Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

31.10.17

500 años de Reforma, una Visión Diferente


Estamos conmemorando los 500 años de la reforma de Martín Lutero. Algunos dicen que no quieren conmemorar nada porque esta reforma no trajo nada bueno, sólo división, y hasta guerras. Otros reconocen la importancia de este hombre, y el impacto que dejó en la cristiandad y en la vida cultural.
Mientras nos fijamos en lo que nos sigue separando, la influencia de Lutero seguirá siendo considerada negativa. Pero yo prefiero seguir las palabras del Santo Papa Juan XXIII: "Los que creemos en Cristo no podemos vivir divididos. Pensemos sólo en lo que nos une, y no en lo que nos separa". Esto mismo nos permitirá ver lo positivo que Dios nos ha dado a través de Lutero. Y es más de lo que pensamos. El Espíritu de Dios sopla donde quiere.
Por la manera en que se enseñaba la fe en la época de Lutero, la gente le tenía más miedo a Dios que amor y confianza. A causa de su propia experiencia personal, lo que buscaba Lutero era un Dios misericordioso. Adentrándose en la Palabra de Dios encontró la respuesta. A partir de ésta podía decir que no nos salvamos por las obras sino por la fe, la confianza en el Dios que nos ama.
Hoy en día es precisamente el Papa Francisco quien pone muchísimo énfasis en este aspecto, el Dios misericordioso. Y el Cardenal Walter Kasper escribió un libro - no sé si está traducido al castellano - con el título de "Misericordia. El Concepto Fundamental del Evangelio - la Clave de la Vida Cristiana". En el preámbulo dice que habrá que rediseñar toda la enseñanza de la teología desde este enfoque. Porque es verdad, nuestra teología ha sido muy cerebral; no se ha desarrollado desde una experiencia de Dios. Si bien es necesario tener claros los conceptos, si éstos son lo único que nos preocupa nos quedamos con las enseñanzas, y nos vemos obligados a "defender la fe" - o lo que llamamos fe -, como si fuera una ideología. La consecuencia es que nos fijamos en lo que nos separa. Pero si VIVIMOS la fe desde la confianza en un Dios misericordioso, nos podemos fijar en lo que nos une.
Veamos por lo tanto algunos frutos que nos trae esta unión "de facto" cuando vivimos nuestra fe, recordando que no puede haber fruto bueno de un árbol malo: el martirio. Durante el tiempo del régimen de Hitler, tanto pastores protestantes como sacerdotes católicos estaban en un mismo campo de concentración. Hubo en Alemania muchos mártires por la fe y los valores cristianos, también protestantes. Quizá el más conocido es Dietrich Bonhoeffer, ejecutado el 9 de abril de 1945; había sido pastor luterano. Se había opuesto al régimen nazi de la Alemania de los años 1930/40.
Aprovecho el tema del martirio, para ampliar nuestros horizontes a otras iglesias cristianas; también ellas tienen sus mártires. El 18 de octubre de 1964, el Beato Papa Pablo VI canonizó a los mártires de Uganda. Sin embargo, los canonizados fueron sólo los católicos romanos. Pero en el grupo de los mártires hubo también un buen número de jóvenes de la iglesia anglicana.
En febrero de 2015 fueron asesinados en Libia 21 mártires de la iglesia copta egipcia porque se habían negado a abandonar su fe para convertirse al Islam. El Papa Copto Tawadros los incluyó en el Synaxarium, lo que equivale a la canonización en la iglesia católica.
Y no podemos olvidar los miles de mártires de las diferentes iglesias cristianas del Medio Oriente, víctimas del fanatismo de ISIS. Son tantos que, al menos para nosotros, muchos quedan en el anonimato. Pero Dios conoce el nombre de cada uno de ellos.
Son los conceptos los que nos impiden todavía celebrar el sacramento de la eucaristía juntos. Pero nuestra confianza vivida en el mismo Dios nos permite estar unidos en la entrega de nuestra vida.
Otro punto que quisiera resaltar es que en aquella época el pueblo no tenía acceso a la Biblia. Ésta estaba escrita en latín, y, además, los códices eran muy caros. Fue Lutero quien se puso a la inmensa tarea de traducir toda la biblia desde los idiomas originales, hebreo y griego - ¡y eso sin computadora! La recién inventada imprenta le dio la posibilidad de una difusión masiva de la Palabra de Dios. De esta manera, el Pueblo de Dios volvió a tener acceso a la Palabra. La lectio divina se había perdido; y fue recién a finales del siglo pasado cuando se comenzó a recuperar este tesoro valioso.
