Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

30.9.15

Lectio Divina: ¡Es escuchar a DIOS!


Últimamente estoy observando algo en la práctica de lectio divina que me inquieta enormemente: hay sacerdotes y responsables de grupos de lectio que preparan el texto de una reunión determinada de tal manera que ya queda claro de antemano lo que Dios “nos” dice. Y la gente se lo traga. Recordemos un hecho de suma importancia:
DIOS NO TIENE NIETOS, ¡SÓLO HIJOS!
Somos hijos adultos, y ¿qué adulto ingiere una comida que ya fue masticada por otro? O ¿todavía nos cuesta creer que Dios realmente puede hablar a cada uno personalmente - a mí? Éste me parece ser el problema más profundo: que estamos tan acostumbrados a ver a Dios “allá fuera”, que no nos entra que pueda hablarnos directamente a nosotros. Estamos acostumbrados a escuchar a “la iglesia”, es decir, a otros, normalmente al clero y a los “que saben” - o ¡creen que saben! Pero Dios habla a cada uno de nosotros. La cuestión no es si lo hace o no. La cuestión es si nosotros realmente le abrimos nuestro corazón y lo dejamos entrar; si sabemos escuchar con un corazón abierto. Por eso, al disponernos a hacer la lectio nos dirigimos brevemente a Dios en la oración – como para ubicarnos. Todo esto tiene que ver con la “meditatio”, con este paso donde dejamos que Dios se dirija a nosotros y, a lo largo del tiempo, nos transforme en SU imagen y semejanza.
Por supuesto, si ponemos tanto énfasis en este aspecto de la lectio, surgen en seguida unas dudas, por no decir: miedos. ¿No será entonces que cada uno entienda lo que más le conviene? Yo diría: ¡ojalá que sí! Porque a nadie le conviene ser copia de nadie. Somos imagen de Dios, y estamos llamados a serla siempre más. Lo importante es que el lector no lea el texto según sus prejuicios conscientes o inconscientes, sino con un corazón abierto, y dispuesto a oír cosas diferentes de lo que espera.
Y, ¿si el lector tiene poca cultura? Respondo con otra pregunta: ¿Qué cultura tenía Santa Teresa del Niño Jesús? No es cuestión de cultura, sino de abertura a la palabra de Dios. Dios no engaña, ni defrauda. Él se deja encontrar por los que lo buscan con un sincero corazón.
Y, ¿eso no pone en peligro a la unidad de la iglesia? A la uniformidad, sí. Pero a la unidad, ¡no! Donde es el mismo Dios quien inspira a cada uno, no puede haber división, sólo unidad en la diversidad.
Los frutos de una lectio divina entendida de esta manera son múltiples: por la experiencia de la presencia y acción de Dios en uno crece una sana autoestima, en la cual no hay orgullo sino gratitud. Hay sanación y discernimiento, y uno descubre su misión en la vida. Se experimenta fortaleza interior que quita el miedo al “qué dirán”. Porque “si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros?”
Quizá, inconscientemente, tenemos en la iglesia dos problemas de fondo: por una parte, se quiere mantener el control; y el Espíritu Santo siempre echa a perder los intentos de control humano. Por otra parte, quizá nos queda todavía el susto de la reforma luterana hace unos 500 años. Pero la solución no es mantener todo bajo control, sino que debemos ayudar a la gente a abrirse a Dios. Por eso, al enseñar la lectio divina, no tiene tanta importancia dar unas clases bíblicas – que son importantes y útiles en otro momento – sino de enseñar el método de la lectio, y dejar que la gente lo practique.
Entonces tendremos una iglesia viva y fuerte, porque Dios está presente, vivo en y entre nosotros.

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