Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

30.4.13

QUIÉN COMO DIOS


Miguel Arcángel

Hemos llegado a un grado de mucho odio y mucha hostilidad. La gente busca protección, y algunos rezan a San Miguel Arcángel. El arte nos lo presenta como este héroe de Dios que pelea las batallas para defender los intereses del Señor. Esta imagen viene de un texto del Apocalipsis: Después hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. El dragón y sus ángeles pelearon, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así que fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo. Él y sus ángeles fueron lanzados a la tierra (Apocalipsis 12,7-9). Allí sigue haciendo la guerra a los creyentes.
Nuestro error es que nos imaginamos una guerra como la conocemos, con armas, con sangre, y con la victoria sobre el enemigo - y, por supuesto, los victoriosos ¡somos nosotros! Pero no debemos caer en este error. El nombre hebreo del ángel nos indica de qué se trata: MI KA EL, ¡QUIÉN COMO DIOS! Es como un grito que nos despierta de nuestra inconsciencia, de nuestra confusión donde todo es igual, donde no hay escala de valores, donde reina “la dictadura del relativismo”. Es como exigirnos una toma de consciencia, que clarifiquemos nuestras prioridades y definamos cuáles de nuestras relaciones son importantes. Se trata, pues, de una lucha interior, pero una lucha sosegada, tranquila. Simplemente, se trata de tomar una decisión, de responder esta pregunta de quién es como Dios.
MI KA EL
San Pablo nos habla de las “armas” que se usan en esta “lucha”: Así que manténganse firmes, revestidos de la verdad y protegidos por la rectitud. Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz. Sobre todo, que su fe sea el escudo que los libre de las flechas encendidas del maligno. Que la salvación sea el casco que proteja su cabeza, y que la palabra de Dios sea la espada que les da el Espíritu Santo. No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo. Oren también por mí, para que Dios me dé las palabras que debo decir, y para que pueda hablar con valor y dar así a conocer el designio secreto de Dios, contenido en el evangelio. Dios me ha enviado como embajador de este mensaje, por el cual estoy preso ahora. Oren para que yo hable de él sin temor alguno (Efesios 6,14-20). El escudo es nuestra fe. Cuando confiamos en Dios, las calumnias, amenazas, o dobles discursos, no podrán hacernos daño. El saber que estamos salvados, perdonados y amados por Dios, es como un casco que evita que “perdamos la cabeza”. Y, hablando de armas “de ataque”, nuestra “espada” es la palabra de Dios, la Verdad. Suena sencillo, casi increíble; pero los regímenes despóticos saben muy bien por qué persiguen a los profetas - estoy pensando en Mons. Oscar Arnulfo Romero, de El Salvador - , por qué les molesta tanto que se sepa la verdad. Porque la palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a quien tenemos que rendir cuentas (Hebreos 12,13s). Que la victoria de Cristo no es fruto de guerras con armas humanas, lo dice también San Pablo: Entonces aparecerá aquel malvado, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y reducirá a la impotencia cuando regrese en todo su esplendor (2Tes 2,8). El “soplo de su boca” es la palabra del Señor (Isaías 11,4).
La fuerza de esta Palabra parece muy precaria. Sin embargo, es la palabra del Resucitado; no puede ser encarcelada, ni mucho menos eliminada. El sumo sacerdote y los del partido de los saduceos que estaban con él, se llenaron de envidia, y arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero un ángel del Señor abrió de noche las puertas de la cárcel y los sacó, diciéndoles: “Vayan y, de pie en el templo, cuenten al pueblo todo este mensaje de vida.” Conforme a esto que habían oído, al día siguiente entraron temprano en el templo y comenzaron a enseñar (Hechos 5,17-21). En los Hechos de los Apóstoles hay otros textos más que hablan de lo mismo.
Una última advertencia: Por supuesto, nos gustaría ver la victoria. Pero la victoria es de Dios, no de nosotros. Eso puede exigir que se dé la victoria de la palabra precisamente a través de nuestra derrota, de nuestra muerte. Es la palabra la que cuenta, no nuestra vida terrena. Si asumimos esto, nos hacemos verdaderos testigos de la palabra - y participaremos en su victoria.

16.4.13

Resignación “Cristiana”



