Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

23.7.11

La Tentación de Benito (I)

Tentación de San Benito:
Sacro Speco, Subiaco
Foto: BR, Stationen
“Un día, estando a solas, se presentó el tentador. Un ave pequeña y negra, llamada vulgarmente mirlo, empezó a revolotear alrededor de su rostro, de tal manera que hubiera podido atraparla con la mano si el santo varón hubiera querido apresarla. Pero hizo la señal de la cruz y el ave se alejó. No bien se hubo marchado el ave, le sobrevino una tentación carnal tan violenta, cual nunca la había experimentado el santo varón. El maligno espíritu representó ante los ojos de su alma cierta mujer que había visto antaño y el recuerdo de su hermosura inflamó de tal manera el ánimo del siervo de Dios, que apenas cabía en su pecho la llama del amor. Vencido por la pasión, estaba ya casi decidido a dejar la soledad. Pero tocado súbitamente por la gracia divina volvió en sí… (San Gregorio Magno, Vida de San Benito, capítulo 2).
La escena del ave es como una imagen de lo que viene. Es un animal que aparece de repente, igual como nuestros pensamientos, fantasías y deseos. Es negra, un color que se relaciona en la espiritualidad con algo negativo, siniestro. Es insistente y molesta.
Pero el santo varón no la atrapa con la mano, como hubiera podido hacer. No busca el control sobre la situación. Aleja el peligro con la señal de la cruz, esta cruz que nos salva. Con el maligno no hay diálogo ni interacción; no merece que se le hable. El hombre de Dios sencillamente hace la señal de la cruz, que no es un simple rito, ni arte de magia. No; es la expresión de lo que se vive. Como diría siglos más tarde el acróstico en la medalla de San Benito: “La santa cruz sea mi luz; el dragón (es decir: lo visceral e inmediato) no sea mi guía” (véase la entrada sobre este tema en este mismo blog, con fecha del 22 de abril de 2011).
La escena que sigue nos relata esta experiencia. En la soledad se asoma el mundo que llevamos dentro. Cualquier cosa nos puede molestar, e inducir a buscar una compensación, un placer. El relato de esta tentación no tiene nada que ver con una fijación sexual. Más bien, la búsqueda del placer sexual es como un paradigma de nuestra búsqueda de cualquier otra satisfacción o compensación, de cualquier adicción. La dinámica siempre es la misma. Sabemos que, en último término, el placer sexual siempre está disponible, y no cuesta nada, mientras que no tenemos siempre acceso a otras sustancias o actividades para satisfacer una dependencia. Recordemos que la Vida de San Benito no es una biografía sino una radiografía que nos quiere mostrar lo esencial de un asunto. Aquí echa luz sobre “cómo funciona” una tentación cualquiera, y sobre cómo responde el varón de Dios (cosa que veremos en otra entrada de este blog).
Benito experimenta esta tentación como incontrolable: Vencido por la pasión, estaba ya casi decidido a dejar la soledad. Lo que surge del inconsciente profundo no se puede controlar con la razón, ni con la pura fuerza de voluntad (Los alcohólicos anónimos saben de esto: el primer paso es reconocer que no pueden con el alcohol, y se entregan a una “fuerza superior”, como la llaman).
Tocado súbitamente por la gracia divina volvió en sí. Es la gracia de Dios que lo saca de la atracción del “agujero negro” de su fantasía que llama su atención, amenazando con absorberlo. Vuelve en sí; vuelve a ver el panorama, la realidad completa. La gracia de Dios hace esfumar esta ilusión que le presenta su memoria, y le permite ubicarse de nuevo en la realidad.
Uno podría decir, “¡Qué suerte! Pero a mí no me toca la gracia de Dios. ¿Qué puedo hacer?” – Vamos por partes: ¿Quién es aquél hombre a quien le toca la gracia de Dios? No es porque Benito ya sea un santo, o porque Dios tenga preferencias. Estamos frente a un hombre de quien San Gregorio dice que, estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito… Deseó agradar únicamente a Dios… deseó más sufrir los desprecios del mundo que recibir sus alabanzas, y fatigarse con trabajos por Dios más que verse ensalzado con los favores de esta vida. Hablamos, pues, de un hombre que estaba buscando a Dios con toda intensidad, que amaba a Dios “con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas” (Deuteronomio 6,5). Durante estos tres años en la cueva, Benito centró su vida en Dios.
La violencia de esta tentación nos da a entender que, a pesar de toda buena intención, los deseos egoístas buscan una gratificación inmediata. Dios, y su gracia, siempre están presentes y nos acompañan. Es la búsqueda continua de Dios que aumenta la consciencia de su presencia; por eso, Benito está más preparado para percibir la gracia de Dios. Una gente que se distrae continuamente, que satisface cualquier deseo inmediatamente, tiene la mente embotada y el corazón endurecido, y no es capaz de darse cuenta de la presencia de Dios y de su gracia.
Esto me parece de suma importancia hoy en día. No vivimos en una cueva, aislados de todo el mundo. Vivimos en un mundo donde todo está a nuestro alcance: imágenes, vallas, televisión, prensa, internet, etc. Este ambiente, de manera a veces muy agresiva, quiere hacernos creer que la satisfacción inmediata de cualquier deseo es lo más indicado y normal. No le importa la pérdida de la dimensión espiritual y del sentido de la vida. Si en tal ambiente no nos relacionamos con Dios, no tenemos la fuerza de resistir. Eso no significa rezar mucho, o hacer muchos sacrificios. Significa dejarnos atraer por Dios, establecer una relación personal con Él, darle la primera importancia en nuestra vida y nuestros intereses, “orar continuamente”, como dice San Pablo. Sólo así nos disponemos a percibir la presencia de su gracia en medio de las atracciones inmediatas que nos rodean.

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