Donde
hay envidia y rivalidad, allí hay desorden y toda clase de maldad.
(...) ¿De dónde nacen las peleas y las
guerras, sino de los malos deseos que siempre están luchando en su
interior? Ustedes quieren algo y si no lo obtienen asesinan;
envidian, y si no lo consiguen, pelean y luchan. No tienen porque no
piden. O, si piden, no lo obtienen porque piden mal, porque lo
quieren para gastarlo en sus placeres.
Este texto, aunque
parece ser un resumen de la historia reciente de Venezuela, es mucho
más antiguo. Fue escrito hace unos 2000 años; es de la carta de
Santiago (3,16-18; 4,1-3).
A raíz de este
texto quisiera dar un alerta: de nuevo se avecinan unas elecciones;
de nuevo se está creando la impresión de que, al ganar estas
elecciones, todo en Venezuela - ¡por fin! -va a cambiar para mejor.
Y con esto se está preparando una nueva frustración profunda.
Porque este régimen no va a salir con unas elecciones. En tiempos
del comunismo siempre había elecciones en los países sometidos a
este régimen. Pero “El Muro” no cayó por unas elecciones libres
sino – como decía un analista – porque “los de abajo ya no
querían y los de arriba ya no podían”. El problema de Venezuela –
y del mundo en general hoy en día - no es de democracia, sino de
moral. Lo resume el texto de la misma carta de Santiago que es parte
del anterior, y cuyo lugar ocupan los puntos sucesivos entre
paréntesis: La sabiduría que procede del cielo es ante todo
pura; además es pacífica, comprensiva, dócil, llena de piedad y
buenos resultados, sin discriminación ni fingimiento. Los que
trabajan por la paz, siembran la paz y cosechan la justicia.
La lucha no es
política ni sociológica ni económica. Si bien estas áreas son
importantes y necesitan atención, si no atendemos el fondo del
problema, no llegamos a ninguna parte, y no resolvemos nada. ¡LA
LUCHA VERDADERA ES ESPIRITUAL! Hay más de una voz del campo
sociológico que escribe sobre esto. Basta con mencionar artículos
de Rafael Luciani, Armando Rojas Guardia, Juan García Inza, o el tema de los
rituales satánicos de Hugo Chávez. Pero el circo de los
acontecimientos diarios nos mantiene suficientemente ocupados para no
ver más allá de lo inmediato y superficial.
La democracia, en
teoría al menos, parece ser la mejor forma de gobierno. Todos pueden
participar de alguna manera. Así fue en la época griega. El “demos”
era el pueblo, los habitantes de una comarca determinada. Como tales
se identificaban con unos mismos valores, una ideología, una
mentalidad, si se quiere. Toda democracia, si quiere funcionar,
necesita unos fundamentos comunes. Los elegidos para gobernar son
servidores de su pueblo, con el encargo de velar por su bienestar en
el presente y también en el futuro. Como tales tienen que responder
por las necesidades de cada uno – ¡pero no por sus deseos y
caprichos! Eso es algo muy distinto y, lamentablemente, lo más común
hoy en día. Se responde y se planifica para lo inmediato. Se ha
perdido el espíritu de servicio, y se busca mantenerse en el poder.
No sirven al pueblo, sino que se sirven del pueblo. Esto lleva
necesariamente al populismo, un fenómeno que vemos hoy en día en
casi todas las democracias del mundo. Muchas, de hecho, se han
convertido en dictaduras donde ya no gobiernan los gobernantes, sino
unos grupos de presión, unos “lobbies”, que buscan en todo su
propia ventaja.
¿Cómo es posible
que en Europa se molestan porque para atender la avalancha de los
refugiados se necesitan 12,5 millardos de Euros anuales, mientras que
al mismo tiempo las grandes empresas y los superricos evaden
impuestos por 1 billón (¡1.000 millardos!) de Euros al año? ¿Donde
está el pueblo que reclama esto? En Venezuela entró 15 veces más
dinero de lo que fue necesario para reconstruir una Europa destruida
por la segunda guerra mundial. Y eso que Venezuela no estaba
destruida y, además, es mucho más pequeña que Europa. Y ¿dónde
está el pueblo que reclama el destino de este dinero? De facto, no
hay democracia. Hay una dictadura disfrazada de democracia. El
problema, por lo tanto, no es político, sino espiritual. Sólo
cuando asumimos nuestra libertad, una libertad que nos viene de Dios,
y que nadie puede quitarnos, podemos asumir nuestra responsabilidad,
la responsabilidad que tiene cada uno en el lugar donde esté.
Esto no significa
que no participemos en elecciones, sino que no nos hagamos falsas
ilusiones. Hay que hacer lo uno, sin dejar de hacer lo más
importante: nuestra propia conversión – que, por cierto, va más
allá de ser “un buen ciudadano”, como decía la propaganda.
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