Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

13.2.13

Crean en la Buena Noticia


Jesús y la Adúltera, Pintura de
Pieter Brueguel el Viejo, 1565

La conversión no es un simple cambio “de boca para fuera”. Necesita un punto de referencia, alguien a quien se dirige. En la conversión nos dirigimos a EL OTRO. A Aquel que quiere crearnos a su imagen y semejanza. Si no creemos en Dios, de toda manera, creemos en cualquier cosa (no recuerdo dónde leí eso). Por ejemplo, busquen en el aeropuerto de Panamá la puerta de salida número 13; es que ¡no la hay! Eso me hace pensar en las palabras del Señor, cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, recorre lugares áridos buscando descanso, y no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Al volver, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, y se meten a habitar allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el comienzo (Lucas 11,24-26).
La conversión sin fe sería moralismo, fruto del miedo, por perfeccionismo o sumisión a otro ego. Sería esclavitud. Nos llevaría al fanatismo, con todas las consecuencias desastrosas que éste pueda tener. Pero Dios quiere hacernos libres.
Eugen Biser, profesor emérito de filosofía de religión, considera que Jesús es el que más ha revolucionado la historia de la religión, porque quitó a los hombres todo lo que les causaba miedo y terror en su imagen de Dios, y reveló en su lugar el rostro del Padre que ama incondicionalmente.
Como dije en la entrada anterior, la misma invitación a la conversión ya es una Buena Noticia, porque Dios quiere que vivamos. En la misma línea está el comienzo de la predicación de Jesús: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado:
·         a anunciar la libertad a los cautivos
·         y la vista a los ciegos,
·         para poner en libertad a los oprimidos,
·         para proclamar el año de gracia del Señor.
Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura (Lucas 4,18-21).
Jesús, por así decirlo, explica en detalle en qué consiste esta Buena Noticia. No es, en primer término, una idea, algo intelectual, sino una experiencia, una experiencia liberadora que nos cambia desde lo más hondo de nuestro ser. Veamos ahora, brevemente, algunos detalles de esta Buena Noticia:
Ya en la primera página de la biblia se nos dice que hay un solo Dios que ha creado todo, y que todo lo creado es bueno, muy bueno. También nosotros estamos incluidos: somos buenos. Ésta es nuestra esencia. El pecado, la maldad es algo pasajero; no es nuestra esencia. Por eso, siempre podemos volver, como el hijo pródigo, a Dios. En Él está nuestra esencia. No importa el pecado que hayamos cometido, el camino de regreso está abierto. A no ser que nosotros mismos queramos cerrarlo; éste sería el pecado contra el Espíritu Santo. Todos los demás pecados se pueden perdonar (véase Mateo 12,25-33). No es Dios quien castiga; es uno mismo quien se condena. El que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios (Juan 3,18).
Somos hijos amados de Dios. No importa cómo hayamos llegado a este mundo, si como fruto del amor de un hombre y una mujer en un matrimonio bien constituido, o fruto de una aventura, incluso en un prostíbulo, fruto de una violación, de una orgía sexual o de una inseminación artificial; nuestros padres biológicos nos traen al mundo, pero Dios es nuestro Padre.
A medida que aceptamos nuestra condición de hijos de Dios, nos daremos cuenta de que Él siempre está con nosotros. Ya en tiempos antiguos, lo manifestó a Moisés y, a través de él, a su pueblo elegido. Siglos más tarde, a la luz de la experiencia de la resurrección, Pablo puede decir, Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?... En todas esas circunstancias salimos más que vencedores gracias al que nos amó. Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8,31-39).
Por lo tanto, si nos maltratan, si nos calumnian, descalifican, si nos aplican la “ley del hielo”, por supuesto es duro. Pero nuestra fe en el amor de Dios nos dará la fuerza necesaria para no desmoronarnos; y nos fortalece para actuar de manera constructiva en medio de las dificultades.
Lo anterior nos recuerda también que nuestra dignidad viene de Dios. Si hemos sido abusados de alguna manera, sexual, física o espiritualmente, nuestro arraigo en Dios nos permite levantar la cabeza, recuperarnos e, incluso, perdonar.
Por nuestro egoísmo vemos primero lo negativo, especialmente en los que nos están más cerca. Para ver lo positivo, es necesaria una intención, la voluntad de querer verlo. Eso no significa cerrar los ojos frente a lo malo, pero ya no nos abruma.
Entonces podremos caminar delante del Señor, preparándole el camino; anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de los pecados (Lucas 1,76s).

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