Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

23.4.11

El Gran Silencio del Sábado Santo

Michelangelo, Pietà
San Pedro, Vaticano
Hay situaciones en nuestras vidas que se pueden vivir sólo en silencio. Cada palabra sobra, las palabras diluyen lo que se siente. Lo hemos experimentado en momentos de una gran felicidad, o también en momentos de profundo dolor. Se muere un ser querido, uno pierde el trabajo, se enferma gravemente, y tantas otras cosas que nos pasan. No hay explicaciones, e incluso nos sentimos molestos con gente que cree que tiene que “consolarnos” con mucha palabrería. ¿Recuerdan los atentados del 11/9? Las cámaras de TV pasaron las imágenes una y otra vez; porque el hecho era de una magnitud inimaginable hasta entonces. Y los comentarios sonaban huecos. No se puede explicar lo inexplicable.
Ayer recordamos la muerte de Cristo. Hoy, la liturgia guarda silencio; no hay misa, ni celebraciones de otros sacramentos. Necesitamos silencio, para asimilar la magnitud de lo que ha pasado: el amor de Cristo “hasta el extremo”, pero también la monstruosidad del egoísmo humano “hasta el extremo”, y la cobardía humana, “hasta el extremo” de traicionar, negar y abandonar al Señor – cosas que conocemos por la historia, o también por experiencia propia.
¿Qué habrán sentido los discípulos aquel sábado? Era día de descanso obligatorio; estaban solos con sus pensamientos y sentimientos. Sentimientos de frustración, de vergüenza, de autorrecriminación, de culpa y - ¿quién sabe? – de recriminaciones mutuas. Uno de ellos no pudo con todo esto – y se ahorcó.
Y los demás, ¿pudieron? En medio de esta oscuridad, de esta nube espesa que no deja ver nada, que le deja a uno completamente desorientado, quedó un lazo débil, casi imperceptible, con Jesús. Una débil esperanza que el Reino de Dios se instauraría ahora. Pero, como dicen los discípulos en el camino a Emaús, “nada de eso ha pasado”.
Lo importante era que hayan perdido toda su seguridad en sí mismos, que hayan experimentado su impotencia. (Recordemos a Pedro: “Yo daré mi vida por ti” – “te juro que no conozco a éste”.) Esto los abrió a la acción de Dios.
¿Qué hacemos nosotros en situaciones extremas? Muchas veces tratamos de distraernos, sea con ruido, trabajo, placeres, alcohol o drogas. Pero intuimos que esto no resuelve nada. Lo que necesitamos es silencio – y soledad. Para poder asimilar lo que nos ha pasado, y para permitirle - ¡por fin! – a Dios que ÉL haga en nosotros su voluntad.

1 comentario:

  1. Es en el silencio y en la soledad y ejerciendo nuestra libertad de hijos de Dios, que dejamos a Dios ser Él en nosotros.
    Un abrazo en Cristo Padre Beda. Bendición.

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