El
austríaco Christian Pongratz, consultor de empresas y humorista, hace una
crítica a la gerencia inepta. Desde su rica experiencia escribió un libro („Das Betriebsdesaster beginnt in der Chefetage“ –
El desastre de una empresa comienza en la oficina del gerente) que es como un
manual para llevar una empresa a la ruina. En una entrevista, el autor presenta
un resumen de su pensamiento: para lograr la ruina de su empresa, el gerente
tiene que implementar un programa de sólo tres puntos:
1. Debe
estar convencido de que él es el mejor, el más maravilloso y más inteligente de
todos; en una palabra: debe creerse un experto en todo, un sabelotodo.
2. Debe
estar convencido de que sus colaboradores no saben nada que él no haya sabido
desde hace mucho tiempo, y que ellos no tienen ninguna necesidad de que sus
esfuerzos sean reconocidos. Los colaboradores tienen que ser títeres
amaestrados para recibir órdenes, sin el derecho de tener una opinión propia.
Si alguno tuviera la osadía de presentarle a él, que es el líder, una alternativa,
él tiene que sacar a esta persona en seguida.
3. Es
importante no tomar en cuenta al mercado – de esta manera “comienza con buen
pie”. Considere a sus competidores como aficionados que, a lo sumo, se merecen
una sonrisa condescendiente de parte de él. No le conviene tomar en cuenta los
deseos de los clientes. Ellos tienen que acepar de manera sumisa los productos
que se les ofrece. ¿Servicio? No importa.
Hasta
aquí el resumen. Por supuesto, la iglesia no es una empresa. Pero como una
agrupación de hombres y mujeres puede tener cierta afinidad con la dinámica de una
empresa, especialmente cuando se olvida el factor más importante: la presencia
de Dios. Veamos entonces lo que nos enseñan los tres puntos que llevan a la
ruina:
1. Sabemos
que hay gente en la iglesia, no sólo sacerdotes y obispos, sino también superiores
de comunidades religiosas o laicos comprometidos (me pregunto ¿con qué?), que
se creen los únicos que saben por dónde va la cosa, los únicos autorizados para
dar órdenes, explicar cosas, organizar eventos. Se sienten “dueños” del
Espíritu Santo e inmunes contra las tentaciones del diablo. Crean dependencias,
se rodean de fans y admiradores. Tienen su gente preferida que son sus
incondicionales. Su signo es la vanidad y el despotismo. La arrogancia
clerical, que no es exclusiva sólo de clérigos, es un camino seguro para alejar
a la gente de la iglesia, para reducir los números de feligreses activos. Y
después nos hacemos la víctima porque el mundo está tan mal.
2. No
ponen a la gente en relación con Dios (Evangelización), sino que sólo les dicen
cómo hay que vivir (Catequesis). “La gente no sabe nada”. Los que tengan un
criterio propio son considerados desobedientes, rebeldes, peligrosos y, hasta
donde sea posible, se intenta alejarlos del resto del grupo (parroquia,
comunidad religiosa, grupo apostólico, etc.).
3. Y,
¿los “clientes”? Son toda esa gente que espera escuchar la Buena Noticia del
Evangelio; que buscan consuelo, perdón y sanación. Pero, por ser gente “mala”,
incrédula, fuera del grupo, gente que viene de un mundo más amplio y tiene
criterios diferentes, no se les toma en cuenta. Son descalificados desde un
principio. Cuando buscan en otras religiones, cristianas o no-cristianas, son considerados
apóstatas; y si caen en las redes de la Nueva Era, se los desprecia como
ignorantes. Se habla con desdén del “supermercado de espiritualidades”,
olvidando que es precisamente por falta de una seria espiritualidad en la
iglesia que la gente busca donde sea. Y Dios, quien está en el origen de esta
búsqueda, tarde o temprano, la llevará a buen término, porque siempre se deja
encontrar por quien lo busca con sincero corazón.
Gracias
a Dios, la iglesia no es una empresa sino, en primer término, el grupo de los
creyentes, el grupo que vive el misterio pascual en la fuerza de Dios. Por eso,
Dios actúa siempre; y si le cierran la puerta en un lado, Él entra por otra
parte, donde menos lo esperamos. Tenemos que recuperar la fe, es decir, una
confianza sin límites en Dios, que nos anima a vivir nuestra vida ordinaria con
amor extraordinario – hasta el extremo.
No
niego lo maravilloso que pasa en nuestra iglesia cuando se vive la presencia de
Dios. Lo expuesto arriba puede parecer algo exagerado. Pero es precisamente en
la caricatura donde encontramos los rasgos esenciales de un asunto y, de esta
manera, nos hace reflexionar, y nos invita a la conversión. No olvidemos la
gran promesa de Jesús, que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la
iglesia. Ésta podrá sufrir mucho por persecuciones desde fuera y por escándalos
desde dentro, pero siempre se renovará. Porque, al fin, la iglesia no es obra
humana sino presencia de Dios.
Veamos,
pues, las tres áreas que examina el consultor de empresas de manera
humorística, en clave positiva:
1. No
somos dueños, sino servidores del pueblo de Dios. No confundamos el ser
responsables con creernos imprescindibles.
2. Todos
tienen el Espíritu Santo que da sus carismas a cada uno. Nuestra tarea es
enseñarle a la gente el camino de relacionarse con Dios, para que descubran así
su dignidad de hijos de Dios, y puedan cumplir la misión para la cual Él los ha
enviado al mundo. Como decían los samaritanos a la mujer, Ya
no creemos por lo que nos has contado, porque nosotros mismos lo hemos escuchado
y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo (Juan
4,42).
3. Dios
obra dentro y fuera de la iglesia. Es necesario “examinar todo, y quedarnos con
lo bueno”.
Gracias P. Beda, muchas gracias. Excelente reflexión. Dios lo bendiga.
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