Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

17.12.13

Adviento, Sabiduría

El texto de la antífona del día 17 de diciembre reza: Oh Sabiduría (en latín: Sapientia), que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación.
A partir de la ocupación griega, un poco más de 300 años antes de Cristo, el pueblo de Israel tuvo que enfrentarse a una cultura y filosofía muy desarrolladas, pero ajenas a su fe. Desde su fe en el único Dios verdadero surgen a partir de aquella época los escritos sapienciales que recogen la sabiduría de las generaciones anteriores que se remonta hasta Salomón. Pero también aparecen textos nuevos donde la sabiduría se muestra incluso como un atributo personificado de Dios. El libro de la Sabiduría fue escrito pocos decenios antes o, quizá, al mismo tiempo de Jesús. Veamos un párrafo de este libro:
(La Sabiduría) es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la Sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones, comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste lo releva la noche, mientras que a la Sabiduría no la puede el mal. Se despliega con vigor de un extremo a otro y gobierna el universo con acierto (Sab 7,26-8,1). Ella dice de sí  misma en el libro de los Proverbios: Mi delicia es estar con los hijos de los hombres (Proverbios 8,31). No hace falta mucha fantasía para ver que se pueden aplicar estos atributos a Cristo, imagen perfecta de Dios, que rige el universo.
En el Nuevo Testamento San Pablo nos habla de la sabiduría de Jesús que se manifiesta en la cruz: Proponemos la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, la que Él preparó desde antiguo para nuestra gloria. Ningún príncipe de este mundo la conoció: porque de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria. Pero, como está escrito: Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman. A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu... El hombre puramente natural no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, porque le parece una locura; y tampoco puede entenderlo, porque para eso se necesita un criterio espiritual. En cambio el hombre espiritual puede juzgarlo todo y a él nadie lo puede juzgar. Porque, ¿quién conoce la mente del Señor para darle lecciones? Pero nosotros poseemos el pensamiento de Cristo. (1Corintios 2,7-10a.14-16).
La sabiduría es inteligencia. Pero ésta, si se usa solamente para fines egoistas, se manifiesta como astucia. Recordemos que la serpiente en el paraíso es descrita como el animal más astuto. Sin embargo, la astucia sólo es capaz de conseguir éxitos inmediatos. Aunque planifique muy bien – si no toma en cuenta a Dios, a la larga se llevará todas las de perder. Recordemos que la serpiente no ve mucho más allá de sus narices. Cuando la inteligencia toma en cuenta a Dios, cuando se usa para servirle a Él, para consentir y participar en SU acción, entonces se manifiesta como sabiduría. Abarca no sólo los aspectos inmediatos e intramundanos, sino que ve más allá de esta vida; se deja guiar por el Espíritu de Dios.
Esta sabiduría ordena todo con firmeza y suavidad. Firmeza porque Dios no cambia cada rato de parecer; de hecho, no cambia nunca, es fiel a sí mismo. La dictadura del relativismo se estrella contra esta firmeza de Dios. A la vez, la sabiduría ordena todo con suavidad. Porque Dios invita, pero no obliga a nadie. Tiene paciencia con nosotros. Es tan suave que parece ser el perdedor. Pero, precisamente en la  pérdida aparente sale ganando. La cruz y la resurrección son el ejemplo más claro de esta dinámica.
Tenemos un ejemplo de esta suavidad al final del sermón de la montaña: Quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible. (Mateo 7,24-27). Jesús no habla de castigos, sino de las consecuencias de lo que hace el hombre. Las cosas simplemente ocurren; hay que ser precavido. Es el tema constante de la sabiduría: el hombre prudente y el hombre necio; las diez vírgenes, cinco de ellas prudentes, previsoras, y cinco necias.
Le pedimos a esta sabiduría que nos muestre el camino de la salvación. Un camino de firmeza, fidelidad en nuestra relación personal con Dios, para quedarnos con Él como el árbol plantado al lado de la acequia (Salmo 1). Y un camino de suavidad porque nos invita a la paciencia. Como Él tiene paciencia con nosotros, que la tengamos también con nosotros mismos, y con nuestros semejantes. El que actúa es Dios. Nosotros siempre estamos tentados a imponer nuestra solución por la vía rápida y con violencia – terminando en otro egoísmo más. 
Dichoso el hombre que alcanza sabiduría,
el hombre que adquiere inteligencia:
es mejor mercancía que la plata,
produce más rentas que el oro,
es más valiosa que los corales,
no se le compara joya alguna

(Proverbios 3,13-14).

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