Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

28.11.16

Esperando el Reinado de Dios


En tiempos de Jesús era común que la gente esperara la llegada del Mesías o del Reino de Dios. Esto estaba "en el aire". Lucas nos dice que, cuando el Señor se acercaba a Jerusalén: ellos creían que el reino de Dios se iba a revelar de un momento a otro (Lucas 19,11). Pero no pasó nada de lo que ellos esperaban; al contrario, Jesús murió. El reino de este mundo triunfó y quedaba a sus anchas. Tampoco la resurrección de Jesús cambió esta expectativa. Justo antes de su ascensión, estando ya reunidos le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Él les contestó: No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo (Hechos 1,6-8). Con esto, Jesús da a entender que la llegada del Reino será muy diferente de lo que la gente esperaba.

Dice Paul Lebeau: Según sus propios criterios, el hombre busca espontáneamente a su dios mirando hacia el poder. Le resulta difícil no proyectar en Dios aquel poder que él mismo no tiene, pero que fascina su imaginación y sus sueños1. Las religiones tienen que ver con eso. También la iglesia, a lo largo de los siglos, ha recaído a veces en este error, con la triste consecuencia de guerras "en nombre de dios". Incluso hoy en día, cuando creemos que hemos aprendido algunas lecciones, esta mentalidad todavía está presente en muchas prácticas religiosas: rezos, devociones, sacrificios y ritos, casi mágicos: todo para conseguir un favor, con el intento de ejercer cierta influencia sobre Dios. Buscamos la salvación desde fuera. Lo vemos en las sociedades cuando se espera la solución de un problema mediante el cambio de gobierno. En las democracias, eso lleva a veces al "voto castigo" - que no es la mejor solución. Porque los problemas siguen o sólo se desplazan a otra parte.

Esta mentalidad y este enfoque sufrieron una crisis enorme a raíz de la segunda guerra mundial y el holocausto. Etty Hillesum, ya sabiendo claramente lo que sufría su pueblo, y lo que tarde o temprano le vendría encima a ella personalmente, lo pone así en su diario: ¿Acaso no es una actitud casi atea - blasfema - creer en tiempos como estos todavía tanto en Dios? (2 de julio de 1942). Y, terminada la guerra, y conociéndose la magnitud del extermino de los judíos, Richard Lowell Rubinstein, lo puso así: Después de Auschwitz, ya no hay Dios2. Aquí resuena el grito de Jesús en la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mateo 27,46). Es la pregunta que tantos se han planteado: ¿dónde estaba Dios en todo este sufrimiento?

Hace mucho tiempo escuché una anécdota: durante la época de aquellos horrores lanzaron un niño al crematorio. Alguien preguntó, ¿dónde está Dios aquí? Y otro le contesta: allí, en este niño. No sé si esto ocurrió realmente así, o si es solamente un intento de dar una respuesta a nuestra pregunta. En todo caso, nos puede ayudar a replantear nuestra inquietud, cambiando la pregunta: ¿En qué Dios estamos creyendo?

Etty, como estaba sufriendo todo en carne propia, es una testigo calificada que puede hablarnos con autoridad; ella escribe: Alguien tendrá que sobrevivir, para dar testimonio más tarde de que Dios, incluso en este tiempo, todavía estaba con vida (27 de julio de 1942). Veremos más adelante cómo ella concibe esta presencia de Dios en medio del holocausto. Ya al comienzo de su camino espiritual llega a una conclusión importante: La barbarie nazi despierta en nosotros exactamente la misma barbarie. Si hoy en día pudiéramos hacer lo que quisiéramos, usaríamos los mismos métodos. Debemos rechazar esta barbarie de nuestro corazón, no debemos cultivar este odio en nosotros; porque si no, sería imposible sacar este mundo del fango. (15 de marzo de 1941).

Casi año y medio más tarde anota en su diario la conversación que tuvo con un antiguo amigo, trotskista militante, que creía en la lucha de clases. Le insiste en que "no logramos nada con este odio... Es lo único y lo único. No veo otro camino: cada uno debe entrar en sí mismo y extirpar y eliminar en sí mismo todo aquello por lo cual cree que debe eliminar a otros. Debemos estar convencidos de que el más mínimo átomo de odio que añadimos a este mundo lo hace más inhóspito de lo que es". Y él, perplejo y maravillado a la vez, me dice, "Sí, ¡pero esto, esto sería cristianismo!" Y yo, divertida por su confusión repentina, le contesté serenamente: ¡Cristianismo! Sí, y ¿por qué no? (23 de septiembre de 1942).

