A lo
largo del Evangelio de Marcos se percibe cómo Jesús es abandonado
progresivamente por todos (Marcos 3,6: los fariseos y herodianos;
6,4-6: la sinagoga de Nazaret; 11,18 y 14,1-3: los sumos sacerdotes y
letrados; 14,10-11: uno de los doce; 14,50-52: todos sus discípulos,
incluso un joven que huye desnudo). Hasta que, al final, termina en
las manos y a merced de sus enemigos. Ya no se puede hacer más nada
por Él.
Sin
embargo, dentro de esta situación tan triste hay un mensaje muy
alentador e importante para todos nosotros. Lo explicaré un poco más
detalladamente: la segunda parte del evangelio de Marcos es en
grandes líneas un texto anterior que se escribió unos cuatro años
después de la muerte y resurrección de Cristo, y que Marcos
incorporó en su evangelio, ampliándolo ligeramente. Está escrito
en trece trípticos. Las tres partes de cada tríptico están unidas
por un tema o motivo común. El último tríptico nos habla del
misterio pascual: la muerte, sepultura y resurrección del Señor.
Cada una de estas tres partes tiene como eslabón la presencia de las
mujeres. Es una presencia y actividad amorosa en medio de la
impotencia frente a los hechos consumados de una situación tan
dolorosa. Durante la muerte estaban allí mirando a distancia
(Marcos 15,40); y en la sepultura observaban dónde lo habían
puesto (Marcos 15,47). No pueden hacer nada, pero están
presentes.
Finalmente,
el primer día de la semana compraron perfumes para ir a ungirlo
(Marcos 16,1). Fue el último gesto de amor que podían hacer con el
difunto. Hicieron lo que podían. Pero estaban preocupadas por el
obstáculo de la piedra enorme que les cerraba el paso al lugar donde
iban a embalsamar el cuerpo de Jesús. Cuando llegaron, ¡la piedra
estaba removida! ¡El cuerpo no estaba! En vez de poder hacer lo que
se habían propuesto, el resucitado les salió al encuentro y les dio
otra misión: ¡vayan y digan! (Marcos 16,7).
Eso
fue un cambio muy radical; Dios no permitió que pudieran cumplir con
su propósito, sino que les dio una tarea nueva, mucho más
importante, la misión de ser testigos. Se puede decir que Dios no
miró su idea equivocada, la de embalsamar un cadáver, sino que
respondió a su motivación que era buena; lo hacían por amor.
Dios
no se fija tanto en nuestros proyectos - estos pueden fracasar por
ser equivocados. Él se fija en nuestro corazón, en lo que realmente
queremos hacer, en nuestro grado de amor. Si éste es nuestra
motivación, no importa lo equivocado que pueda ser lo que nos
proponemos, Dios siempre lo cambiará y lo perfeccionará para
incorporarlo a sus planes. Los obstáculos serán removidos y
encontraremos una situación totalmente nueva donde nuestro amor
podrá actuar.
Hace
muchos años leí una frase muy bella: orar es hacerse presente a
una Presencia. Podemos tener muchas inquietudes en nuestra
oración, muchas intenciones y súplicas. Pero a medida que éstas no
son egoístas, y nuestra oración viene del deseo de estar en
presencia de Dios, Él nos tocará el corazón, nos sanará, y nos
dará una misión que no había estado en nuestros planes. Pero
descubriremos que, a lo largo de toda nuestra vida, Dios ya nos había
preparado para ella.
Los
que practicamos la oración centrante, tenemos una experiencia de
esto. Simplemente nos hacemos presentes a la presencia de Dios,
consentimos a su presencia en nosotros. Habría tanto que hacer en
este mundo que nos rodea. Pero lo mejor no es siempre lo que queremos
hacer nosotros. Los planes de Dios son más sabios. Al trabajar según
nuestros planes podemos encontrar obstáculos insuperables. Pero si
estamos motivados por un amor auténtico, Dios nos saldrá al
encuentro, removerá los obstáculos, y nos dará la misión que nos
tenía destinado desde toda una eternidad. Nuestra presencia
silenciosa ante Dios no es una presencia inactiva. Como fruto de
estos encuentros tendremos mucho que hacer. Pero será la obra de
Dios, donde Él manifestará su fuerza en nuestra debilidad.
Todos
necesitamos una buena dosis de la actitud de estas mujeres que
seguían amando con su presencia silenciosa, impotente, aparentemente
inactiva. Porque sólo cuando asumimos nuestro vacío, Dios nos llena
con sus dones.