Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

7.10.12

El Matrimonio como Sacramento


En todas las sociedades, la relación entre varón y mujer ha sido más que un asunto privado entre los dos. Se intuye que de esta relación no depende sólo el bienestar de un hombre y una mujer concretos, con sus hijos, sino también, de alguna manera, el bien de toda la sociedad. No hace falta ser moralista para darse cuenta de que, a lo largo de la historia, cuando fallaba esta relación, la misma sociedad comenzaba a sufrir las consecuencias, hasta el extremo del derrumbe y la desintegración de imperios enteros. Pensemos sólo en los daños sicológicos de los niños maltratados, abusados, o de los que no conocen a uno o ambos de sus padres.
Antes de entrar en detalle, precisemos algunas diferencias:
  • Una convivencia informal entre un hombre y una mujer (llamada unión libre o concubinato).
  • El matrimonio formal, según los mandatos de una religión o de las leyes civiles de una sociedad.
  • El sacramento del matrimonio, como lo conocemos en la iglesia católica.
A la sociedad le interesa reglamentar de alguna manera esta convivencia, aunque sea sólo por cuestiones legales y económicas. Eso es válido en tiempos modernos donde nos encontramos con mucha gente que no tiene afiliación con ninguna religión, o con religiones que no son cristianas.
Pero la iglesia ve la relación entre un varón y una mujer mucho más profunda: como imagen del amor que Dios tiene a su iglesia. Es un sacramento de la presencia y acción de Dios en un ambiente claramente definido: el matrimonio. De allí que el matrimonio contraído por la iglesia nunca podrá tratarse igual como otras uniones o matrimonios, civiles o de otros credos.
La presencia y acción de Dios se manifiestan concretamente en el hecho de la exclusividad: un solo hombre se une a una sola mujer. De esta manera, uno facilita al otro la experiencia de que Dios nos ama y atiende tanto como si fuéramos el único ser humano en el mundo. Esta es una experiencia que necesitamos, y que no hemos recibido siempre de nuestros padres: soy uno entre muchos, pero tengo mi identidad irrepetible. Recuerdo que hace muchos años una pariente mía me dijo que no podía entender cómo Dios podía ocuparse de cada uno de nosotros, de (entonces) seis millardos de seres humanos. Semejante pensamiento tiene dos posibles consecuencias: o tengo que ganarme el amor de Dios de alguna manera, y en detrimento de los demás, o me rindo de una vez y me siento abandonado. En ambos casos el ego hará de las suyas. El matrimonio, vivido como sacramento, es una escuela de crecer continuamente en este amor de entrega y atención exclusiva.
Otra faceta del sacramento del matrimonio es el de la fidelidad. Ésta, hoy en día, no está muy de moda. Pero facilita al otro la experiencia de que Dios es fiel, aunque nosotros seamos infieles (2Tim 2,13). Todos, en el fondo, tenemos miedo a ser abandonados. La fidelidad en el matrimonio facilita la reconciliación. Es la postura del padre del hijo pródigo. En los Encuentros Conyugales siempre decía a los matrimonios que tenían derecho “a rehacer su vida”, pero con la misma pareja.
Estas dos características nos dan a entender que, cuando se ha metido una tercera persona en la relación, no hay nada que hablar con ésta. Normalmente saben que uno está casado. El que juega con fuego puede quemarse. ¡Nada de falsa misericordia! Estas terceras personas se hacen a veces la víctima, como si ellas fueran las agraviadas. No hay que caer en la trampa. Otra cosa son los hijos, si los hubiera de tal relación. Pero aún así, hay que recordar que “por el becerro se llega a la vaca”.
Dentro de este contexto, la pregunta que los fariseos le ponen a Jesús es muy actual, sólo que hoy se la formula de manera diferente: ¿por qué los divorciados, vueltos a casar, un pueden “tomar la hostia”? La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: Porque son duros de corazón (Marcos 10,5), y sigue diciendo,  lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre (Marcos 10,9). Estos no son inventos de una iglesia, supuestamente manteniendo disciplinas del pasado. No, es la protección del matrimonio, es la ayuda que se ofrece a la gente a vivir su amor de lleno y hasta el extremo. Todo lo demás, según Jesús, es adulterio (El que se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio – Marcos 10, 11-12), una palabra que no queremos escuchar hoy en día. El evangelio de Mateo hace una precisión al respecto: salvo en caso de “porneia”. ¿Qué significa esta palabra del griego antiguo? Unas traducciones algo superficiales, por demasiado literales, dicen “prostitución”. Pero el concepto de esta palabra es más amplio. Se refiere a una unión que, según las costumbres civiles y religiosas de la época, es ilegítima. Esto podemos aplicar hoy a las uniones libres y a los matrimonios solamente civiles de un católico bautizado. Éstos se pueden disolver, pero el matrimonio legítimamente contraído por la iglesia, no. Eso suena muy exigente. También los discípulos de Jesús lo percibieron así, y le dijeron: Si ésa es la condición del marido con la mujer, más vale no casarse (Mateo 19,10). Les causó mucho desánimo.
¿No son éstas unas exigencias muy altas? – Sí, pero, la cruz es una exigencia muy alta, “escándalo y locura”. Y la pregunta que se nos plantea es qué entendemos nosotros por ser cristianos.
Estas preguntas y otras, de tipo pastoral, trataré en otro blog.

2 comentarios:

  1. Elvia00:10

    sencillamente genial P.Beda...que forma tan clara, profunda y hasta divertida de decir grandes verdades!! Dios te siga bendiciendo:)

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    1. Gracias, Elvia. No lo veo tan difícil presentar las cosas; lo difícil es presentar el mensaje con amor, toda la verdad, pero sin herir susceptibilidades, sino invitando a vivir en la verdad. Que Dios nos bendiga.

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