Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

19.9.15

¿Cuál Democracia?


Donde hay envidia y rivalidad, allí hay desorden y toda clase de maldad. (...) ¿De dónde nacen las peleas y las guerras, sino de los malos deseos que siempre están luchando en su interior? Ustedes quieren algo y si no lo obtienen asesinan; envidian, y si no lo consiguen, pelean y luchan. No tienen porque no piden. O, si piden, no lo obtienen porque piden mal, porque lo quieren para gastarlo en sus placeres.
Este texto, aunque parece ser un resumen de la historia reciente de Venezuela, es mucho más antiguo. Fue escrito hace unos 2000 años; es de la carta de Santiago (3,16-18; 4,1-3).
A raíz de este texto quisiera dar un alerta: de nuevo se avecinan unas elecciones; de nuevo se está creando la impresión de que, al ganar estas elecciones, todo en Venezuela - ¡por fin! -va a cambiar para mejor. Y con esto se está preparando una nueva frustración profunda. Porque este régimen no va a salir con unas elecciones. En tiempos del comunismo siempre había elecciones en los países sometidos a este régimen. Pero “El Muro” no cayó por unas elecciones libres sino – como decía un analista – porque “los de abajo ya no querían y los de arriba ya no podían”. El problema de Venezuela – y del mundo en general hoy en día - no es de democracia, sino de moral. Lo resume el texto de la misma carta de Santiago que es parte del anterior, y cuyo lugar ocupan los puntos sucesivos entre paréntesis: La sabiduría que procede del cielo es ante todo pura; además es pacífica, comprensiva, dócil, llena de piedad y buenos resultados, sin discriminación ni fingimiento. Los que trabajan por la paz, siembran la paz y cosechan la justicia.
La lucha no es política ni sociológica ni económica. Si bien estas áreas son importantes y necesitan atención, si no atendemos el fondo del problema, no llegamos a ninguna parte, y no resolvemos nada. ¡LA LUCHA VERDADERA ES ESPIRITUAL! Hay más de una voz del campo sociológico que escribe sobre esto. Basta con mencionar artículos de Rafael Luciani, Armando Rojas Guardia, Juan García Inza, o el tema de los rituales satánicos de Hugo Chávez. Pero el circo de los acontecimientos diarios nos mantiene suficientemente ocupados para no ver más allá de lo inmediato y superficial.
La democracia, en teoría al menos, parece ser la mejor forma de gobierno. Todos pueden participar de alguna manera. Así fue en la época griega. El “demos” era el pueblo, los habitantes de una comarca determinada. Como tales se identificaban con unos mismos valores, una ideología, una mentalidad, si se quiere. Toda democracia, si quiere funcionar, necesita unos fundamentos comunes. Los elegidos para gobernar son servidores de su pueblo, con el encargo de velar por su bienestar en el presente y también en el futuro. Como tales tienen que responder por las necesidades de cada uno – ¡pero no por sus deseos y caprichos! Eso es algo muy distinto y, lamentablemente, lo más común hoy en día. Se responde y se planifica para lo inmediato. Se ha perdido el espíritu de servicio, y se busca mantenerse en el poder. No sirven al pueblo, sino que se sirven del pueblo. Esto lleva necesariamente al populismo, un fenómeno que vemos hoy en día en casi todas las democracias del mundo. Muchas, de hecho, se han convertido en dictaduras donde ya no gobiernan los gobernantes, sino unos grupos de presión, unos “lobbies”, que buscan en todo su propia ventaja.
¿Cómo es posible que en Europa se molestan porque para atender la avalancha de los refugiados se necesitan 12,5 millardos de Euros anuales, mientras que al mismo tiempo las grandes empresas y los superricos evaden impuestos por 1 billón (¡1.000 millardos!) de Euros al año? ¿Donde está el pueblo que reclama esto? En Venezuela entró 15 veces más dinero de lo que fue necesario para reconstruir una Europa destruida por la segunda guerra mundial. Y eso que Venezuela no estaba destruida y, además, es mucho más pequeña que Europa. Y ¿dónde está el pueblo que reclama el destino de este dinero? De facto, no hay democracia. Hay una dictadura disfrazada de democracia. El problema, por lo tanto, no es político, sino espiritual. Sólo cuando asumimos nuestra libertad, una libertad que nos viene de Dios, y que nadie puede quitarnos, podemos asumir nuestra responsabilidad, la responsabilidad que tiene cada uno en el lugar donde esté.
Esto no significa que no participemos en elecciones, sino que no nos hagamos falsas ilusiones. Hay que hacer lo uno, sin dejar de hacer lo más importante: nuestra propia conversión – que, por cierto, va más allá de ser “un buen ciudadano”, como decía la propaganda.

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