El
título que recibe el Esperado en la antífona de hoy, la última de
la serie, nos dice con toda claridad que Dios está con nosotros (en
hebreo: "Emmanú-Él"): Oh Emanuel, rey y legislador
nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a
salvarnos, Señor, Dios nuestro.
Algo más de siete siglos antes de Cristo, unas naciones vecinas se
acercan a Jerusalén para conquistarla. El rey Ajaz está
desconcertado, tanto que ni se atreve a pedirle una señal a Dios,
como le había sugerido el profeta Isaías. Entonces, éste le dice
al rey: Escucha, heredero de David: ¿No les basta cansar a los
hombres, que cansan incluso a mi Dios? Por eso el Señor mismo les
dará una señal: Miren: la joven está embarazada y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emanuel. (Isaías 7,13-14). Poco
después, la amenaza sigue; pero el profeta está seguro de quién va
a ganar: Sean crueles, pueblos, que saldrán derrotados,
escúchenlo, países lejanos: ármense, que saldrán derrotados,
ármense, que saldrán derrotados; hagan planes, que fracasarán;
pronuncien amenazas, que no se cumplirán, porque tenemos a Emanuel,
Dios con nosotros (Isaías 8,8-10).
Cuando
nos sentimos a la merced de los poderes de este mundo, se nos da la
seguridad de que Dios está con nosotros. Esta promesa se cumplió de
manera definitiva con la entrada de Jesús en este mundo: (José)
pensó abandonarla (a María) en secreto. Ya lo tenía decidido,
cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya,
pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor
había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está
embarazada, dará a luz a un hijo que se llamará Emanuel, que
significa: Dios con nosotros (Mateo 1,20-23).
Y
cuando Jesús había cumplido su misión en este mundo y estaba a
punto de subir donde su Padre, dijo a sus discípulos: Yo
estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mateo
28,20).
San
Pablo reflexiona sobre este hecho de manera más explícita: Si
Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no
reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién acusará
a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será
acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la
diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del
amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre,
desnudez, peligro, espada? Como dice el texto: Por tu causa somos
entregados continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas
destinadas al matadero. En todas esas circunstancias salimos más que
vencedores gracias al que nos amó. Estoy seguro que ni muerte ni
vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni
altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de
Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos
8,31-39).
¿Qué
podemos decir después de de todo esto? Creo que todos nos sentimos
en un momento de nuestra vida abandonados por Dios. Por las causas
que sean; porque las cosas no nos salen como queremos; porque no
salimos del pecado; porque nos sentimos rechazados; porque nunca nos
han hablado de Dios o, lo que es peor, nos lo han presentado de una
manera distorsionada y negativa. Por eso es tan importante el anuncio
de la Buena Noticia de la presencia amorosa de Dios en nuestra vida -
¡en mi vida! A partir de esta experiencia podemos comenzar a
crecer, a desarrollar confianza en la vida.
Quisiera
terminar las reflexiones de estos días pasados con algo que me llama
la atención: hoy en día hay una corriente del feminismo que dice
que la iglesia nos presenta a un Dios masculino, patriarcal, para
justificar la sumisión de las mujeres. ¡Nada más equivocado! En
primer término, ya en el Antiguo Testamento se habla del Espíritu
de Dios. Esta palabra, en nuestros idiomas es de género masculino;
pero en hebreo, la palabra "ruaj" es femenina. Dios sopló
su aliento, su Espíritu, en Adán. Por su presencia continua somos
"seres vivos" (Génesis 2).
Además,
como hemos visto en las antífonas de estos días, Dios es un Dios
presente que nos acompaña todo el tiempo. Lo relaciono con el
aspecto materno de Dios. La madre es la que, normalmente, está más
presente al niño. Por esta presencia, no sólo física, sino también
anímica, el niño puede desarrollar una relación de confianza, no
sólo con ella, sino también con otras personas, y con la realidad
en general.
Ya
el Antiguo Testamento nos presenta a Dios como creando y organizando
el mundo; porque donde hay orden, uno se siente cómodo (Génesis 1). Crea al
hombre, y lo pone en un jardín (Génesis 2). Así, se asemeja a una madre que va
preparando la cuna, el cuartico y la ropita del niño que está en
camino. Dice el salmista: Acallo y modero mis deseos, como un niño
en brazos de su madre (Salmo 130,2).
Es esta presencia que imploramos hoy la que nos salva.
Nos salva de nuestra soledad, desconfianza, impotencia, frustración,
depresión, del sin-sentido de nuestra vida.Los días de Navidad nos invitan a dar gracias a Dios por su presencia en, y en medio de nosotros. La presencia de Dios en nuestra vida es el regalo más grande que podemos recibir.
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