En la entrada del 10 de abril hablé del fenómeno del diablo, de esta experiencia cuando alguien intenta confundirnos. Estamos viviendo una etapa de estas confusiones, y debemos estar muy conscientes, despiertos, y con mucho discernimiento.
El hombre que fue proclamado presidente en estos días, en vista de tantos reclamos contra el resultado de las elecciones, ha dicho, entre otras cosas, que se “acepte (la situación) con resignación cristiana". No entro en discusión sobre la validez o no del resultado de las elecciones. No es mi incumbencia. Pero quiero dejar bien claro que aquí se nos quiere manipular con una gran confusión de tipo “espiritualoide”, una mezcla de conceptos religiosos que terminan siendo un sancocho que sólo causa indigestión. Me explico: La aceptación y la resignación son dos cosas muy distintas, por no decir: opuestas.
La resignación es este estado de frustración que nos impide actuar y luchar por lo que consideramos nuestros derechos y nuestras metas, nos paraliza. “Hasta aquí llegué; no puedo más”; “¿qué puedo hacer yo en esta situación abrumadora?” “Me quedo tranquilo, para salvar lo poco que me queda”. Éstos son unos argumentos que buscan justificar nuestra rendición. Y ésta es la fuerza de cualquier déspota que busca su ventaja a expensas de otros. Nos quedamos estancados, como personas humanamente minusválidas, esclavos. Y las consecuencias son desastrosas; porque abren la puerta a la envidia, a la sed de venganza,  al odio. Hablar de “resignación cristiana” es, por lo tanto, una contradicción. Porque el cristiano no se resigna, sino que acepta.
Pero la aceptación es algo muy distinto. No es un punto de llegada, sino un punto de partida. Acepto la situación presente, para luchar por mis metas. El motor de la aceptación es la virtud de la esperanza. Nos encaminamos hacia algo que no vemos, que parece lejos; pero, en la fe, sabemos que es nuestro. No es una espera pasiva, sino una actividad que nos lleva a una meta, a lo que es nuestro. Dios había prometido al pueblo de Israel una tierra; pero ellos mismos tenían que ir allá a ocuparla. Dios nos ha dado libertad; pero nosotros mismos tenemos que ejercerla; no podemos pedirla a otros; eso sería esclavitud. Dios nos ha dado nuestra dignidad; pero nosotros mismos tenemos que vivir a la altura de esta dignidad. Sólo en nuestra fe en Dios encontramos la fuerza para aguantar y sobrellevar las dificultades en el camino.
Y hay algo más importante: no se trata sólo de luchar por mi bien personal; luchamos por el bien de todos. Nuestra fe no excluye a nadie. En última consecuencia, esta actitud nos permite incluso dar nuestra vida por los demás. Porque todo el bien que podamos conseguir en este mundo es sólo un “por ahora”. Los bienes definitivos son un don gratuito de Dios.
A lo mejor, ésta es la lección que tenemos que aprender en estos momentos difíciles. No se trata de sobrevivir yo; se trata de crear un ambiente donde TODOS pueden vivir.

12.4.13

Líbranos del Mal II

El maligno tiene otras armas más para molestarnos: cuando ve que no puede con nosotros con halagos (serpiente, diablo), va al ataque frontal. En la biblia se llama esta experiencia satanás, en hebreo “satán”, el adversario, el acusador. Es el que está en contra de nosotros, que quiere nuestra perdición y ruina. El significado original de la palabra es el del acusador en un juicio, el que solamente ve lo malo en nosotros. “Tú no sirves, no levantas cabeza, no tienes futuro, eres malo, has pecado, etc.”… Por eso, Jesús es tan tajante cuando pone el dedo en esta llaga: Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano imbécil responderá ante el Consejo. Quien lo llame estúpido incurrirá en la pena del infierno de fuego. (Mateo 5,21-22).
Pero, en un juicio hay también un defensor; éste se llama en griego “paráclito”. Es una de las palabras que se usan para referirse al Espíritu Santo. Él es nuestro defensor, él nos recuerda que Dios nos ha hecho buenos; esta bondad es nuestra esencia que no perdemos nunca, y a la que podemos regresar, igual como el hijo pródigo de la parábola, en cualquier momento si nos hemos alejado de Dios. Hay una escena en la Vida de San Benito donde el maligno se le aparece y lo maldice, haciendo juego de palabras con su nombre: ¡no Benito (= bendito), sino maldito! Pero San Benito no le contestó ni palabra. Con el enemigo no se habla. Por eso es tan grave cuando se desprecia a otro; se intenta quitarle el “precio” que tiene. Fuimos comprados por la sangre de Cristo. El que des-precia, niega este hecho fundamental, y le dificulta al otro el acceso a Dios.
Es importante no dejarse envolver en conversación con el maligno porque es más fuerte que nosotros: la biblia usa, además, con frecuencia la palabra “demonio”. No es exactamente el diablo o satanás. En la antigüedad, los demonios no eran dioses, sino “dioses intermedios” que podían dominar a los hombres. Hoy en día, algunas escuelas de sicología los identifican con complejos, arquetipos, adicciones o compulsiones. Esto se acerca bastante a la realidad; es nuestra tendencia al mal, a consecuencia del pecado original. Pero la sicología, por sí sola, no siempre puede curar estos problemas. También entra la dimensión de la fe. Recuerdo que, hace mucho tiempo, me encontré con una persona que se había analizado por muchos años, se conocía muy bien, sabía cómo funcionaba, y por qué. Pero ¡no se aceptaba a sí misma! Esta aceptación sólo nos viene de una relación personal y de confianza en Dios.
En la biblia hay todavía otra palabra que se traduce normalmente con “diablo” o “satanás”. Pero el significado original tiene que ver con alguien que nos hace pasar trabajo, nos fastidia, estresa, que “nos tiene a monte”, nos aturde con su actitud entrometida (cfr. la imagen arriba). Es cuando una persona, una situación, no nos deja en paz, no nos deja respiro. Estamos como fuera de sí, estresados. Nos saca de nuestro centro. Hay una forma de “lavado de cerebro” que no permite que la gente piense; la mantiene sin sueño, bombardeándola continuamente con información o amenazas. Entre nosotros son las exigencias excesivas del trabajo, pero también la propaganda comercial y las ofertas continuas, por no hablar de la propaganda política. A veces, uno responde cayendo en inactividad o incluso depresión.
De nuevo: con esta fuerza no hay diálogo. Hay que saber decir NO. Hay que reservarse tiempos para el descanso, silencio, oración. ¿De qué sirve un trabajo para mantener la familia, si pierdes la familia porque nunca estás? El que quiere sacarnos de nuestro centro, donde está Dios, no tiene derecho sobre nosotros. Hay que darle la espalda. Hay que huir de la dispersión, que es una forma de lavado de cerebro. San Benito, después de haber estado empeñado en imponer su disciplina monástica, hasta que, contrariados, querían envenenarlo, regresó a su soledad, y “vivió consigo mismo”. A los que nos estresan, hay que dejarlos.
De todas estas facetas del mal nos libra Dios. Pero tenemos que poner de nuestra parte: dirigirnos a Dios, mantener una íntima relación con Él, silencio, oración. Y eso no va “en piloto automático”; eso necesita una intención consciente, un acto de voluntad. Damos el paso cuando vemos que nuestra vida de oración no es cuestión de tiempo disponible, sino de prioridades.