Con esto, Etty tiene la misma intuición que tenían los monjes antiguos: en vez de involucrarse en las luchas del mundo de fuera, miraban hacia dentro. Un ejemplo de esto es San Benito de Nursia (480-547). Vivía en una época sumamente turbulenta. Pero se enfrentó con las turbulencias en su propio corazón. Allí están nuestros demonios. Pero también, en lo más profundo, está Dios. Porque el Reino de Dios está dentro de Uds. (Lucas 17,21).

1 Paul Lebeau, Das suchende Herz. Der innere Weg von Etty Hillesum (El corazón que busca. El camino interior de Etty Hillesum), pg. 168.
Etty Hillesum, nacida el 15 de enero de 1914, una joven holandesa que, por ser judía, fue llevada al campo de concentración en Auschwitz donde fue asesinada en las cámaras de gas el 30 de noviembre de 1943, teniendo apenas 29 años de edad. Se había criado sin prácticas religiosas. A comienzos de 1941 conoció a un sicólogo, también judío, quien le sugirió que escribiera un diario espiritual, que leyera, entre otros libros cristianos, también la biblia, incluyendo el nuevo testamento, y que orara. A partir de esta fecha comienza un crecimiento espiritual acelerado que llega a profundidades místicas, sin que esto la haya llevado a relacionarse ni con la sinagoga ni con la iglesia - quizá por la muerte tan prematura. A lo largo de este adviento volveré a referirme a ella, citando de su diario.


2 ib. pg. 287

26.11.16

Fidel Castro y sus "jueces"


Estamos comenzando el Adviento, la preparación para celebrar la venida de nuestro Salvador al mundo - ¡por enésima vez en dos mil años! Pero parece que todavía nos cuesta enormemente vivir el mensaje de perdón e integración que Jesús - "Dios salva" - nos trajo.
Murió Fidel Castro. En un momento de estos hay valoraciones políticas e históricas del personaje. Esto es normal. También es normal que cada uno lo haga desde su punto de vista. Hay comentarios de admiración y otros de luto. Pero en las redes vi también muchas expresiones de desprecio, de condena, de desearle el peor de los infiernos. ¡Y eso de parte de gente que se considera cristiana!
Aquí no hago una valoración histórica - eso es tarea de otra gente. Tampoco me compete juzgar a la persona de Fidel Castro. El único juez, más allá y por encima de lo que digan los historiadores, es Cristo. Precisamente allí está el detalle: ¿quién ha nombrado a esta gente jueces de Fidel? ¡Nadie! Son jueces autodesignados, sin ninguna competencia. Son criaturas de Dios, igual que Fidel, y serán juzgados por el mismo juez: Dios. Y según los mismos criterios que ellos aplican. El evangelio es claro: No juzguen y no serán juzgados. Del mismo modo que ustedes juzguen se los juzgará. La medida que usen para medir la usarán con ustedes (Mateo 7,1-2).
Tengamos presente una distinción: Juzgamos los hechos, pero no a la persona. Dios detesta el pecado, pero no al pecador. Recordemos que Jesús no se alegró por la ruina de Jerusalén, sino que lloró sobre ella. Nadie sabe lo que pasa entre Dios y el hombre en este encuentro definitivo que es la muerte. Si alguien despotrica contra una persona desde la trinchera segura de su red social, en el fondo tiene la misma mentalidad que la persona a la que condena. Sólo que por alguna razón no puede hacer lo mismo. Pero si tuviera el poder y los medios, lo haría. Por eso, las revoluciones, en el fondo, no resuelven nada. Porque quieren mejorar las cosas con la misma mentalidad que las empeoró. La historia da muchas vueltas. En algunas áreas hay progreso. Pero en lo humano hay un empobrecimiento enorme.
El mensaje de Jesús, junto con su ejemplo, es la única manera de romper este círculo vicioso. Preparémonos en este adviento para recibir de nuevo a nuestro Salvador que trajo el perdón de nuestros pecados, y que con su humanidad nos enseña lo que significa realmente ser hombre.