Ícono
del Buen Pastor,
De Procedencia Desconocida
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Arrepiéntanse y crean en la Buena
Noticia. Con estas palabras comienza, según Marcos 1,15, Jesús
su ministerio.
Ya
algo más de 500 años antes, Dios dijo a través del profeta Ezequiel, no quiero la muerte del malvado, sino que
cambie de conducta y viva (Ezequiel 33,11).
Y
el mismo Jesús, en su conversación con Nicodemo, dice, tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien
crea en él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él (Juan 3,16-18).
La
palabra “arrepiéntanse” puede tener
para nosotros una connotación moral, y puede ser malentendida como moralista, o
causante de complejos de culpa. Pero, esta invitación a la conversión, o al arrepentimiento,
no tiene nada de amenazador, sino que expresa la voluntad de Dios de que todos
nos salvemos. Por eso, aun tomada por sí sola, ya es una Buena Noticia. Nos
queda una gran oportunidad de conseguir el perdón. La palabra griega en el Nuevo
Testamento es mucho más amplia. Metanoéite: Cambien
su manera de pensar, de ver las cosas, de juzgar, de relacionarse; cambien de
criterios, de mentalidad y, en consecuencia, de conducta.
¿En
qué consiste exactamente este cambio? ¿Qué tiene que cambiar? Hay que cambiar
nuestro punto de referencia, nuestro centro, o lo que creemos que es nuestro
centro. Mientras vivimos sin el evangelio, sin poner nuestra confianza en Dios,
nuestro centro es nuestro ego. Primero YO. Y siempre YO. Es esto lo que hay que
cambiar. Esto es todo un proceso, un camino.
Mientras
vivimos sin fe, lo que, en el fondo, más nos interesa, es lo mío: MI seguridad,
MIS pertenencias, MI reputación y fama, MI poder y esferas de influencia. Exigimos
todo esto a expensas de otros. Y nos identificamos con un grupo que nos garantiza
la satisfacción de estos deseos: familia, partido, nación, raza, religión, en
fin: MI grupo.
La
conversión implica, según los antiguos monjes y toda la tradición contemplativa,
tres renuncias. Renunciar:
- · Al mundo que nos rodea
- · A nuestro mundo interior
- · A nuestra imagen de Dios
En
la primera renuncia abandonamos el mundo que nos rodea: San Benito nos dice en
su Regla, hacerse extraño a la conducta
del mundo (Regla de Benito 4,20). Eso puede implicar el abandono o, al
menos, el distanciamiento de nuestra familia, ideología, partido, ambiente y
amistades. Implica evitar las dispersiones, pasatiempos, todo lo que nos saca
de nuestro centro. La consecuencia es una experiencia de soledad y silencio
que, al comienzo, puede ser experimentado como aburrimiento.
En
soledad y silencio nos damos cuenta de que el mundo que hemos abandonado está
dentro de nosotros. Surgen de nuestro inconsciente recuerdos del pasado,
fantasías, emociones, deseos e ilusiones. Los antiguos monjes los identificaron
como los siete u ocho pensamientos. Se las llama también tentaciones. Hoy en
día se llaman de una vez los siete pecados capitales. ¿Será porque vivimos tan inconscientes
que se da por sentado que caemos en la tentación y pecamos sin hacer nada para prevenirlo? En todo caso, esta segunda renuncia es un largo combate que terminará
cuando estemos bajo tierra. Siempre seremos principiantes.
Pero,
tarde o temprano, se nos pedirá una tercera renuncia: abandonar nuestra imagen
de Dios, nuestra idea de cómo es Él. Por más que tengamos una experiencia de
Dios, nuestras ideas de Él son siempre algo provisional, algo que nos permite
hablar de Él, pero NO SON ÉL. Dios
siempre es EL OTRO. Jesús lo deja bien claro: Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice en Juan 14,6. Primero
está el camino, la experiencia. Sólo de allí podemos sacar “la verdad”, que
nunca puede ser un dogmatismo rígido y definitivo; debe mantenerse abierto al
camino de la vida. Esto no es relativismo, sino fidelidad a una persona. Sólo
esto nos da vida, y vida en abundancia.
La cuaresma que comenzamos hoy es un tiempo propicio
para reflexionar sobre esta invitación que se nos hace al recibir la cruz de
ceniza, y para encaminarnos hacia una relación más seria con el Señor.
Cuando entramos en este proceso, en algún momento el
Señor nos dirigirá la palabra, como lo hizo con Pedro: Tú, una vez convertido, fortalece a tus
hermanos (Lucas 22,32).
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