Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

9.9.11

LUZ Y VIDA


En el nuevo ícono de mi blog, aparecen unas palabras griegas en forma de cruz: la horizontal es “FOS”: LUZ, y la vertical es “ZOÉ”: VIDA. Hacen resonar las palabras de Jesús, Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad” (Juan 8,12); Y Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11,25). Son dos de varias palabras que intentan acercarnos al misterio de quién es Jesús para nosotros. Quisiera compartir con Uds. mi reflexión sobre estas dos palabras.

LUZ: Jesús se llama a sí mismo “la luz del mundo”; dará la luz de la vida al que le sigue. - ¿Sigue a dónde? ¿A la cruz? ¿A una muerte tan horrible? Esa nos parece una luz engañosa que no nos lleva a ninguna parte. Pero Jesús no nos conduce a la muerte, sino, más allá de la muerte, al corazón del Padre que nos da la vida. Recibimos esta vida cuando nos despojamos de lo que engañosamente llamamos vida. Me viene a la memoria un texto del Antiguo Testamento: “De día, el Señor los acompañaba en una columna de nube, para señalarles el camino; y de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos. Así pudieron viajar día y noche. La columna de nube siempre iba delante de ellos durante el día, y la columna de fuego durante la noche.” (Éxodo 13,21-22). Así se describe el paso de Israel por el desierto, yendo hacia la tierra prometida. Eso, a primera vista, suena muy bonito. Pero, de hecho, nosotros no nos orientamos por una nube o neblina, sino por objetos concretos, fijos, como una montaña, un edificio, una característica del terreno, por algo duradero, no por algo tan cambiante como una nube o neblina. Lo mismo por la noche: los nómadas se orientan por las estrellas. Pero cuando hay mucha luz, como hoy en día en nuestras ciudades, no se ven las estrellas. Así, una columna de fuego más bien impide la orientación.
Todo eso nos dice que dejemos de orientarnos en la vida por nuestros propios criterios, para poner nuestra confianza en Dios. Él sabe lo que es mejor para nosotros. Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres; así le dice Jesús a Pedro cuando éste lo quiere convencer de que lo de sufrir y morir no le conviene. Y lo llama “Satanás” – adversario; porque nuestros planes muchas veces se oponen directamente a los planes de Dios. “Mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya. Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes.” (Isaías 55,8-9).
La luz que nos da Cristo, ilumina TODA la realidad, también la realidad de la muerte; la pone en su justa perspectiva, y nos amplía el horizonte para que podamos ver la vida indestructible – eterna. Es la “Luz de Cristo” que aclamamos en la Vigilia Pascual. En la antigüedad se llamaba al bautismo “la iluminación”, y a los bautizados “los iluminados”, precisamente porque en el bautismo nos configuramos con la muerte y resurrección de Cristo; así nos vemos capacitados de ver con los ojos de Dios. Pablo dice a los Efesios, “Ustedes antes vivían en la oscuridad, pero ahora, por estar unidos al Señor, viven en la luz. Pórtense como quienes pertenecen a la luz, pues la luz produce toda una cosecha de bondad, rectitud y verdad.” (Efesios 5,8-9).
Esta dinámica de muerte y resurrección nos impide también ser arrogantes. El iluminado es una persona humilde porque ha pasado por la humillación de la muerte. El arrogante, el orgulloso, no es un iluminado, aunque haya recibido el sacramento del bautismo. No basta con haber recibido el sacramento; ¡hay que vivirlo!

Vida: Si le seguimos a Jesús, tendremos la luz de la vida (Juan 8,12). Pero para que esta vida sea vida de calidad, vida definitiva, vida eterna, tiene que pasar por la misma dinámica. “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará.” (Mateo 16,24-25).
Nosotros consideramos “vida” nuestras seguridades, relaciones personales, nuestro poder, aunque sea sólo en nuestra área pequeña. Pero, es precisamente eso lo que Dios nos pide, para darnos algo mucho mejor y duradero: SU VIDA. Incluso la religión, entendida como sistema de creencias y estructuras, es un impedimento para experimentar una relación íntima con Dios. Pablo nos dice, “En cuanto a la justicia que se basa en el cumplimiento de la ley, era irreprochable. Pero todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor" (Filipenses 3,6-7). Es una experiencia de des-preciar, o sea, no atribuirle ningún precio y valor, de dejar atrás, de muerte. Por eso, Pablo puede aconsejar a los Colosenses, “Ustedes han muerto con Cristo y ya no están sujetos a los poderes que dominan este mundo. (Colosenses 2,20). Y sigue diciendo, “Por lo tanto, ya que ustedes han sido resucitados con Cristo, busquen las cosas del cielo… piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra” (Colosenses 3,1-4). Por eso puede decir en otra ocasión, “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,19).
Como ya no estamos sujetos a los poderes de este mundo, experimentamos una vida en libertad, no dominados por el miedo. Una vida donde estamos capacitados para el servicio. Podemos recibir de la mano de Dios todo lo que necesitamos para este servicio. Esta vida no estará exenta de sufrimientos, pero es una vida de calidad, vida eterna.

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