Una
de las características que se relacionan con la iglesia católica es
su gran devoción a María, la Madre de Dios. Esta devoción se
manifiesta de muchas y muy variadas formas, sobrias unas, exageradas
otras. Hay voces que nos acusan de que adoramos a la Virgen María.
Estas voces no vienen sólo desde fuera sino también desde dentro de
la iglesia católica. Y reaccionamos defendiéndonos como gato boca
arriba para explicar que no la adoramos sino que sólo la honramos y
veneramos.
Pero, de hecho,
¿qué estamos haciendo? La veneramos bajo muchísimas advocaciones.
La representamos con estatuas e imágenes. Adornamos estas imágenes
con materiales a veces muy costosos. Muchas veces la representamos
sola, sin su Hijo, mientras que en la iglesia ortodoxa siempre está
representada como la que es en primer término: la Madre de Dios,
junto con su Hijo. Hacemos peregrinaciones a sitios dedicados
especialmente a su veneración. Con las facilidades de viaje que
tenemos hoy en día, estas peregrinaciones a veces se parecen más a
una excursión que a una verdadera peregrinación donde se pasa
dificultades para llegar a la meta, y donde se facilita un
crecimiento espiritual. Las fiestas de la Virgen son muchas veces más
folclóricas que religiosas. Para eso se organizan toda clase de
atracciones; hasta hace no tantos años atrás, se hacían incluso
corridas de toros "en honor a la Virgen". La misa es, entre
muchos otros, sólo un punto más en el programa.
Todo eso me recuerda
el librito un autor inglés, C. S. Lewis, Screwtape letters
(Instrucciones para un diablo subalterno), que leí hace muchos años.
Allí se describe con mucha perspicacia un proceso semejante: Desde
el infierno, un diablo da instrucciones a otro diablo subalterno en
la tierra que está asignado a un hombre para que lo tiente y lo
lleve a la perdición. Cuando recibe la noticia de que este hombre
comenzó a orar, le aconseja a su subalterno, en el capítulo 4, lo
siguiente (estoy resumiendo):
- Inspírale un gran esfuerzo destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia.
- Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones... Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones... (Por ejemplo), cuando pretenden rezar para pedir perdón, déjales que traten de sentirse perdonados. Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado...
- Todavía contamos con un arma más sutil: Cualquiera que sea la naturaleza del objeto compuesto (imagen), debes hacer que el paciente siga dirigiendo a éste sus oraciones: a aquello que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él. Puedes animarle, incluso, a darle mucha importancia a la corrección y al perfeccionamiento de su objeto compuesto, y a tenerlo presente en la imaginación durante toda la oración..."
Hasta aquí, el
diagnóstico de este autor.
También el episodio de Marta y María en Betania nos pueden decir
algo al respecto: Marta se ocupa de muchas cosas; no son malas, pero
tampoco esenciales. María ha escogido la parte mejor: estar con el
Señor y escucharlo.
¿Que ocurre,
entonces, con nuestras devociones a la Virgen? A nivel inconsciente
pasa una cosa muy sencilla: al enaltecer a María de esta manera, la
ensalzamos y la alejamos mucho de nosotros. La endiosamos hasta
sentir que su vida real, su relación con Dios, sea inalcanzable para
nosotros. Esto garantiza que nos olvidemos de cómo llegó a donde
está ahora: escuchando la palabra de Dios y cumpliéndola. El
propio Jesús hace énfasis de esto cuando una mujer de entre la
multitud ensalza a su madre (Lucas 11,27-28). La misma María, en su
canto del Magníficat (Lucas 1,46-55), engrandece al Señor. El que
es grande, y el que hace obras grandes, es el Señor. Ella reconoce
su pequeñez: soy la esclava del Señor... porque se
ha fijado en la humillación de su esclava; en adelante me
felicitarán todas las generaciones.
Y ¿qué hacemos
nosotros? Estamos asustados precisamente de esto: de hacernos
pequeños, de entregarnos a Dios y de hacer su voluntad. No queremos
soltar el control de nuestras vidas. Nos contentamos con pedirle a
María que nos socorra en nuestras necesidades. Pero en el centro de
atención sigue estando nuestro yo, nuestros deseos, nuestros
intereses. Las formas superficiales de honrar a María garantizan que
no haya crecimiento, que el Señor no pueda hacer obras grandes en
nosotros.
En cambio, el
Concilio Vaticano II nos ha marcado el camino: en vez de promulgar un
documento aparte sobre María, decidió incluir el texto sobre María
en la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia.
María, en
el marco de la Iglesia, también es saludada como
miembro sobre-eminente y del todo singular de la Iglesia, su
prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la
Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial
afecto de piedad como a
Madre amantísima.
Repito las palabras:
PROTOTIPO Y MODELO. Si queremos que algo cambie en nosotros y
en nuestra iglesia, sigamos el ejemplo de María. Asumamos nuestra
pequeñez e impotencia. Dejemos que sea el Señor quien haga las
cosas. Lo demás caerá en su sitio. Si no seguimos el ejemplo de
María, no podemos ser iglesia, no podemos dar fruto.
No es un camino
fácil, pero es el único. Aunque siempre decimos en el Padre Nuestro
hágase tu voluntad, lo
queremos evitar, nos da miedo. Pero estamos en buena compañía:
incluso a Cristo le costó; ¡sudó sangre! O, como dice la carta a
los Hebreos: Durante su vida mortal dirigió peticiones y
súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la
muerte (Hebreos 5,7). ¿Por qué, entonces, no podemos seguir el
ejemplo de nuestro Señor y de su madre?
Quisiera terminar
con una sugerencia para preparar las fiestas de la Virgen: una novena
donde cada día se medita en la Biblia un texto relacionado con ella.
Porque en todos estos textos vemos su relación con Dios. De esta
manera, nosotros mismos nos vamos transformando, guiados por la
palabra de Dios y el ejemplo de María. El que nos salva es Dios;
María, con su ejemplo, nos enseña cómo hacer efectiva esta
salvación en nuestra vida.
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