John
Dyson, Colón,
Un
Hombre que Cambió el Mundo,
Emecé
Editores, pág. 201
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Cuando Colón
había tocado tierra en una isla del Mar Caribe, probablemente La Hispaniola,
tomó posesión de ella plantando una cruz y una horca, en señal de la fe
cristiana y la justicia. Los nativos que estaban allí eran taínos, un subgrupo
de los arawakas, gente pacífica. Sin embargo, Colón secuestró a seis de ellos y
los encadenó en su cubierta. “Son
completamente inofensivos y no tienen habilidad con las armas… y por lo tanto
se prestan para que se les haga obedecer y trabajar, para sembrar y hacer
cualquier otra cosa que se necesite”. ( En: John Dyson, Colón, Un Hombre que Cambió el Mundo, Emecé Editores, pág.
182)
Semejantes palabras no presagiaban nada bueno.
En tal caso, ¿cómo se hace para distinguir el lobo de la oveja? Dada la
tendencia humana a generalizar, para los indígenas no debe haber sido nada
fácil. Así que, a causa de las atrocidades perpetradas por los colonos
españoles, los indios se rebelaron, y mataron a colonos y misioneros por igual.
La iglesia, en las Américas, no fue fundada sobre la sangre de mártires,
testigos de la resurrección, sino sobre una doctrina.
Esto no quita
que hayamos tenido en Venezuela mujeres y hombres heroicos y de vida ejemplar,
algunas ya beatas, otros en proceso de beatificación. Pero, cuando hoy en día
hablamos de reevangelización, habrá que tomar en cuenta estas circunstancias.
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