En
la entrada de ayer mencioné a Sta. Teresa del Niño Jesús, cómo
había encontrado respuestas a sus inquietudes en la Escritura. Es un
ejemplo muy bello de cómo se puede hacer la lectio divina. Es un
verdadero diálogo con Dios. Cito de su Historia de un Alma,
Manuscrito B, Capítulo IX:
Jesús, si
quisiera poner por escrito todos mis
deseos, necesitaría que me
prestaras tu libro de la vida, donde están
consignadas las hazañas
de todos los santos, y todas esas hazañas
quisiera realizarlas yo
por ti...
Como estos mis
deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero
martirio,
abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y
mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera
carta a los
Corintios...
Leí en el
primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o
doctores,
etc...; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y
que
el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.
... La respuesta
estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la
paz...
Al igual que
Magdalena, inclinándose sin cesar sobre la tumba vacía,
acabó por
encontrar lo que buscaba, así también yo, abajándome
hasta las
profundidades de mi nada, subí tan alto que logré alcanzar mi
intento...
Seguí leyendo,
sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: «Ambicionad
los
carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino inigualable». Y
el
apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el
amor... Y
que la caridad es ese camino inigualable que conduce a
Dios con total
seguridad.
Podía, por fin, descansar... Al mirar el
cuerpo místico de la Iglesia, yo no
me había reconocido en ninguno
de los miembros descritos por san Pablo;
o, mejor dicho, quería
reconocerme en todos ellos...
La caridad me dio
la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia
tenía un
cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el
más
necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia
tenía
un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de
la
Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no
anunciarían
el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su
sangre...Comprendí que el amor encerraba en sí todas las
vocaciones, que el amor
lo era todo, que el amor abarcaba todos los
tiempos y lugares... En una
palabra, ¡que el amor es eterno...!
Entonces, al
borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al
fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...!
Sí,
he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres
tú
quien me lo ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre,
yo seré el
amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se
verá hecho realidad...!!!
Resumamos:
Teresa tiene un montón de ideas de lo que quiere hacer por Dios.
Pero en esta confusión accede a su palabra para pedir claridad, y
encuentra la respuesta. Dios se deja encontrar por el que lo busca
con sincero corazón. Podemos llevar nuestras inquietudes ante
Dios. Y Él, sí, nos responde. Pero no confundamos este camino de
Teresa con la costumbre de buscar un texto al azar para conseguir una
respuesta, como si la biblia fuera un libro de consultas, sin
relación personal con Dios. Teresa busca la respuesta en DIOS, no
con el libro.
Una
última advertencia: Alguien podría decir que Teresa tuvo esta
intimidad con Dios porque era una santa. PUES ¡NO! Es al revés:
ella llegó a ser santa porque tenía esta intimidad con Dios.
¡Qué
sería de nuestra iglesia si todos siguiéramos el ejemplo de Teresa!
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