Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

29.7.11

La Tentación de Benito (III)

Rosal en Sacro Speco, Subiaco
Foto: P. Beda
Al final del relato sobre la tentación de Benito, Gregorio menciona los frutos de la decisión de éste:
Desde entonces, según él mismo solía contar a sus discípulos, la tentación voluptuosa quedó en él tan amortiguada, que nunca más volvió a sentir en sí mismo nada semejante.
Esta observación nos sorprende, si la comparamos con la experiencia de nosotros, que nos vemos siempre tentados por muchos deseos de todo tipo. Sin embargo, este texto no es una exageración que busca glorificar a un santo, alejándolo así de nosotros. Gregorio se refiere a una experiencia muy real que todos podemos tener – y, ¡ojalá! – hemos tenido alguna vez. Recordemos la decisión enérgica de Benito. Se decidió de una vez para siempre a favor de “las espinas”, es decir, la vía más difícil, la realidad, sin evasiones. Es esta decisión la que lo libera.
Quizá hemos experimentado algo semejante alguna vez: mientras estábamos indecisos, manteniendo abiertas muchas rutas de escape y “planes B”, nos experimentábamos como víctimas de las circunstancias. Presiones desde fuera, o deseos desde dentro, nos hacían ceder. Pero, una vez que habíamos tomado las riendas de nuestra vida en nuestras manos, salimos airosos.
Unos ejemplos: “hija, estudia para una carrera; si el matrimonio no funciona, tendrás para vivir”. – “Si él me falta el respeto – si ella no puede tener hijos – etc., me divorcio”. – “Voy a probar con la vida religiosa”. – “Me interesa el dinero; si este trabajo no me gusta, me busco otro”. Y así sucesivamente… Podríamos alargar la lista de argumentos autolimitantes, argumentos que no permiten levantar vuelo. Es sólo cuando tomamos, serenamente, una decisión, que podemos crecer en la vida, y dedicarnos a una misión sin interferencias que nos desvían. Por supuesto, eso requiere el sacrificio de cerrar puertas de escape, de aceptar dificultades momentáneas. Pero los placeres efímeros que dejamos atrás no son nada comparados con la libertad y anchura del corazón que experimentamos al saber que estamos “en lo nuestro”. Se necesita poner en práctica este dicho que leí hace muchos años: “No hay manera de retroceder; sólo se puede avanzar”.
Gregorio menciona otro fruto más de la decisión de Benito:
Después de esto, muchos empezaron a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección, puesto que, libre del engaño de la tentación, fue tenido ya con razón por maestro de virtudes.
Con razón, Benito ahora es capaz de guiar a otros, porque ya no los ve con mirada egoísta, sino que su único deseo es el de conducirlos hacia el encuentro con Dios. Cuando alguien toca la puerta del monasterio, la pregunta – a veces inconsciente – no es si el aspirante a la vida monástica será el cocinero o carpintero o cantor que necesitamos en el monasterio, si es simpático o no, si es rico o pobre, de familia famosa o humilde, etc. El único criterio para aceptarlo es, “si verdaderamente busca Dios” (Regla de San Benito 58,7). Y Benito, como abad, ayuda al candidato en esta búsqueda. Éste es su servicio. Por eso dice también en otra parte que el abad es más para servir que para ser servido, para ser útil, y no utilizar a nadie (en latín es más preciso todavía: “Magis prodesse cuam praeesse”; Regla de San Benito 64,8).
Este aspecto es también importante en la vida de cada cristiano. ¿Según qué criterios se une la gente en matrimonio? ¿Qué es lo más importante para ellos? ¿No es que fracasan muchos matrimonios porque creían que el sexo era lo más importante, sólo para despertar a la realidad que eso, por sí sólo, no funciona, cuando no hay la capacidad para el diálogo y respeto mutuo? Y, ¿los demás criterios? Que si el estatus, la profesión, la apariencia física, o simplemente el deseo de llenar los vacíos afectivos. Todo eso desvía la atención de lo más importante que es la entrega en amor mutuo.
Ya vemos, este hombre solitario en su cueva se las trae. Tiene mucho que decirnos. Porque ser monje no es solamente para la propia santificación, no. El monje, como Cristo, se consagra, para que también los demás estén consagrados (Juan 17,19).

2 comentarios:

  1. Beda: ¡Muy interesante!, recuerdo que cuando leí esto de las espinas me pareció demasiado "fuerte", pero entiendo que es la radicalidad de una decisión lo que hace libre el corazón de la tiranía de los deseos. Además, es cierto lo que dices que no podemos estar permanentemente con las puertas abiertas (eso nos debilita), sino que tenemos que optar y determinarnos a seguir un camino, y en la decisión recibimos la gracia que necesitamos.

    Muy enriquecedor tu artículo, un saludo desde Canarias.
    Marcelo

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  2. Como Marcelo estoy de acuerdo, hay que ser muy radicales, para no abrir puertas.
    Con la ayuda de la oración se debilita las tentaciones.(ES LA VIDA DEL ALMA)
    ¡Muchas gracias por este blog tan extraordinario
    que he encontrado hoy.!
    Dios le bendiga!!!

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