Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

22.2.14

Enseñanzas de una Calavera



San Francisco de Asís meditando sobre la muerte
(Cuadro de El Greco), en suerteperdida.blogspot.com
¡Sí! Tal como se lee: enseñanzas de una calavera. Muchos santos son retratados meditando con una calavera. A primera vista, esto parece morboso. Pero no lo es. Entonces, ¿qué puede enseñarnos el cráneo de un difunto?
En primer término, ubiquémonos en nuestra situación: lamentablemente, los asesinatos y, últimamente, las muertes repentinas en las manifestaciones, son casi como el pan de cada día. Nuestro pueblo vive asustado, con miedo y en zozobra. Unos, porque se les mata por reclamar pacíficamente sus derechos legítimos; otros, porque temen perder lo que ellos consideran sus derechos - que son en gran parte los derechos negados a otros. Hoy en día, cuando uno sale a la calle, ya no sabe si regresará vivo a su casa y a los suyos.
En esta situación, una calavera puede darnos una primera enseñanza importante: nos recuerda que TODOS moriremos; nadie escapa de la muerte, ni el mendigo ni el rico; ni el despreciado, ni la persona famosa; ni el preso maltratado, ni el déspota prepotente. Ten cada día presente ante los ojos la muerte dice San Benito a los monjes en su Regla (4,47). Por lo tanto, si nos preguntamos si vamos a morir o no, este planteamiento es equivocado - y, en consecuencia, ¡las respuestas también! Porque nos inducen a defender nuestra vida, aún cuando esto cueste la vida de otros.
Las alternativas no son morir o no morir, porque todos moriremos. La cuestión es ¡CÓMO morimos! En la liturgia de las horas, al final de la oración de la noche, le pedimos a Dios que nos dé una noche tranquila y una santa muerte. No le pedimos la muerte, sino que nuestra muerte, cuando nos toque, sea santa.
Los antiguos griegos trataban de interpretar el misterio de la muerte desde sus mitos, reflexiones de gente que no conocía la revelación del Dios de Israel. Según ellos, en el submundo estaban una especie de hadas que hilaban la vida de los hombres; cada una trabajaba el hilo de un hombre. Y, cuando lo cortaba, este hombre moría. Hoy en día podríamos decir que, según esta concepción, la muerte ocurre como si se cortara la electricidad en medio de una película de televisión. De repente, en pleno programa, la pantalla está en negro. Quizá, muchas veces tenemos esta misma impresión cuando muere una persona cercana a nosotros. Tenemos la impresión de que se le ha arrancado de en medio de sus planes y proyectos - que ahora quedan inconclusos.
Sin embargo, a la luz de la muerte y resurrección de Cristo, podemos sacar una segunda enseñanza de la calavera: NUESTROS proyectos, puede ser, que queden inconclusos. Pero, preguntémonos: ¿para qué vivimos? ¿para qué estamos en este mundo? ¿qué plan tenía Dios cuando nos creó? Normalmente, no encontramos la respuesta mientras vivimos. Pero el plantearnos el asunto desde esta perspectiva, nos permite ver nuestra vida como un don y una tarea. Dios nos pone en esta vida para manifestarse a través de nosotros. Nuestra tarea es, configurarnos con la voluntad de Dios, hacer su voluntad, consentir a su acción en nosotros.
Esto no nos lleva a la pasividad, sino que da más impulso a lo que estamos haciendo. No nos lleva sólo a un optimismo que puede conducir a la depresión cuando no alcanzamos lo que buscamos; nos da esperanza, esta virtud que es la fuerza de actuar en sintonía con la promesa de Dios, una promesa que puede tardar, pero nunca falla. No importa si nosotros veremos el éxito, o lo verán sólo las nuevas generaciones, estando nosotros ya bajo tierra. Lo que importa es que nos encaminemos decididamente en dirección de estas promesas, y que pongamos nuestro granito para construir este futuro. El evangelio dice: Les aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Juan 12,24).
Henri Nouwen, en su libro Nuestro Mayor Don, Madrid 2001, página 52, hace una reflexión importante acerca de este texto: La verdadera cuestión antes de nuestra muerte no es cuánto puedo aún lograr, o cuánta influencia puedo aún ejercer, sino cómo puedo vivir para poder seguir dando fruto cuando ya no esté junto a mi familia y mis amigos. Esta cuestión desplaza nuestra atención desde “hacer” hasta “ser”. Hacer acarrea éxito, pero ser da fruto. La gran paradoja de nuestras vidas consiste en que a menudo nos preocupamos por lo que hacemos o por lo que todavía podemos hacer, pero lo más probable es que nos recuerden por lo que fuimos. Si el Espíritu guía nuestras vidas.., ese Espíritu entonces no morirá sino que seguirá creciendo de generación en generación.
Quisiera añadir una relexión mía: El HACER, el buscar el éxito, nos obliga a vivir nuestra condición humana y egoísta: primero MI seguridad, MI estima, MI poder. El SER nos invita a recibir nuestra identidad de Dios, consintiendo a su presencia y acción en nosotros.
Una buena ilustración de esto es un texto que escribió Santa Teresa del Niño Jesús pocas semanas antes de su muerte: Presiento que voy a entrar en el descanso. Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Si Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra... No puedo hacer del cielo una fiesta regocijante, no quiero descansar mientras haya almas que salvar (Santa Teresita del Niño Jesús. U.C. 17-7-1897) .
A veces, para sus antiguos adversarios, los muertos son más "peligrosos" que los vivos. ¡cómo trataron de tapar con un burdo soborno la realidad de la resurrección de Cristo! Tengamos confianza; el autor de todo lo bueno es Dios.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario