad de la cruz de Cristo que nos lleva hacia la resurrección.

21.4.11

Jueves Santo: Nuestro Pan de Cada Día

Miniatura en el libro de Evangelio
de Echternach, ca. 1045
Para mediados del año pasado, se habían encontrado 122.000 toneladas de alimentos en mal estado, y se seguían encontrando más lotes de alimentos podridos. Según cálculos de los entendidos en la materia, 17 millones de personas hubieran podido alimentarse con esta cantidad a lo largo de un mes entero.  Se trata de alimentos podridos, descompuestos o vencidos. Este acaparamiento ha producido una escasez de comida. No nos compete aquí señalar culpables; para eso son los tribunales de justicia. Lo que, sí, nos compete como cristianos, es ver qué hay detrás de semejante hecho.
Por la magnitud de los hechos, hay que pensar en una grave irresponsabilidad, en una despreocupación por el bienestar de los demás. Otros señalan abiertamente la corrupción; todo esto es un gran negocio – para algunos. Debe haber autores intelectuales. Y el reparto de las “ganancias” les da mucho dinero a todos. Por la magnitud, hay que pensar también en que mucha gente sabía de este acaparamiento, pero que, por miedo, se mantenían callados. Otros simplemente habrán estado de acuerdo. Total, una incapacidad, culpable en este caso, avaricia, encubrimiento, cobardía, miedo a perder prebendas, desprecio abierto: todo se reduce al egoísmo; yo y mis intereses por encima de todos los demás, no importa lo que les pueda pasar.
Ahora bien, debemos tener mucho cuidado de no ser como los fariseos, que ven el mal sólo en los demás. “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8,7). En realidad, también las naciones ricas juegan con los alimentos: multan a los que siembran más, aguantan y acaparan. Y premian a los que no siembran. Todo eso para mantener cierto nivel de precios. Ya no se usa el dinero para comprar pan, sino que se usa el pan para hacer dinero. Pero esto no pasa sólo a nivel de naciones, sino también entre los individuos. ¿Cuántas veces no hemos guardado algo más de lo necesario, aunque a otro lo hacía falta en este momento? ¿Cuántas veces no nos hemos negado a compartir, para que lo poco que había, alcanzara para todos? En resumidas cuentas: el egoísmo convierte la abundancia en escasez. ¡Cuánta verdad son las palabras del Salmo 48,17s.21!: “No te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada; su fasto no bajará con él… El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece”
Todo esto me hace pensar en el maná acaparado que se pudre (Éxodo 16,13-21). Jesús habla del pan de cada día (Mateo 6,11) y que no se preocupen por el mañana. Cito un párrafo de un libro que llegó a mis manos hace poco:
“Danos hoy nuestro pan de cada día” es una petición del Padrenuestro que se entiende en la tradición del maná: Dios daba al pueblo cada día sólo para el día; nadie podía coger para más días y nadie podía pedir más (Ex 16,13-21). Una parábola rabínica deja ver el trasfondo de la petición dominical: un rey envió a su hijo a un país lejano y ordenó que se le dieran provisiones para todo el año; pero observando el rey que así el hijo no se acordaba de su padre, ordenó que se le dieran cada día el sustento del día, de forma que todos los días tuviera que acordarse de su padre. La enseñanza de la parábola es que Dios quiere que le pidamos cada día el pan de cada día y que no nos preocupemos por el mañana, sino de levantar cada día nuestro corazón al Padre que está en los Cielos. Se trata de la misma enseñanza de Jesús (Mt 6,34): “Así que no se preocupen del mañana, que el mañana se ocupará de sí mismo”…, y así entendemos el alcance de la petición del Padrenuestro. (Manuel Pérez Fernández, Jesús de Galilea, en: La Historia del Cristianismo. El Mundo Antiguo. Madrid 2005, pg. 96s)
El mismo Evangelio nos presenta una situación totalmente diferente: Le ofrecen a Jesús cinco panes y dos peces (“¡Qué es eso para tantos!”). Pero Él convierte esta escasez en abundancia. Lo hace, poniendo la comida en su contexto: mira al cielo, de donde, en último término, viene toda comida. Da las gracias a Dios, porque sabemos que, por nuestra propia fuerza no podemos alimentarnos. Bendice: lo declara un bien que se debe cuidar. Todo es agradecimiento y entrega; y así alcanza para todos. ¿Quién puede entender eso? No se nos pide entenderlo; ¡hay que vivirlo! Por algo será que, después de la multiplicación de los panes, Jesús camina sobre el lago – algo muy arriesgado. Pero el dar, sin esperar que alcance para nosotros, es un riesgo, pero un riesgo puesto en las manos de Dios.
Por eso, Jesús puede entregarse a sí mismo como comida; y nos invita a todos que hagamos lo mismo.
Recordemos las últimas palabras de Mons. Romero de El Salvador: De esta Santa Misa, pues, esta Eucaristía, es precisamente un acto de fe: Con fe cristiana parece que en este momento la voz de diatriba se convierte en el cuerpo del Señor que se ofreció por la redención del mundo y que en ese cáliz el vino se transforma en la sangre que fue precio de la salvación. Que este cuerpo inmolado y esta Sangre Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por Doña Sarita y por nosotros (En este momento sonó el disparo que le quitó la vida...)”. Ahí tenemos un hombre que ha vivido la Eucaristía hasta las últimas consecuencias.

