Subiaco, San Benito en la
Soledad de su Cueva
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El
13 de febrero, al comenzar la cuaresma, medité brevemente en mi blog, bajo el
título “Arrepiéntanse”, sobre las tres renuncias: la renuncia a nuestro ambiente
acostumbrado, a lo que puede fomentar la dispersión; la renuncia a lo que se
asoma desde dentro de nosotros, para desviar nuestra mirada de Dios; y la renuncia
a nuestra imagen de Dios, en fin, a todo lo que nos desvía de una relación con
el Dios verdadero. San Gregorio Magno nos cuenta en la Vida de San Benito, capítulo
3, cómo el Santo ha experimentado estas renuncias. Estas experiencias son como
un paradigma para nosotros: Entonces (Benito)
regresó a su amada soledad y allí vivió consigo mismo, bajo la mirada del
celestial Espectador… Este venerable varón habitó consigo mismo, porque
teniendo continuamente los ojos puestos en la guarda de sí mismo, viéndose
siempre ante la mirada del Creador, y examinándose continuamente, no salió
fuera de sí mismo, echando miradas al exterior.
No
todos podemos retirarnos a la soledad de un desierto. Pero TODOS podemos
organizar nuestra vida de tal manera que nos evita la dispersión, y nos permite
estar más en comunión con Dios. ¿Tenemos realmente tanta necesidad de televisión,
radio, internet, trabajo excesivo (no hablo del necesario), conversaciones
inútiles, pasatiempos sin sentido? Por no hablar de adicciones más fuertes.
¿Por qué tenemos miedo al silencio, a la soledad?
Es
allí donde surgen nuestros pensamientos, miedos, emociones; lo que hemos venido
reprimiendo toda nuestra vida, pero que está allí. A veces todo este mundo se
impone a nuestra consciencia; entonces entramos en crisis, y vamos al sicólogo.
Por supuesto, la sicología es buena y útil. En un momento dado puede ser muy necesaria.
Pero la sicología, como tal, no tiene acceso a nuestro recinto más íntimo, a
nuestra relación con Dios. A veces los desajustes sicológicos son consecuencia
del pecado, de nuestra falta de relación con Dios. Esto va más allá de un tratamiento
sicológico; esto necesita ¡una conversión, y una absolución! No es suficiente
la introspección, a no ser que es “bajo la mirada del celestial Espectador”, del
Dios amoroso y misericordioso presente en nosotros. Sólo sacamos provecho de
este viaje hacia dentro si vamos de la mano de Dios que conoce lo más íntimo de
nuestro corazón, lo acepta, y lo sana.
Por
eso, si queremos volver a nuestra relación con Dios, si queremos profundizarla,
expongámonos a la soledad; quitemos de nuestra vida diaria todo lo que no es
necesario; aceptemos el silencio, porque es allí donde Dios nos habla.
La oración centrante es
una de las maneras para “entrar en nuestra habitación interior” (Mateo 6,6),
para encontrarnos a solas con Dios. Para los que no conocen la oración
centrante, les explico brevemente: En silencio, y con los ojos cerrados,
tenemos la intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros.
Pero, por el silencio, ni siquiera pronunciamos esta intención, sino que la expresamos
mediante una “palabra sagrada”, de no más de una o dos sílabas, ésta es como un
símbolo de esta nuestra intención. Compararía la palabra sagrada con un anillo
de matrimonio. En una dificultad, una tentación, con sólo mirar el anillo, el
esposo se acuerda del amor que prometió a su esposa, y vuelve a centrarse en
él. Cada vez que un pensamiento quiere desviar nuestra atención hacia
recuerdos, fantasías, ilusiones, etc., la repetición interior de la palabra
sagrada expresa nuestra intención de consentir a la presencia y acción de Dios
en nosotros. Practicamos esta forma de oración dos veces al día, por veinte
minutos cada vez. Pueden ver más información en la página sobre la Oración
Centrante, cuyo vínculo está al lado izquierdo de este blog.
Uno puede preguntarse,
¿qué es lo que se gana con esto, qué sentido tiene, para qué sirve? En el
momento, parece que no sirve ¡para nada! Me explico mediante otra pregunta: ¿de
qué sirve cuando un joven va al gimnasio, levanta pesos sin ponerlos en ninguna
parte, corre sobre una banda sin llegar a ninguna parte, rema sin estar en
ningún lago? Parece que todo esto no tiene sentido y es, además, pérdida de
tiempo. PERO: a los pocos días uno siente que está mejor, que tiene más fuerza,
etc. Así, los frutos y las consecuencias de la oración centrante no se sienten
en el momento, sino más tarde en la vida diaria. El 3 de diciembre del año
pasado escribí en este blog sobre el tema “Vivir en presencia de Dios”, que
alude a esto. En la oración centrante, como en la relación con Dios, no
buscamos efectos inmediatos, sino que nos abrimos a que Dios nos dé los frutos
cuando Él quiera.
En las próximas entradas
hablaré con más detalle sobre la segunda renuncia: los pensamientos, nuestro
mundo interior. Éste, en realidad, es muchas veces solo lo que está en nuestra
superficie, pero nos llama tanto la atención que obstaculiza el acceso a
nuestra verdadera profundidad, a Dios que es la Fuente misma de nuestro ser.
¿Cómo hacemos para que pueda brotar esta Fuente? Sólo indicaré brevemente lo
siguiente: Por supuesto, no retenemos voluntariamente ningún pensamiento.
Tampoco nos resistimos a él, ni reaccionamos con emoción cuando se asoma.
Simplemente volvemos con gran suavidad a nuestra intención de consentir a la
presencia y acción de Dios en nosotros.
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