Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

17.3.13

“HABEMUS SORPRESAM”



Encontré en Facebook una caricatura donde unos obispos regañan al nuevo Papa Francisco reclamándole “¿Qué pasa? ¡Ud. paga su propia cuenta del hotel, viaja en bus, y lleva una cruz que no está hecha de oro!” A lo que el Papa responde “…Quizá entendí mal… Me dijeron que yo sería el sucesor de un pobre pescador de Galilea, y no del emperador romano”. Eso resume lo que estamos viendo en estos días. No salimos de las sorpresas. El asunto no es del todo nuevo. Ya el Papa Juan XXIII comenzó a recorrer en cuaresma las parroquias de Roma. Recuerdo haberlo visto en algunas ocasiones; hablaba como un párroco de pueblo: muy profundo y, a la vez, cercano a la gente. Pablo VI ya no fue coronado con la tiara. Y comenzó a viajar por el mundo, para “confirmar a sus hermanos en la fe”. Y así, sucesivamente, se fueron dando cambios profundos que para nosotros, los de a pie, no son siempre tan visibles. Queda mucha etiqueta.
Ahora, se ve a un hombre, “de casi del fin del mundo”, como dijo él mismo. Y esto será verdad en más de un sentido. Es un elemento completamente nuevo que entra en el Vaticano; un hombre libre que es sencillamente ÉL MISMO. Es un hombre que pondrá las estructuras – que siempre necesitaremos – al servicio del hombre, no al hombre para someterse -  y apagarse – en las estructuras. Como dijo él mismo hace poco, no se trata de uniformar todo, sino de aceptar el “babel”, pero armonizado por el Espíritu. No se busca uniformidad, sino armonía.
En todo este huracán de sorpresas hay algo nuevo: Todo está centrado en Cristo, en la cruz. Recuerdo que, después del Vaticano II, se abrió para nosotros, entonces jóvenes, como una represa, e implementamos muchas cosas nuevas en seguida, a veces precipitadamente. No habíamos bajado al corazón del asunto; poníamos nuestras ideas en lugar de las “anticuadas”. Esta vez es distinto, muy distinto. Francisco refiere todo a la fe, la relación con Cristo. No se trata de poner un sistema contra otro, un ego contra otro, o un ego contra una estructura que, como tal, es fruto de unos egos. Se trata de tomar en serio la palabra del Señor, de que “el hombre está por encima del sábado”.
En este sentido vemos también una continuidad en la misión de Pedro. Ya Benedicto XVI había proclamado un año de la fe. Es en este marco donde se puede emprender el desmontaje de estructuras que, en vez de acercarnos a Dios, nos bloquean el camino hacia Él.
Otra cosa me parece importante: ahora estamos impresionados por la novedad que vemos. Pero todavía actuamos como espectadores, consumidores de noticias interesantes; llegará el momento – y tiene que llegar pronto – cuando nosotros mismos, cada uno, tendremos que dejarnos interpelar por el ejemplo de Francisco que habla más claro que muchos sermones. Porque la iglesia somos todos. Y la iglesia se renueva donde se renueva una persona. Recordemos la celebración de la luz al comienzo de la vigilia pascual: cada uno tiene sólo una velita - que no es mucho. Pero a medida en que todos encienden su velita en la luz de Cristo, el ambiente se ilumina. La responsabilidad es de todos nosotros. No la dejemos sólo al Papa. Al final – así lo esperamos – la sorpresa no será lo que hace el Papa, sino lo que Cristo es capaz de hacer en su iglesia, cuando cada uno de nosotros consentimos a su presencia y acción en nosotros.

9.3.13

… y ¿Éste es tu Dios?



Ocurrió hace unos 1.200 años antes de Cristo; pero la historia se repite. Porque parece que la humanidad no aprende. Veamos: Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro y se los trajo a Aarón. Él los recibió, hizo trabajar el oro a cincel y fabricó un ternero de fundición. Después les dijo: –Éste es tu dios, Israel, que te sacó de Egipto. Después, con reverencia, edificó un altar ante él y proclamó: –Mañana es fiesta del Señor. Al día siguiente se levantaron, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión, el pueblo se sentó a comer y beber y después se levantó a danzar (Éxodo 32,3-6).
El becerro es símbolo de fuerza y poder; el oro es símbolo de riqueza. Eso es lo que adora el pueblo; cree que a eso se debe su libertad. Sin embargo, no se da cuenta de que el poder y el dinero esclavizan, a veces de manera muy solapada pero, precisamente por eso, mucho más efectiva.
Moisés, cuando había regresado del monte, agarró el ternero que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, luego esparció el polvo en agua, y se lo hizo beber a los israelitas (Éxodo 32,20). Después de la fiesta viene la resaca. Lo que adoraban, queda triturado y, hasta en el agua que beben, tienen que tragarse la amargura de una riqueza hecha polvo. Porque no querían recordar y ver que el Señor solo los condujo, no hubo dioses extraños con él (Deuteronomio 32,12).
Este proceso sigue a lo largo de la historia, hasta que, por fin, no sólo unos pocos, sino toda la humanidad entienda que nuestra única salvación está en Dios. No un dios imaginado y fabricado por nosotros, sino el Dios verdadero, revelado por Jesús.
El que admira a otra persona hasta la exageración, identificándose con ella, pierde su identidad. Y, cuando el otro se muere o desaparece, no saben dónde agarrarse. Ésta es la causa cuando, después de la desaparición de una persona fuerte que sabía controlar todo, puede haber un vacío, una implosión social, porque no hay personas con identidad propia, sólo títeres que buscan seguir en lo mismo. El único que nos da nuestra identidad es Dios, porque es Él quien nos crea a SU imagen y semejanza. Es Él quien quiere manifestarse a través de nosotros.
Jesús apuntó a esto mismo desde otro ángulo: en la controversia sobre el pago de impuestos con el denario, una moneda romana que llevaba la inscripción “Divino César”, Él deja bien claro que se le dé al César lo que es del César. Es decir, que se cumpla con las leyes justas, para un buen funcionamiento de la sociedad; incluso cuando el gobierno es un gobierno “de facto”, como era el caso de Roma, y de la ocupación romana de Israel. PERO: al César, al estado, al gobierno, ¡NUNCA se le darán honores divinos! Por supuesto, hoy en día ningún gobernante dirá que es Dios. Pero eso no importa. Lo que importa es que se tome atribuciones como si lo fuera. En otras palabras: se dice que la iglesia no debe meterse en política. Bien, de acuerdo. Y la política, ¿no se mete en asuntos que son competencia exclusiva de la iglesia – o de una religión cualquiera? La política ¿puede decidir sobre la vida y la muerte (aborto)? La política ¿puede explotar a los débiles? La política ¿puede diseñar los programas de educación de tal manera que el hombre termina alienado de su dimensión espiritual? Eso, por no dar más ejemplos, ¿no es alzarse como dios, para crear al hombre según sus intereses? En tales casos no sólo la iglesia, sino los representantes de cualquier religión, están obligados a intervenir para poner las cosas en su justa perspectiva.
Sólo una íntima relación con Dios mantendrá nuestro corazón apegado a Él, y nuestra mente despejada, para no caer en las manipulaciones de los poderes de turno. Los gobernantes y los gobiernos se van, son efímeros; incluso el imperio romano, que duró muchos siglos, cayó. El imperio soviético duró apenas unos 70 años. Y otros imperios que esperaban eternizarse, duraban mucho menos. Hoy son “dioses muertos”. Sólo Dios queda, porque es verdaderamente eterno.