Ascensión de Jesús |
Algo
por el estilo habrá pasado a los discípulos de Jesús. Y Él los prepara para este proceso. Les digo la verdad: les
conviene que yo me vaya. Si no me voy, no vendrá a ustedes el Defensor, pero si
me voy, lo enviaré a ustedes (Juan 16,7). Hasta el momento, la persona de
Jesús había sido el punto de referencia para ellos. Pero Él les había sembrado
una semilla que iba a germinar. Para eso tenía que retirarse. Sólo en su
ausencia descubren la riqueza interior que Dios había puesto en ellos: nada
menos que ¡su Espíritu! Ya no es sólo el Dios con nosotros; ahora es el Dios en
nosotros.
Por
eso es tan importante no fijarnos ya en las cosas externas. Es el Espíritu de
Dios que nos habla desde dentro. Eso no es lo mismo que decir que “yo soy dios”.
¡De ninguna manera! Dios es, y seguirá siendo siempre ¡El OTRO! Si no lo vemos así, somos víctimas de las ilusiones de
nuestro egoísmo que - al fin y al cabo - nos aleja de Dios. Por eso necesitamos
siempre el correctivo que tenemos en la Iglesia y en la Escritura. El Espíritu,
lejos de dividirnos, nos une en Dios, nos convierte en una comunidad, en
Iglesia. Es nuestra tarea afinar constantemente nuestro oído interior para
escuchar esta voz del OTRO; porque su voz es suave, aunque persistente.
Si
aprendemos a escucharlo, nos sabremos acompañados y amados en todo momento.
Tendremos la fuerza necesaria para no desmoronarnos en las adversidades; porque
no hay fuerza que pueda con este Dios que nos ama.
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