13.4.11

El Encuentro en Siloé


Parte de los que nos atendían
Del 7 al 10 de abril de este año, Extensión Contemplativa Internacional, la rama hispana de los que practicamos la oración centrante, celebró su Tercera Asamblea Internacional. Tuvo lugar en la Casa de Retiros Siloé, Heredia, Costa Rica, como a media hora del aeropuerto de San José. Aparte de la práctica de oración centrante en común y de los informes de los diferentes países, hubo algunos detalles que nos impresionaron.
En primer término, quedamos muy edificados por el espíritu de servicio del personal que nos recibió. El centro es de los neo-catecúmenos; y todos los que allí nos atendieron, son del “camino”. Según nos dijeron, no son pagados; trabajar en esta casa es su misión. Y lo hacían con mucho esmero, mucha amabilidad. Nosotros, que desde la práctica de la oración centrante sabemos que el servicio es uno de los valores contemplativos, hemos visto este valor en acción.
El auténtico servicio no es necesariamente un trabajo remunerado, sino la atención a las necesidades del otro; esa es la prioridad. Uno pone sus propios deseos, e incluso necesidades, al lado, para atender al huésped y satisfacer sus necesidades. Por supuesto, surge la pregunta: y ¿quién se preocupará por mí? El servicio auténtico es una experiencia de abandono de sí mismo, donde uno pone toda su confianza en Dios. Y Dios, que es siempre más generoso que nosotros, nos recompensa.
En este contexto hay que mencionar también al grupo de oración centrante de Costa Rica que planificó este evento con una gran dedicación. También esto es un servicio que no se ve directamente – ¡pero se nota cuando falta! También a ellos se debe nuestra gratitud.
Pero, según nos decían, también ellos quedaron edificados con nosotros. El sábado tuvimos nuestro retiro, como siempre, en silencio, otro de los valores contemplativos. Y este silencio les impresionó mucho. Pocos grupos que van de retiro, buscan el silencio.
El silencio es difícil e incómodo. Porque estamos acostumbrados al ruido exterior y, cuando falta, recurrimos al menos a nuestro ruido interior: los pensamientos, miedos, planes, recuerdos, emociones, etc. Queremos vivir en cualquier momento, menos en el momento presente. Y es precisamente en este momento presente donde está Dios, donde se nos permite tocar nuestra realidad auténtica. Donde Dios nos habla, porque “el lenguaje de Dios es el silencio”. Los antiguos monjes del desierto decían, “quédate en tu celda, y tu celda te enseñará todo”. Parafraseando este dicho, podríamos decir, “guarda silencio, y el silencio te enseñará todo”. El Papa san Gregorio Magno dice de San Benito que “vivía consigo mismo”. El silencio nos permite descubrir que no estamos solos, sino que estamos bien acompañados por un Dios que nos ama; lo que nos permite estar a gusto con nosotros mismos, porque podemos estar a gusto con Dios.

