Un santo de rodillas ve más lejos que un filósofo de puntillas. (Corrie ten Boom)

8.1.13

TÚ ERES MI HIJO AMADO



Cuando escribí el año pasado sobre el bautismo de Jesús, me detuve más en el significado del mismo bautizo. Sólo de paso mencioné la voz del Padre. Hoy quisiera detenerme más en esta última experiencia de Jesús, y en lo que significa para cada uno de nosotros.
Jesús, al bautizarse, se había entregado totalmente en las manos de Dios. Ahora, Dios le responde, toma en serio esta entrega. No llama a Jesús por su nombre, sino por lo que es: el Hijo Amado. Ésta es su esencia: ser amado. Dios se muestra digno de confianza; al llamarlo Hijo, se manifiesta como Padre. Olvídense aquí de las controversias sobre el género. Por supuesto, Dios es Padre y Madre; porque, si somos creaturas de Él, pudiendo ser padres y madres, la paternidad y la maternidad están en Él y proceden de Él. Pero entonces, ¿por qué "Padre", y no "Madre"? La razón me parece sencilla – y no tiene nada que ver con el patriarcado. Jesús, y la Biblia, no hablan de conceptos, sino de experiencias. Si Jesús llama a Dios “Padre”, y no “Madre”, es porque así se refleja en su experiencia. Seamos un poco sicólogos: una madre tiene la tendencia de proteger al hijo de peligros, para que no le pase nada. El padre, en cambio, lo reta a superarse, a ir más allá de sus límites, a explorar horizontes desconocidos. Si Dios le pide a Jesús vivir su misión hasta entregarlo todo, incluso su vida y su reputación, esto es más una faceta del padre que de la madre. Y Dios, al resucitar a Jesús, se muestra digno de confianza, no defrauda. Así, Jesús entra en dimensiones nunca antes experimentadas por hombre alguno. Ésta es la experiencia de Jesús que comienza en el bautismo, y se profundiza a lo largo de su vida, hasta llegar a las últimas consecuencias de la muerte y resurrección.
El Hijo Amado nos enseña algo más, muy importante para nosotros: El amor de Dios es lo que nos constituye, es nuestra esencia que nos llama a la vida. Los que hemos nacido en un matrimonio bien constituido, muchas veces no captamos la importancia de esto. Pero hay gente que nunca ha recibido amor, desde los comienzos de su existencia. Se enteran de que su madre quería abortarlos. Se enteran de que fueron concebidos como fruto de un incesto, de una orgía sexual, de una aventura pasajera, o de una violación. Pueden llegar a pensar que su misma existencia es una equivocación, que son un error, que no deberían existir. Se preguntan, por qué están en este mundo, y no saben, para qué. Es cuando, por fin, logran ver que sus padres biológicos sólo los trajeron al mundo, pero es Dios quien les dio la vida, que tiene un plan con ellos y, lo más importante, que son sus hijos amados, sus hijas amadas: al aceptar este hecho como lo más importante de toda su existencia, pueden dejar atrás las dudas corrosivas acerca del sentido de su existencia, su baja autoestima.
Al sabernos hijos amados, hijas amadas de Dios, ya no importa nuestro origen, nuestro pasado, o la situación en que nos encontramos, el “qué dirán”, porque nuestra esencia está por encima de todas estas circunstancias; esta nuestra esencia es lo que queda cuando todo lo demás se pierde, se desvanece. Aceptar esta esencia nuestra, la de ser HIJOS AMADOS, es vida, vida que vale la pena.
¿Cómo aceptamos este amor? Consintamos a la presencia amorosa de Dios en lo más íntimo de nosotros; y consintamos a su acción en nuestra vida, desde sus orígenes hasta el día de hoy. Al comienzo puede ser difícil porque las voces negativas de siempre son fuertes, y no quieren irse. Pero, no les hagamos caso. No tenemos por qué prestarle atención a lo que quiere destruirnos. Acostumbrémonos a hacerle caso a la voz de Dios. La oración diaria, el silencio delante de Dios, la oración centrante, son formas de practicar esta aceptación. Los frutos no tardarán en manifestarse. Y no nos olvidemos de algo muy importante: en lo más íntimo de nuestro corazón hay un recinto donde el maligno no tiene acceso. Allí está sólo Dios; allá nos retiramos para estar con Él, y dejar que Él fortalezca esta vida que nos ha dado, la de ser hijos amados e hijas amadas.

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