Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

8.11.15

Dichosa Tú que has Creído


Una de las características que se relacionan con la iglesia católica es su gran devoción a María, la Madre de Dios. Esta devoción se manifiesta de muchas y muy variadas formas, sobrias unas, exageradas otras. Hay voces que nos acusan de que adoramos a la Virgen María. Estas voces no vienen sólo desde fuera sino también desde dentro de la iglesia católica. Y reaccionamos defendiéndonos como gato boca arriba para explicar que no la adoramos sino que sólo la honramos y veneramos.
Pero, de hecho, ¿qué estamos haciendo? La veneramos bajo muchísimas advocaciones. La representamos con estatuas e imágenes. Adornamos estas imágenes con materiales a veces muy costosos. Muchas veces la representamos sola, sin su Hijo, mientras que en la iglesia ortodoxa siempre está representada como la que es en primer término: la Madre de Dios, junto con su Hijo. Hacemos peregrinaciones a sitios dedicados especialmente a su veneración. Con las facilidades de viaje que tenemos hoy en día, estas peregrinaciones a veces se parecen más a una excursión que a una verdadera peregrinación donde se pasa dificultades para llegar a la meta, y donde se facilita un crecimiento espiritual. Las fiestas de la Virgen son muchas veces más folclóricas que religiosas. Para eso se organizan toda clase de atracciones; hasta hace no tantos años atrás, se hacían incluso corridas de toros "en honor a la Virgen". La misa es, entre muchos otros, sólo un punto más en el programa.
Todo eso me recuerda el librito un autor inglés, C. S. Lewis, Screwtape letters (Instrucciones para un diablo subalterno), que leí hace muchos años. Allí se describe con mucha perspicacia un proceso semejante: Desde el infierno, un diablo da instrucciones a otro diablo subalterno en la tierra que está asignado a un hombre para que lo tiente y lo lleve a la perdición. Cuando recibe la noticia de que este hombre comenzó a orar, le aconseja a su subalterno, en el capítulo 4, lo siguiente (estoy resumiendo):
  1. Inspírale un gran esfuerzo destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia.
  2. Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones... Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones... (Por ejemplo), cuando pretenden rezar para pedir perdón, déjales que traten de sentirse perdonados. Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado...
  3. Todavía contamos con un arma más sutil: Cualquiera que sea la naturaleza del objeto compuesto (imagen), debes hacer que el paciente siga dirigiendo a éste sus oraciones: a aquello que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él. Puedes animarle, incluso, a darle mucha importancia a la corrección y al perfeccionamiento de su objeto compuesto, y a tenerlo presente en la imaginación durante toda la oración..."
Hasta aquí, el diagnóstico de este autor. También el episodio de Marta y María en Betania nos pueden decir algo al respecto: Marta se ocupa de muchas cosas; no son malas, pero tampoco esenciales. María ha escogido la parte mejor: estar con el Señor y escucharlo.
¿Que ocurre, entonces, con nuestras devociones a la Virgen? A nivel inconsciente pasa una cosa muy sencilla: al enaltecer a María de esta manera, la ensalzamos y la alejamos mucho de nosotros. La endiosamos hasta sentir que su vida real, su relación con Dios, sea inalcanzable para nosotros. Esto garantiza que nos olvidemos de cómo llegó a donde está ahora: escuchando la palabra de Dios y cumpliéndola. El propio Jesús hace énfasis de esto cuando una mujer de entre la multitud ensalza a su madre (Lucas 11,27-28). La misma María, en su canto del Magníficat (Lucas 1,46-55), engrandece al Señor. El que es grande, y el que hace obras grandes, es el Señor. Ella reconoce su pequeñez: soy la esclava del Señor... porque se ha fijado en la humillación de su esclava; en adelante me felicitarán todas las generaciones.
Y ¿qué hacemos nosotros? Estamos asustados precisamente de esto: de hacernos pequeños, de entregarnos a Dios y de hacer su voluntad. No queremos soltar el control de nuestras vidas. Nos contentamos con pedirle a María que nos socorra en nuestras necesidades. Pero en el centro de atención sigue estando nuestro yo, nuestros deseos, nuestros intereses. Las formas superficiales de honrar a María garantizan que no haya crecimiento, que el Señor no pueda hacer obras grandes en nosotros.
En cambio, el Concilio Vaticano II nos ha marcado el camino: en vez de promulgar un documento aparte sobre María, decidió incluir el texto sobre María en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia. María, en el marco de la Iglesia, también es saludada como miembro sobre-eminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.
Repito las palabras: PROTOTIPO Y MODELO. Si queremos que algo cambie en nosotros y en nuestra iglesia, sigamos el ejemplo de María. Asumamos nuestra pequeñez e impotencia. Dejemos que sea el Señor quien haga las cosas. Lo demás caerá en su sitio. Si no seguimos el ejemplo de María, no podemos ser iglesia, no podemos dar fruto.
No es un camino fácil, pero es el único. Aunque siempre decimos en el Padre Nuestro hágase tu voluntad, lo queremos evitar, nos da miedo. Pero estamos en buena compañía: incluso a Cristo le costó; ¡sudó sangre! O, como dice la carta a los Hebreos: Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte (Hebreos 5,7). ¿Por qué, entonces, no podemos seguir el ejemplo de nuestro Señor y de su madre?
Quisiera terminar con una sugerencia para preparar las fiestas de la Virgen: una novena donde cada día se medita en la Biblia un texto relacionado con ella. Porque en todos estos textos vemos su relación con Dios. De esta manera, nosotros mismos nos vamos transformando, guiados por la palabra de Dios y el ejemplo de María. El que nos salva es Dios; María, con su ejemplo, nos enseña cómo hacer efectiva esta salvación en nuestra vida.

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