Según Monseñor Nunzio Galantino, secretario general de la Conferencia Episcopal de Italia, el amor de Lutero por la Palabra anticipa la sacramentalidad de la Palabra afirmada por el Concilio Vaticano II. La «pasión de Lutero por Dios ha sido, como dijo el Papa Benedicto en Alemania en el 2011, una pasión profunda: el resorte de su vida y de su camino. No era, en efecto, una cuestión académica». En este contexto quisiera mencionar el comentario de Lutero al Magníficat. Es un comentario bellísimo y muy profundo que refleja, de paso sea dicho, su amor a la Virgen.
La traducción de la Biblia tuvo también otra consecuencia, más bien a nivel cultural: el idioma que usó Lutero para su traducción fue básicamente el dialecto de la región donde vivía, en Alemania central. Ésto se convirtió en la base para el idioma alemán estándar que usamos hoy en día.
Lutero también escribió el texto y la música de muchos cantos religiosos. Según la tradición son entre 35 y 42. Eso le permitió al pueblo no sólo participar activamente en las celebraciones, sino que fue también una gran ayuda para interiorizar la fe. En eso se refleja por una parte el hecho de la formación musical que Lutero había recibido en sus años jóvenes, pero también su pasado de monje agustino. Fue San Agustín quien dijo en una ocasión, "quien canta bien, ora el doble". Estos cantos fueron, junto con la lectura de la biblia, el medio más importante para formar a la gente en la fe. Y un buen número de estas canciones se cantan también en la iglesia católica - porque ¡son bíblicas! Más allá de la iglesia, estos cantos tuvieron también una gran influencia en la música, hasta el día de hoy. En la iglesia católica pasó más tiempo hasta que la gente comenzó a participar activamente en la liturgia. Todavía hoy hay gente que habla de "oír misa" - ¡qué palabra tan fea!
La iglesia católica tardó más tiempo - casi cinco siglos - para implementar cosas que hoy en día, para las generaciones jóvenes, ya son costumbre. Se necesitaron tres concilios, el de Trento, y los dos del Vaticano, especialmente el último. Y sólo Dios sabe hasta qué punto ha influido la oración y la vida de muchos santos, de hombres y mujeres que tomaron su relación con Dios en serio, en los cambios que hoy nos acercan más a Él.
Lutero no era ningún santo. Tenía sus sombras, algunas de ellas fuertes. Pero eso precisamente es la prueba de que Dios sabe escribir derecho en líneas torcidas. A pesar de su carácter fuerte - o quizá precisamente por eso - ha sido un hombre honesto que buscaba a Dios con sincero corazón. No podría haber escrito su comentario al Magníficat, donde resalta la humildad de María, si él mismo no hubiera entendido y vivido la humildad. Dice en una ocasión, "mientras yo dormía, Dios reformaba la Iglesia". Lutero no quería ninguna separación; él quería reformar la iglesia. Fue la intransigencia en ambos lados - porque todos somos inconscientemente hijos de nuestra época - que llevó a la separación.
No me parece conveniente ver a Lutero fuera de contexto. En la Europa de la época, algo estaba en el aire. Porque en los mismos años aquellos hubo también otras personas que intentaron reformar la iglesia: Calvino y Zwingli. Dentro de la iglesia hubo otro enfoque, el de comenzar por uno mismo. Me vienen a la memoria tres españoles: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Son los místicos que influyen en la vida de la Iglesia hasta hoy. El otro es San Ignacio de Loyola. Ha sido un hombre recio que, después de su conversión, diseñó los ejercicios espirituales, con el objetivo de acercar la gente más a Dios.
También hoy, el camino va por allí. Se trata de acercarnos a Dios en una relación personal y de confianza, dejando atrás nuestros proyectos y la identificación con nuestra cultura, para vivir nuestra fe. Este camino nos llevará hacia la unidad.