Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

16.10.15

Creer ¿en qué? o ¿en quién?


Estoy percibiendo un desconcierto porque tantos programas y actividades pastorales parecen dar pocos frutos. Quisiera compartir algunas observaciones que, a mi manera de ver, pueden tener que ver con este asunto:
Me da la sensación de que la mayoría de los programas se dirige, no a la persona, sino al intelecto. Enseñamos “verdades” de la fe. Y nos olvidamos de que la fe, a lo largo de toda la Escritura, se nos presenta como un camino con Dios, con todos los altibajos de una relación. Estamos invitados a creer, en primer término, en Alguien. A poner nuestra confianza en Él. Sólo cuando nuestra relación con Él llega a este punto en que decimos “hágase TU voluntad”, comienza realmente nuestro crecimiento. Y comenzamos a ver – y experimentar – quién es Él realmente. Se trata de una relación personal. Ésta es la base para todo lo demás. Mientras no hayamos llegado a este punto, todo lo que podamos decir de Dios será teoría, fantasía, invento humano, un dios de filósofos y, en todo caso, contaminado por los deseos de nuestro ego. Y no nos da muchas ganas de dar testimonio. Porque uno no puede dar testimonio de teorías. Además, hay otras teorías sobre Dios que también son interesantes. Creo que allí está lo atractivo de la Nueva Era.
Nuestra cultura occidental está muy contaminada por esta tendencia racionalista, que se convierte fácilmente en utilitarista, invocando a Dios y pidiendo que resuelva nuestros problemas. Pero los actores principales seguimos siendo – inconscientemente – nosotros.
Y, quizá, arrastramos también desde la temprana Edad Media la imagen de la sociedad de entonces: los que hacen la guerra, que son también los gobernantes; los que oran, que son el clero y los monjes; y los trabajadores, que tienen que trabajar por su propio sustento y el de los otros grupos. Así se veía la sociedad desde la época carolingia en el siglo noveno. De allí la idea de que el clero y los monjes son para rezar porque los otros dos grupos no tienen tiempo para ello. Esto es, por supuesto, un poco simplificado. Pero todavía lo experimentamos: “Padre, Ud. que está tan cerca de Dios” - y tú ¿no lo tienes en tu corazón? “Rece por mi” - y tú, ¿no rezas? “Mandamos una misa” - pero no asistimos (con el “pago” es suficiente). “Oigo misa” - pero no participo. “Bendígame esta medalla para que me proteja” - ¡pero no se confiesa ni comulga!
Hay que superar este esquema mental. Estamos llamados a entrar en una relación personal con Dios. Y los sacerdotes y agentes pastorales estamos llamados a facilitarles el acceso a Dios a los que están a nuestro cargo. Eso exige nuestro ejemplo y testimonio. Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad, dice Jesús según Juan 17, 19.
Esto me lleva a una segunda observación: vivimos, de hecho, cierto “pelagianismo”. Si nuestra “fe” consiste solamente en una serie de verdades, la moral queda reducida al intento de alcanzar la perfección por nuestro esfuerzo propio. Y Dios es reducido a una instancia que debe darme fuerzas para cumplir cuando no puedo. Y – lo que es peor – Dios se convierte en nuestra mente en un vigilante que se dedica a atraparme y, al final, a castigarme. ¿Dónde está la misericordia de Jesús? ¿Dónde queda la Buena Noticia de que todos somos esencialmente buenos y que, por lo tanto, podemos volver una y otra vez a nuestro primer Amor que nos acoge con los brazos abiertos y nos perdona - como lo hizo el padre con su hijo pródigo?
Una auténtica renovación de la iglesia pasa por la profundización de nuestra relación con Dios en la persona de Jesucristo. Pasa por este momento cuando le decimos que se haga SU voluntad. Pasa por una muerte donde dejamos atrás los planes y las ideas de nuestro ego, para recibir de Dios “cien veces más”. Entonces nuestra moral será una respuesta al amor de Dios. Y nuestro testimonio dará frutos porque sabemos de qué estamos hablando. Ésta es la fuerza de la iglesia y de sus mártires.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario