El relato de la serpiente de bronce es
bastante extraño, si se toma en cuenta que, en el antiguo
testamento, estaba prohibido hacer imágenes. Los exegetas
tienen dificultad para explicarlo. Seguro que es un relato
antiquísimo, arcaico,
que se remonta a la época de los acontecimientos.
No
pretendo dar una explicación exegética de este texto, sino que
intento verlo en su dimensión espiritual, como algo que puede
ocurrir a todos nosotros en un momento dado. Veamos el texto:
El
pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra
Moisés: ¿Por qué nos has sacado de Egipto, para morir en el
desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan
insípido. El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas,
que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo
acudió a Moisés, diciendo: Hemos pecado hablando contra el Señor y
contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes.
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: Haz
una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de
serpientes quedarán sanos al mirarla. Moisés hizo una serpiente de
bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a
uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba sanado
(Números 21,4-9).
El
pueblo quiere volver a Egipto, a su comodidad, o a lo que ellos
recuerdan como tal. Se quejan de la falta de agua, y de este pan
insípido. No quieren asumir las dificultades del camino; pierden el
interés en el futuro, en la tierra prometida; prefieren volver al
pasado, a la esclavitud. Es una actitud negativa que cierra el camino
hacia el futuro, hacia la vida, y paraliza, lleva a la muerte. Esta
actitud negativa, mortífera, se simboliza en las serpientes. Somos
muy hábiles para esconder nuestros deseos, para reprimirlos. Sólo
nos quejamos. Y lo reprimido crece en el subconsciente y, a la larga,
nos envenena y nos mata.
Dios
mismo ofrece el remedio: mira, fíjate en lo que te lleva a la
muerte. Lo que nos salva de la inanición espiritual es traer a la
consciencia nuestras actitudes, nuestros deseos egoístas, que sólo
se fijan en lo inmediato, del veneno interior que echa la culpa de
todo a los demás, a las autoridades, a los que nos quieren bien, y
al mismo Dios. Hay que asumir la propia responsabilidad, la escasez
que nos deja sólo con lo más imprescindible, las dificultades, el
todavía-no, el vacío. Sólo de esta manera sanamos y somos capaces
de avanzar hacia un futuro mejor. Porque no se trata de liberarse
sólo de una esclavitud exterior de alguien más fuerte, pero
siguiendo como esclavos de nuestros deseos. Se trata de ser libres
interiormente, libres para poder servir y atender las necesidades de
los demás, y de servir a Dios.
Jesús
lleva este proceso hasta las últimas consecuencias: Como Moisés
en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el
Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna
(Juan 3,14-15). Tengamos cuidado con la palabra "creer": no
se trata de aceptar el acontecimiento de Cristo sólo como un hecho
histórico. Se trata de poner nuestra confianza en que este camino de
Jesús es el único que nos salva, que nos saca de nuestra
esclavitud, y nos da VIDA verdadera. Es una relación de confianza
con Dios. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí (Juan 12,32). Si nos fijamos en Cristo tendremos la
fuerza de sobrellevar las dificultades, de vivir una vida positiva,
de servicio.
No nos olvidemos que en el evangelio de Juan muchas palabras tienen
un sentido doble: "Levantar, elevar sobre la tierra" se
refiere a la muerte en la cruz, pero también a la exaltación de
Jesús que le dio el Padre por haber pasado por la muerte. Él es
nuestro único camino.