San
Francisco de Asís meditando sobre la muerte
(Cuadro
de El Greco), en suerteperdida.blogspot.com
|
¡Sí! Tal como se
lee: enseñanzas de una calavera. Muchos santos son retratados
meditando con una calavera. A primera vista, esto parece morboso.
Pero no lo es. Entonces, ¿qué puede enseñarnos el cráneo de un
difunto?
En primer término,
ubiquémonos en nuestra situación: lamentablemente, los asesinatos
y, últimamente, las muertes repentinas en las manifestaciones, son
casi como el pan de cada día. Nuestro pueblo vive asustado, con
miedo y en zozobra. Unos, porque se les mata por reclamar
pacíficamente sus derechos legítimos; otros, porque temen perder lo
que ellos consideran sus derechos - que son en gran parte los
derechos negados a otros. Hoy en día, cuando uno sale a la calle, ya
no sabe si regresará vivo a su casa y a los suyos.
En esta situación,
una calavera puede darnos una primera enseñanza importante: nos
recuerda que TODOS moriremos; nadie escapa de la muerte, ni el
mendigo ni el rico; ni el despreciado, ni la persona famosa; ni el
preso maltratado, ni el déspota prepotente. Ten
cada día presente ante los ojos la muerte
dice San Benito a los monjes en su Regla (4,47). Por
lo tanto, si nos preguntamos si vamos a morir o no, este
planteamiento es equivocado - y, en consecuencia, ¡las respuestas
también! Porque nos inducen a defender nuestra vida, aún cuando
esto cueste la vida de otros.
Las alternativas no
son morir o no morir, porque todos moriremos. La cuestión es ¡CÓMO
morimos! En la liturgia de las horas, al final de la oración de la
noche, le pedimos a Dios que nos dé una
noche tranquila y una santa muerte.
No le pedimos la muerte, sino que nuestra muerte, cuando nos toque,
sea santa.
Los antiguos
griegos trataban de interpretar el misterio de la muerte desde sus
mitos, reflexiones de gente que no conocía la revelación del Dios
de Israel. Según ellos, en el submundo estaban una especie de hadas
que hilaban la vida de los hombres; cada una trabajaba el hilo de un
hombre. Y, cuando lo cortaba, este hombre moría. Hoy en día
podríamos decir que, según esta concepción, la muerte ocurre como
si se cortara la electricidad en medio de una película de
televisión. De repente, en pleno programa, la pantalla está en
negro. Quizá, muchas veces tenemos esta misma impresión cuando
muere una persona cercana a nosotros. Tenemos la impresión de que se
le ha arrancado de en medio de sus planes y proyectos - que ahora
quedan inconclusos.
Sin embargo, a la
luz de la muerte y resurrección de Cristo, podemos sacar una segunda
enseñanza de la calavera: NUESTROS proyectos, puede ser, que queden
inconclusos. Pero, preguntémonos: ¿para qué vivimos? ¿para qué
estamos en este mundo? ¿qué plan tenía Dios cuando nos creó?
Normalmente, no encontramos la respuesta mientras vivimos. Pero el
plantearnos el asunto desde esta perspectiva, nos permite ver nuestra
vida como un don y una tarea. Dios nos pone en esta vida para
manifestarse a través de nosotros. Nuestra tarea es, configurarnos
con la voluntad de Dios, hacer su voluntad, consentir a su acción en
nosotros.
Esto no nos lleva a
la pasividad, sino que da más impulso a lo que estamos haciendo. No
nos lleva sólo a un optimismo que puede conducir a la depresión
cuando no alcanzamos lo que buscamos; nos da esperanza, esta virtud
que es la fuerza de actuar en sintonía con la promesa de Dios, una
promesa que puede tardar, pero nunca falla. No importa si nosotros
veremos el éxito, o lo verán sólo las nuevas generaciones, estando
nosotros ya bajo tierra. Lo que importa es que nos encaminemos
decididamente en dirección de estas promesas, y que pongamos nuestro
granito para construir este futuro. El evangelio dice: Les
aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda
solo; pero si muere, da mucho fruto
(Juan 12,24).
Henri Nouwen, en su
libro Nuestro Mayor Don, Madrid 2001, página 52, hace una reflexión
importante acerca de este texto: La
verdadera cuestión antes de nuestra muerte no es cuánto puedo aún
lograr, o cuánta influencia puedo aún ejercer, sino cómo puedo
vivir para poder seguir dando fruto cuando ya no esté junto a mi
familia y mis amigos. Esta cuestión desplaza nuestra atención desde
“hacer” hasta “ser”. Hacer acarrea éxito, pero ser da fruto.
La gran paradoja de nuestras vidas consiste en que a menudo nos
preocupamos por lo que hacemos o por lo que todavía podemos hacer,
pero lo más probable es que nos recuerden por lo que fuimos. Si el
Espíritu guía nuestras vidas.., ese Espíritu entonces no morirá
sino que seguirá creciendo de generación en generación.
Quisiera añadir
una relexión mía: El HACER, el buscar el éxito, nos obliga a vivir
nuestra condición humana y egoísta: primero MI seguridad, MI
estima, MI poder. El SER nos
invita a recibir nuestra identidad de Dios, consintiendo a su
presencia y acción en nosotros.
Una buena
ilustración de esto es un texto que escribió Santa Teresa del Niño
Jesús pocas semanas antes de su muerte: Presiento
que voy a entrar en el descanso. Pero presiento, sobre todo, que mi
misión
va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar
a las almas mi caminito. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo
en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo
haciendo el bien en la tierra... No puedo hacer del cielo una fiesta
regocijante, no quiero descansar mientras haya almas que salvar
(Santa Teresita del Niño Jesús. U.C. 17-7-1897) .
A
veces, para sus antiguos adversarios, los muertos son más
"peligrosos" que los vivos. ¡cómo trataron de tapar con
un burdo soborno la realidad de la resurrección de Cristo! Tengamos
confianza; el autor de todo lo bueno es Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario