Cruz
hecha con el casquillo
de
la bala de un niño-soldado
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En estos días de angustia en nuestro
país se oyen desde muchos lados los llamados a un diálogo sincero,
para resolver los problemas y enfrentamientos que nos pueden llevar a
un camino sin retorno.
También la iglesia, desde la fe, se
une a este llamado. Porque siempre hay que buscar el bien de todos,
sin excluir a nadie.
Sin embargo, en el lado del gobierno se
percibe poca seriedad y sinceridad en su oferta de diálogo, y parece
que este clamor de la gente preocupada encuentra oídos sordos. Hasta
ahora, la respuesta a sido una represión brutal de todos los que
piensan distinto. Además, preocupa la forma continua de culpar de
las muertes violentas automáticamente a la oposición, negándose a
la vez a hacer una investigación a fondo e independiente de los
hechos. No tengo por qué ahondar en esto; lo sabe todo el mundo.
El asunto que se nos plantea en estas
circunstancias es, ¿qué podemos hacer si uno de los lados se niega
rotundamente al diálogo? Por supuesto, a nivel humano, estamos
tentados a aplicar lo del "ojo por ojo". Se respondería a
la violencia con más violencia, para asegurarse la victoria. Esto
nos llevaría al caos, a una guerra civil, donde no ganaría nadie, y
perderíamos todos.
Bandera
de
Guerra
a Muerte
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Para nosotros, en estas circunstancias,
es importante saber cuál puede ser nuestra respuesta crisitana. El
Papa Pablo VI publicó el 6 de agosto de 1964, o sea, durante el
Concilio Vaticano II, su encíclica "Ecclesiam Suam", con
el subtítulo "Sobre los caminos que la iglesia católica debe
seguir en la actualidad para cumplir su misión". En ella toca
tres áreas de importancia: la consciencia, la renovación y el
diálogo. En el capítulo sobre el diálogo dice que Ninguno es
extraño al corazón de la iglesia. Ninguno es indiferente para su
ministerio. Ninguno le es enemigo, con tal que él mismo no
quiera serlo. No en vano se llama católica; no en vano
está encargada de promover en el mundo la unidad, el amor, la paz
(ES 88). Si bien la iglesia incluye a todos en el diálogo, está
consciente de que algunos quieren ser enemigos de ella, y no tienen
ningún interés en dialogar. Por eso habla de los obstáculos:
Sabemos que hay algunos que hacen profesión abierta de su
impiedad y la sostienen como programa de educación humana y de
conducta política en la ingenua, pero fatal persuasión de liberar
al hombre de concepciones viejas y falsas de la vida y del mundo,
para sustituirlas, dicen, con una concepción científica y conforme
con las exigencias del moderno progreso (ES
92). Por supuesto, el Papa Pablo VI, cuando escribía esto en 1964,
tenía en mente principalmente al comunismo soviético. Lo que nos
rodea hoy en día en Venezuela tiene de comunismo apenas el nombre.
En nuestras latitudes, la intención de desviarnos de la fe, y la
manera de hacerlo, está más de acuerdo con las características de
nuestro pueblo: un pensamiento no tanto scientífico, sino más bien
mágico y supersticioso. Abundan los cultos de la Nueva Era, del
espiritismo, brujería, santeros y paleros. En un campo abonado con
estos ingredientes, fue fácil presentar a Chávez como objeto de
culto, como "el cristo redentor de los pobres". Además,
usando fielmente el método de él: dividir, poniéndose él mismo al
lado de lo existente, para luego desplazarlo. Por eso, tenemos un
culto a su persona que parece ser una parodia al culto cristiano. De
esto ya he hablado en este mismo blog en la entrada anterior. Esta
religiosidad es como la tiña en un árbol: poco a poco, lo va
secando hasta que se muera - y la planta parásita con él. Pero
mientras tanto, ésta se habrá propagado - y sigue el proceso, como
dicen: Chávez vive; cosechamos lo que él ha sembrado. Ante esta
situación, ¿cuál puede ser nuestra respuesta?
La más "fácil"
parece ser la sumisión ("no se puede hacer nada; hay que ser
prudente"; etc.), bajo el pretexto de "mantener la paz".
Pero esto le convendría sólo al opresor, y no resolvería ningún
problema. Al contrario, como en una olla de presión, se acumularían
las frustraciones y, tarde o temprano, habría un estallido peor del
que se quiere evitar ahora.
Nuestra fe
crisitana nos ofrece otra alternativa: en vez de sumisión,
aceptación. Ésta nos permite actuar de manera positiva
dentro de las limitaciones. Recordemos la palabra del Benedictus:
"Libres de temor, arrancados de las manos de los enemigos, le
sirvamos en santidad..." No significa que no tengamos temor,
sino que este temor no nos tiene sometidos. Además, esta libertad
nos capacita para luchar por algo más grande que nosotros mismos,
por una misión, un sentido, un servicio a los demás.
La persona más
"peligrosa" es la que ya no puede perder nada, porque sabe
que todo está en las manos de Dios. Eso les permitía a los
apóstoles tener la valentía que demostraron después de pentecostés
frente al sanhedrín. Nuestra fuerza no está en el apoyo de una masa
o mayoría, sino en nuestra confianza en Dios.
Recordemos unas
pautas fundamentales:
TODOS somos buenos,
también los que nosotros consideramos malos, los que nos hacen daño.
También ellos son hijos de Dios y, por lo tanto, buenos, aunque por
no saberlo actúan mal. Nos dice Jesús: "Bendigan a los que los
maldicen". No podemos llamar malos a los que Dios ha hecho
buenos.
Cristo, desde la
cruz, le pide al Padre: "perdónales porque no saben lo que
hacen". Estamos invitados a orar de la misma manera. Si nos
cuesta, recordemos nuestra condición humana, y nuestro pasado,
cuando también nosotros hacíamos cosas de las que hoy nos
avergonzamos, pero en aquel entonces no sabíamos mejor. Aunque el
ambiente no parece favorable para perdonar, tenemos que prepararnos a
hacerlo. De esto escribiré en una entrada aparte.
Actuemos desde
nuestra experiencia de ser amados por Dios, no desde nuestro ego y
sus vacíos, deficiencias y deseos. Eso nos lleva a respetar al otro,
sin descalificaciones ni desprecio. Así se puede seguir la lucha de
manera pacífica.
Dentro de este
marco de referencia, se puede entonces difundir información por
todos los medios disponibles, cuidando de que sea información seria
y veraz. Se puede recabar información sobre crímenes, pero sin
calumniar ni pasar facturas. No se trata de venganza, sino de hacer
justicia, y de evitar males en el futuro. Preguntémonos siempre:
¿queremos el bien para nosotros mismos, o para el país y las
generaciones futuras?
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