Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

17.9.12

Reflexiones sobre el “Manual para Arruinar una Empresa”


El austríaco Christian Pongratz, consultor de empresas y humorista, hace una crítica a la gerencia inepta. Desde su rica experiencia escribió un libro („Das Betriebsdesaster beginnt in der Chefetage“ – El desastre de una empresa comienza en la oficina del gerente) que es como un manual para llevar una empresa a la ruina. En una entrevista, el autor presenta un resumen de su pensamiento: para lograr la ruina de su empresa, el gerente tiene que implementar un programa de sólo tres puntos:
1.   Debe estar convencido de que él es el mejor, el más maravilloso y más inteligente de todos; en una palabra: debe creerse un experto en todo, un sabelotodo.
2.    Debe estar convencido de que sus colaboradores no saben nada que él no haya sabido desde hace mucho tiempo, y que ellos no tienen ninguna necesidad de que sus esfuerzos sean reconocidos. Los colaboradores tienen que ser títeres amaestrados para recibir órdenes, sin el derecho de tener una opinión propia. Si alguno tuviera la osadía de presentarle a él, que es el líder, una alternativa, él tiene que sacar a esta persona en seguida.
3.   Es importante no tomar en cuenta al mercado – de esta manera “comienza con buen pie”. Considere a sus competidores como aficionados que, a lo sumo, se merecen una sonrisa condescendiente de parte de él. No le conviene tomar en cuenta los deseos de los clientes. Ellos tienen que acepar de manera sumisa los productos que se les ofrece. ¿Servicio? No importa.
Hasta aquí el resumen. Por supuesto, la iglesia no es una empresa. Pero como una agrupación de hombres y mujeres puede tener cierta afinidad con la dinámica de una empresa, especialmente cuando se olvida el factor más importante: la presencia de Dios. Veamos entonces lo que nos enseñan los tres puntos que llevan a la ruina:
1.    Sabemos que hay gente en la iglesia, no sólo sacerdotes y obispos, sino también superiores de comunidades religiosas o laicos comprometidos (me pregunto ¿con qué?), que se creen los únicos que saben por dónde va la cosa, los únicos autorizados para dar órdenes, explicar cosas, organizar eventos. Se sienten “dueños” del Espíritu Santo e inmunes contra las tentaciones del diablo. Crean dependencias, se rodean de fans y admiradores. Tienen su gente preferida que son sus incondicionales. Su signo es la vanidad y el despotismo. La arrogancia clerical, que no es exclusiva sólo de clérigos, es un camino seguro para alejar a la gente de la iglesia, para reducir los números de feligreses activos. Y después nos hacemos la víctima porque el mundo está tan mal.
2.    No ponen a la gente en relación con Dios (Evangelización), sino que sólo les dicen cómo hay que vivir (Catequesis). “La gente no sabe nada”. Los que tengan un criterio propio son considerados desobedientes, rebeldes, peligrosos y, hasta donde sea posible, se intenta alejarlos del resto del grupo (parroquia, comunidad religiosa, grupo apostólico, etc.).
3.    Y, ¿los “clientes”? Son toda esa gente que espera escuchar la Buena Noticia del Evangelio; que buscan consuelo, perdón y sanación. Pero, por ser gente “mala”, incrédula, fuera del grupo, gente que viene de un mundo más amplio y tiene criterios diferentes, no se les toma en cuenta. Son descalificados desde un principio. Cuando buscan en otras religiones, cristianas o no-cristianas, son considerados apóstatas; y si caen en las redes de la Nueva Era, se los desprecia como ignorantes. Se habla con desdén del “supermercado de espiritualidades”, olvidando que es precisamente por falta de una seria espiritualidad en la iglesia que la gente busca donde sea. Y Dios, quien está en el origen de esta búsqueda, tarde o temprano, la llevará a buen término, porque siempre se deja encontrar por quien lo busca con sincero corazón.
Gracias a Dios, la iglesia no es una empresa sino, en primer término, el grupo de los creyentes, el grupo que vive el misterio pascual en la fuerza de Dios. Por eso, Dios actúa siempre; y si le cierran la puerta en un lado, Él entra por otra parte, donde menos lo esperamos. Tenemos que recuperar la fe, es decir, una confianza sin límites en Dios, que nos anima a vivir nuestra vida ordinaria con amor extraordinario – hasta el extremo.
No niego lo maravilloso que pasa en nuestra iglesia cuando se vive la presencia de Dios. Lo expuesto arriba puede parecer algo exagerado. Pero es precisamente en la caricatura donde encontramos los rasgos esenciales de un asunto y, de esta manera, nos hace reflexionar, y nos invita a la conversión. No olvidemos la gran promesa de Jesús, que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la iglesia. Ésta podrá sufrir mucho por persecuciones desde fuera y por escándalos desde dentro, pero siempre se renovará. Porque, al fin, la iglesia no es obra humana sino presencia de Dios.
Veamos, pues, las tres áreas que examina el consultor de empresas de manera humorística, en clave positiva:
1. No somos dueños, sino servidores del pueblo de Dios. No confundamos el ser responsables con creernos imprescindibles.
2.   Todos tienen el Espíritu Santo que da sus carismas a cada uno. Nuestra tarea es enseñarle a la gente el camino de relacionarse con Dios, para que descubran así su dignidad de hijos de Dios, y puedan cumplir la misión para la cual Él los ha enviado al mundo. Como decían los samaritanos a la mujer, Ya no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo (Juan 4,42).
3.   Dios obra dentro y fuera de la iglesia. Es necesario “examinar todo, y quedarnos con lo bueno”.

1 comentario:

  1. Miguel Carbonell20:06

    Gracias P. Beda, muchas gracias. Excelente reflexión. Dios lo bendiga.

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