Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

9.5.11

El Misterio Pascual y la Oración Centrante

Monograma del "Redentor de Job"
“Así pues, si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios” (Gálatas 3,1-3).
Así que “hemos muerto”, “hemos resucitado”. ¿Cómo es eso? ¡Si estamos vivos todavía! San Pablo nos da una pista en otra carta: “Fuimos (con Cristo) sepultados por el bautismo en la muerte a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos…, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,3-4). Habla del bautismo, no como un rito, sino como una decisión de vida, una decisión de dejar atrás el egoísmo, y vivir para servir y amar. Para eso seremos capaces si dejamos atrás nuestros intereses egoístas, no haciendo caso a nuestros miedos y preocupaciones.
¿Qué hacemos cuando practicamos la oración centrante? Consentimos a la presencia y acción de Dios en nosotros. En silencio. Entonces nos vienen a la mente toda clase de pensamientos, preocupaciones, deseos, emociones, diálogos interiores: todas estas cosas que provienen de nuestro ego. Al volver una y otra vez a nuestra intención de consentir a la presencia y acción de Dios en nosotros, volvemos una y otra vez a Él, nos levantamos una y otra vez, para volver, como el hijo pródigo (Lucas 15,11-32), a nuestro Padre.
Esta práctica ¿tiene sentido? Contesto con otra pregunta: ¿qué sentido tiene ir a un gimnasio, para levantar pesas, “remar” donde no hay ni lago, caminar o correr sobre una banda, sin que se llegue a ninguna parte? Es verdad, estas acciones parecen no tener sentido. Pero: a las pocas semanas, uno se da cuenta de que tiene más agilidad, más fuerza, más bienestar general. En el gimnasio no se buscan efectos inmediatos, sino frutos a largo plazo. Así también en la oración centrante: la vuelta constante a nuestro consentimiento nos acerca más y más a Dios, a la consciencia de que Él está en nosotros y actúa en y a través de nosotros. Todo lo que se nos pide es, que le dejemos actuar; que no antepongamos nuestros intereses a los suyos.
Así, después de un tiempo, nos daremos cuenta de que nuestra vida tiene otra calidad; hay una presencia. Aunque estemos solos, no nos sentiremos solos – como dice Jesús “Uds. me dejarán solo, aunque no estoy solo; el Padre siempre está conmigo” (Juan 16,32). Esto exige una práctica constante que, después de un tiempo, dará sus frutos, y nos permitirá vivir una vida nueva, una vida “resucitada” – como diría San Pablo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario