Santa Odilia |
En la Congregación
Benedictina de Santa Otilia celebramos hoy la solemnidad de nuestra
patrona. Por eso publico en este blog la segunda lectura del oficio
de vigilias, que es una meditación sobre la Santa y sobre nuestra
espiritualidad benedictino-misionera.
Cuando en el año 1887
la recién fundada asociación benedictino-misionera se estableció
en Emming, la capilla de Sta. Otilia, que allí se levantaba, no sólo
le prestó el nombre, sino que también le indicó el camino de su
futura misión. El lema de la Congregación “LUMEN CAECIS” (luz
para los ciegos), tomado prestado del himno mariano “Ave Maris
Stella”, encuentra en la vida y en el ejemplo de esta santa su
primera y clara confirmación.
Odilia (“la pequeña
joya”) nació alrededor del año 660 y murió en el año 720. Los
monasterios de Odilienberg y de Niedermünster en Alsacia le
atribuyen su fundación. Su detallada biografía, que data del siglo
X, contiene rasgos marcadamente legendarios.
Cuenta la leyenda que
Odilia nació ciega y que por esta razón fue repudiada por su padre.
Una criada, que se hizo cargo de la criatura, la llevó a un
monasterio, considerando que éste era un escondite seguro para la
pequeña. En dicho lugar, mientras era bautizada, Odilia recibió el
don de la vista.
Si nos preguntamos
ahora por el verdadero trasfondo de esta tradición, nos encontramos
en primer lugar con la razón de ser de la ceguera, la cual no se
refiere únicamente a la falta de visión corporal, sino también y
de manera general a la condición misma del hombre, motivada por el
mal, la enfermedad y el pecado. Ciego es todo aquel que manifiesta
una relación perturbada con la verdad y la realidad de su vida, de
su corazón y de las cosas creadas. La mirada del ciego sólo se fija
en lo superficial, en lo aparencial. No es capaz de penetrar en la
realidad de Dios, como centro de todo y de cada individuo en
particular. En este sentido, es sobre todo la falta de fe o una fe
debilitada lo que hace ciego al hombre. Significativos representantes
de esta situación son todos aquellos ciegos a los que Jesús, según
nos refieren los Evangelios, curó. En ellos se evidencia al mismo
tiempo cómo el estado de necesidad causado por la ceguera los ha
preparado para la recepción de la luz.
Con relación a la
luz, nos encontramos con otro impulso importante que emana de la
figura de Santa Odilia. La imagen de la luz hace referencia a uno de
esos símbolos primordiales mediante los cuales el Señor mismo
describe su misterio. Como “Luz del mundo”, Jesús es aquel que
hace brillar la verdad de Dios, del amor y de la vida, aquel que trae
el mensaje de la luz al mundo y obliga a este último a tomar una
decisión. Quien se acerca a Él se acerca al fuego y recibe del
Espíritu unos “ojos del corazón” iluminados. Con la luz, que es
Jesucristo y de la cual Él mismo es el portador, se le concede al
creyente una nueva visión, una nueva manera de ver, que le capacita
para un conocimiento más profundo de la realidad. La fe otorga al
hombre unos ojos nuevos, enseñándole a contemplar toda su
existencia, así como a las personas y a las cosas, desde una luz
distinta de la habitual. Esta cualidad la recibe el hombre de Dios
mismo, el cual es Luz por esencia. Quien tiene que vérselas con Él
es trasladado en cierto modo desde las tinieblas a la luz. Siempre
que de esta manera los ojos llegan a abrirse y a ver, tiene lugar la
Pascua, acontece la conversión y la resurrección. A los ojos que
ven se les abren las puertas que conducen a la vida.
La leyenda de Santa
Odilia relaciona este acontecimiento de la antigua tradición
cristiana con el Bautismo como Iluminacion. Lo cual quiere decir que
en el Bautismo se nos otorgan los ojos pascuales de la fe, mediante
los cuales podemos contemplar a Dios en el hombre y al hombre en
Dios.
Est energía pascual
de unos ojos iluminados por la fe nos empuja a llevar el mensaje de
la luz a todos aquellos que yacen en tinieblas y en sombras de
muerte.
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