Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

22.12.13

Adviento, Rey de las Naciones


La antífona de hoy es un texto muy denso que hace resonar de nuevo toda una serie de citas bíblicas: Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la Iglesia que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra.
Comencemos por el final: Somos hombres formados del barro de la tierra, débiles y a la merced de cualquier mano fuerte que quiera formarnos según sus intereses. Pero Dios sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo (Génesis 2,7). Es por el aliento de Dios que no tenemos por qué estar alienados; somos su imagen y semejanza. Ésta es nuestra esencia que nadie nos puede quitar, por más que intente violentarla.
Esto nos eleva sobre los intereses inmediatos que quieren regir nuestra vida, como lo ve el profeta Daniel en una visión: Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin (Daniel 7,13-14).
En Jesús, esta visión se hace realidad plena. Él viene de parte de Dios (las nubes del cielo) y, por no dejarse llevar, como Adán, por nuestras tendencias de la fragilidad humana, tiene acceso a Dios, nos abre el camino hacia Él. Es el camino doloroso que pasa por la muerte en la cruz, por el rechazo total de parte de los que se creían con la autoridad de saber quién era Dios. Cuando los hombres habían dicho la última palabra sobre Jesús, Dios mismo puso las cosas en su sitio, diciendo por su parte su última palabra. Así, Pedro dice al Sanhedrín cuando es interpelado por una sanación: Él (Jesús) es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular. (Salmo 117,22). En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados (Hechos 4,11-12).
Este Jesús, al habernos restablecido el acceso a Dios, es el único que puede unirnos en una sola comunidad, sea a nivel de familia, de iglesia, de nación, o de comunidad de naciones - ¡todas las naciones! Mientras el hombre estaba unido a Dios, el varón y la mujer se complementaban (Génesis 2); ese es el plan de Dios. Pero al haberse separado de Dios (Génesis 3), surgió la pregunta de quién tenía el poder. Patriarcado y machismo por una parte, feminismo exagerado por otra: ya conocemos las consecuencias. Es una lucha de nunca terminar. Cristo vino a establecer el matrimonio como sacramento, es decir, como una relación donde varón y mujer viven el amor de Dios como entrega "hasta el extremo". Aún hoy en día son pocos los matrimonios que lo entienden así; pero ¡son felices!
San Pablo amplía esta visión, aplicandola a la humanidad entera: Gracias a Cristo Jesús los que un tiempo estaban lejos, ahora están cerca, por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz, el que de dos pueblos hizo uno solo, derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y cláusulas, reunió los dos pueblos en su persona, creando de los dos una nueva humanidad; restableciendo la paz. Y los reconcilió con Dios en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando muerte en su persona a la hostilidad. Vino y anunció la paz a ustedes, los que estaban lejos y la paz a aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. De modo que ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los consagrados y de la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo el edificio bien trabado crece hasta ser santuario consagrado al Señor, por él ustedes entran con los demás en la construcción para ser morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2,13-22). Con tanta división que hay dentro de una misma nación, y a nivel mundial entre las naciones: no hay hostigamiento ni presiones ni guerras que puedan unir a las naciones permanentemente, sin que quede la sed de venganza de los que se sienten sometidos. Sólo Cristo nos da una paz duradera.

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