Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

13.2.13

Arrepiéntanse


Ícono del Buen Pastor,
De Procedencia Desconocida

Arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia. Con estas palabras comienza, según Marcos 1,15, Jesús su ministerio.
Ya algo más de 500 años antes, Dios dijo a través del profeta Ezequiel, no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva (Ezequiel 33,11).
Y el mismo Jesús, en su conversación con Nicodemo, dice, tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él (Juan 3,16-18).
La palabra “arrepiéntanse” puede tener para nosotros una connotación moral, y puede ser malentendida como moralista, o causante de complejos de culpa. Pero, esta invitación a la conversión, o al arrepentimiento, no tiene nada de amenazador, sino que expresa la voluntad de Dios de que todos nos salvemos. Por eso, aun tomada por sí sola, ya es una Buena Noticia. Nos queda una gran oportunidad de conseguir el perdón. La palabra griega en el Nuevo Testamento es mucho más amplia. Metanoéite: Cambien su manera de pensar, de ver las cosas, de juzgar, de relacionarse; cambien de criterios, de mentalidad y, en consecuencia, de conducta.
¿En qué consiste exactamente este cambio? ¿Qué tiene que cambiar? Hay que cambiar nuestro punto de referencia, nuestro centro, o lo que creemos que es nuestro centro. Mientras vivimos sin el evangelio, sin poner nuestra confianza en Dios, nuestro centro es nuestro ego. Primero YO. Y siempre YO. Es esto lo que hay que cambiar. Esto es todo un proceso, un camino.
Mientras vivimos sin fe, lo que, en el fondo, más nos interesa, es lo mío: MI seguridad, MIS pertenencias, MI reputación y fama, MI poder y esferas de influencia. Exigimos todo esto a expensas de otros. Y nos identificamos con un grupo que nos garantiza la satisfacción de estos deseos: familia, partido, nación, raza, religión, en fin: MI grupo.
La conversión implica, según los antiguos monjes y toda la tradición contemplativa, tres renuncias. Renunciar:

  • ·         Al mundo que nos rodea
  • ·         A nuestro mundo interior
  • ·         A nuestra imagen de Dios

En la primera renuncia abandonamos el mundo que nos rodea: San Benito nos dice en su Regla, hacerse extraño a la conducta del mundo (Regla de Benito 4,20). Eso puede implicar el abandono o, al menos, el distanciamiento de nuestra familia, ideología, partido, ambiente y amistades. Implica evitar las dispersiones, pasatiempos, todo lo que nos saca de nuestro centro. La consecuencia es una experiencia de soledad y silencio que, al comienzo, puede ser experimentado como aburrimiento.
En soledad y silencio nos damos cuenta de que el mundo que hemos abandonado está dentro de nosotros. Surgen de nuestro inconsciente recuerdos del pasado, fantasías, emociones, deseos e ilusiones. Los antiguos monjes los identificaron como los siete u ocho pensamientos. Se las llama también tentaciones. Hoy en día se llaman de una vez los siete pecados capitales. ¿Será porque vivimos tan inconscientes que se da por sentado que caemos en la tentación y pecamos sin hacer nada para prevenirlo? En todo caso, esta segunda renuncia es un largo combate que terminará cuando estemos bajo tierra. Siempre seremos principiantes.
Pero, tarde o temprano, se nos pedirá una tercera renuncia: abandonar nuestra imagen de Dios, nuestra idea de cómo es Él. Por más que tengamos una experiencia de Dios, nuestras ideas de Él son siempre algo provisional, algo que nos permite hablar de Él, pero NO SON ÉL. Dios siempre es EL OTRO. Jesús lo deja bien claro: Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice en Juan 14,6. Primero está el camino, la experiencia. Sólo de allí podemos sacar “la verdad”, que nunca puede ser un dogmatismo rígido y definitivo; debe mantenerse abierto al camino de la vida. Esto no es relativismo, sino fidelidad a una persona. Sólo esto nos da vida, y vida en abundancia.
La cuaresma que comenzamos hoy es un tiempo propicio para reflexionar sobre esta invitación que se nos hace al recibir la cruz de ceniza, y para encaminarnos hacia una relación más seria con el Señor.
Cuando entramos en este proceso, en algún momento el Señor nos dirigirá la palabra, como lo hizo con Pedro: Tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos (Lucas 22,32).

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