10.4.13

Líbranos del Mal I













Líbranos del mal (Mateo 6,13); así rezamos en la última petición del Padre Nuestro. Solos no podemos liberarnos del mal; solo Cristo lo puede. En la Pascua de Resurrección celebramos la victoria de Cristo sobre el mal.
A lo largo de la biblia, esta fuerza del mal tiene diferentes nombres. Ninguno de ellos quiere ser una definición; más bien refleja una experiencia, una faceta determinada de cómo el mal se hace presente en nuestra vida y cómo nos puede afectar.
Ya en las primeras páginas de la escritura el maligno se presenta en forma de serpiente. Es un animal que nos intriga y nos infunde, si no miedo, al menos respeto. En sicología es el símbolo de una amplia gama de significados. Aquí quiero atenerme sólo a un aspecto: la serpiente es un animal rastrero. No ve mucho “más allá de sus narices” (véase la foto a la izquierda). Es el tentador que nos lleva a satisfacer nuestros impulsos inmediatos, sin pensar en las consecuencias. No quiere que miremos más allá del mundo pequeño e inmediato que nos rodea. Ésta es la fuerza del populismo: darle a la gente lo inmediato, mantenerlos contentos. Panem et circenses decían los antiguos romanos, comida y espectáculos: que coman lo suficiente para no morir, y que se diviertan todo el tiempo para que no lleguen a pensar.
El antídoto es la vista panorámica, el conjunto (imagen derecha), que nos permite ver todo en su contexto. Es la visión panorámica del ave; y la paloma que simboliza al Espíritu Santo es un ave. El Espíritu Santo nos capacita para ver más allá de lo inmediato, para aceptar un sufrimiento temporal y, así, disfrutar más tarde una gloria y recompensa mucho mayor. Nos permite ver el origen de una situación, y también las consecuencias, según la decisión que tomemos.
La visión limitada que nos presenta el tentador tiene que ver también con otra faceta del maligno: el diablo. Esta palabra viene del griego “diábolos”, el que crea un caos, el que confunde, el que “vende gato por liebre”. Sabemos por experiencia que, cuando estamos confundidos nos aferramos a cualquier información o sugerencia que, aparentemente, nos saca del apuro, prometiéndonos seguridad. Así le pasó a la mujer en el paraíso: Dios había dicho que podían comer de todos los árboles, menos del árbol en medio del jardín. Pero la serpiente le preguntó si era verdad que no podían comer de ningún árbol. Eva quedó confundida, y corrigió a la serpiente. Con esto, ya estaba enganchada en la conversación, y siguió la confusión, hasta el desenlace fatal.
En la vigilia pascual se lee el primer capítulo del libro de Génesis: la creación. Dios creó cielo y tierra, y la tierra era un caos. Entonces, por amor, Dios “organizó” su creación en seis días. Y vio que “era bueno, muy bueno”. La organización es signo de amor porque nos permite ubicarnos y orientarnos, todo lo contrario a lo que busca el diablo
¿Cómo podemos defendernos de semejante ataque? Primero, al maligno no se le contesta, no merece que le hablemos. No puede haber diálogo con él. Porque él sabe lo que quiere, persigue su fin, y no va a ceder. Pero nosotros tampoco tenemos por qué ceder. Entre Dios y el diablo no puede haber diálogo. Sólo puede haber diálogo cuando hay alguna base común; ésta, para nosotros, los cristianos, es nuestra fe, nuestra relación de confianza con Dios. Ésta no es negociable. Y no nos olvidemos: el diablo es el padre de la mentira; puede decirnos mentiras, verdades o medias verdades; todo eso para mantenernos bien confundidos.