Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

19.9.13

Siempre somos Principiantes


Es una experiencia en la vida cristiana, y más aún, en la vida monástica, que nunca llegamos a la perfección. ¡Cuántas veces nos confesamos de lo mismo! Unos, por eso, se desaniman, y dejan de confesarse. Siguen viviendo desanimados y sin mayores aspiraciones. Otros, peor todavía, juzgan a los que se esfuerzan, como a gente que “se da golpes de pecho”, pero que no pasan de ahí. Hacen el papel del fariseo en el templo que desprecian a los “pecadores”. Pero otros, más por la gracia de Dios que por propia iniciativa, se levantan una y otra vez.
Esto supone varias actitudes: en primer término, nos mantiene humildes. La bondad, la vida de virtudes, no es nuestro mérito. Es gracia de Dios. Y no es para juzgar a otros, sino para tener compasión de ellos. En segundo término, exige una actitud positiva: no cuentan las veces que caemos, sino las veces que nos levantamos. Igual que un niño que aprende a caminar. ¡Cuántas veces se cae! Y ¡cuántas veces se levanta! Pero alguna vez se levanta por última vez, la definitiva, y sigue caminando. Eso es lo que importa.
¿Por qué caemos continuamente? Hay varias razones. Una es nuestra ignorancia. Muchísimas acciones provienen de nuestro inconsciente. Creemos saber qué estamos haciendo. Y no nos damos cuenta de que nuestros miedos y deseos inconscientes nos hacen una jugada – una y otra vez. Por eso, Cristo dice en la cruz, “perdónales porque no saben lo que hacen”.
Pero más allá de estos miedos y deseos hay algo más profundo, algo que se escapa a la sicología: nuestro ego. Este ego, de hecho, se cree dios, y se quiere oponer a Dios. Muchas veces no nos damos cuenta de eso. Nuestro camino espiritual consiste precisamente en llegar a este punto donde entregamos el ego a Dios, donde decimos “hágase TU voluntad, y no la mía”. En un momento dado de nuestro camino espiritual podemos tomar esta decisión. Pero con eso no termina el camino. Mientras vivimos, tenemos un ego que busca salirse con la suya. La tarea no es la aniquilación del ego, sino su puesta al servicio de la voluntad de Dios. Y ésta es una tarea que dura toda la vida.
Quisiera comparar este proceso con el vuelo de un avión. Véanse la imágenes arriba. En primer término, un aparato tan enorme ¡no puede volar! Plenamente cargado y abastecido, un Airbus A380 pesa más de 500 toneladas. Imposible que vuela. Sin embargo, tiene un diseño que, bajo ciertas circunstancias, le permite elevarse al aire. Los planos, con suficiente velocidad, lo levantan. Así somos nosotros: nuestro ego nos mantiene centrados en nosotros mismos. Pero hay algo dentro de nosotros que os atrae. Si le hacemos caso, si nos dejamos facinar, orienta nuestra atención a algo más allá de nosotros. Y descubrimos que es Dios quien nos está llamando y atrayendo. El impulso para levantarnos sobre nuestro ego es la oración. No rezar rezos, sino abrirse a Dios, comunicarse con Él, y consentir su presencia y acción en nosotros. Mientras mantenemos este impulso, sentimos que Él nos carga. Puede haber turbulencias; el viento fuera del avión es como un huracán, mientras que, caminando en tierra, sentiríamos apenas una brisa apacible. Pero, caminando no llegamos muy lejos; volando, sí. Así también, cuando nos entregamos a Dios, tenemos dificultades. Pero, ¿quién no las tiene? San Pablo pide compartir los sufrimientos de Jesús. Eso no es masoquista, porque hay también muchos otros sufrimientos. Pero los de Jesús tienen sentido, y llevan a la resurrección.
Hay todavía una cuarta imagen: la cabina de los pilotos. Todo este esfuerzo enorme de levantar el avion y mantenerlo volando, se hace con unos movimientos sencillos de la mano. Dejarnos atraer por Dios es, en el fondo, sencillo. Esto no significa que sea fácil. Nuestro ego es muy fuerte y astuto para conseguir lo suyo. Pero con los ojos fijos en el Señor no tenemos por qué asustarnos de lo que llevamos dentro de nosotros y de lo que nos rodea. La fidelidad del Señor es capaz de vencer tosas estas atracciones y amenazas. Nuestro movimiento, nuestra “actividad de piloto”, es la oración, la comunicación con Dios.

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