Líbranos del mal (Mateo 6,13); así
rezamos en la última petición del Padre Nuestro. Solos no podemos liberarnos
del mal; solo Cristo lo puede. En la Pascua de Resurrección celebramos la
victoria de Cristo sobre el mal.
A
lo largo de la biblia, esta fuerza del mal tiene diferentes nombres. Ninguno de
ellos quiere ser una definición; más bien refleja una experiencia, una faceta
determinada de cómo el mal se hace presente en nuestra vida y cómo nos puede
afectar.
Ya
en las primeras páginas de la escritura el maligno se presenta en forma de serpiente. Es un animal que nos intriga
y nos infunde, si no miedo, al menos respeto. En sicología es el símbolo de una
amplia gama de significados. Aquí quiero atenerme sólo a un aspecto: la
serpiente es un animal rastrero. No ve mucho “más allá de sus narices” (véase
la foto a la izquierda). Es el tentador que nos lleva a satisfacer nuestros
impulsos inmediatos, sin pensar en las consecuencias. No quiere que miremos más
allá del mundo pequeño e inmediato que nos rodea. Ésta es la fuerza del
populismo: darle a la gente lo inmediato, mantenerlos contentos. Panem
et circenses decían los antiguos romanos, comida y
espectáculos: que coman lo suficiente para no morir, y que se diviertan todo el
tiempo para que no lleguen a pensar.
El
antídoto es la vista panorámica, el conjunto (imagen derecha), que nos permite
ver todo en su contexto. Es la visión panorámica del ave; y la paloma que
simboliza al Espíritu Santo es un ave. El Espíritu Santo nos capacita para ver
más allá de lo inmediato, para aceptar un sufrimiento temporal y, así,
disfrutar más tarde una gloria y recompensa mucho mayor. Nos permite ver el
origen de una situación, y también las consecuencias, según la decisión que
tomemos.
La
visión limitada que nos presenta el tentador tiene que ver también con otra faceta
del maligno: el diablo. Esta palabra
viene del griego “diábolos”, el que crea un caos, el que confunde, el que
“vende gato por liebre”. Sabemos por experiencia que, cuando estamos
confundidos nos aferramos a cualquier información o sugerencia que, aparentemente,
nos saca del apuro, prometiéndonos seguridad. Así le pasó a la mujer en el
paraíso: Dios había dicho que podían comer de todos los árboles, menos del
árbol en medio del jardín. Pero la serpiente le preguntó si era verdad que no
podían comer de ningún árbol. Eva quedó confundida, y corrigió a la serpiente.
Con esto, ya estaba enganchada en la conversación, y siguió la confusión, hasta
el desenlace fatal.
En
la vigilia pascual se lee el primer capítulo del libro de Génesis: la creación.
Dios creó cielo y tierra, y la tierra era un caos. Entonces, por amor, Dios “organizó”
su creación en seis días. Y vio que “era bueno, muy bueno”. La organización es
signo de amor porque nos permite ubicarnos y orientarnos, todo lo contrario a lo
que busca el diablo
¿Cómo
podemos defendernos de semejante ataque? Primero, al maligno no se le contesta,
no merece que le hablemos. No puede haber diálogo con él. Porque él sabe lo que
quiere, persigue su fin, y no va a ceder. Pero nosotros tampoco tenemos por qué
ceder. Entre Dios y el diablo no puede haber diálogo. Sólo puede haber diálogo
cuando hay alguna base común; ésta, para nosotros, los cristianos, es nuestra
fe, nuestra relación de confianza con Dios. Ésta no es negociable. Y no nos
olvidemos: el diablo es el padre de la mentira; puede decirnos mentiras, verdades
o medias verdades; todo eso para mantenernos bien confundidos.
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