6.4.11

La Incoherencia de los Creyentes

Jesús sana a un ciego, de:
www.caminocatolico.org
Como hemos pasado la mitad de la cuaresma, es un buen momento para tomar consciencia de algunas cosas que hacemos, o no hacemos. Entre otros episodios, los textos del evangelio nos hablan de la curación de un ciego. Es una buena ocasión para pedirle a Dios que nos ilumine también a nosotros, para ver nuestra realidad, y la realidad de su amor para con nosotros.
Hace poco encontré el texto que sigue, en la revista Familia Mariannhill, Enero – Febrero 2011, páginas 12-13. Vale la pena reflexionar sobre él – ¡y tomarlo a pecho! Sigue el texto:
Es curioso comprobar cómo los creyentes cuando vamos a la Iglesia, sin el mayor asomo de vergüenza, llegamos tarde y buscamos, sin ser por ello humildes, los últimos sitios; pero cuando tenemos que asistir a cualquier evento nos organizamos para llegar a tiempo y poder escoger los mejores asientos.
Es curioso comprobar cómo los creyentes consideramos que los 45 minutos que dura la misa dominical son interminables; pero cuando de lo que se trata es ver varios partidos de fútbol a la semana, entonces el tiempo no cuenta para nada.
Es curioso comprobar cómo los creyentes juzgamos que dar 50 dólares a la Iglesia es un montón y si nos decidimos a darlos lo hacemos con dolor de nuestro corazón; pero cuando vamos de compras o de copas estimamos que esos dólares no son nada, por ello da gusto ver con qué alegría los gastamos.
Es curioso comprobar cómo los creyentes dejamos de asistir a misa los domingos con pasmosa facilidad, encontrando mil razones para ello; pero cuando se trata de una consulta médica acordada o de una excursión programada, nos espabilamos y arreglamos las cosas con pasmosa eficiencia.
Es curioso comprobar cómo los creyentes decimos que no encontramos palabras para orar y que no sabemos qué decir cuando nos ponemos a rezar; pero cuando estamos con las personas que nos interesan nos salen las palabras con total facilidad y, si estamos lejos, con asombrosa rapidez nos ponemos en contacto con ellas.
Es curioso comprobar cómo los creyentes nos podemos quedar dormidos cuando nos ponemos a leer algún capítulo de la Biblia; pero cuando de lo que se trata es leer el último chisme o romance de moda, no nos importa perder el sueño.
Es curioso comprobar cómo los creyentes nos tragamos sin eructar ni tener mala digestión todo lo que dicen los periódicos y los medios de comunicación; pero cuando se trata de creer las verdades de la fe, tal como se nos revelan en la Sagrada Escritura y nos propone el Magisterio de la Iglesia, todo son pegas y cuestionamientos.
Es curioso comprobar cómo los creyentes ponemos una y mil pegas si somos convocados a participar en alguna actividad de la comunidad parroquial, alegando que tenemos la agenda bien llena; pero cuando surge algo que nos gusta, aunque no esté programado, siempre estamos dispuestos y nos falta tiempo para alterar nuestra agenda.
Es curioso comprobar cómo los creyentes decimos estar siempre dispuestos a cumplir con lo que Dios nos pide, aunque no hacemos nada para ello; pero cuando de lo que se trata es tener éxito en nuestros negocios, bien que sabemos poner los medios y buscar las conexiones para ello.
Es curioso comprobar cómo los creyentes no tenemos dificultad alguna en aprender todo lo que está de moda o se lleva, volviéndonos expertos a la hora de enseñar a otros cómo se navega en la red o se utiliza un móvil de última gama; pero cuando se trata de aprender más sobre nuestra fe para así poder evangelizar mejor y dar mejor testimonio, nos volvemos asombrosamente torpes e inútiles.
Es curioso comprobar cómo los creyentes lucimos cruces en el pecho o peregrinamos a santuarios y nos enoja que se metan con nosotros; pero cuando se trata de dar la cara por Dios, por su honor y por su verdad, nos volvemos cobardes y vergonzosos, porque tememos que nos la partan.