La
antífona de hoy: Oh Adonai,
Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza
ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder
de tu brazo.
Dios
se reveló a Moisés en el desierto como YHWH, un nombre que se puede
traducir como “Soy el que está”. Pero, por respeto, no se debía
pronunciar este nombre. En la lectura de un texto de la escritura, en
vez de YHWH, se pronunciaba la palabra “Adonai” - mi Señor.
El
Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído
sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y
he bajado a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra para
llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y
miel... La queja de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo
los tiranizan los egipcios. Y ahora, anda, que te envío al faraón
para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas (Éxodo
3,7-10).
A lo
largo de los siglos, los Israelitas aprendieron por experiencias
sucesivas que su Dios no era una idea o una proyección de sus deseos
y carencias, sino alguien que se interesaba por ellos y que había
“bajado a vivir” con ellos. Que era alguien más poderoso que el
Faraón de Egipto y todos los poderes habidos y por haber. Por lo
tanto, su Dios era un Dios digno de confianza.
Moisés
habló a todo el pueblo de Israel y le dijo: escucharás la voz del
Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está
escrito en el código de esta ley; porque el precepto que yo te mando
hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; el mandamiento está a
tu alcance: en tu corazón y en tu boca. ¡Cúmplelo! (Deuteronomio
30,10a.11.14).
Cuando comenzaron las traducciones griegas del Antiguo Testamento, la
palabra “Adonai” se traducía al griego con la palabra “Kyrios”
- Señor. Éste es también el título de Jesús en el Nuevo
Testamento, consecuencia de la tradición judía, donde era un título
divino. Pero, también el emperador romano llevaba el título
“kyrios”. Los cristianos respetaban al emperador; pero su Kyrios,
su único Señor, era Jesús. Eso llevaba a situaciones donde uno
tenía que escoger entre uno y otro Señor (“No se puede servir
a dos señores”). Fue una causa, quizá la principal, de las
persecuciones de los cristianos.
Los poderes de este mundo van a lo suyo, luchan por sus intereses.
Eso incluye siempre cierta falta de libertad, que resulta en opresión
y esclavitud. No se trata necesariamente de la dictadura de un
individuo; puede ser también la dictadura del ambiente que nos
rodea, y donde unos grupos de presión, de manera muy solapada,
quieren obligarnos a actuar contra nuestra consciencia. En este
sentido, también la democracia puede apoyarse en la dictadura de una
mayoría cuidadosamente manipulada por algunos grupos de intereses.
En lo económico, millones de personas sufren las consecuencias,
muchas veces mortales, de un capitalismo desenfrenado, que no es otra
cosa que la ley del más fuerte.
Todo esto nos rodea hoy en día. Se nos plantea la pregunta, ¿a
quién le sirvo realmente? A la hora de la verdad, ¿de dónde saco
yo mis criterios? ¿A quién le debo lealtad? ¿Cuál es mi única
lealtad a la que someto todas las demás lealtades?
El
texto siguiente relaciona los mandatos del Señor con la sabiduría.
Moisés dijo al pueblo: los mandatos y decretos del Señor
serán su prudencia y sabiduría ante los demás pueblos, que al oír
estos mandatos comentarán: ¡Qué pueblo tan sabio y prudente es esa
gran nación! Porque, ¿qué nación grande tiene un dios tan cercano
como nuestro Dios, que cuando lo invocamos siempre está cerca?
(Deuteronomio 4,5-7). La
pregunta, entonces, es si los mandatos, las leyes, sirven a unos
intereses ajenos a mí, si incluso me causan daño, o si son – como
en el caso de los mantamientos de Dios – para mi bien definitivo.
En todo caso, el único que puede liberarnos es Dios. Él actuará
cuando nosotros renunciamos a la violencia. - Pero: ¡actuará según
SU cronograma!
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