Encontré
en Facebook una caricatura donde unos obispos regañan al nuevo Papa Francisco
reclamándole “¿Qué pasa? ¡Ud. paga su propia cuenta del hotel, viaja en bus, y
lleva una cruz que no está hecha de oro!” A lo que el Papa responde “…Quizá entendí
mal… Me dijeron que yo sería el sucesor de un pobre pescador de Galilea, y no
del emperador romano”. Eso resume lo que estamos viendo en estos días. No
salimos de las sorpresas. El asunto no es del todo nuevo. Ya el Papa Juan XXIII
comenzó a recorrer en cuaresma las parroquias de Roma. Recuerdo haberlo visto
en algunas ocasiones; hablaba como un párroco de pueblo: muy profundo y, a la
vez, cercano a la gente. Pablo VI ya no fue coronado con la tiara. Y comenzó a
viajar por el mundo, para “confirmar a sus hermanos en la fe”. Y así,
sucesivamente, se fueron dando cambios profundos que para nosotros, los de a
pie, no son siempre tan visibles. Queda mucha etiqueta.
Ahora,
se ve a un hombre, “de casi del fin del mundo”, como dijo él mismo. Y esto será
verdad en más de un sentido. Es un elemento completamente nuevo que entra en el
Vaticano; un hombre libre que es sencillamente ÉL MISMO. Es un hombre que pondrá las estructuras – que siempre
necesitaremos – al servicio del hombre, no al hombre para someterse - y apagarse – en las estructuras. Como dijo él
mismo hace poco, no se trata de uniformar todo, sino de aceptar el “babel”,
pero armonizado por el Espíritu. No se busca uniformidad, sino armonía.
En
todo este huracán de sorpresas hay algo nuevo: Todo está centrado en Cristo, en
la cruz. Recuerdo que, después del Vaticano II, se abrió para nosotros, entonces
jóvenes, como una represa, e implementamos muchas cosas nuevas en seguida, a
veces precipitadamente. No habíamos bajado al corazón del asunto; poníamos
nuestras ideas en lugar de las “anticuadas”. Esta vez es distinto, muy distinto.
Francisco refiere todo a la fe, la relación con Cristo. No se trata de poner un
sistema contra otro, un ego contra otro, o un ego contra una estructura que,
como tal, es fruto de unos egos. Se trata de tomar en serio la palabra del
Señor, de que “el hombre está por encima del sábado”.
En
este sentido vemos también una continuidad en la misión de Pedro. Ya Benedicto
XVI había proclamado un año de la fe. Es en este marco donde se puede emprender
el desmontaje de estructuras que, en vez de acercarnos a Dios, nos bloquean el
camino hacia Él.
Otra
cosa me parece importante: ahora estamos impresionados por la novedad que
vemos. Pero todavía actuamos como espectadores, consumidores de noticias interesantes;
llegará el momento – y tiene que llegar pronto – cuando nosotros mismos, cada
uno, tendremos que dejarnos interpelar por el ejemplo de Francisco que habla más claro que
muchos sermones. Porque la iglesia somos todos. Y la iglesia se renueva donde
se renueva una persona. Recordemos la celebración de la luz al comienzo de la
vigilia pascual: cada uno tiene sólo una velita - que no es mucho. Pero a
medida en que todos encienden su velita en la luz de Cristo, el ambiente se
ilumina. La responsabilidad es de todos nosotros. No la dejemos sólo al Papa.
Al final – así lo esperamos – la sorpresa no será lo que hace el Papa, sino lo
que Cristo es capaz de hacer en su iglesia, cuando cada uno de nosotros consentimos
a su presencia y acción en nosotros.
Muy interesante; y como dice usted Padre esperemos que baje la marea para ver que pasa con tanta "noticia-anécdota" del santo Padre ya algunos nos interpelamos ante sus palabras y testimonio.
ResponderBorrarEl tiempo dirá o, mejor, nosotros con el tiempo!
ResponderBorrar