Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

18.8.12

Biblia Digital







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Está en la versión de Luis Alonso Schökel, adaptada al lenguaje latinoamericano. Contiene introducción a cada libro, texto y comentarios. Muy apta para iPad y lectores electrónicos de libros.
Que les sea de mucho provecho

17.8.12

EL ESPÍRITU SANTO Y EL PERDÓN


El Resucitado da el Espíritu Santo
Cuando hablamos de Pentecostés, pensamos normalmente en la versión de los Hechos de los Apóstoles: la venida del Espíritu Santo como en un viento huracanado, la valentía de los apóstoles, y el don de lenguas.
Pero nos olvidamos muchas veces de un relato que podemos considerar complementario: el del Evangelio de Juan, donde el Resucitado exhala su Espíritu sobre los discípulos, diciendo: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.” Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos” (Juan 20,21-23).
En estas palabras se resume la misión de Jesús: traer la paz, la paz entre Dios y hombre, y la paz entre los hombres. Esta paz no se consigue mediante la sumisión de unos supuestos enemigos, ni con guerras, ni con “fuerzas de paz”; ¡no! se consigue única y exclusivamente por el perdón. Ésta ha sido la misión de Jesús, y ésta es nuestra misión que somos seguidores suyos; es más: somos, como iglesia, la continuación de su presencia y acción en el mundo.
Ya al comienzo de la presencia de Jesús en el mundo, cuando ni siquiera había nacido todavía, el Evangelista Lucas cuenta que, en el nacimiento de Juan Bautista, Zacarías, lleno de Espíritu Santo, profetizó: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque caminarás delante del Señor, preparándole el camino; anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de los pecados” (Lucas 1,67.76-77). El perdón de nuestros pecados es la verdadera y definitiva salvación. Nos hace libres de temor; nos arranca de la mano de nuestros enemigos; de esta manera nos capacita para servirle a Dios y al prójimo (Lucas 1,74). El servicio más importante es éste: hacer participar a otros de este gran don que hemos recibido de Dios, el perdón.
Expresamos esta dinámica en los sacramentos de bautismo y confirmación: en el bautismo recibimos y aceptamos el perdón, y el hecho de ser hijos amados de Dios. En la confirmación recibimos el Espíritu de Jesús que nos capacita para transmitir este perdón a nuestros hermanos. Creo que normalmente se olvida esta faceta de la confirmación, ni está prevista en la preparación para este sacramento. Esta misma dinámica se refleja en la oración del Padre Nuestro, donde rezamos Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mateo 6,12).
¿De dónde sacamos fuerzas para perdonar? Muchas veces no nos sentimos capaces de hacerlo. La pregunta es, si nosotros hemos aceptado el perdón que Dios nos da. Porque cuando lo aceptamos, nos damos cuenta de que Dios está realmente con nosotros y a nuestro lado. Y, si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? (Romanos 8,31-35).
Perdonar no significa caer una y otra vez por inocente. Sino que significa estar bien arraigado en el amor y la aceptación de Dios y, desde allí extender la mano al hermano para ofrecerle este mismo perdón. Por eso no basta con sólo renunciar a Satanás, sino que es tan necesario poner nuestra confianza en Dios, como lo expresamos en la Vigilia Pascual cuando renovamos nuestros votos bautismales.
Puede ser que alguien no esté interesado en pedir perdón, y que tenga incluso el propósito de volver a cometer el mismo pecado. En esta situación nos ayuda la distinción entre el pecado y el pecador. Por supuesto que no podemos estar de acuerdo con el pecado, y tenemos derecho a cuidarnos de daños posibles. Pero esto no excluye que mantengamos nuestro corazón abierto hacia el pecador. Es necesario crear y mantener un clima de confianza donde es posible pedir perdón, y donde se acoge al pecador arrepentido.