Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

20.4.14

Nuestro Dios Escondido en la Cruz

Foto: Beda Hornung
Abadía de San José
Hace poco leí que "Dios se esconde en las dificultades". Definitivamente, ¡qué más dificultad puede haber que la cruz! Hasta el mismo Jesús clama desde la cruz "Dios mío, ¡por qué me has abandonado!" El dios que salva al justo no apareció por ningún lado - ¡como si no existiera! Este hecho nos remite a la pregunta de quién es Dios realmente.
¡Tanta filosofía, tanta discusión de si hay un dios o no! Pero estamos buscando donde no es. Buscamos a Dios en el cumplimiento de nuestros deseos. Lo confundimos con las proyecciones de nuestras mentes. Nos hacemos una idea de Él. Dios sabe muy bien por qué prohibe al pueblo elegido hacerse una imagen de Él. Porque una imagen, una idea de Dios no puede ser sino el fruto de nuestras  proyecciones mentales contaminadas por nuestro egoísmo; así que el "dios" que nos inventamos, es una faceta de nuestro ego.
Jesús nos reveló que Dios no cabe en ninguna imagen; sólo podemos relacionarnos con Él. Y esta relación nos revela cada vez más facetas y aspectos desconocidos que superan nuestra comprensión. Sólo podemos entrar en relación con Dios, lo que tarde o temprano nos impulsa a consentir a su presencia y acción en nosotros, a decir "hágase tu voluntad". Entonces, y sólo entonces, lo conoceremos, y sabremos de cuánto es capaz.
Las dificultades son contrarias a nuestros deseos. Al dejar ir a estos, descubrimos que los problemas son, en realidad, oportunidades para crecer, para ir más allá de lo acostumbrado. No se trata de salvar la vida, sino de entregarla. Así encontraremos la resurrección. La Escritura habla de los que, por miedo a la muerte, pasaron toda su vida como esclavos (Hebreos 2,15). Una vez que aceptamos las dificultades, incluso la muerte, seremos libres para servir, para responder a Dios. En esto encontraremos, ya ahora, el sentido de nuestra vida, que es una vida que nadie, ni la muerte, podrá arrancarnos. Lo que se manifestará en nosotros será la vida divina.
Jesús se llama el Hijo de Dios (Juan 10,33-36), y les recuerda a los Judíos que se escandalizan por eso, que la ley llama dioses a aquellos a quienes ha llegado la Palabra de Dios. Cristo se hizo hombre para manifestarnos cómo es Dios realmente. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él nos lo dio a conocer (Juan 1,18). Y también vino para divinizarnos a nosotros, a sacarnos de nuestra condición humana pecadora y esclavizante, para llevarnos a la libertad de los hijos de Dios, para que Él pudiera manifestarse en nosotros.
¿Divinizarnos? Esto ¿no es una inflación, una megalomanía, una idea para sicópatas? Más de un loco creía que era dios; y no sólo los locos, sino también los poderosos de todas las épocas, los ídolos del deporte y de la farándula, los superricos se lo creen. Su "divinidad" consiste en sentirse grandes, por encima de las leyes y convenciones, pero a expensas de los demás. Esta "auto-divinización" requiere que se rebajen, desprecien, y hasta eliminen los demás que puedan hacerle sombra a su "divinidad". Sin embargo, la auténtica divinización pasa por la muerte, el "a-no-nada-miento", el ser vuelto nada, la muerte en la cruz. Como dice el P. Keating en alguna parte, "Dios, por así decirlo, se dio el lujo de botarse a sí mismo". Y el que crea de la nada, también es capaz de volver a dar al que le entregó la vida, desde la nada, Su vida, Vida Divina. Nuestra divinización no viene de un esfuerzo nuestro, sino que es puro don de Dios. Los que creemos en Dios, consentimos a su acción en nosotros, dejando atrás los deseos del ego, y muriendo a nosotros mismos. Esto es lo que dice Jesús a los que le preguntan: Entonces, ¿qué tenemos que hacer? La obra de Dios consiste en que ustedes crean en aquel que él envió (Juan 6,29).
Quisiera terminar con las palabras de San Pablo: Lo que para mí era ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida comparado con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor; por él doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia basada en la ley, sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la justicia que Dios concede al que cree. Lo que quiero es conocer a Cristo, y sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte en sus sufrimientos; configurarme con su muerte con la esperanza de alcanzar la resurrección de la muerte (Efesios 3,7-11).

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